Lo que hay de religi¨®n en la literatura (y viceversa)
El cielo no s¨®lo arroja cosas, tambi¨¦n habla. Y lo hace de modos muy diversos que Peter Sloterdijk, cargado de ingenio y mordacidad, recoge en este volumen desde el antiguo Egipto a Karl Barth
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El cielo no s¨®lo arroja cosas, tambi¨¦n habla. Y lo hace de modos muy diversos que Peter Sloterdijk, cargado de ingenio y mordacidad, recoge en este volumen desde el antiguo Egipto a Karl Barth. La novedad es que no aborda el asunto desde una perspectiva teol¨®gica, hist¨®rica o pol¨ªtica, sino que explora los ¡°estilos divinos¡±, las afinidades entre el mundo de los dioses y la creaci¨®n literaria. Un g¨¦nero que llama ¡°teopoes¨ªa¡± y cuyo relato inicia con Mois¨¦s. Un l¨ªder testarudo que poco ten¨ªa de escritor o poeta inspirado (se le atribuyen los cinco libros del Pentateuco), y sobre el que ¡°ser¨ªa impertinente suponer que escuch¨® en el crepitar de las llamas la frase pronunciada por Elohim¡±. Mois¨¦s ser¨¢ recordado por ese encuentro y por la sumisa aceptaci¨®n de algo que procede de un afuera absoluto, aunque en el ¨¢mbito de la fe de las religiones reveladas, esa exterioridad sea solo aparente. Hace falta un esfuerzo por parte del receptor, una voluntad de creer que transforme el enigma en nuevas figuras de la fantas¨ªa.
El cielo es parad¨®jico: el visible es el nocturno. El azul del diurno no se ve, es un efecto de la dispersi¨®n de la luz sobre las mol¨¦culas de la atm¨®sfera. Esa luz es de todos los colores, pero la que m¨¢s se dispersa es la azul, por tener la longitud de onda m¨¢s corta, por ser la m¨¢s ¡°r¨¢pida¡±. La cuidadosa edici¨®n de Siruela, muestra en cubierta el papiro Greenfield (nombre poco egipcio). La diosa del cielo Nut se arquea sobre el dios de la tierra (tumbado) y el dios del aire (de rodillas). Los tres mundos v¨¦dicos, presentes aqu¨ª y ahora, en nosotros y nuestro rededor. Emerson dir¨¢, anacr¨®nicamente, que lo religioso es la capacidad de conectar con esos mundos. Un estremecimiento que tiene un efecto amplificador y contagioso. Como cuando en el teatro resuena una onda de emoci¨®n y hasta las butacas se cargan de energ¨ªa. Dios es la gr¨²a que se mueve oculta entre bastidores y hace descender prodigios y soluciones. El principio tecno-esc¨¦nico y el dramat¨²rgico-religioso convergen. Siglos despu¨¦s, los ingenieros buscan el m¨®vil perpetuo y hoy la vida eterna en las medusas.
Sloterdijk hace desfilar los personajes con el oficio del buen hilador de historias. El fara¨®n egipcio vuelve superflua la cuesti¨®n de si es dios o representa a dios (la distinci¨®n entre esencia y apariencia), no debe dejar pasar un minuto sin estar convencido de que es dios, de que dios mira a trav¨¦s de sus ojos, de que anima el m¨¢s m¨ªnimo de sus gestos. Una percepci¨®n que ilumina tanto a los objetos como a s¨ª mismo. Un modo de ser que Robert Musil llam¨® la ¡°utop¨ªa de la vida motivada¡± y Simone Weil ¡°la invenci¨®n de lo cotidiano¡± (la atenci¨®n). No es nuevo, lo encontramos en la Bhagavadg¨©t¨¡, la m¨ªstica suf¨ª y el zen. Tales de Mileto, para quien todo est¨¢ vivo, todo est¨¢ lleno de focos emocionales y fuerzas activas. Plat¨®n, descubridor del inconsciente, que practica la devoci¨®n al logos y destierra el rito y el teatro de la filosof¨ªa, cambiando el protocolo en el trato con los dioses. La dimensi¨®n es ahora mental, no¨¦tica y discursiva. Agust¨ªn de Hipona, cuya obsesi¨®n por el pecado no es nueva (est¨¢ en una tabla de arcilla de Mesopotamia), es el primer escritor de autoficci¨®n, cuyos materiales son los celos o la obstinaci¨®n. S¨®crates y su sagrada iron¨ªa. Buda, para quien el tiempo es un camino hacia la serenidad y el desprendimiento. Plotino y Proclo y su Dios Uno que, frente al Dios b¨ªblico, es contrario a la violencia y ordena las cosas en sistemas de equilibrio, rotaciones y simetr¨ªas. Bienquerer universal ajeno a la animadversi¨®n. Dante y su Dios trinitario, simple y claro resplandor de luz, ¡°punto y c¨ªrculo a la vez¡±. Nicol¨¢s de Cusa, que dir¨¢ que el punto roza el vac¨ªo y el c¨ªrculo la totalidad. La teolog¨ªa negativa del Areopagita, que muestra a Dios ¡°rodeado de un coro de negaciones¡±, que lo erigen en el no-objeto por antonomasia. Pascal y su ¡°ser abierto hacia arriba¡±, reflejo del ¨¢rbol invertido de la c¨¢bala y las upani?ad. Chateaubriand, que dec¨ªa que el purgatorio es m¨¢s po¨¦tico que el cielo y el infierno, pues introduce en el m¨¢s all¨¢ la luz del futuro. El r¨²stico y beligerante Karl Barth, para quien la religi¨®n es falta de fe, autoprotecci¨®n y autoendiosamiento. Y Nietzsche, que ve la silueta de Dios en la sintaxis indoeuropea y que afirma que no nos libraremos de ella mientras sigamos creyendo en la gram¨¢tica.
El cielo es parad¨®jico: el visible es el nocturno. El azul del diurno no se ve, es un efecto de la dispersi¨®n de la luz sobre las mol¨¦culas de la atm¨®sfera
Con los viajes y los imperios se constat¨® que el mundo estaba lleno de cultos extra?os. En el siglo XVI, el concepto de religi¨®n se vuelve ir¨®nico. Los dioses se someten a la l¨®gica de la sustituci¨®n. El trato con ellos es menos perentorio que la aplastante convivencia con un Dios ¨²nico, vigilante y poderoso. El poder est¨¢ ahora m¨¢s repartido. No habiendo un solo amo, la libertad multiplica sus itinerarios. Muchos dioses, muchos modelos y formas de vida. De la comparaci¨®n de los cultos surge la diplomacia y los foros de acuerdo intercultural.
Pese a esos esfuerzos, la religi¨®n ser¨¢ siempre un producto de la fantas¨ªa y el orgullo local. Los dioses son locales y las festividades, sentimentales. Una cultura es una estructura de rasgos intraducibles. Y, curiosamente, una cultura s¨®lo puede entenderse desde fuera, sin participar de las automistificaciones en que se apoya (Levi-Strauss). He ah¨ª la paradoja. Hace falta algo de distancia y, cuando se logra, el absurdo amenaza los propios anclajes ontol¨®gicos. En la antropolog¨ªa de las religiones conviene tener un pie dentro y otro fuera. El primero por la simpat¨ªa, sin la cual no es posible comprender nada. El segundo por la ¡°objetividad¡± de una pretendida aproximaci¨®n sin sujeto, cient¨ªfica.
Sloterdijk no alude a modos de vida que irritan a los dioses, a pr¨¢cticas que los provocan y desaf¨ªan. Toda ret¨®rica universalista esconde un proyecto de dominaci¨®n. Hoy d¨ªa somos continuamente observados por sistemas de vigilancia que elaboran transcripciones detalladas de nuestro comportamiento y nos ofrecen entretenimiento-informaci¨®n continua (Soma), para el empobrecimiento patol¨®gico de la psique. Ese es el tema de nuestro tiempo. Las peores man¨ªas del monote¨ªsmo regresan con la nueva religi¨®n del algoritmo. Un Dios insensible y ciego a esa paradoja que, como el cielo, somos. El culto global a la inteligencia mec¨¢nica producir¨¢ un nuevo ?xodo. Pero no seamos derrotistas. Ning¨²n h¨¦roe cree en el azar, tampoco en el automatismo, hace falta la complicidad de los dioses. Y los h¨¦roes est¨¢ ah¨ª para que canten los poetas. En ambos casos hace falta una gravedad inversa, inesperada.
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La religi¨®n como teopoes¨ªa
Peter Sloterdijk"
Hacer hablar al cielo
Traducci¨®n de Isidoro Reguera
Siruela, 2022
336 p¨¢ginas, 26,95 euros
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