La gran novela de Elena Poniatowska sobre la ¨¦pica de las emociones
¡®Babelia¡¯ adelanta el pr¨®logo a ¡®El amante polaco¡¯, el libro en el que la Premio Cervantes narra una historia ¨ªntima a caballo entre la corte de Stanislaw II Augusto Poniatowski, ¨²ltimo rey de Polonia, y el M¨¦xico efervescente del siglo XX
Ning¨²n pa¨ªs del planeta Tierra padeci¨® la tragedia de ser borrado del mapa del universo como Polonia. Alguno ha desaparecido por terremotos a lo largo de los siglos pero ninguno padeci¨® semejante tragedia, a ninguno le ha sucedido algo tan dram¨¢tico. Mientras escribo esto no dejo de sentir un escalofr¨ªo. El 12 de enero de 2010 Hait¨ª sufri¨® el peor de los terremotos, pero la ayuda de varios pa¨ªses lo mantuvo a flote. Polonia, en cambio, se suprimi¨® de todos los mapas en 1795 y qued¨® prohibido pronunciar su nombre.
Seg¨²n el historiador polaco Adam Zamoyski, autor de la biograf¨ªa de Stanis?aw August Poniatowski (1732-1798), The Last King of Poland ¡ªpublicada en paperback en 1998 por Orion, en Inglaterra¡ª, Poniatowski no es el responsable de la tr¨¢gica Tercera Partici¨®n de su pa¨ªs; gracias a ¨¦l, su patria se estabiliz¨® y prosper¨®; adem¨¢s, la Constituci¨®n que el rey escribi¨® y promulg¨® en 1771 es considerada la segunda mejor de Europa despu¨¦s de la francesa. La insurrecci¨®n de Tadeusz Ko?ciuszko, gran h¨¦roe polaco, no impidi¨® que Rusia, Prusia y Austria se repartieran la tierra. J¨®zef Poniatowski (Pepi), sobrino del rey, combati¨® en varias batallas y tuvo a Ko?ciuszko bajo su mando en la gran defensa de Varsovia, antes de la derrota final en Maciejowice.
Polonia se suprimi¨® de todos los mapas en 1795 y qued¨® prohibido pronunciar su nombre
Historiadores europeos afirman que Ko?ciuszko grit¨® al caer de su caballo, la cabeza ensangrentada por un sablazo: ?Finis Poloniae!?, pero los polacos que consult¨¦ en M¨¦xico confirmaron indignados que Ko?ciuszko jam¨¢s dio ese grito.
Algunos de mis entrevistados en M¨¦xico, en Espa?a y en Francia consideran que el ¨²ltimo rey de Polonia, Stanis?aw August, fue solo un amante m¨¢s en manos de Catalina, emperatriz de todas las Rusias, porque ella lo impuso en el trono y crey¨® que, por haber sido su amante, ser¨ªa el m¨¢s complaciente de sus s¨²bditos. El rey demostr¨® lo contario al defender a su patria de las imposiciones de la soberana.
A pesar de tener en su contra a tres de los m¨¢s poderosos pa¨ªses de Europa, y de sufrir la enemistad rusa y la indiferencia del resto de las naciones, Poniatowski hizo todo por aliviar la pobreza de los campesinos polacos que viv¨ªan al servicio de una nobleza complaciente consigo misma y celosa de sus privilegios y tradiciones s¨¢rmatas. A Polonia la ahogaban desigualdades, prejuicios, tradiciones y, sobre todo, el funesto Liberum Veto, que dictaba que un solo voto en contra imped¨ªa la voluntad de la mayor¨ªa. Cualquier moci¨®n de un diputado a favor de las clases m¨¢s olvidadas o del aumento de impuestos a los grandes se?ores era aniquilada por esta restricci¨®n. De todas las costumbres y tradiciones s¨¢rmatas, ninguna peor que ese veto que manten¨ªa a Polonia d¨¦bil y anquilosada. Amparada por ¨¦l, la nobleza conservadora olvid¨® ense?ar a leer, proteger, curar y luchar contra plagas y epidemias, y se neg¨® a dar oportunidades a los que nac¨ªan desheredados.
Muchos polacos de la clase alta jam¨¢s abr¨ªan un libro, por lo tanto, su conciencia social no llegaba muy lejos y las reformas iniciadas por el joven rey Poniatowski ¡ªquien subi¨® al poder a los treinta y dos a?os (Catalina a los treinta y tres)¡ª irritaron a los nobles de la szlachta, los propietarios de tierras, castillos y privilegios feudales.
Hubo un episodio culminante en el reinado de Poniatowski: su secuestro, en noviembre de 1771, a ra¨ªz de la enemistad que surgi¨® en la Confederaci¨®n de Bar. Quiz¨¢s ese primer atentado contra un rey cimbr¨® las cortes europeas, porque todas pusieron el grito en el cielo, a pesar de que el grito de Catalina fue m¨¢s bien t¨ªmido, o al menos, no fue el que el rey de Polonia esperaba. Aunque este secuestro impresion¨® a las cortes de Europa y varios soberanos alarmados se sintieron personalmente injuriados, Poniatowski comprendi¨® cu¨¢nto lo despreciaba la nobleza polaca, lo poco que contaba su reinado en la historia de las naciones europeas y c¨®mo la nobleza de su propio pa¨ªs y su pueblo lo culpaban de todos los males. Lo m¨¢s doloroso fue darse cuenta de la indiferencia de la emperatriz Catalina de Rusia, quien tard¨® en manifestarse y, cuando lo hizo, fue con una carta que lind¨® en la indiferencia.
A pesar del rechazo de Rusia, el rey Poniatowski, acostumbrado a nadar contra corriente, embelleci¨® a Varsovia y a Cracovia entre batalla y batalla contra sus tres grandes enemigos, Federico de Prusia, Mar¨ªa Teresa de Austria y Catalina, su antigua amante; y, en medio de las peores descalificaciones, logr¨® que los j¨®venes polacos se educaran en buenos centros de estudio, con laboratorios de primer nivel y campos de entrenamiento f¨ªsico superiores. Gracias al rey, muchos ni?os que no hab¨ªan tenido la menor oportunidad de salir de su casa asistieron a la escuela. Tambi¨¦n propuso que se juzgara a las mujeres con la misma vara con la que se juzgaba a los hombres, y se les dieran todas las posibilidades de crecimiento a creadores y a artistas; por ello, Polonia es en el centro de Europa un horno de talento y creatividad en cine, pintura, grabado, escultura y literatura (es el ¨²nico pa¨ªs con cinco premios Nobel). El mismo rey impuls¨® a pintores, como Angelika Kauffmann, a quien envi¨® a Par¨ªs, donde finalmente es-cogi¨® vivir.
Poniatowski promovi¨® la ciencia, la salud y la cultura, y coloc¨® a Polonia en todos los campos del saber. Incluso frente al rechazo de Catalina, al de Mar¨ªa Teresa y la sa?a de Federico II de Prusia, Stanis?aw sali¨® adelante.
Desde el principio, los dos feroces monarcas vecinos se propusieron, al igual que la piadosa Mar¨ªa Teresa de Austria, posesionarse de las tierras fronterizas en las que sus ej¨¦rcitos avanzaban d¨ªa tras d¨ªa, comi¨¦ndose un pedazo de bosque, de r¨ªo o de sembrad¨ªo perteneciente a Polonia.
Mientras constru¨ªa su pa¨ªs, Stanis?aw escribi¨® todas las ma?anas en franc¨¦s un diario de sus actos de gobierno, sus pensamientos, sus aspiraciones, sus desilusiones, la traici¨®n de su clan, La Familia, de las que dej¨® constancia en sus Memorias. Estas Memorias, que van de 1732 a 1798, conforman una historia de Polonia durante 66 a?os y un testimonio de la vida de sus s¨²bditos so-metidos a la voracidad de sus vecinos: Rusia, Prusia y Austria.
Poniatowski consigna su infancia, su enamoramiento de Catalina y, m¨¢s tarde, los triunfos y las derrotas de su reinado; responde a las cr¨ªticas y a las acusaciones de sus contempor¨¢neos e imparte una lecci¨®n de pol¨ªtica al analizar los peligros que enfrenta una rep¨²blica ¡ªporque el r¨¦gimen polaco logr¨® serlo, a pesar de sus defectos, la indiferencia de Europa y la sa?a de tres verdugos que apretaron la cuerda en torno de su cuello a punto de la asfixia.
La autodefensa del ¨²ltimo rey de Polonia frente a d¨¦spotas c¨ªnicos (Catalina, quien fue su amante; Fede-rico II, el fil¨®sofo guerrero, y Mar¨ªa Teresa de Austria, la piadosa) es un alegato contra la opresi¨®n y una acusaci¨®n contra el lobo que se abalanza sobre el cordero y lo destaza a lo largo de cientos de a?os.
Polonia ¡ªahora un pa¨ªs pr¨®spero y, por lo tanto, poderoso¡ª fue un cordero pascual durante los a?os cruciales de su formaci¨®n. Lo fue por su fe en la bondad humana, su catolicismo de Agnus Dei y porque no supo preservarse del cuchillo del depredador, sino hasta que la sacrificaron. El rey Stanis?aw Poniatowski deseaba que Europa entera conociera sus actos de gobierno y por eso mismo los expuso al buen juicio de Inglaterra y Francia, a quienes estimaba particularmente. Escribi¨® de amor y odio, de fidelidad y abandono, de pol¨ªtica y cultura, de paz y guerra, de religi¨®n y desesperanza, de la artera y continua intervenci¨®n del clero polaco en todos los asuntos de gobierno y de la indiferencia de sus vecinos europeos a la sobrevivencia de un pa¨ªs extraordinario.
Por desgracia, despu¨¦s de su muerte, sus memorias y dem¨¢s papeles fueron confiscados por orden del emperador de Rusia, Pablo I, y no se abrieron hasta el siglo xx. Ahora, seg¨²n los historiadores de Polonia y de Francia, los manuscritos originales se conservan en Mosc¨² y en Cracovia.
El rechazo al ¨²ltimo rey de Polonia no solo se manifest¨® durante su vida, tambi¨¦n sigui¨® calumni¨¢ndolo despu¨¦s de su muerte.
En 1938, las autoridades sovi¨¦ticas informaron que demoler¨ªan la iglesia de Santa Catalina, en San Peters-burgo, y, por lo tanto, devolver¨ªan a Polonia los restos del rey Stanis?aw.
Jean Fabre, gran historiador y bi¨®grafo de Stanis?aw Poniatowski, consigna en su Stanislas-Auguste Poniatowski et l¡¯Europe des Lumi¨¨res ¡ªpublicado en Editions Ophrys, en 1952¡ª que en 1938 un ata¨²d en malas condiciones arrib¨® de Mosc¨² a la estaci¨®n de trenes de Varsovia. Nadie lo recibi¨®, ni un solo doliente se present¨® a recogerlo. Los trenistas polacos decidieron abrir el caj¨®n en que yac¨ªa un esqueleto con una corona, un cetro, un orbe y un retazo de terciopelo rojo.
Los restos de Poniatowski se trasladaron de la iglesia de Santa Catalina, en San Petersburgo, a la capilla de la Santa Trinidad en Wo?czyn, Polonia, lugar de su nacimiento.
Cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica invadi¨® Polonia en septiembre de 1939, los soldados profanaron la tumba.
Ahora es f¨¢cil ver el sarc¨®fago que resguarda los pocos restos del rey porque se hallan en una cripta de la Catedral de Wawel, en Cracovia, destinada a los monarcas polacos.
Casi trescientos a?os m¨¢s tarde, en M¨¦xico, la vida de mi pa¨ªs absorbi¨® todas mis fuerzas y no pens¨¦ en Stanis?aw August Poniatowski hasta que, en un viaje a Estados Unidos, compr¨¦ el libro The Last King of Poland, del historiador Adam Zamoyski, y me impresion¨® leer en la p¨¢gina 461:
Stanis?aw fue uno de los hombres m¨¢s inteligentes que jam¨¢s haya accedido al trono polaco y, de todos, el m¨¢s trabajador y devoto a su patria. Ning¨²n pr¨ªncipe ha deseado nunca tan sinceramente, como ¨¦l lo hizo, la felicidad de su gente.
Hasta este d¨ªa, Poniatowski opac¨® a todos sus hermanos monarcas en cualquier aspecto y en estatura moral. ?Deber¨ªa yo haber sido un canciller, no un rey?, le dijo una vez a Thomas Wroughton, y este comentario toca la ra¨ªz del problema porque su sentido pol¨ªtico, su sentido democr¨¢tico y su capacidad de representar a su gente y tomar en cuenta sus aspiraciones causaron una y otra vez una pol¨ªtica razonable.
Si Poniatowski hubiera tenido la actitud de los monarcas que solo se rinden cuentas a s¨ª mismos y a Dios, hubiera colgado como una marioneta de las manos de Catalina, su protectora rusa. Tambi¨¦n habr¨ªa reprimido a los Confederados de Bar. De haber sido dictatorial, habr¨ªa preservado su reino, pero esa actitud no era parte del car¨¢cter de un hombre de su finura y elegancia intelectual.
Stanis?aw Poniatowski hizo m¨¢s por su pa¨ªs que Stefan Bartory y Jan III Sobieski o cualquier soberano de la historia moderna del pa¨ªs. No hay duda de que, si Polonia hubiera sobrevivido, Poniatowski ser¨ªa citado universalmente como un parang¨®n de realeza y habr¨ªa estatuas de ¨¦l en los pueblos polacos. Finalmente, una falla propia de Polonia en su sobrevivencia lo derrot¨® y conden¨® a su desgracia posterior, aunque esta desgracia hist¨®rica no puede serle atribuida.
Seg¨²n Adam Zamoyski, cuando los restos del rey finalmente se colocaron en la cripta de la Catedral de Varsovia, el 14 de enero de 1995, hubo gritos contra el presidente de la rep¨²blica y el primado de Polonia:
??Verg¨¹enza, verg¨¹enza! ?Qu¨¦ verg¨¹enza la suya honrar al amante de Catalina!?. Y otros gritos de ?traidor? resonaron bajo la b¨®veda, haciendo eco en la parte trasera a las protestas frente al altar.
?Han pasado m¨¢s de doscientos cincuenta a?os del nacimiento de Stanis?aw Poniatowski y sus descendientes se encuentran en Francia, Estados Unidos y M¨¦xico?, refiere Adam Zamoyski.
Al leer la palabra M¨¦xico pens¨¦ que tal vez ten¨ªa yo una estafeta que entregar de un siglo a otro, de un continente a otro, de un tiempo pasado a uno actual.
Me sent¨ª tan agradecida con el historiador Zamoyski y tan curiosa por saber m¨¢s del rey polaco, que, a partir de ese momento, interrogu¨¦ a mi primo Philippe, quien me inform¨® que nuestra familia ?era originaria de la regi¨®n de Parma y prima y rival de la de los Borgia, a tal grado que, en 1654, su jefe de nombre Torelli fue asesinado por el de los Borgia. Los dos herederos de mi familia, los Torelli, se exiliaron, uno en Francia y el otro en Polonia. Sin descendencia, la rama francesa desapareci¨®, mientras que la rama polaca transform¨® su nombre de Torelli a Cio?ek que traduc¨ªa el toro italiano a toro polaco.
?El primer polaco Cio?ek tom¨® por esposa a una Poniatowska, ¨²ltima descendiente de esa familia; por ello le transmiti¨® su nombre y lo convirti¨® en Cio?ek Poniatowski?, as¨ª como en Estados Unidos el primer alcalde dem¨®crata mexicano de Los ?ngeles, Antonio Villar ¡ªamigo de Carlos Fuentes¡ª, tom¨® el apellido de su esposa Raigosa, lo transform¨® en Villaraigosa y gan¨® las elecciones en 2005.
En septiembre de 1720, Stanis?aw Cio?ek Poniatowski se cas¨® con Konstancja, princesa Czartoryska. Tuvieron ocho hijos, entre ellos Stanis?aw August, rey de Polonia de 1764 a 1795. Poniatowski no tuvo descendencia (pero s¨ª varios hijos ileg¨ªtimos). La rama francesa y la rama mexicana ¡ªa punto de extinguirse por la muerte de Jan, mi hermano, el 8 de diciembre de 1968¡ª descienden de Stanis?aw Cio?ek, sobrino del rey de Polonia y segundo pr¨ªncipe Poniatowski, quien emigr¨® a Toscana a ra¨ªz de la Tercera Partici¨®n de Polonia y despos¨® en Roma a Casandra Luci. Su palacio, al lado de la Villa Julia, alberga hoy el Museo Etrusco. Dos generaciones de Poniatowski nacieron en Toscana.
Jos¨¦ Poniatowski y su hijo Stanis?aw viajaron a Francia y tomaron la nacionalidad francesa en 1855. Stanis?aw Poniatowski, mi bisabuelo, se cas¨® con Luisa, condesa de L¨¦hon y dio a luz a Andr¨¦ Poniatowski, mi abuelo.
Andr¨¦ y Elizabeth Sperry Crocker, nuestra querida abuela californiana, cuid¨® a mi hermana Sof¨ªa y a m¨ª durante diez a?os, hasta que partimos a M¨¦xico en 1943 con mi madre, Paula Amor.
Mi abuelo, Andr¨¦ Poniatowski, tuvo la paciencia de hacer el ¨¢rbol geneal¨®gico de la familia y logr¨® remontarlo a 843, con Ludolfo de Sajonia, cosa que llam¨® mucho la atenci¨®n de Diego Lamas Encabo, a quien le fascinan las genealog¨ªas. A Carlos Monsiv¨¢is, en cambio, le dio risa.
Vivimos con mis abuelos durante los a?os de guerra. Mi padre se hab¨ªa unido a De Gaulle en Argelia y mi madre manejaba una ambulancia en Francia. Para mi hermana y para m¨ª, el apoyo de nuestros abuelos fue fundamental. Mis padres jam¨¢s tuvieron casa propia en Par¨ªs, compartimos la suya en la rue Berton ¡ªhoy embajada de Turqu¨ªa¡ª. Hasta emprender el viaje a M¨¦xico y salir del puerto de Bilbao, en el Marqu¨¦s de Comillas, nunca pasamos un solo d¨ªa sin ellos.
Mis abuelos sosten¨ªan en Par¨ªs a St. Casimir, una obra de apoyo a Polonia, y mi hermana Sof¨ªa y yo fuimos a alguna exposici¨®n o conferencia en el Hotel Lambert, una espl¨¦ndida casa sobre la ribera del Sena, sede de Polonia en Par¨ªs. Sobre la pechera de nuestro vestido, la institutriz cosi¨® un escudo polaco, pero no recuerdo haber sabido mucho m¨¢s de Polonia. Claro, pap¨¢ tocaba a Chopin y o¨ªamos hablar del Quo Vadis de Sienkiewicz. Mam¨¢ quiso mucho a Eve Curie, hija y bi¨®grafa de Marie Sk?odowska-Curie, y cuando el general Sikorski vino a M¨¦xico, el secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla, la invit¨® a una recepci¨®n. A?os m¨¢s tarde, Cristina y Alberto Stebelski me contagiaron su entusiasmo por Solidarno?? y mi madre por el papa polaco Karol Wojty?a. Pero mi cono-cimiento no lleg¨® m¨¢s all¨¢. Sergio Pitol y Juan Manuel Torres disertaban con pasi¨®n del cine polaco y de Kana? de Andrzej Wajda.
Le debo a Aleksander Bekier, consejero cultural de la Embajada de Polonia en M¨¦xico, mi ¨²nico viaje a Polonia en 1966 (Varsovia, Cracovia y Gda¨½sk), en compa?¨ªa de mi madre, quien se apasion¨® por la suerte del cardenal Wyszy¨½ski.
Mi abuelo, Andr¨¦ Poniatowski, tuvo la paciencia de hacer el ¨¢rbol geneal¨®gico de la familia y logr¨® remontarlo a 843, con Ludolfo de Sajonia
Entre los papeles de mi padre, encontr¨¦ unas hojas en papel a¨¦reo que dicen lo siguiente:
Jean Fabre, historiador y profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de Estrasburgo, public¨® en el Instituto de Estudios Eslavos de Par¨ªs su gran libro Stanislas-Auguste Poniatowski et l¡¯Europe des Lumi¨¨res. En las p¨¢ginas finales puede leerse una cr¨®nica del regreso de las cenizas de Poniatowski a Varsovia con una revelaci¨®n tenebrosa: ?En 1921, un tratado decidi¨® restituirle a Polonia bibliotecas, archivos y colecciones arqueol¨®gicas, obras de arte y objetos de valor hist¨®rico, art¨ªstico, cient¨ªfico y cultural, de los que en 1772 se hab¨ªan apropiado los rusos. Un ata¨²d form¨® parte de la devoluci¨®n. En julio de 1938, diecisiete a?os despu¨¦s del tratado, en Varsovia, circul¨® la noticia de que dos aduaneros abrieron ese ata¨²d de plomo en el que yac¨ªa un esqueleto coronado en-vuelto en terciopelo p¨²rpura, un cetro y un orbe. Los curiosos averiguaron que el f¨¦retro lleg¨® en secreto de la iglesia de Wo?czyn a Varsovia?.
Hasta aqu¨ª mi padre. En cuanto a m¨ª, casi trescientos a?os m¨¢s tarde en pleno siglo XXI, en M¨¦xico, leer la defensa que hizo el historiador Adam Zamoyski de Stanis?aw Poniatowski, es lo mejor que un miembro de la familia Poniatowski podr¨ªa desear, la m¨¢s completa de las investigaciones en homenaje al ¨²ltimo rey de Polonia. Mientras escrib¨ªa, apareci¨® en la esquina, en la parte inferior derecha de la pantalla del ordenador, un rect¨¢ngulo con un letrero: ?Te ofrezco todo lo que soy y todo lo que tengo. Poema para brindarte todo lo que puedo entregar, mis brazos, mi hombro, mis manos, mis besos, mi vida y mi coraz¨®n?. Qued¨¦ tan sorprendida que pens¨¦ en alguna intervenci¨®n del m¨¢s all¨¢. Aunque todav¨ªa no descubro si es una broma electr¨®nica o la delusi¨®n de una vista cansada, me invadi¨® un gran cari?o por Poniatowski, quien en el siglo XVIII intent¨® hacer lo mejor por su patria, a pesar de tan adversas circunstancias y las fallas de su propio car¨¢cter.
A la vida de Stanis?aw Poniatowski, nacido en 1732, a?ad¨ª algo de la m¨ªa, nacida doscientos a?os m¨¢s tarde, en 1932, en un mundo fant¨¢stico, no solo para m¨ª, sino para futuras generaciones de hijos, nietos y bisnietos: el de la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969 en una nave con tres astronautas estadounidenses. M¨¢s de quinientos millones de hombres, mujeres y ni?os vimos por televisi¨®n (a color) a Neil Armstrong poner su pie en la Luna y escuchamos su frase m¨ªtica: ?Es un peque?o paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad?. Felipe, de apenas un a?ito, en los brazos de Guillermo Haro, su padre, vio ese momento y lo guard¨® en su inconsciente. Paula habr¨ªa de nacer el 11 de abril de 1970. Mane, mi hijo mayor, debi¨® guardar esa impronta al ver c¨®mo descend¨ªa el Apolo 11 sobre el Mar de la Tranquilidad, a sus catorce a?os.
As¨ª como Philippe, mi primo, traz¨® una breve historia de los Poniatowski, quise a?adir la de mis padres, hermanos y la m¨ªa en M¨¦xico.
?Los Poniatowski?, escribi¨® Philippe, ?son franceses desde hace ocho generaciones y defendieron a Francia en las dos guerras mundiales del siglo XX?. Marie-Andr¨¦, nuestro primo hermano, muri¨® en el campo de batalla en Holanda, el 22 de enero de 1945, a los veintitr¨¦s a?os, como teniente de tanques de asalto de la divisi¨®n polaca del general Maczek. Atesoro una fotograf¨ªa en la que MarieAndr¨¦ Poniatowski me sienta en sus rodillas, ¨¦l de doce y yo de cuatro o cinco a?os.
Bruno Poniatowski, hijo de Michel, secretario del interior del gobierno de Val¨¦ry Giscard d¡¯Estaing en la d¨¦cada de 1970, se apasion¨® por la vida del conde Poniatowski, padre del rey; mientras que Stanis?aw, hijo de Philippe, mantiene su inter¨¦s por nuestra familia desde sus or¨ªgenes hasta la fecha. Public¨® un impresionante volumen escrito por Sonia de Panafieu, bellamente ilustrado, con el t¨ªtulo de Legacy.
Alguna vez, Nicol¨¢s, mi nieto, durante un paseo por el parque de La Bombilla, al ver que no pod¨ªa correr como ¨¦l, me pregunt¨®: ?Tu es tr¨¨s, tr¨¨s, tr¨¨s, tr¨¨s vieille??, y le respond¨ª que s¨ª, pero no tanto como para no querer contarle esta larga traves¨ªa que cubre m¨¢s de dos siglos. Recordar es lo que he intentado y seguir¨¦ haciendo hasta mi ¨²ltimo aliento, con tal de cumplir con el ep¨ªgrafe de mi abuelo Andr¨¦ Poniatowski, a quien am¨¦ desde que mi hermana Sof¨ªa y yo vivimos con ¨¦l en Par¨ªs, en Sp¨¦ranza, en el Midi y, finalmente, en Les Bories, antes de zarpar, en 1943, en el Marqu¨¦s de Comillas, barco que sali¨® del puerto de Bilbao para traer a M¨¦xico a muchos exiliados de la Guerra Civil de Espa?a.
En dos de sus libros, De un siglo a otro y De una idea a la otra, mi abuelo escribi¨®: ?A mis hijos y nietos, que no parecen saber a d¨®nde van, para que sepan de d¨®nde vienen?.
Despu¨¦s de recorrer todas las librer¨ªas especializadas en historia eslava, Paloma de Vivanco compr¨® en una librer¨ªa de viejo en Par¨ªs el ¨²ltimo ejemplar del historiador Jean Fabre y me lo trajo a M¨¦xico con la enorme sonrisa que la caracteriza. Magda Libura, escritora y maestra universitaria polaca, aclar¨® varios sucesos para m¨ª incomprensibles porque ni soy historiadora ni hablo polaco. Beth J?rgensen envi¨® de Rochester, Nueva York, libros esenciales. Yunuhen Gonz¨¢lez me acompa?¨® los d¨ªas h¨¢biles, de doce a cuatro de la tarde. Maciek Wisniewski, Lukasz Czarnecki y Marcin ?urek, los tres polacos, me dieron sus luces. Antonio Saborit ley¨® los primeros cap¨ªtulos y aconsej¨® llamar Fil¨®sofos a los Enciclopedistas. Al paso del tiempo, nadie m¨¢s preocupado por la suerte de esta novela que el analista pol¨ªtico Maciek Wisniewski. Andr¨¦s Haro, mi nieto, ley¨® en franc¨¦s alg¨²n cap¨ªtulo y Conrado Mart¨ªnez de la Cruz atendi¨® cotidianas diligencias. Antonio Lazcano Araujo comparti¨® libros y cat¨¢logos de museos polacos y rusos tra¨ªdos de sus frecuentes viajes a Europa e incluso visit¨® la Villa Poniatowski en Roma, el hogar de nuestro ancestro, levantado al lado de la Villa Julia. Rub¨¦n Henr¨ªquez y Alfonso Morales Escobar aceptaron leer cap¨ªtulos; Rub¨¦n se desvel¨® varios fines de semana para repartir puntos, comas, comillas y signos de exclamaci¨®n que acostumbro echar con un salero con la esperanza de que caigan en su lugar. Desde Salamanca, la escritora Charo Alonso jam¨¢s dej¨® de animarme con la voz de su inteligencia. Rodrigo ?vila me acompa?¨® domingos lluviosos con la generosidad de sus sugerencias. Adem¨¢s de sus caldos y pucheros, Martina Garc¨ªa, escoba en mano, inquiri¨® todas las ma?anas: ??Ya acab¨®??.
Las mayores gracias son para a Carmen Medina, quien me envi¨® libros desde Suecia. El rey polaco le debe mucho a su generosidad.
Imposible dejar de reconocer a Lolo, el loro de Martina, que no el de Flaubert, que amanece diciendo: ??Ay, qu¨¦ rico!?.
Este libro tiene todo que agradecerle a Diego y Marta Lamas.
¡®El amante polaco¡ä, de Elena Poniatowska. Seix Barral. 2022. 904 p¨¢ginas. 24,90 euros.
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