¡®De la boca del caballo sale la verdad¡¯ o c¨®mo ganarse la vida en el Marruecos actual
¡®Babelia¡¯ adelanta las primeras p¨¢ginas de la novela de deb¨² de Meryem Alaoui, un tapiz colorista de personajes variopintos que representa la vida cotidiana en el pa¨ªs norteafricano
2010
JUNIO
Casablanca, viernes 11
Cuando acabo la faena, no me entretengo. Me bajo la chilaba, aliso alguna arruga y espero. A que el t¨ªo de turno se cierre la bragueta o se eche un cigarrito. Y a que se largue para que yo regrese a mi esquina en la calle y trinque a otro. Fue lo primero que dije a Halima cuando lleg¨® hace una semana. Justo esa frase.
El d¨ªa que la trajo Hussein, me pidi¨® que le ense?ase dos o tres cosas del oficio, aclar¨¢ndome que acababa de salir de la c¨¢rcel. Es lo ¨²nico que dijo sobre ella.
Tambi¨¦n es verdad que ¨¦l no estaba de muy buen humor ese d¨ªa. As¨ª que no intent¨¦ saber nada m¨¢s. Porque es de temperamento nervioso. Como lo son sus m¨²sculos, finos, pero visibles. Parece que se los hubiera dibujado con un boli. La ¨²ltima vez que el musculitos se puso en acci¨®n fue hace dos d¨ªas. No recuerdo a santo de qu¨¦, debi¨® de ser contra alguien que no le ca¨ªa bien y que falt¨® al respeto a alguna de las chicas.
Es lo que m¨¢s se le atraganta. Vete a saber por qu¨¦. Cuando eso ocurre, no puedes hacer nada para calmarlo. El bigote le tiembla, estira las piernas, se endereza, como si no fuera alto de por s¨ª, se le oscurece la piel, y eso que es morenito de nacimiento, y solo se le ven cicatrices desparramadas por el cuerpo como los socavones en las aceras de Casablanca. O m¨¢s bien como las rayas en la piel de un tigre. Impresiona. Por eso trabajamos para ¨¦l. Y nos sentimos seguras.
En estos momentos, estamos sentadas Halima y yo en mi cuarto, en penumbra, y, a decir verdad, le dosifico la informaci¨®n. Con los a?itos que me ha costado aprender lo que s¨¦, no voy a solt¨¢rselo sin m¨¢s a esta majadera reci¨¦n llegada. Y el otro, el Hussein ¡ªcabreado o sin cabrear¡ª no va a venir a ordenarme lo que debo hacer en mis ratos libres.
Cuando Halima lleg¨®, no necesit¨¦ acompa?arla a que recorriera la casa. En un pisp¨¢s estaba la visita terminada. Mi cuarto es rectangular. Tengo dos modestos divanes en ¨¢ngulo en una esquina frente a la puerta. Funcionan como sal¨®n durante el d¨ªa y como dormitorio por la noche. Uno es para mi hija y otro para m¨ª.
Tambi¨¦n tengo un ataifor de madera sobre el que comemos. Y un armario en el que guardo la ropa. Halima mete la suya en una bolsa azul mugrienta y duerme sobre una estera de goma espuma que se trajo. Al levantarse por la ma?ana, la enrolla y la encaja entre el armario y el div¨¢n de la derecha. Sobre este, una ventana da a la calle. All¨ª paso bastante tiempo. Pues si no estoy viendo la tele, observo a la gente ir y venir mientras como pipas.
Entrando a la izquierda, est¨¢ la cocina. No te vayas a imaginar que es grande. Es un cuartito que hace las veces de cocina, con una nevera peque?a, un hornillo de butano, una olla, unos barre?os de pl¨¢stico y lo que m¨¢s me gusta de esta casa, despu¨¦s del televisor: una tetera beis con una flor rosa en la tapa y unos vasitos de cristal transparentes, grabados con florecitas tambi¨¦n, y todo ello sobre una bandeja redonda, que coloco encima de una repisa de madera, en lo alto para que no se caiga. Frente a esta, una abertura cuadrada da al corredor donde est¨¢n los cuartos que alquilan las dem¨¢s chicas y el aseo com¨²n, con un v¨¢ter y un grifo para las abluciones. Esa es mi casa.
Y como no tengo ni ba?era ni ducha, una vez por semana, los lunes, voy al hamam. Antes, lavo la ropa y la tiendo en la azotea, en los alambres que compartimos los habitantes del edificio. Le he dejado claro a Halima que no podemos tocar los de la derecha. Son de la vecina del segundo, que no es una chica como nosotras. Ella se hace respetar, cr¨¦eme.
El otro d¨ªa quisimos cambiar de sitio la basura del edificio, que dejamos en la entrada, porque nos dimos cuenta de que algunos de los hombres que nos acompa?an, al ver las bolsas de pl¨¢stico negras debajo de las escaleras, tuercen la cara. La verdad es que muy limpio no hace. Adem¨¢s, si est¨¢n mal cerradas, acuden los gatos callejeros, las destripan y esparcen la porquer¨ªa por todos lados. Por las escaleras, por el suelo, incluso por las paredes.
Como est¨¢bamos hartas, encargamos a Rabea, que vive en el primero, que llamara a cada puerta para decir a los vecinos que, a partir de ese d¨ªa, tiraran la basura en el contenedor verde situado en la acera enfrente del portal. No en la entrada. La vecina del segundo estuvo a un tris de arrancarle los ojos cuando se lo dijo. Rabea, a pesar de que tambi¨¦n tiene su genio, se asust¨®.
Sinceramente, me pongo en su lugar. Hay que ver c¨®mo es la vecina para entender lo que digo. M¨¢s larga que un d¨ªa sin pan, y como un armario. Una melena negra recogida que cubre con un pa?uelo amarrado atr¨¢s. Unas tetas enormes que se prolongan en la barriga o al rev¨¦s. Al hablar, se le levanta una ceja y pone los brazos en jarras. Y 17 vi¨¦ndola te preguntas c¨®mo no te has largado todav¨ªa de all¨ª.
Resumiendo, Rabea fue a contarle con delicadeza lo de la basura.
¡ªSalam.
¡ªSalam ¡ªle contest¨® la otra, silbando la s como una serpiente y con la ceja disparada, lista para el combate.
¡ªMira, hermana, tenemos problemas con la basura y hemos decidido pedir a los vecinos que la dejen en el contenedor verde de la acera frente al portal. ?Podr¨ªas hacer el favor de tirarla ah¨ª, t¨² tambi¨¦n?
¡ª?Mi basura? ¡ªy sigui¨® sin pausa alguna¡ª ?Qu¨¦ quieres decir con eso de mi basura? ?No has encontrado a nadie m¨¢s que a m¨ª para pedirle que tire su basura en la calle?
¡ª¡
¡ª?Y tienes la cara dura de presentarte en mi casa a decirme eso?
¡ª¡
¡ª?M¨¢s te valdr¨ªa ocuparte de vuestras guarrer¨ªas en lugar de venir a verme a m¨ª! Empez¨® a gritar, se llev¨® la mano derecha a la cadera mientras adelantaba la frente hacia la de Rabea, como el cordero en la Pascua Grande cuando lo intentan agarrar para sacrificarlo. Al referirse a ella misma, se golpeaba el pecho con el ¨ªndice izquierdo. 18 Y al referirse a nosotras, lo apuntaba justo delante de los ojos de Rabea. Ante ese panorama, Rabea, por extra?o que parezca, pues no pierde ocasi¨®n de hacerse o¨ªr, no insisti¨®. Se limit¨® a murmurar:
¡ªVale, vale, no hace falta que te pongas as¨ª. Rabea se dio media vuelta, y la vecina segu¨ªa lanzando gritos: ??Esto va de mal en peor¡!?. Desde las escaleras donde yo estaba, la ve¨ªa apu?alando con la mirada la espalda de Rabea mientras se rehac¨ªa el mo?o y sujetaba una horquilla en la boca, agachando ligeramente la cabeza hacia delante, para agarrarse mejor el pelo. Con ojos de malvada y silbando entre dientes, segu¨ªa gritando: ??Y se atreve a venir a mi casa a decirme esto¡!?.
Rabea nos cont¨® despu¨¦s que no quiso partirle la cara. Entendimos que no quisiera y no insistimos. Porque Rabea tiene instinto. Es lo que la ha salvado muchas veces. En realidad, todas lo tenemos. Por eso estamos aqu¨ª, en pleno centro de Casablanca, con Hussein y no en chirona o rondando de mala manera por las calles.
Desde ese d¨ªa, no le pedimos nada a la gorda. As¨ª llamamos a la vecina: la gorda u Oqraicha. Depende. Y somos nosotras las que tiramos sus bolsas de basura que sigue dejando en el portal. Se lo cont¨¦ a Halima, y me cuid¨¦ muy mucho de decirle que algunas noches, si hemos empinado bien el codo, subimos a la azotea, tiramos las s¨¢banas de Oqraicha al suelo y las regamos con eso que te imaginas, ri¨¦ndonos como locas.
Entonces me pongo a lanzar alb¨®rbolas. En eso soy ¨²nica. Es mi especialidad. Cuando suelto la lengua, los gritos de alegr¨ªa me salen como un tren que lleva prisa.
Es imposible que con el esc¨¢ndalo que armamos la gorda no se entere. Y ese es uno de nuestros motivos de alegr¨ªa. Jam¨¢s sube a la azotea al o¨ªrnos y jam¨¢s nos dice nada.
¡ªAs¨ª que, mientras est¨¦s en mi casa, no te acerques a la gorda. ?Lo has entendido, Halima?
Contesta que s¨ª, con ese rostro inexpresivo y esa mirada de perro apaleado.
Me acerco el cenicero, enciendo un cigarrillo, le doy una calada r¨¢pida y sigo cont¨¢ndole mi jornada laboral, insistiendo en lo importante: la cantidad. ?Porque anda que no hay que sumar polvos para vivir! Al menos seis por d¨ªa. Siete u ocho ser¨ªa mejor, pero con seis te haces el av¨ªo.
Cuando acabo con un cliente, bajo a mi sitio en la calle corriendo. Bueno, m¨¢s bien camino, aunque 20 se podr¨ªa pensar que voy corriendo. Me lo dijo el in¨²til ese de Hamid, el guarda del garaje Majestic de la esquina. Es un manojo de huesos que se pasa el d¨ªa papando moscas. Trabaja all¨ª por lo menos hace diez a?os, cuando lo suspendieron en el ¨²ltimo curso de secundaria. Y desde entonces, se dedica a mirar las musara?as. Por la noche, siempre est¨¢ acompa?ado de dos o tres t¨ªos sin trabajo a los que les cuenta lo que ha visto durante su jornada.
Nunca me he acostado con ninguno de ellos. En el barrio solo lo hago con los que est¨¢n de paso, no con los que viven y trabajan aqu¨ª. Es una forma de que te respeten.
En fin, esa es la versi¨®n oficial, pues si estoy necesitada lo hago a escondidas y no se lo digo a nadie. Pero nunca he estado con Hamid. A veces me dejo caer por el garaje y charlo con ¨¦l para que me ponga al d¨ªa de las novedades del barrio.
Como el garaje est¨¢ al lado de nuestro edificio, paso a menudo por delante. Y es verdad que camino deprisa, salvo si busco clientes, porque hay que resultar atractiva. Faltar¨ªa m¨¢s. Si me doy cuenta, echo el freno y hago lo siguiente: un suave contoneo de caderas y mirada a derecha e izquierda; luego me apoyo en la pierna izquierda y despu¨¦s en la derecha, como el andar de un camello. Visto por detr¨¢s, el movimiento parece un tanto lento pero agitado: las nalgas suben y bajan a trompicones. Resulta apetitoso, como las natillas Danette de caramelo que le compro a mi hija.
En la calle tengo un trocito de acera para m¨ª, sobre la escalinata cerca del sem¨¢foro. Est¨¢ en el cruce de las dos avenidas que hacen esquina con el mercado. Es el mejor sitio. No soy la ¨²nica que lo ocupa, claro, pero es el mejor.
A las que tenemos experiencia, Hussein nos coloca all¨ª. Primero, porque llevas a tus espaldas a?os de faenar y mereces sufrir menos; y luego, m¨¢s que nada, por saber detectar a los polis. Aunque en general no tenemos problemas con ellos. Hussein se los conoce. Y nosotras, tambi¨¦n¡
¡®De la boca del caballo sale la verdad¡¯. Meryem Alaoui. Cabaret Voltaire, 2022. 320 p¨¢ginas, 20,95 euros.
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