Retrato ¨ªntimo de Catalina la Grande
La sucursal del Hermitage en ?msterdam dedica una reveladora muestra a la emperatriz rusa, d¨¦spota ilustrada y fundadora de la legendaria casa madre en San Petersburgo
Inteligente, enigm¨¢tica, intrigante, culta, implacable y amiga del pensador franc¨¦s Voltaire. ?vida lectora y escritora, patrona de las artes y apasionada de la Ilustraci¨®n. Casada con el futuro emperador Pedro III de Rusia, un hombre al que consideraba incompetente para ejercer su labor, y contra el que conspir¨® hasta arrebatarle la corona en beneficio propio. Con semejante curr¨ªculo, que incluye numerosos amantes, la princesa alemana Sof¨ªa Federica Augusta von Anhalt-Zerbst, coronada en 1762 como Catalina II, solo pod¨ªa apodarse La Grande. En 34 a?os de reinado, su ambici¨®n y visi¨®n de Estado ¡ªy las guerras que conllevaron¡ª a?adieron a su pa¨ªs de adopci¨®n un territorio del tama?o de Francia. Amada y odiada a partes iguales, sus logros pol¨ªticos y b¨¦licos dominan una biograf¨ªa llena de sombras ¨ªntimas. El museo Hermitage de ?msterdam, la sucursal holandesa de la gran instituci¨®n de San Petersburgo, ha intentado iluminar con una reveladora exposici¨®n una figura formidable, que de ni?a dijo muy seria que no hab¨ªa ¡°nada interesante en su vida¡±.
Casada a los 16 a?os con el heredero ruso Pedro, de 18, Catalina creci¨® entre gobernantas y tutores franceses en una familia de abolengo, pero pocos recursos. De ah¨ª que un matrimonio ventajoso fuera la salida ideal.
Intrigas palaciegas
La pareja se conoci¨® en la ni?ez y Pedro le pareci¨® ¡°infantil¡±, porque a los 10 a?os a¨²n jugaba con soldaditos de plomo. Una vez casada, sin embargo, se emple¨® a fondo en aprender ruso y pas¨® casi dos d¨¦cadas soportando intrigas palaciegas, un marido al que no quer¨ªa, y a la emperatriz Isabel I de Rusia (t¨ªa de su esposo), que asumi¨® la educaci¨®n y cuidado del nieto, Pablo.
El museo la presenta como un ¡°diamante que brill¨® con luz propia¡±. ¡°Una mujer hecha a s¨ª misma¡±, en palabras de su directora, Cathelijne Broers, que la llama ¡°Catalina la m¨¢s Grande¡±. Es tambi¨¦n el t¨ªtulo de la muestra que le dedica este verano en su sede a la orilla del r¨ªo Amstel, y un homenaje. A Catalina II se debe la fundaci¨®n del propio Hermitage ruso.
En 1764 compr¨® 317 cuadros a un comerciante berlin¨¦s con los que, deseosa de estar a la altura de otras cortes europeas, empez¨® una colecci¨®n particular. Gast¨® tanto dinero que a su muerte ya ten¨ªa 90.000 obras.
Hoy, el Hermitage suma cerca de dos millones y medio de piezas de Europa y Oriente repartidas en cinco edificios. Entre ellos, el antiguo Palacio de Invierno, residencia oficial de los zares hasta la revoluci¨®n. All¨ª se mudaron Pedro y Catalina en enero de 1762, a la muerte de Isabel I.
Seis meses despu¨¦s, Pedro era depuesto tras un golpe de Estado instigado por Catalina. ?l fue luego asesinado y los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la participaci¨®n de Catalina como inductora del crimen. Pero arroll¨® a sus cr¨ªticos y se proclam¨® emperatriz. Lo que hoy llamar¨ªamos promoci¨®n de su imagen, solo pod¨ªa llevarse a cabo entonces con ayuda del arte, y la exposici¨®n presenta abundantes ejemplos. La sala principal rebosa de retratos de gran tama?o en toda clase de momentos y atuendos: Catalina con el cetro y el orbe, s¨ªmbolos de la Corona; Catalina vestida de viaje, con uniforme militar y a caballo; Catalina en una miniatura; su sortija con el monograma de diamantes, y as¨ª hasta 300 objetos y vestidos. Sin olvidar el busto del fil¨®sofo Voltaire, de m¨¢rmol blanqu¨ªsimo.
Rodeada de libros de Cicer¨®n, Plat¨®n, T¨¢cito, Montesquieu, Diderot y Voltaire, se transform¨® en una erudita calificada por el ¨²ltimo, con el que se carte¨® durante a?os, de ¡°la estrella m¨¢s brillante del Norte¡±. Diderot dijo que ten¨ªa ¡°el alma de un Bruto, pero el coraz¨®n de una Cleopatra¡±. Un doble retrato cercano a la realidad, ya que Catalina ampli¨® las fronteras de Rusia, gan¨® acceso al Mar Negro y le arrebat¨® Crimea al Imperio Otomano en grandes victorias militares.
Pero su empe?o en ser reconocida como una soberana ilustrada deriv¨® en el apodo de ¡°d¨¦spota ilustrada¡±. Su proyecto de crear una gran comisi¨®n de funcionarios, nobles, burgueses y campesinos no prosper¨® porque llevaba un embri¨®n democr¨¢tico considerado peligroso. Tampoco liquid¨® la dependencia servil de los campesinos, que no eran ciudadanos libres. A pesar de su indudable talla intelectual y su probada val¨ªa como estadista, fue tambi¨¦n una mujer decididamente atada a su tiempo. Tal vez por eso, Pushkin, el gran escritor rom¨¢ntico ruso, concluy¨® en el siglo XIX que era ¡°un Tartufo [el impostor de la obra de Moli¨¨re] coronado y con faldas¡±.
En su agitada existencia fue especialmente importante la figura de Grigory Potemkin, el militar que la arrop¨® en el golpe y comand¨® luego la guerra ruso-turca de 1768-1774. Convertidos en amantes hacia 1774, intercambiaron una jugosa correspondencia que revela admiraci¨®n mutua adem¨¢s de sexo y poder. La intensidad de la relaci¨®n no evit¨® que Potemkin fuera sustituido un a?o despu¨¦s por otro amante, pero la pareja mantuvo una estrecha amistad y ¨¦l pudo dedicarse a una de sus pasiones, fundar ciudades y proteger la flota del Mar Negro.
A la muerte de este, en 1791, la emperatriz paraliz¨® la vida social en San Petersburgo en se?al de duelo. Un siglo despu¨¦s se bautiz¨® un acorazado con su nombre. El mismo que da t¨ªtulo a la pel¨ªcula de Sergei Eisenstein, una de las cumbres indiscutibles de la historia del cine sobre el mot¨ªn desatado en 1905 a bordo del buque.
Corona, camafeo y cine
La corona imperial de Rusia, encargada por Catalina II para su entronizaci¨®n al joyero suizo J¨¦r¨¦mie Pauzi¨¦, nunca sale de Mosc¨². La r¨¦plica llevada al Hermitage de ?msterdam data de 2012 y tiene 11.325 diamantes y perlas blancas montados en oro. Opulento, el duplicado contrasta con la belleza m¨ªnima de un camafeo que recrea a la emperatriz como la diosa Minerva.
La soberana asom¨® al cine en 1934 con el rostro de Marlene Dietrich en La emperatriz escarlata. La sucedi¨® Bette Davis, en John Paul Jones (1959); Hildegarde Knef, en Catalina de Rusia (1963); Julia Ormond, en La joven Catalina (1991) y Catherine Deneuve en God Loves Caviar (2012).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.