¡®Vicente Enrique y Taranc¨®n¡¯, biograf¨ªa del cardenal que impuls¨® la Transici¨®n en la Iglesia espa?ola

Uno de los problemas constitutivos de la Espa?a moderna fue la cuesti¨®n agraria. En La tierra es vuestra, publicado hace nada, Ricardo Robledo afirma que dicha cuesti¨®n la liquid¨® la represi¨®n franquista y la emigraci¨®n en masa del campo a la ciudad entre 1950 y 1970. Otro problema fundamental, que se arrastraba desde el XIX, era la politizac...

Uno de los problemas constitutivos de la Espa?a moderna fue la cuesti¨®n agraria. En La tierra es vuestra, publicado hace nada, Ricardo Robledo afirma que dicha cuesti¨®n la liquid¨® la represi¨®n franquista y la emigraci¨®n en masa del campo a la ciudad entre 1950 y 1970. Otro problema fundamental, que se arrastraba desde el XIX, era la politizaci¨®n del ej¨¦rcito, cuyo proceso de democratizaci¨®n tuvo que esperar a una fase avanzada de la Transici¨®n y explic¨® uno de sus impulsores: Narc¨ªs Serra en La transici¨®n militar. La cuesti¨®n territorial interna ha cruzado, y all¨ª sigue, el desarrollo del Estado contempor¨¢neo desde que nuestro pa¨ªs dej¨® de ser una naci¨®n imperial. Y, al fin, otro de los problemas que parecieron estructurales, pero s¨ª se lograron resolver, fue el religioso. Los factores que explican su resoluci¨®n son m¨²ltiples, ex¨®genos y end¨®genos, pero la mejor figura para explicar ese proceso es el cardenal Taranc¨®n, el hombre de Pablo VI en Espa?a. La biograf¨ªa que le ha dedicado el profesor Joseba Louzao ilumina una dimensi¨®n clave y olvidada de nuestro pasado reciente. Aunque el libro es breve, no simplifica.

La primera parte de la vida de Taranc¨®n se enmarca en una transici¨®n de larga duraci¨®n: en una fase avanzada de la recomposici¨®n del lugar de la Iglesia en el mundo que empez¨® en el siglo XIX y no culminar¨ªa hasta el Concilio Vaticano II. Dicha transformaci¨®n, esbozada por Louzao en su Breve historia de la Iglesia cat¨®lica en Espa?a, acab¨® por configurar otro sujeto religioso moderno. Taranc¨®n ser¨ªa buen ejemplo de ello. Nombrado sacerdote a los 22 a?os, en 1929, el joven cura se vincul¨® a este cambio a trav¨¦s de Acci¨®n Cat¨®lica. El prop¨®sito de esa organizaci¨®n, que tendr¨ªa enorme influencia social, era el acompa?amiento del despliegue vital de los laicos tutelados por un sacerdote. Pero vino la guerra y ¨¦l no qued¨® al margen. En una Galicia r¨¢pidamente franquista, escribi¨® sobre la complementariedad entre Acci¨®n Cat¨®lica y Falange, y en 1938, al regresar a Vinaroz, recibi¨® el encargo de organizar la Iglesia seg¨²n los c¨®digos victoriosos de la Cruzada. Aunque no fuera una di¨®cesis de post¨ªn (era la Solsona rural), es un obispo joven y sus pastorales empiezan a ser considerablemente le¨ªdas en un Estado nacionalcat¨®lico. En un viaje a Roma, empieza a caer del caballo: empieza a intuir que el principal problema del catolicismo en Espa?a es la dictadura que se define como cat¨®lica.

Como obispo ya de Toledo o Madrid explicitar¨¢ que la uni¨®n entre Iglesia y Estado era ¡°excesiva, peligrosa, confusa¡±

La segunda parte de la biograf¨ªa de Taranc¨®n empieza con el Concilio. Es el parteaguas del personaje, insiste Louzao. Lo que interioriza entonces el obispo, que ya estaba en Asturias, era que la Iglesia espa?ola no estaba en condiciones de asimilar el Concilio. Lograrlo, en un momento donde se multiplican las tensiones generacionales en el clero, entre viejos cruzados y j¨®venes cada vez m¨¢s radicalizados, ser¨¢ el cometido que, de alguna manera, le encargar¨¢ el Pablo VI al que detestaba el franquismo. Y condici¨®n necesaria para intentarlo era desenganchar a la Iglesia del r¨¦gimen. As¨ª empez¨® a disolverse el problema religioso a finales de los sesenta. Como obispo ya de Toledo o Madrid lo explicitar¨¢. La uni¨®n entre Iglesia y Estado era ¡°excesiva, peligrosa, confusa¡±. Es verdad que la carcunda lo identific¨® como una amenaza ¡ª¡±Taranc¨®n al pared¨®n¡±¡ª y que ni el presidente del Gobierno ni la familia Franco quisieron darle la mano en la homil¨ªa que le toc¨® hacer en El Pardo tras la muerte de Franco. Pero ¨¦l logr¨® desenganchar la Iglesia del partidismo, incluso el cat¨®lico, y Juan Pablo II no se lo perdon¨®.

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