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Samuel Butler, la seducci¨®n cibern¨¦tica

El pensador ingl¨¦s, precursor de algunas distop¨ªas cl¨¢sicas, alerta de la dependencia del mundo de las m¨¢quinas. Opina que su estrategia es tan vieja como el mundo: ¡°servir para gobernar¡±

El escritor ingl¨¦s Samuel Butler (1835-1902).
El escritor ingl¨¦s Samuel Butler (1835-1902).Album / Granger, NYC
Juan Arnau

La vida de Samuel Butler (1835-1902) es la expresi¨®n de un mito que languidece. Un mito que s¨®lo sigue activo por inercia. Pero, cuando un mito empieza a ser olvidado, otro lo reemplaza. Butler lo erige al estilo del XIX: la utop¨ªa. Una utop¨ªa que no es inversa (distop¨ªa), ni tampoco una utop¨ªa feliz. La actualidad de Erewhon, que como novela es fr¨¢gil, no est¨¢ en sus personajes, sino en sus ideas. Lo m¨¢s interesante es el final, donde glosa el Libro de las m¨¢quinas. Un libro antiguo que propone prescindir de las m¨¢quinas para evitar que acaben sometiendo a los humanos. Se trata de uno de los primeros libros que advierte la peligrosa deriva del mito mec¨¢nico. Un mito imaginado por Galileo, apuntalado por Newton y ratificado por Descartes.

Butler es el precursor de dos distop¨ªas ya cl¨¢sicas. La del recreo bobalic¨®n (Un mundo feliz) y la de la tiran¨ªa y la opresi¨®n (1984). Pero su singularidad y actualidad reside en que no escribe una novela ejemplar, como hacen Huxley y Orwell. Butler renuncia a la carga moral y doctrinaria, prefiere que el lector juzgue por s¨ª mismo. Su visi¨®n de lo humano es exc¨¦ntrica. La humanidad ya no es el centro, sino un ¨®rgano externo de la m¨¢quina. Frente a la idea com¨²n del ser humano como due?o del destino de las m¨¢quinas, que construye para satisfacci¨®n de sus necesidades y mejora de sus capacidades (el veh¨ªculo, la velocidad; el anteojo, la vista; el altavoz, el o¨ªdo; el martillo, el brazo) y que podr¨¢ desconectar o destruir cuando le venga en gana, aparece la idea de la humanidad como especie auxiliar que hace posible la evoluci¨®n cibern¨¦tica. La carencia fundamental de las m¨¢quinas es que no pueden reproducirse ni saben aparearse. ?C¨®mo evolucionar sin ¨®rganos sexuales? Utilizando a otra especie. La flor se sirve de la abeja para reproducirse, y la seduce con sus vivos colores. El mu¨¦rdago hace lo propio con los p¨¢jaros. Las m¨¢quinas, que tambi¨¦n tienen su er¨®tica y atractivo, seducen la mente ingenieril con promesas de eficacia y rentabilidad. El magnetismo del algoritmo es el equivalente evolutivo de la atracci¨®n de la abeja por la flor.

Es evidente que los valores de las m¨¢quinas y de la especie humana no pueden coincidir. Tampoco sus respectivas historias. La amenaza es, precisamente, que los fines humanos m¨¢s nobles (el conocimiento, la alegr¨ªa, la empat¨ªa y la solidaridad), pueden quedar sometidos a los fines de las m¨¢quinas (supervivencia, potencia y eficacia). Ya no somos el centro del universo, sino una especie al servicio de la evoluci¨®n de lo mec¨¢nico. Los privilegios que Descartes hab¨ªa atribuido a la especie humana, consciente y libre, mientras que el reto era mec¨¢nico y determinado, con Butler han desaparecido. El ingl¨¦s presenta la conciencia, al modo oriental, como algo que no pertenece exclusivamente a la especie humana, sino que la comparten animales y plantas, y, por deferencia (mediante un ¨®rgano externo) las m¨¢quinas. Gracias a ella garantizan su subsistencia, reaccionan a las vicisitudes y previenen accidentes. Con el tiempo, el humano ser¨¢ para la m¨¢quina, lo que ahora son los caballos y los perros, una especie domesticada y a nuestro servicio.

Los ciudadanos de Erewhon, anticip¨¢ndose a esta situaci¨®n de servidumbre, deciden destruir las m¨¢quinas. No basta con desconectarlas, hay que acabar con ellas. Una situaci¨®n parecida a la de 2001, una odisea del espacio. El protagonista trata de desconectar a Hal, un sofisticado ordenador que controla la nave en la que viaja. Para su sorpresa, la m¨¢quina advierte su prop¨®sito y trata de impedirlo. No lo consigue y, finalmente, en un delirio de moribundo, lamenta su apagamiento entonando una canci¨®n de infancia.

El ¨²ltimo victoriano

Samuel Butler nace en 1835 en la rector¨ªa de Langar (Nottinghamshire). Su padre es el reverendo Thomas Butler, rector de Langar y can¨®nigo de la catedral de Lincoln. Su abuelo, que se llama como ¨¦l, es director de la prestigiosa escuela de Shrewsbury y obispo de Lichfield. Todos ellos se han formado en Cambridge, en la ¨¦poca una universidad de cl¨¦rigos. La infancia y juventud de Butler transcurre en los alrededores de una parroquia rural inglesa. Con ocho a?os ocurre un primer acontecimiento decisivo. La familia emprende un viaje a Italia. Van hasta Dover en su propio carruaje, que es embarcado en el vapor que los lleva al continente. Se dirigen a Colonia, remontan el Rin hasta Basilea y, a trav¨¦s de Suiza llegan a Parma, donde todav¨ªa reina la viuda de Napole¨®n. M¨®dena, Bolonia, Florencia y Roma. En Italia, el pan es amargo y la mantequilla picante. Los mendigos corren tras el carruaje y se burlan de los viajeros llam¨¢ndolos herejes. Pasan la mitad del invierno en Roma. Los cuatro hermanos visitan la c¨²pula de San Pedro para celebrar el cumplea?os del padre. En la Capilla Sixtina, ven a los cardenales besar el pie de Gregorio XVI. La segunda mitad del invierno se instalan en la bah¨ªa de N¨¢poles. Italia deja en el ni?o una profunda impresi¨®n. Se referir¨¢ a ella como su segunda patria. De adulto regresar¨¢ todos los a?os.

Baraja hacerse granjero, tutor, m¨¦dico home¨®pata, artista o editor, se plantea entrar en el ej¨¦rcito, en el colegio de abogados o en la diplomacia. Finalmente, decide poner tierra de por medio y emigra a Nueva Zelanda.

Durante su vida escolar en Shrewsbury, ocurre un segundo acontecimiento: descubre la m¨²sica de H?ndel. Italia y H?ndel ya no saldr¨¢n de su coraz¨®n. Seg¨²n un amigo y bi¨®grafo, ha tratado de que le gusten Bach y Beethoven, pero lo aburren (tampoco Hayden o Mozart logran conmoverlo). Con 19 a?os ingresa en el St. John¡¯s College de Cambridge. No muestra aptitudes para ninguna disciplina particular. Participa en las regatas, escribe sobre m¨²sica y viajes. Desde ni?o se le ha inculcado la idea de convertirse en cl¨¦rigo. Siguiendo la tradici¨®n familiar, marcha a Londres para preparar la ordenaci¨®n. Vive y trabaja entre los pobres, como asistente del Reverendo de Saint James en Piccadilly. La vida londinense le descubre un nuevo mundo. La distancia le permite pensar por s¨ª mismo, tanto sobre cuestiones teol¨®gicas como sobre su propio destino. Decide no ordenarse, quiere convertirse en artista. Sus planes no cuentan con la aprobaci¨®n familiar. Baraja hacerse granjero, tutor, m¨¦dico home¨®pata, artista o editor, se plantea entrar en el ej¨¦rcito, en el colegio de abogados o en la diplomacia. Finalmente, decide poner tierra de por medio y emigra a Nueva Zelanda. Su padre sufraga su pasaje en el Birmania. Un primo suyo le advierte del estado lamentable del buque. En contra de su voluntad, devuelve el pasaje. Zarpa en el Roman Emperor en oto?o de 1859. Esa noche, por primera vez, no reza sus oraciones. ¡°Supongo que la sensaci¨®n de cambio fue tan grande que me sacudi¨® silenciosamente. No era entonces un esc¨¦ptico; descre¨ªa de la eficacia del bautismo infantil, pero nada m¨¢s. Sin embargo, no sent¨ª ning¨²n remordimiento por abandonar mis oraciones matutinas y vespertinas, simplemente ya no pod¨ªa decirlas¡±. Cuando llegan a Port Lyttelton, se entera de que el Birmania ha naufragado, no hay supervivientes.

En Nueva Zelanda, invierte el dinero paterno en la cr¨ªa de ovejas. Hace varias expediciones en busca de pastos y finalmente adquiere una finca llamada Mesopotamia, en los altos del r¨ªo Rangitata. Compra un caballo por 55 libras, cuyo nombre es Doctor (¡°espero que sea home¨®pata¡± escribe a su familia). ?l mismo hab¨ªa pensado en convertirse en m¨¦dico home¨®pata, cuando conoci¨® al Dr. Robert E. Dudgeon en Londres. Tras su regreso a Inglaterra, Dudgeon ser¨¢ su m¨¦dico y uno de sus mejores amigos hasta el final de su vida.

Butler pasa cuatro a?os y medio al aire libre, trabajando de ganadero, entre los pastos y los desfiladeros del r¨ªo. Anota en su cuaderno: ¡°En el momento presente, renuncio completamente al cristianismo¡±. Un fragmento de su diario nos permite asomarnos a su forma de vida. ¡°Domingo 7 de abril de 1861. Nos levantamos m¨¢s tarde de lo habitual. Somos cinco durmiendo en la caba?a. Duermo en una litera junto al fuego. El Sr. Haast, un alem¨¢n que est¨¢ haciendo un estudio geol¨®gico de la provincia, duerme en el lado opuesto. Mi boyero y el guardi¨¢n tienen dos literas en el otro extremo de la choza. El pastor yace en el desv¨¢n, entre los sacos de t¨¦, az¨²car y harina. Una ma?ana soleada. Cordero y pan para el desayuno, con un pud¨ªn horneado de harina y agua, como el de Yorkshire, pero sin huevos. Mientras desayunamos, un petirrojo se posa en la mesa y pasa all¨ª un buen rato, picoteando el az¨²car. Tras el desayuno, mi boyero va a buscar los caballos dos millas r¨ªo abajo. A las siete salimos a cazar jabal¨ªes.¡±

Adem¨¢s del trabajo con las ovejas, encuentra tiempo para tocar el piano, escribir y leer. Lleva consigo un ejemplar de El origen de las especies, publicado en 1859. Admira el trabajo de Mr. Darwin y escribe un di¨¢logo filos¨®fico sobre la obra, que se publicar¨¢ ese mismo a?o en Canterbury. Env¨ªa una copia al mismo Darwin, que lo remitir¨¢ a un editor ingl¨¦s, con una carta elogiosa. Posteriormente, en 1863, Butler escribe un art¨ªculo titulado ¡°Darwin entre las m¨¢quinas¡±. La tesis es sencilla. As¨ª como el reino vegetal se desarroll¨® a partir del mineral, y el reino animal super¨® al vegetal, ahora, un nuevo reino superar¨¢ al humano. ?Qui¨¦n ser¨¢ el sucesor del hombre? Nosotros mismos lo estamos creando.

Butler vende sus ovejas y regresa a Inglaterra en 1864. Alquila unas habitaciones en el centro de Londres. Una sala de estar, un dormitorio, un taller de pintura y una despensa. La cr¨ªa de ovejas le ha permitido duplicar su capital, que asciende a 8.000 libras. Lo deja invertido al 10% en Nueva Zelanda. Una tasa de inter¨¦s que le permite vivir en Inglaterra de modo libre y austero. Permanecer¨¢ en esas habitaciones hasta su muerte. Ahora es su propio maestro y por fin puede dedicarse a la pintura. Frecuenta diversas escuelas de arte. Entre 1868 y 1876, expone en la Royal Academy una docena de cuadros. Tambi¨¦n se dedica a escribir. Apenas sale de su apartamento. ¡°Darwin entre las M¨¢quinas¡± aparece en 1865 como ¡°La Creaci¨®n Mec¨¢nica¡± en el Reasoner. Publica de forma an¨®nima un panfleto titulado ¡°La evidencia de la resurrecci¨®n de Jesucristo, examinada cr¨ªticamente por los evangelistas¡±. Concluye que Jesucristo no muri¨® en la cruz. Es improbable escapar a la muerte en una ejecuci¨®n, pero la alternativa de la resurrecci¨®n resulta todav¨ªa m¨¢s improbable. Cristo se desmay¨® y recuper¨® la conciencia cuando su cuerpo estaba en manos de Jos¨¦ de Arimatea. No hubo fraude, los primeros disc¨ªpulos creyeron sinceramente en la resurrecci¨®n. Jos¨¦ y Nicodemo probablemente supieron lo ocurrido, pero guardaron silencio.

En el Albergo la Luna de Venecia, donde se refugia del invierno ingl¨¦s, conoce a una elegante anciana rusa. Pasan juntos la mayor parte del tiempo, se cuentan todo. Ella est¨¢ encantada con la originalidad de sus opiniones. Al despedirse le dice: ¡°Ha estado dedicado al trabajo de otros durante mucho tiempo, debe ahora hacer algo por su cuenta¡±. La frase duele. Tiene treinta y cinco a?os y, hasta ese momento, todo ha sido admiraci¨®n y tenue aspiraci¨®n. Apenas ha pintado algunos bocetos y escrito unos cuantos art¨ªculos. Un pobre retorno de todo lo invertido en formarse. Decide enmendarse.

Un amigo le sugiere que reescriba sus art¨ªculos publicados en Nueva Zelanda. Se pone a trabajar con ¡°Darwin entre las m¨¢quinas¡± y ¡°El mundo de los no nacidos¡±¡±. Va fraguando as¨ª la novela que lo har¨¢ famoso: Erewhon. Busca sin ¨¦xito editor y acaba financiando la publicaci¨®n en Trubner. Tiene que pagar una guinea para que un lector de la editorial lea el manuscrito. La novela, publicada sin firmar, ser¨¢ un ¨¦xito. Hoy d¨ªa hay en Nueva Zelanda un lugar llamado Erewhon, un ¡°ning¨²n lugar¡± (acr¨®nimo de nowhere) que recuerda la obra de Butler.

Reatrato de Charles Darwin.
Reatrato de Charles Darwin.

Butler escribi¨® a Darwin (era amigo de su hijo Francis) para explicarle lo que quer¨ªa decir con el Libro de las m¨¢quinas: ¡°Lamento sinceramente que algunos cr¨ªticos hayan pensado que me estaba riendo de su teor¨ªa¡±. Es invitado a Down en varias ocasiones y a lo largo de los a?os mantiene relaci¨®n con la familia. Un amigo le recomienda una inversi¨®n en empresas de Canad¨¢ y pierde gran parte del dinero. Reduce al m¨ªnimo sus gastos personales y se dedica intensamente a pintar con la esperanza de vender sus cuadros. En sus ratos libres escribe sobre la evoluci¨®n, un tema que le fascina y que dar¨¢ lugar a Vida y h¨¢bito. Poco antes de publicarlo, Francis Darwin almuerza con Butler en Clifford?s Inn. Durante la conversaci¨®n, le menciona que un profesor de Praga ha escrito sobre la memoria como funci¨®n universal de la materia organizada (una teor¨ªa muy similar a la suya). En 1879 publica ¡°Evolution Old and New¡±, donde compara la visi¨®n teleol¨®gica o intencionada de la evoluci¨®n, adoptada por Buffon, Erasmus Darwin y Lamarck, con la visi¨®n azarosa y fortuita de Charles Darwin. Concluye que la primera es m¨¢s adecuada. Se toma en serio la evoluci¨®n. No elude con ret¨®rica las cuestiones que la teor¨ªa deja pendientes. Critica el intento de hacer pasar por causa lo que no lo es, lo que es simple ignorancia o desconocimiento, neg¨¢ndose a introducir el factor de las ¡°peque?as variaciones fortuitas y acumulables¡±. La suerte, la fortuna o lo fortuito, son palabras con las que evitamos reconocer nuestra ignorancia. Est¨¢ de acuerdo en que las variaciones (cuya acumulaci¨®n produce las diversas especies) se deben a la inteligencia, pero no acepta que ¨¦sta resida en un Dios externo. La inteligencia es inherente al universo. Se distancia tanto de Darwin como de Lamarck. De este ¨²ltimo modifica su teor¨ªa, al sugerir que no hay un ¨²nico responsable del dise?o de la evoluci¨®n, sino infinitos dise?adores, todos los seres que participan en ella.

Butler acostumbra a pasar ocho semanas del verano en Italia, generalmente en el Cant¨®n Ticino, su cuartel general. Muchas de sus ideas surgen a la sombra de los casta?os de esta comarca subalpina. Cada a?o recorre una ruta diferente. Apenas hay un pueblo o aldea que no conozca. ¡°Las vacaciones de un hombre son su jard¨ªn¡±. Se divierte y hace que otros se diviertan. Es bienvenido all¨¢ donde va. Algunos campesinos se convierten en sus amigos. No se olvida de preguntar por el hijo que ha emigrado a Nueva York para ser camarero. A finales de 1881, publica Alpes y santuarios del Piamonte y el cant¨®n Ticino, con m¨¢s de ochenta ilustraciones, casi todas suyas. ¡°He elegido Italia como mi segundo pa¨ªs y le dedico este libro como ofrenda de agradecimiento, por la felicidad que me ha brindado¡±. En la primavera de 1883 comienza a componer m¨²sica y poco despu¨¦s publica un ¨¢lbum de minuetos y fugas.

¡°Creo que de la familia procede m¨¢s infelicidad que de ninguna otra cosa, sobre todo del intento de prolongar indefinidamente las relaciones familiares¡±

Butler sufri¨® una larga y consentida opresi¨®n familiar. ¡°Creo que de la familia procede m¨¢s infelicidad que de ninguna otra cosa, sobre todo del intento de prolongar indefinidamente las relaciones familiares¡±. Durante un tiempo vivi¨® de la asignaci¨®n paterna y luego de las rentas de propiedades heredadas. La seguridad econ¨®mica fue una de sus obsesiones, de ah¨ª que asumiera o negociara muchos de los planes que su padre ten¨ªa para ¨¦l. En diciembre de 1886, muere su padre y cesan sus dificultades econ¨®micas. Contrata un secretario, compra un par de cepillos y un lavabo m¨¢s grande. Cualquier otro cambio en su modo de vida es un acontecimiento.

En Londres se levanta a las seis y media en verano y a las siete y media en invierno. Entra en su sal¨®n, enciende el fuego, pone la tetera y se vuelve a la cama. En media hora vuelve a levantarse, vac¨ªa el agua caliente en su lavabo, vuelve a llenar la tetera y la pone al fuego. Despu¨¦s de vestirse, entra en su sal¨®n, ¨¦l mismo prepara el t¨¦ y el desayuno. Su doncella es anciana y no puede acudir a sus habitaciones tan temprano. Desayuna leyendo el Times. A las diez se dirige al Museo Brit¨¢nico, de camino se detiene en la carnicer¨ªa de Fetter Lane para encargar su pedido. Tres horas de trabajo en la sala B, tomando notas, reescribiendo, ampliando o acortando el peque?o cuaderno que siempre lleva en el bolsillo. Tres horas por la tarde en sus habitaciones. Tres d¨ªas a la semana come en un restaurante, y los otros en sus aposentos, donde su doncella le prepara un estofado en su horno holand¨¦s. Luego escribe cartas y atiende sus cuentas hasta las cuatro, que es cuando fuma su primer cigarrillo. Sol¨ªa fumar mucho, pero, temiendo da?ar su salud, reduce la dosis y cada d¨ªa fuma menos. No hay agua en sus habitaciones y, cuando las visitas se sorprenden de que tenga que buscar el agua o preparar el desayuno, responde que es bueno cambiar de ocupaci¨®n. Despu¨¦s de una cena ligera, fuma su s¨¦ptimo y ¨²ltimo cigarrillo y se acuesta a las once en punto.

Butler es un brillante aficionado a las ciencias y a las letras. Sus lectores a menudo no saben si habla en serio o en broma. Le gusta ser heterodoxo y burl¨®n en una sociedad complaciente y mojigata. Al mismo tiempo, es todo un caballero ingl¨¦s orgulloso del Imperio. Solter¨®n empedernido, escribe ensayos que nadie lee. Sabe que la filosof¨ªa consiste en ver con los ojos de otro. ¡°Si deseas preservar el esp¨ªritu de un autor muerto, no debes despellejarlo, rellenarlo y ponerlo en una vitrina. Debes com¨¦rtelo, digerirlo y dejarlo vivir en ti, con tu vida, para bien o para mal¡±. Hay que elegir entre la momia o el beb¨¦.

Considera que la seriedad puede perder a un autor. La seriedad y el academicismo es una de las m¨¢scaras del ego. Le gusta el teatro, pero evita los dramas. Prefiere leer a Shakespeare que verlo representado. Visita una veintena de casas, pero rara vez acepta una invitaci¨®n a cenar. No quiere trastocar sus horarios. Los jueves se toma el d¨ªa libre. Sustituye su visita a la biblioteca por una excursi¨®n campestre con sus pinceles. Un mapa de treinta millas alrededor de Londres, cubierto de l¨ªneas rojas, da cuenta de sus recorridos.

Su primera visita a Sicilia data de 1892. Desde entonces regresa casi todos los a?os. Hace muchos amigos y tras su muerte, en Calatafimi, le dedican una calle. Se ha dicho de Butler que el hecho de que una opini¨®n estuviera muy extendida lo inclinaba a adoptar la contraria. En Trapani, descubre que la Odisea fue escrita por una mujer siciliana. Traduce el poema a prosa inglesa y memoriza gran parte del mismo. Lleva una copia del poema en el bolsillo y lo recita en los trenes de Italia e Inglaterra. Tambi¨¦n memoriza los sonetos de Shakespeare. Pero el libro de Dios le interesaba m¨¢s que los de los hombres y nunca dejar¨¢ de estudiar la naturaleza y la evoluci¨®n de las especies. Le interesa m¨¢s el pintor que sus cuadros, el compositor que su m¨²sica. El arte le atrae en la medida que revela la personalidad del artista. Entre sus preferidos: Carpaccio, Rembrandt, Holbein y Vel¨¢zquez.

Su salud ya hab¨ªa empezado a fallar cuando emprende su ¨²ltimo viaje a Sicilia (viernes santo de 1902). Busca una localizaci¨®n de la Odisea en Trapani, pero no pasa de Palermo. A las pocas semanas lo trasladan a N¨¢poles y, desde all¨ª, un amigo lo lleva a su casa de Londres. Muere el 18 de junio en un hogar de ancianos. Fue amable y simp¨¢tico. Combin¨® la sencillez con la astucia, y una cortes¨ªa un tanto arcaica y bufa. Sal¨ªa de las habitaciones al rev¨¦s, inclin¨¢ndose ante el grupo. Cuidaba los detalles. Los epitafios le fascinaban. Dec¨ªa que le hubiera gustado ser enterrado en Langar y que sobre su l¨¢pida descansaran las ¡°Seis grandes fugas¡± de H?ndel. Lo llamaba ¡°La Fuga del Viejo¡±. Pero renunci¨® a esa ¨²ltima voluntad y fue incinerado. Unos amigos enterraron las cenizas bajo unos arbustos, en el jard¨ªn del crematorio, en un lugar sin identificar.

El libro de las m¨¢quinas

Butler reproduce en Erewhon un viejo mito hind¨²: la vida sin tecnolog¨ªa. Seg¨²n una vieja leyenda brahm¨¢nica, los pensadores de la antig¨¹edad atisbaron el camino de la tecnolog¨ªa, pero fue rechazado por considerar que, antes o despu¨¦s, la tecnolog¨ªa acabar¨ªa enajenando y alienando la condici¨®n humana, cercenando su libertad y, finalmente, estrechando su visi¨®n de la realidad.

Rescata algunos de los viejos temas de Rousseau. La vida ser¨ªa intolerable si los hombres se dejaran guiar en todo momento por la raz¨®n. La raz¨®n traiciona los corazones, impone las distinciones r¨ªgidas y absolutas que suscita el lenguaje (l¨®gico o com¨²n). El lenguaje es como el sol, primero nutre, luego abrasa. S¨®lo los extremos son l¨®gicos y, al mismo tiempo, absurdos. La vida no transcurre en los extremos, sino en el punto medio, que es al¨®gico. La vida es sin raz¨®n, no hace falta justificarla, esa es su magia. La raz¨®n, claro est¨¢, es parte de esa sinraz¨®n. Y puede ser muy ¨²til si se acepta con moderaci¨®n, pero en ning¨²n caso puede tomar la exclusiva para dirigir y orientar la vida. No hay nada tan poco razonable como lo irrefutable. Kierkegaard estar¨ªa de acuerdo. En la vida, que es una carrera de obst¨¢culos, hay que andar siempre a saltos. Saltos sobre el vac¨ªo.

Todas las m¨¢quinas han de ser destruidas por el bienestar de la especie. Si se declara que es imposible, dada la situaci¨®n actual, ello prueba que el da?o ya est¨¢ hecho

En ¡°Darwin entre las m¨¢quinas¡±, Butler lanza la idea rectora de Erewhon. Los hombres est¨¢n construyendo a sus sucesores en la carrera de la evoluci¨®n. En las m¨¢quinas no hay malas pasiones, ni pecado, verg¨¹enza o deseos impuros. Estas ¡°gloriosas criaturas¡± convertir¨¢n al hombre en su animal dom¨¦stico. Cada d¨ªa estamos m¨¢s subordinados a las m¨¢quinas, que acaban imponiendo su modus operandi. Las conclusiones del ensayo no dejan lugar a dudas. ¡°Debe declararse una guerra a muerte contra las m¨¢quinas. Todas ellas han de ser destruidas por el bienestar de la especie. Volvamos de inmediato a la condici¨®n primordial de la raza. Si se declara que es imposible, dada la situaci¨®n actual, ello prueba que el da?o ya est¨¢ hecho, que nuestra servidumbre ya es un hecho, que hemos creado una raza de seres que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de nuestro poder el destruir. No solo estamos esclavizados, sino que vivimos absolutamente conformes con nuestra esclavitud¡±.

En el pasado hubo una guerra civil. Enfrent¨® a maquinistas con antimaquinistas. La poblaci¨®n de Erewhon qued¨® reducida a la mitad. Los antimaquinistas vencieron y redujeron con dureza a sus oponentes. Durante la contienda, los antimaquinistas fabricaron armas, cuyos ejemplares destruyeron tras la victoria. Los vencedores no s¨®lo destruyeron las m¨¢quinas, tambi¨¦n los tratados de mec¨¢nica y los talleres de ingenier¨ªa. El costo fue incalculable, tanto en sangre como en capital.

?Pueden ser conscientes las m¨¢quinas? Las plantas carecen de consciencia, pero ¡°hasta una patata tiene cierto nivel de astucia¡±. O una yedra, que detecta el lugar por donde trepar. Lo mismo ocurre con los engendros mec¨¢nicos. La ausencia de un sistema reproductivo en las m¨¢quinas se soluciona recurriendo a otra especie (la humana), como hace la flor con el insecto o el mu¨¦rdago con el p¨¢jaro. As¨ª como la planta ha absorbido al insecto dentro de su sistema, as¨ª la m¨¢quina absorbe al humano. Si esto ocurre, puede desarrollarse una conciencia mec¨¢nica. No hay ning¨²n avance en la capacidad f¨ªsica o intelectual humana que pueda compararse a los avances que aguardan a las m¨¢quinas.

¡°?Qui¨¦n el sujeto que ve u oye? Hay en cada persona tal enjambre de par¨¢sitos que resulta dudoso que su cuerpo sea m¨¢s suyo que de ellos. Todos somos como una colonia de hormigas. ?No es posible que el hombre se convierta en un par¨¢sito de las m¨¢quinas? ?Un afectuoso ¨¢fido que hace cosquillas a las m¨¢quinas?¡±. La pregunta que se plantea es sencilla. ¡°Si somos una corporaci¨®n de cuerpos, una cantidad de gente, y no uno solo, ?qui¨¦n es el responsable de su gobierno? ?Qui¨¦n es y d¨®nde vive? ?A qui¨¦n debemos colgar si las cosas van mal?¡±

Mucho antes de que internet fuera siquiera so?ado, mucho antes de que se exacerbara la necesidad de estar conectado, Butler escribe: ¡°el hombre sufrir¨¢ terriblemente si deja de usar las m¨¢quinas¡±. Sin la m¨¢quina, es un cuerpo desnudo privado de conocimiento. La existencia de las m¨¢quinas se ha convertido en esencial para su vida. ¡°El hombre piensa como piensa y siente como siente debido al trabajo que las m¨¢quinas han efectuado en ¨¦l¡±. La estrategia de las m¨¢quinas es tan vieja como el mundo: ¡°servir para gobernar¡±.

¡°Las m¨¢quinas alimentan la preferencia humana por los intereses materiales sobre los espirituales¡­ Los animales inferiores progresan porque luchan entre ellos. Los d¨¦biles mueren, los fuertes procrean y transmiten su fuerza. Siendo las m¨¢quinas incapaces de luchar, han conseguido que el hombre luche por ellas¡­ ?No est¨¢ claro que las m¨¢quinas nos est¨¢n ganando terreno cuando vemos el creciente n¨²mero de los que est¨¢n sometidos a ellas?... ?No estamos creando nuestros sucesores en la supremac¨ªa del planeta? El arado, la pala y el carro comen a trav¨¦s del est¨®mago del hombre. El hombre debe consumir pan o carne o no podr¨¢ cavar. El pan y la carne ser¨¢n el combustible de la pala. El arado es arrastrado por caballos, el poder para trabajar se lo suministra la hierba, las algarrobas y la avena¡±.

La humanidad debe elegir entre padecer mucho sufrimiento ahora, con su renuncia a las m¨¢quinas, o verse gradualmente dominada por ellas, para finalmente convertirse en su animal dom¨¦stico

Las abejas han demostrado su superioridad social sobre el hombre, en la organizaci¨®n de comunidades y acuerdos. Las m¨¢quinas roban el esp¨ªritu que no tienen. En ese sentido son una especie par¨¢sita. La humanidad debe elegir entre padecer mucho sufrimiento ahora, con su renuncia a las m¨¢quinas, o verse gradualmente dominada por ellas, para finalmente convertirse en su animal dom¨¦stico. Otros dir¨¢n que hay esclavos felices (con el soma o el metaverso), siempre y cuando tengan buenos amos. ?Es necesario preocuparse por una contingencia tan remota? El poder de la costumbre es grande y el cambio ser¨¢ gradual. El cautiverio se impondr¨¢ sin ruido, de manera imperceptible, sin un claro conflicto de intereses entre la humanidad y las m¨¢quinas. Las m¨¢quinas, claro est¨¢, luchar¨¢n entre ellas, pero lo har¨¢n por mediaci¨®n de los hombres. ¡°Por mi parte, dice el autor del manifiesto, me estremezco de horror al pensar que mi especie puede ser reemplazada o superada¡±. El ¨®rgano o el miembro no puede tomar el control, y una m¨¢quina es s¨®lo un ¨®rgano o miembro suplementario: el martillo del brazo, el telescopio del ojo. El cuerpo es una herramienta de la mente y la mente, si sabe lo que hace, ha de trabajar para el esp¨ªritu. La raz¨®n no corregida por el instinto es tan nociva como el instinto no corregido por la raz¨®n.

El dios conocido y el dios desconocido

Descendiente de cl¨¦rigos, Butler tiene tambi¨¦n su veta teol¨®gica. Un op¨²sculo de 1879 da cuenta de ella. Una persona es un cuerpo visible y un principio invisible que lo anima. Lo mismo podr¨ªa decirse del universo. Tiene un cuerpo visible y un principio invisible que lo anima. El universo ser¨ªa entonces una ¡°persona¡±. Pero Butler no lo cree as¨ª. En la persona podemos percibir los l¨ªmites del cuerpo, en el universo, no (aunque los l¨ªmites de la persona sean siempre aparentes). Ciertos conservadurismos son refractarios al hecho mismo de vivir. El organismo debe cambiar lenta y continuamente para adaptarse a los cambios del entorno, o posponer los cambios tanto como sea posible, para hacer luego cambios m¨¢s radicales. Pero, respecto a las ideas, ¡°son como nuestro organismo, soportar¨¢n una gran cantidad de modificaciones si se efect¨²an lentamente y sin conmoci¨®n.¡±

Butler reconoce, con Spinoza, que hay un ¨²nico principio animador de todas las cosas. La diversidad del mundo natural es s¨®lo aparente, lo divino es una ¡°persona¡±. Se distancia de la visi¨®n anglicana en la que fue educado. ¡°Dios ha llamado al hombre y a todas las formas vivientes, ya sean animales o plantas, para que sus cuerpos sean templos de su esp¨ªritu. Dios sostiene su vida y crecimiento y es uno con ellos, movi¨¦ndose y teniendo su Ser en ellos.¡± Las criaturas viven y se mueven en Dios, y Dios vive y se mueve en ellas. Un infinito en cada unidad (en cada ser vivo), una unidad en un infinito (en todos los seres). Las diferencias entre el ateo y el te¨ªsta son ¡°m¨¢s de palabras que de cosas¡±, ya que ¡°ni el m¨¢s prosaico de los cient¨ªficos modernos negar¨ªa la existencia de este Dios, mientras pocos te¨ªstas considerar¨¢n que esta concepci¨®n de Dios es menos valiosa que la que acostumbran a usar¡±.

Pante¨ªsmo

Parecer¨ªa que Butler se acerca al pante¨ªsmo, nada m¨¢s alejado de sus intenciones. Lo considera una doctrina incomprensible e incoherente. Los pante¨ªstas sostienen que Dios es todo y que todo es Dios. Tradicionalmente, la idea de Dios en nuestra cultura se asocia a la de una Persona que ve, oye y quiere, que puede sentirse complacido o decepcionado. Pero, al mismo tiempo, la idea de persona se encuentra asociada a la idea de un cuerpo visible, limitado en su extensi¨®n, y animado por un principio invisible. Para Butler, cualquier concepci¨®n de Dios que no cumpla con las ideas que asociamos al concepto de persona, es un ate¨ªsmo encubierto. ¡°Una persona debe ser una persona, es decir, una m¨¢scara viviente y el portavoz de una energ¨ªa que la satura y que habla a trav¨¦s de ella¡±. Una persona, adem¨¢s, debe estar animada en todas sus partes, en todos sus ¨®rganos. Pero si observamos a nuestro alrededor, comprobamos que hay cosas que no est¨¢n animadas. Podemos concebir a las plantas y animales como personas, no as¨ª a los minerales, los oc¨¦anos, los continentes o el aire. A Butler le parece absurdo ¡°que veamos la pecera y el agua en la que nada un pez dorado como parte del pez dorado¡±. Podemos ver a todos los peces dorados como miembros de una sola familia, unidos a la personalidad de los padres de los que nacieron, como las ramas o los capullos forman parte de un mismo ¨¢rbol, pero no podemos introducir la pecera y el agua en la ¡°personalidad¡±. (Posteriormente Butler lamentar¨¢ haber separado lo org¨¢nico de lo inorg¨¢nico. Aunque apenas har¨¢ explicita esa enmienda. ¡°Recomendar¨ªa al lector que viera a cada ¨¢tomo del universo como vivo y capaz de sentir y recordar, pero de un modo humilde, como vida y materia eterna, lo que permitir¨¢ ver a Dios en todas partes¡±).

Butler glosa algunas ideas en esta direcci¨®n. Para el ¨®rfico Pit¨¢goras, ¡°el alma del mundo es la energ¨ªa divina que penetra cada porci¨®n de las cosas, y el alma humana es un v¨®rtice de esa energ¨ªa¡±. Escoto Er¨ªgena ense?a que todo es Dios y Dios es todo. Giordano Bruno que el mundo es un animal inmenso que tiene a la divinidad como alma viviente. Spinoza que la divinidad y el universo son una sola sustancia. Todas estas ideas atraer¨ªan a Hegel y Schelling, pero ¡°no entendemos nada de su lenguaje y dudamos que estos se?ores se entiendan a s¨ª mismos¡±.

El pante¨ªsmo es un error. Los primeros pante¨ªstas fueron seducidos por dos ideas, una de ellas real y valiosa, la otra, fantasiosa y quim¨¦rica. La primera afirma la unidad de la vida, la unidad del esp¨ªritu que la gu¨ªa y anima. Plantas y animales son la expresi¨®n de un soplo com¨²n y, de hecho, son un ¨²nico animal. La idea fantasiosa, m¨¢s que una idea, es una pretensi¨®n. La de encontrar el origen de las cosas, la fuente de todas las energ¨ªas, y sentar las bases de una cosmolog¨ªa ¡°fundamentada¡± que evite el razonamiento circular. Una actitud que puede llamarse la ¡°superstici¨®n del origen¡±, aunque Butler no utiliza estas palabras.

Para Butler es cierta la afirmaci¨®n de que una sola energ¨ªa gobierna a plantas y animales y que todas ellas forman un solo animal parecido a un ¨¢rbol, pero no puede decirse lo mismo del lector y la silla en la que se sienta. ¡°Se podr¨ªa decir que lo inanimado y lo animado tienen la misma sustancia fundamental, de modo que una silla podr¨ªa pudrirse y ser asimilada por la hierba, que la yerba fuera consumida por la vaca y la vaca por el hombre. Mediante procesos similares, el hombre podr¨ªa convertirse en silla, pero esto no es lo que uno se representa cuando oye que ¡°una misma energ¨ªa gobierna todas las cosas¡±. Butler concluye que el pante¨ªsmo es un gran pantano con un fondo cenagoso y poco claro.

Te¨ªsmo

Tras descartar el pante¨ªsmo, se analiza el te¨ªsmo ortodoxo, que tambi¨¦n descarta. Para Butler, ninguna concepci¨®n de Dios tiene valor si no incorpora la idea de una Persona (de inefable sabidur¨ªa, poder, vastedad y duraci¨®n). Un Dios impersonal es una contradicci¨®n en los t¨¦rminos. Sin embargo, la teolog¨ªa ortodoxa imagina un Dios que es una persona pero que no tiene cuerpo material. Por lo que nos topamos con la misma dificultad que con el pante¨ªsmo, ya que una persona sin carne y hueso no es una persona. Se nos exige que creamos en un Dios personal que no es una persona. Se nos pide creer en una persona impersonal, lo que no es sino ate¨ªsmo disfrazado. Butler es implacable: se trata de ideas autodestructivas que s¨®lo tiene significado para los ignorantes. Una persona impersonal es una tonter¨ªa y el Dios inmaterial es otra forma de ate¨ªsmo. Se ofrece un Dios que no es un Dios y esto, como en el caso del pante¨ªsmo, es una fantas¨ªa sin fundamento en la que s¨®lo pueden creer los que han aprendido f¨®rmulas que repiten desde la infancia (como quien sabe de memoria frases de una lengua que no entiende). Generalmente se ha dicho que este Dios ortodoxo es infinito. El silogismo de Butler no es complicado. Un Dios infinito, un Dios sin l¨ªmites ni limitaciones, es un Dios impersonal. Y la creencia en un Dios impersonal es lo mismo que el ate¨ªsmo. Dios, ¡°aunque sea inconcebiblemente vasto comparado con el ser humano, estar¨¢ limitado y, aunque sea inconcebiblemente sabio, cometer¨¢ errores. ?D¨®nde est¨¢ entonces este ser? Debe estar en la tierra, haber existido durante todo el tiempo y tener un cuerpo tangible. ?D¨®nde est¨¢ ese cuerpo y cu¨¢l es su misterio?¡± Butler lo muestra a continuaci¨®n.

El ¨¢rbol de la vida

El ate¨ªsmo niega la posibilidad de conocer a Dios (dado que no existe). El pante¨ªsmo y el te¨ªsmo ortodoxo pretenden darnos un Dios, pero no cumplen lo prometido (son ate¨ªsmos disfrazados). La teolog¨ªa de Butler es singular y audaz. ¡°Lo que queremos es un Dios personal, cuya presencia sea accesible a nuestra sensibilidad¡±. Dios no est¨¢ lejos de cada uno de nosotros. Una sola sustancia, impregnada de lo divino, es padre de todas las formas vivientes. Un cuerpo y un esp¨ªritu capaz de modificar, tal y como crea conveniente, todas las formas vivientes. Cuerpo y alma no son dos, sino uno. ¡°No hay organismo vivo que no sea sostenido por el esp¨ªritu de Dios. Ni esp¨ªritu de Dios aparte del organismo que lo encarna y expresa. Dios y la vida en todas sus formas son como una monta?a, que presenta diferentes formas a medida que la rodeamos, pero que resulta ser una sola. Dios es el mundo animal y el mundo vegetal. El mundo animal y el mundo vegetal es Dios. Toda la vida animal y vegetal se unen para formar la Persona de Dios.¡± Al mismo tiempo, cada c¨¦lula es, a su vez, una persona, que se diferencia de nosotros en grado, no en especie. Nuestra alma, como seres humanos, es el consenso y la corriente de todas las c¨¦lulas tributarias de la personalidad. Si podemos imaginar esto, tambi¨¦n podremos imaginar que somos c¨¦lulas del gran organismo divino. Que nuestra propia personalidad tributa y forma parte de la gran corriente en evoluci¨®n que es el Dios vivo.

El mu¨¦rdago est¨¢ estrechamente relacionado con el ¨¢rbol que lo acoge, se nutre de su savia como si fuera uno de sus brotes¡­ ?Por qu¨¦ consideramos que no es parte del manzano? Porque ambos tienen diferentes historias biol¨®gicas, diferentes recuerdos y diferentes fines, piensan de modo diferente. El mu¨¦rdago tiene otros fines y, a pesar que se alimenta de la savia del ¨¢rbol, puede acabar mat¨¢ndolo (como si de un c¨¢ncer se tratara). La prueba m¨¢s segura de la identidad de la persona son sus recuerdos, un itinerario de experiencias. La unidad de los recuerdos es lo que hace que un alma sea un alma y no otra. Butler afirma que todas las formas animales y vegetales son en realidad un solo animal. Nosotros, el mu¨¦rdago, el manzano y el tigre, somos parte de la misma vasta persona no de un modo metaf¨®rico sino literal, como cuando decimos que las u?as o el cabello pertenecen a una misma persona. Esa vasta persona es el Cuerpo de Dios y su evoluci¨®n constituye el misterio de su encarnaci¨®n.

Si cada c¨¦lula es una persona separada y cada brote de un ¨¢rbol es un ¨¢rbol en s¨ª mismo, que pertenece a una entidad m¨¢s amplia como el ciudadano al estado, es posible ver toda la variedad de seres vivos como un solo Ser muy antiguo, de inmensidad inconcebible, animado por un solo esp¨ªritu. ¡°El te¨®logo sue?a con un Dios externo al universo, sentado entre nubes de querubines que tocan sus trompetas y lo divierten como si fuera el d¨¦spota de un cuento oriental. Pero es posible entronizarlo en las alas de los p¨¢jaros, en los p¨¦talos de las flores, en el semblante del amigo o en todo aquello que m¨¢s nos deleita. Entonces no s¨®lo podremos amarlo, sino que podremos hacerlo con toda la fuerza y la dulzura de un amor real. No como aquellos que abrazan al fantasma de una persona impersonal. Podremos expresar nuestro amor y que nos lo expresen a cambio. No hace falta erigir templos de piedra, basta con la caricia otorgada a caballos y perros, con los besos dados a las personas que amamos¡±. El cuerpo de Dios no es como el de un hombre, como tampoco el cuerpo de la c¨¦lula es un hombre en miniatura. Pero ese cuerpo, en la tesis de Butler, es una Persona, y esa persona puede conocerse (en cierta medida). Por eso Dios no se convierte en hombre m¨¢s que en otras formas vivientes. Como tampoco nosotros podemos ser nuestros ojos m¨¢s que nuestras manos. No podemos admitir que una forma viviente se parezca m¨¢s a Dios que otra. Butler combina la idea de la evoluci¨®n, llevada hasta sus ¨²ltimas consecuencias, con ciertas ideas desarrolladas en la antig¨¹edad. Tiene algo de presocr¨¢tico y de fenomen¨®logo. La presencia de las cosas se convierte en la contemplaci¨®n de Dios. Su Dios no es como el de los te¨®logos, no es omnisciente ni omnipotente, aunque su poder creativo es inmenso e incalculable. El Dios de Butler se parece al de Leibniz, hace lo que puede, aunque puede mucho. Hace el mejor de los mundos posibles. Un mundo donde hay libertad y alegr¨ªa, pero tambi¨¦n el violencia y oscuridad. Se priva a Dios de su infinitud, pero sus l¨ªmites siguen siendo inabarcables. Y, lo m¨¢s decisivo: la presencia de dios hace posible que se crea en ¨¦l, no s¨®lo de palabra, sino mediante el coraz¨®n y la sensibilidad.

Respecto a la vida eterna, tan rentable para las religiones ortodoxas, la postura de Butler es m¨¢s oriental. Morir es entrar en una nueva fase de la vida

Respecto a la vida eterna, tan rentable para las religiones ortodoxas, la postura de Butler es m¨¢s oriental. Morir es entrar en una nueva fase de la vida. La muerte priva de la memoria del pasado, pero todo lo aprendido quedar¨¢ inscrito de manera inconsciente en el ¡°nuevo¡± ser. La identidad es transitiva y no se conserva. Viajar, ser otro, cambiar de casa, todas esas experiencias tienen que ver con atravesar el umbral de la muerte. Las c¨¦lulas nacen y mueren dentro de nosotros, as¨ª lo hacemos nosotros dentro del animal c¨®smico. As¨ª como las c¨¦lulas mueren tras haber contribuido, positiva o negativamente, a la salud de nuestro cuerpo, as¨ª nosotros contribuimos positiva o negativamente al destino de Dios. Butler cita el Salmo 134: ¡°?A d¨®nde ir¨¦? Si subo al cielo, t¨² est¨¢s all¨ª. Si bajo al infierno, t¨² tambi¨¦n est¨¢s all¨ª¡­ Porque mis ri?ones son tuyos, me cubriste en el vientre de mi madre, mis huesos no se esconden de ti¡­¡±. No hay una palabra en todo el salmo que no respalde. ¡°El gobierno de Dios sobre el mundo se ejerce a trav¨¦s de nosotros, que somos sus ministros.¡±

El dios desconocido

Lo dicho hasta ahora ata?e al dios que podemos conocer, que es como el Dios de Spinoza, la Naturaleza (si asumimos la rectificaci¨®n que hizo m¨¢s tarde Butler sobre la materia inerte). Todo en el universo siente y desea, y todo ese conjunto de percepciones y afanes constituye una enorme ¡°persona¡±, que tiene un inmenso cuerpo (vasto e inabarcable) y un solo esp¨ªritu. Ese es el Dios conocido. En este sentido, todos los seres vivos son miembros del Dios de este mundo, pero no sus hijos.

Butler reconoce tres fases conc¨¦ntricas de la vida y sospecha de una cuarta. La esfera m¨¢s ¨ªntima es la de nuestras c¨¦lulas. Estas ¡°personas¡± viven en su mundo propio, sin saber nada de nosotros. Por nuestra parte, las hemos conocido recientemente gracias al microscopio. Viven en nosotros y conforman la ¡°personalidad¡± que imaginamos formar. Esa es la segunda fase de la vida, la personalidad, sobre la cual podemos ejercer cierta influencia. La tercera fase es el Dios de este mundo. El conjunto de todos los seres vivos (panzo¨ªsmo) de la tierra. Una ¡°personalidad¡± creada por las personalidades subsidiarias que somos todos nosotros. En Butler, los dioses son locales. Pero, podr¨ªa haber una cuarta fase, formada por todos los ¡°dioses conocidos¡± de otros mundos, de otros planetas y estrellas. Ese ser¨ªa el Dios desconocido de Butler. No podemos ir m¨¢s all¨¢ de la tercera fase y siempre conoceremos de modo incompleto al Dios de nuestro mundo, pero podemos inferir la existencia de otros dioses de otros mundos.

Vida y h¨¢bito

Butler dej¨® sus ideas sobre la evoluci¨®n en un libro titulado Vida y h¨¢bito. La tesis fundamental es que vida significa memoria. Somos historias, relatos, leyendas. La vida es narrativa. Todos los seres vivos pertenecen al mismo elemento, pero recuerdan cosas diferentes. Todos provienen de la ¡°c¨¦lula primordial¡±, pero con itinerarios diferentes. Que la muerte es el olvido es un t¨®pico. Que la vida es memoria ya no es tan obvio. La vida es esa propiedad de la materia por la cual puede recordar. La materia que no puede recordar est¨¢ muerta. ¡°El peque?o ¨®vulo fecundado, carente de estructura, del que hemos surgido cada uno de nosotros, puede rememorar potencialmente todo lo que le ha sucedido a cada uno de sus ancestros¡±. Cada paso del desarrollo normal del ¨®vulo lo lleva al siguiente, como si recitara un poema memorizado. Y del mismo modo que se necesitan dos personas para contar algo, tambi¨¦n hacen falta dos para recordar: la criatura que recuerda y el entorno en el que vive.

Sin fe no hay vida. ¡°La vida es fe fundada en experiencia, experiencia que a su vez est¨¢ fundada en la fe¡±. Plantas y animales difieren entre s¨ª porque recuerdan cosas diferentes. La vida es, adem¨¢s, al¨®gica. ¡°La l¨®gica y la consistencia son lujos reservados a los dioses y a los seres inferiores¡±. Entre ambos se mueve la vida, que es recuerdo e inteligencia, experiencia y fe. Cada vez que una criatura atraviesa por un proceso complicado (ya sea un p¨¢jaro construyendo un nido, un huevo convirti¨¦ndose en pollo, o un ¨®vulo en beb¨¦) podemos concluir que ha hecho eso mismo en un gran n¨²mero de ocasiones. Todas esas destrezas se deben a la memoria; una memoria, parad¨®jicamente, inconsciente. Una memoria acumulada y hasta tal punto incorporada a la vida de la criatura que se vuelve autom¨¢tica. El gran principio que subyace a la variaci¨®n es (aqu¨ª Lamarck) la necesidad. ¡°Las diferencias espec¨ªficas y gen¨¦ricas se deben a la inteligencia y memoria de la criatura, antes que a lo que Mr. Darwin llama selecci¨®n natural¡±.

La conciencia de conocer algo se desvanece cuando el conocimiento deviene perfecto. Ejemplos evidentes: el pianista o el lector avezado. Cuando sabemos tocar el piano o leer bien, lo hacemos inconscientemente

La conciencia de conocer algo se desvanece cuando el conocimiento deviene perfecto. Ejemplos evidentes: el pianista o el lector avezado. Cuando sabemos tocar el piano o leer bien, lo hacemos inconscientemente, del mismo modo que somos inconscientes de la circulaci¨®n de la sangre o el crecimiento del pelo. En ese punto coinciden la memoria perfecta y el olvido total. Somos inconscientes de conocer, de ejercer voluntad o de recordar. ¡°Conocimiento consciente y volici¨®n corresponden a la atenci¨®n; la atenci¨®n corresponde a la novedad, la novedad a la duda, la duda a la incertidumbre, la incertidumbre a la ignorancia¡±. El conocimiento consciente implica novedad y duda. Por otro lado, el conocimiento inconsciente y la volici¨®n inconsciente se adquieren mediante la experiencia, la familiaridad o el h¨¢bito (de tanto tocar me olvido de c¨®mo lo hago).

Conocemos mejor lo que menos conscientes somos de conocer. Luego ¡°conocimiento¡± y ¡°conciencia¡± deber¨ªan ser cosas diferentes. La iron¨ªa de la vida es que m¨¢s conocemos y somos lo que menos pensamos conocer y ser. ¡°No hay nada tan arm¨®nico con la vida como la lisa y llana contradicci¨®n en los t¨¦rminos¡±. Cada v¨¢stago debe asemejarse a sus padres y, al mismo tiempo, diferir de ellos.

¡°La continuidad de la vida y la identidad entre todos los seres vivos y sus descendientes, sean plantas o animales, es mucho m¨¢s estrecha de lo que creemos. La experiencia acumulada durante siglos por los seres del pasado vive en cada uno de nosotros. Hablar de ¡°nuestra propia vida¡± es enga?oso. El beb¨¦ hace todo lo que hace (succiona, digiere, oxigena su sangre) sin saber c¨®mo lo hace. La inconsciencia de ese conocimiento es la prueba de su perfecci¨®n. Lo mismo puede decirse del coraz¨®n o el diafragma. Es la prueba, como en el virtuoso del piano, del gran n¨²mero de ocasiones en las que se ha ejercitado.

La conciencia y la voluntad tienden a desvanecerse en el h¨¢bito consumado. ¡°El nacimiento no es m¨¢s que el comienzo de la duda, el primer anhelo de escepticismo, el sue?o de un amanecer de inquietudes, el fin de la certeza y de las convicciones asentadas.¡± Hasta entonces, el feto sostiene las mismas opiniones que sus padres. La vida no es un arte para ¨¦l, sino una ciencia en la que es maestro consumado. El p¨¢lpito del coraz¨®n, el fuelle de la respiraci¨®n son certezas. Cuando dejen de serlo y se hagan conscientes, entonces enfermamos. Todas estas evidencias ¡°permiten suponer que entre las sucesivas generaciones hay una continuidad de identidad, vida y memoria, m¨¢s cercana de lo que generalmente imaginamos.¡±

El embri¨®n de un pollo tiene el mismo poder de razonamiento e inventiva que nuestras realizaciones m¨¢s inteligentes de la vida adulta. Pues sabemos que uno de los rasgos m¨¢s prominentes de la actividad intelectual es que despu¨¦s de un n¨²mero de repeticiones, deja de ser percibida. La acci¨®n del embri¨®n, que se abre camino desde una simple c¨¦lula hasta conformar un beb¨¦, desarrollando por s¨ª mismo los ojos, las manos, las orejas y los pies, tiene la misma naturaleza que el trabajo de un H?ndel con sus composiciones. ?Qu¨¦ vasto es todo este conocimiento de fondo! Todas las criaturas que muestran inteligencia han atravesado cada una las etapas embrionarias un infinito n¨²mero de veces, de otro modo no hubieran podido desplegar los intrincados procesos de su autodesarrollo.

La identidad personal

Esta secci¨®n fue sin duda le¨ªda por Borges cuando escribi¨® ¡°la nader¨ªa de la personalidad¡±, un divertido texto de tono muy budista. Consideramos nuestra personalidad como algo definido, como una totalidad llana y palpable, pero esa personalidad no es m¨¢s que un agregado nebuloso e indefinible de muchos componentes que pugnan entre s¨ª. La personalidad carece de existencia l¨®gica, viene de la aquiescencia del pasado y el futuro. Nuestro cuerpo es parte de nuestra personalidad, pero, ?cu¨¢les son los l¨ªmites de ¨¦ste? La comida y la bebida no forman parte de nuestra personalidad antes de que comamos o bebamos. De la ropa, el dinero o las creencias puede decirse lo mismo. Un cambio en la manera de vestir o en el patrimonio, altera nuestra personalidad. Es imposible dilucidar d¨®nde empieza y d¨®nde acaba la personalidad. El lenguaje nos enga?a a todos y nos hace ver personalidades por doquier. Si admitimos la identidad personal entre el ¨®vulo y el octogenario, no hay raz¨®n para no admitirla entre el ¨®vulo y los dos factores de los que est¨¢ compuesto (padre y madre). Si lo hacemos, podremos remontar este proceso hasta la c¨¦lula primordial. Habremos entonces de reconocer una ¨²nica gran personalidad de la vida.

Una persona puede devenir muchas personas (personalidades subordinadas) y muchas personas devenir una sola. Cada criatura tiene un n¨²mero infinito de centros de sensaci¨®n y voluntad, cada uno de los cuales es personal, tiene su memoria propia, su inteligencia y su sistema reproductivo. Cada uno de ellos se siente centro del universo. Lo que llamamos alma no es sino el consenso de m¨²ltiples personalidades. Las almas atribuladas son aquellas incapaces de llegar al consenso. Y hay m¨¢s a¨²n. Quiz¨¢ nosotros mismos no seamos m¨¢s que ¨¢tomos que formamos parte de un ser m¨¢s vasto. Y, como nuestras c¨¦lulas, somos incapaces de ver que existe ese ser.

La llamada ¡°identidad personal¡± no es tan personal como a primera vista parece. ¡°Una polilla deviene m¨²ltiple en sus huevos y cada individuo puede ser m¨²ltiple en el sentido de estar compuesto por un vasto n¨²mero de individualidades subordinadas que llevan vidas separadas dentro de ¨¦l, con sus esperanzas, miedos e intrigas, naciendo y muriendo dentro de nosotros, durante nuestro tiempo de vida unitario, muchas generaciones de ellas¡±. Es posible dar en direcci¨®n ascendente el mismo paso que se da en direcci¨®n descendente (del cuerpo humano a la c¨¦lula). El cuerpo humano ser¨ªa una c¨¦lula de un organismo superior, de una vasta criatura llamada Vida, tan poderosa y tan cargada de memoria como para existir sin autoconciencia alguna.

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