Simple es el verano en las monta?as
Conforme nos acercamos a los polos, los d¨ªas estivales son m¨¢s largos y, a la inversa, m¨¢s cortos durante el invierno. Este contraste explicar¨ªa quiz¨¢ el culto al verano que hallamos en el norte de Europa
¡°Los abrasadores rayos del sol, similares a las lenguas de un fuego ritual llameante, est¨¢n marchitando los cuerpos, as¨ª como las almas, de los pavos reales, forz¨¢ndolos a hundir sus cabezas en sus ruedas de plumas para hallar algo de frescor¡±. ¡°Simple es el verano en las monta?as; el prado florece, la vieja granja sonr¨ªe y el tenue murmullo del arroyo habla de la felicidad encontrada¡±. La primera estrofa pertenece a un poema en s¨¢nscrito dedicado al verano que suele atribuirse a K¨¡lid¨¡sa, poeta hind¨² del siglo VI; la segunda es de Edith S?dergran, poeta finosueca de principios del siglo XX. Sirva el contraste entre ambos fragmentos para abrir esta breve reflexi¨®n sobre el verano y su significado diferente en distintos lugares del mundo.
En la mayor¨ªa de las culturas, las estaciones se conceptualizaron originalmente de acuerdo al ciclo agr¨ªcola; desde la siembra hasta la cosecha, seguido del reposo de la tierra. As¨ª, en la tradici¨®n grecorromana, las estaciones se explicaban a partir de la leyenda de Pers¨¦fone, hija de Dem¨¦ter, diosa de la agricultura. En un momento dado, Pers¨¦fone es secuestrada por Hades, dios del inframundo. Dem¨¦ter, enfurecida, apela a la ayuda de los dem¨¢s dioses del Olimpo y logra negociar con Hades que su hija se re¨²na con ella sobre la superficie de la tierra, al menos, la mitad del a?o, esto es, durante la primavera y el verano. El regreso de Pers¨¦fone coincide, pues, con el per¨ªodo de germinaci¨®n y maduraci¨®n de las cosechas.
Sin embargo, el clima de nuestro planeta y sus ciclos no son homog¨¦neos, lo que se traduce, por ejemplo, en un n¨²mero variable de estaciones del a?o seg¨²n en qu¨¦ regi¨®n nos encontremos y, a su vez, en los significados culturales que se asocian a cada una de ellas. Si en Europa, hablamos de las cuatro estaciones, en la India se cuentan seis. Cuando en Europa comienza el verano, all¨ª termina el calor seco y sofocante del Grishma Ritu y se inicia la estaci¨®n del monz¨®n. Algo similar sucede en M¨¦xico, donde el mes de mayo es el m¨¢s caluroso del a?o. Aunque formalmente, por influencia europea, se considere parte de la primavera, en el calendario azteca correspond¨ªa al quinto mes del a?o, el T¨®xcatl o ¡°cosa seca¡±, el per¨ªodo de sequ¨ªa que anteced¨ªa a las anheladas lluvias. Hallamos un desfase parecido entre el clima aut¨®ctono y el calendario europeo con relaci¨®n a la celebraci¨®n de la Navidad durante el verano austral en el hemisferio sur: un imaginario muy alejado del fr¨ªo, la nieve y los trineos de Santa Claus con el que la asociamos actualmente en el hemisferio norte, donde coincide con el invierno boreal.
Si siguen subiendo las temperaturas globalmente, es posible que abandonemos las playas y busquemos todos refugio del calor en latitudes m¨¢s septentrionales
Conforme nos acercamos a los polos, los d¨ªas estivales son m¨¢s largos y, a la inversa, m¨¢s cortos durante el invierno. En torno al solsticio de verano, por encima de los c¨ªrculos polares, el sol no llega a ponerse nunca. Este fen¨®meno hace que el contraste entre las dos mitades del a?o ¡ªel invierno y el verano¡ª sea quiz¨¢ todav¨ªa m¨¢s marcado para las culturas que habitan regiones cercanas al ?rtico y la Ant¨¢rtida. El verano en estas latitudes es, por lo tanto, no s¨®lo el per¨ªodo de germinaci¨®n y maduraci¨®n de las cosechas, sino el de la luz solar. Un per¨ªodo de eclosi¨®n en el que, desde los tiempos de sus primeros pobladores hasta hoy, sus habitantes tratan de aprovechar y vivir intensamente despu¨¦s de emerger de la prolongada hibernaci¨®n que imponen el fr¨ªo y la oscuridad del invierno.
Este contraste explicar¨ªa quiz¨¢ el culto al verano que hallamos en el norte de Europa y que se manifiesta tambi¨¦n en la literatura y el cine. Pienso, sin ir m¨¢s lejos, en Sonrisas de una noche de verano (1956) de Ingmar Bergman. La cinta condensa particularmente bien la m¨ªstica del verano boreal; una intensa combinaci¨®n de despreocupaci¨®n, intoxicaci¨®n, sensualidad y ¡°felicidad encontrada¡±, que dec¨ªa S?dergran. Al mismo tiempo, llama la atenci¨®n el modo en que la anticipaci¨®n y las expectativas en torno al verano en esas latitudes no siempre se corresponden con la realidad de su clima y temperaturas veraniegas. Sucede, por ejemplo, con los picnics que la gente planea con entusiasmo en el Reino Unido y que, frecuentemente, terminan pasados por agua. O con la ropa muy ligera que los escandinavos adquieren cada temporada estival y que, a menudo, apenas pueden usar o deben ocultar bajo capas de jers¨¦is y chaquetas.
No debe sorprender, pues, que, hoy en d¨ªa que las comunicaciones lo permiten, muchos europeos del norte acaben buscando su verano azul en Nerja o Almu?¨¦car. Hasta cierto punto, ese culto al verano y al sol de los pueblos del Norte ha terminado por contagiarse a los del Sur. No hace tanto que estos m¨¢s bien tend¨ªan a refugiarse de la luz y el calor en los interiores de sus casas y ve¨ªan la playa como el lugar al que ir a comprar la captura del d¨ªa, temprano por la ma?ana, a los pescadores que reci¨¦n regresaban con sus barcos. Pero es posible que, en las pr¨®ximas d¨¦cadas, si siguen subiendo las temperaturas globalmente, el concepto del verano vuelva a cambiar en nuestro entorno, abandonemos las playas y busquemos todos refugio del calor en latitudes m¨¢s septentrionales.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente.
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