Henri Michaux: el lejano espacio interior
El poeta, pintor y explorador de tribus imaginarias fue tambi¨¦n un psiconauta que describi¨® en detalle sus experiencias con la pretensi¨®n de revelar la enormidad de lo normal
Henri Michaux, poeta, pintor y explorador de tribus imaginarias, fue tambi¨¦n un psiconauta. Nos ocupamos aqu¨ª de esta ¨²ltima faceta, quiz¨¢ la menos conocida. Su ventaja respecto a otros exploradores de la psique es que tiene el don de la expresi¨®n (fue un magn¨ªfico escritor) y se tom¨® la molestia de describir en detalle sus experiencias. Con la mente no se puede nadar y guardar la ropa. No es algo que pueda verse desde fuera (protegido en un laboratorio) mediante el esc¨¢ner o el microscopio. Su conocimiento exige audacia, comprometer el propio cuerpo. Michaux lo hizo. Fascinado y obtuso, buce¨® en los estados alterados de la mente. A veces mediante sobredosis, en una ocasi¨®n ingiere por error una c¨¢psula de 600 miligramos de mescalina. Como los antiguos exploradores, arriesg¨® el pellejo y el coraz¨®n en sus indagaciones. No hay otro modo. Cuando hablamos seriamente de la mente resulta risible la imagen coloreada del cerebro de una resonancia magn¨¦tica funcional.
Michaux se interesa por la psiquiatr¨ªa, recorre los pasillos de hospitales de provincias y se refiere a este asunto en varias ocasiones. Los propios psiquiatras, antes que sus pacientes, los ratones o las ara?as, son los que deber¨ªan experimentar con estas sustancias. Ha navegado y conoce las tempestades de la mente. Como William James, se interesa por el esp¨ªritu en su condici¨®n lamentable, en aquellos que han tenido graves dificultades con ¨¦l, enfermos, tarados o esquizofr¨¦nicos. ¡°M¨¢s que el demasiado excelente ¡°saber pensar¡± de los metaf¨ªsicos, lo que verdaderamente est¨¢ llamado a descubrir-nos son las demencias, los retrasos, los delirios, los ¨¦xtasis y agon¨ªas, el ya no saber pensar.¡± De esos infiernos, de esos ¨¢ngulos oscuros, se ocupa con admirable valent¨ªa. Considera que la mescalina deber¨ªa impartirse en la universidad. Cualquier otro procedimiento no es serio. La mente es un asunto esencialmente pr¨¢ctico. Qu¨¦ hacer con ella es la cuesti¨®n. Compartimentarla en ¨¢reas, como si fuera un espacio f¨ªsico, es no entender su naturaleza.
Todos los viajes son viajes al interior. Michaux viaja solo y sin gu¨ªas, tanto en las selvas como en los laberintos de la psique. Recorre Asia o el Amazonas, ingiere sustancias que provocan im¨¢genes desconcertantes y signos audibles. Conoce de primera mano el fracaso del proyecto moderno. Busca una verdad perdida. Su lucha es una lucha sin cuerpo, una lucha que hay que librar so?ando. ¡°Una vida entera no es suficiente para desaprender lo que, ingenuo, sumiso, te has dejado meter en la cabeza¡±. Es un empirista radical. En los a?os cincuenta inicia su investigaci¨®n psicod¨¦lica. La generaci¨®n beat se encuentra en su apogeo, pero Michaux (como Huxley) no es beat. No busca para¨ªsos o deleites. Tampoco es un yonqui. ¡°Algunos juzgar¨¢n mi obra como la de un drogado. Lo lamento. Pertenezco m¨¢s bien al tipo bebedor de agua. Nunca alcohol. Nada de excitantes. Desde hace a?os, nada de caf¨¦, tabaco o t¨¦. De vez en cuando un poco de vino¡±.
¡°El ser humano es un vasto organismo en el que siempre hay una zona que vigila, que amasa, que ha aprendido, que ahora sabe, que sabe de modo diferente¡±. No podemos imaginar cu¨¢nto sabe un cuerpo, las decisiones que toma, las defensas que activa, las entregas. Pues los cuerpos, como las almas, hay veces que se entregan. La materia est¨¢ pre?ada de inmaterialidad. Por eso est¨¢ viva, por eso respira. El anhelo, el deseo, la aspiraci¨®n, son las formas inmateriales de la materia. El proyecto moderno, con su materia mec¨¢nica, inerte y sin aspiraciones, es un fracaso. La ciencia actual no acaba de liberarse de la camisa de fuerza que le impuso Newton. Una camisa que aboton¨® el viejo Kant. Los poetas lo saben desde siempre, pero miran hacia otro lado. Michaux es una excepci¨®n. Dedica gran parte de su vida a la observaci¨®n de esas inmaterialidades, de esas intenciones secretas de la materia. Su microscopio: la mescalina, el LSD y el c¨¢?amo indio.
Lo maravilloso normal
Con la experiencia psicod¨¦lica, Michaux pretende desvelar lo ¡°normal¡±, la enormidad de lo normal, sus maravillosos mecanismos: evocar, calcular, barajar cifras y s¨ªmbolos. Lo anormal se lo ha dado a conocer. Eso anormal es la experiencia del hach¨ªs, el ¨¢cido lis¨¦rgico o la mescalina. Entonces el esp¨ªritu ve sus pensamientos como part¨ªculas, que aparecen y desaparecen a prodigiosa velocidad. Ah¨ª es cuando capta su ¡°captar¡±. Ese desdoblamiento produce una revelaci¨®n singular. La sustancia psicoactiva desenmascara al traidor, ¡°desvela las operaciones mentales, a?adiendo conciencia all¨¢ d¨®nde no exist¨ªa y, paralelamente, quit¨¢ndola de all¨ª donde siempre hab¨ªa estado¡±. Un desencaje, un movimiento del punto de anclaje del estado normal. ¡°Como aquel que, tras una estancia en el extranjero, ya no vuelve a poseer su inocencia nacional¡±.
Bajo los efectos de la mescalina, el simple hecho de hablar, resulta una profanaci¨®n. El lenguaje parece una gran m¨¢quina pretenciosa, torpe, que todo lo echa a perder. Siente la tentaci¨®n del mutismo. Le parece una idiotez aferrarse a las palabras. Cuando bajan los efectos de la sustancia, cambia la velocidad mental, y las palabras pasan a ser convenientes. Hacen su labor. Siempre y cuando la velocidad mental sea la del peat¨®n. Entonces las palabras sirven para recoger, adquirir, leer, calcular, examinar, retener, estudiar. ¡°Vuelve lo pragm¨¢tico, lo ¨²til, lo adaptado, vuelve el ego, sus jalones, su autoridad, su anexionismo, su gusto por las propiedades, por las acaparaciones, su placer por imponerse. ?Y eso parece natural!¡± El pensamiento, sometido al lenguaje, se hace comunicable y ¨²til. Y resulta peligrosa su socializaci¨®n. Un peligro que surge del exceso de dominio. ¡°Esa es la idiotez particular de los grandes cerebros estudiosos, que no conocen otro pensar que el pensar dirigido (voluntario, objetivo, calculador), mientras omiten dejar la inteligencia en libertad y mantenerse en contacto con el inconsciente, con lo desconocido, con el misterio¡±. Macedonio Fern¨¢ndez estar¨ªa de acuerdo: la erudici¨®n es una forma aparatosa de no pensar.
Interior espacio estelar (c¨¢?amo indio)
Quien prueba el hach¨ªs despu¨¦s de la mescalina advierte que cambia una locomotora por un poni. El hach¨ªs no se entrega pronto, es m¨¢s reservado. Sin embargo, un poni puede dar muchas sorpresas. El c¨¢?amo omite, borra, pasa por alto (lo accesorio). Es un gran supresor. Forja con gusto seres h¨ªbridos: Ganesha, Anubis, Lolita. Contrariamente a la fr¨ªa mescalina, se interesa por las mujeres, por las pieles desiguales, arrugadas, duras. El hach¨ªs permite que se le formulen preguntas, resuelve problemas. Con ¨¦l puede salir al exterior. Le gusta la calle, los transe¨²ntes, el tranv¨ªa. Michaux menciona experimentos en los que se inocula hach¨ªs a las ara?as. Sus telas resultan entonces incompletas. Y termina con una pregunta ret¨®rica, cuya conveniencia suscribimos: ?No ser¨ªa mejor que, antes que las ara?as, fueran los psiquiatras los que se sometieran a estas experiencias?
Las ideas gravitan como planetas. La luz y el sonido son los vestidos de lo finito. El espacio, de lo infinito. La primera indagaci¨®n penetrante en la metaf¨ªsica del espacio la encontramos en las upani?ad. Michaux ha experimentado de joven con el ¨¦ter (siete y ocho veces), pero el viaje sideral ocurrir¨¢ m¨¢s tarde, en plena madurez intelectual. ¡°Me hund¨ª vertiginosamente en lo alto¡±. Describe la experiencia en Las grandes pruebas del esp¨ªritu (1966). Ha subido a gran altitud para contemplar, bajo los efectos del c¨¢?amo indio, un horizonte monta?oso. Ingiere la sustancia y no experimenta nada especial. Las monta?as mantienen su apariencia habitual. ¡°Quiz¨¢ mi salud es demasiado fuerte¡±. Consternado por el fracaso, se instala en la terraza de su habitaci¨®n, sin saber qu¨¦ hacer. Alza la cabeza. El cielo negro y estrellado lo rodea. ¡°Me hund¨ª en ¨¦l. Fue extraordinario. Despojado instant¨¢neamente de todo, como de un abrigo, entr¨¦ en el espacio. Me sent¨ª proyectado a ¨¦l, precipitado en ¨¦l, lanzado. Asido violentamente por ¨¦l, sin resistencia.¡± Lo que vive tiene poco que ver con la admiraci¨®n o el asombro. Se siente llevado a lo alto, arrastrado ¡°por una maravillosa e invisible levitaci¨®n¡±. El espacio no tiene fin. La experiencia podr¨ªa ser espantosa, pero resulta deslumbrante. ¡°Lo est¨¢tico, lo finito, lo s¨®lido hab¨ªan pasado a la historia. Despojado de todo, yo hu¨ªa, proyectado; despojado de posesiones y atributos, de toda referencia a la tierra, desalojado de toda localizaci¨®n, desnudez incre¨ªble que parec¨ªa absoluta, incapaz de dar con algo de lo que no me hubiese despojado¡±. Palabras recuerdan la noche oscura y la desnudez de Fray Juan de la Cruz. Advierte que, hasta ese momento, ¡°no hab¨ªa visto el cielo. Lo hab¨ªa resistido, mir¨¢ndolo desde el otro lado, al borde de lo terrestre, de lo s¨®lido, de lo opuesto.¡±
Por fin mantiene relaciones con el cielo. ¡°Yo recib¨ªa al cielo y el cielo me recib¨ªa. Me encontraba en una expansi¨®n extraordinaria. El espacio me espaciaba¡invadi¨¦ndome hasta las orejas¡±. Mecido bajo las estrellas, lejanas y movientes, parecidas a las luces de los nav¨ªos que, durante la noche, se divisan a lo lejos. ¡°El espacio era permanente, pero no invariante¡±. Hay aqu¨ª un eco de la cosmolog¨ªa budista. El espacio como geograf¨ªa interminable de diversos ambientes, creados por los seres que lo habitan. Ambientes serenos y hostiles, de dicha o desgracia. Contemplar esos espacios es ser recibido en ellos. ¡°El cielo ya no era una b¨®veda. La tierra ya no era una cimentaci¨®n. Ya no ten¨ªan que unirse. No se precisaba templo¡±. Y en este punto apunta unas palabras que se entienden perfectamente a la luz de la metaf¨ªsica hind¨². ¡°El viajero estaba deslumbrado. El participante estaba conmovido. Y el incorruptible observador, entretanto, asist¨ªa. Esas eran las tres caras de quien, sin embargo, ya no sent¨ªa como una persona¡±.
¡°El espacio era mi ¨²nica realidad. De no haber sido por algunas miradas traicioneras hacia abajo me habr¨ªa podido creer transformado en espacio¡ ?dejar¨ªa que mi ser se recubriese alguna vez de materia? Parec¨ªa imposible. La inesperada e incre¨ªble afinidad con lo imponderable revelada, percibida, sentida de modo tan convincente, deb¨ªa durar para siempre¡±. El psiconauta queda, a un tiempo, ¡°perfectamente indigente y repleto¡±, ¡°agradecido, henchido de un contento cada vez mayor, con un entusiasmo ins¨®lito, y con un fervor s¨®lo comparable al que otorga la disipaci¨®n milagrosa de la pesantez¡±. Y confiesa: ¡°Aquel que no sab¨ªa en qu¨¦ creer acababa de recibir el sacramento espacial. Como si el infinito, para manifestarse, hubiera tomado el espacio como revelador sencillo y suficiente, espacio convertido en signo e himno. La momia que yo era, despabilada de golpe, volv¨ªa a encontrarse abierta.¡±
Las empalizadas de lo f¨ªsico abatidas. Michaux parece repetir pasajes de la upani?ad Chandogya. ?xtasis del espacio, el espacio como purificaci¨®n y golpe de espiritualidad. Ante el espacio, ¡°incluso la luz o el sonido, se convierten en dolorosamente excesivos, pues no son igualmente buenos para el infinito.¡± Cuando aterriza, ¡°vuelve la conciencia dualizante, ella es la pluralizante, la plurilocalizante¡±. Durante unas horas admirables ha estado investido de espacio. ¡°El esp¨ªritu, recogiendo por igual ¡°¨¦l¡± y ¡°no-¨¦l¡±, en un monismo de hecho. Tendr¨¢ la ¡°revelaci¨®n¡± de ¨¦l. Pero tambi¨¦n puede tener la revelaci¨®n de Maya, la ilusi¨®n universal, puesto que aqu¨ª tiene su manifestaci¨®n evidente. Tambi¨¦n puede tener la revelaci¨®n de lo Absoluto, de lo Espiritual sin l¨ªmites. E inclusive, si es de naturaleza amante, puede tener la revelaci¨®n de un amor, ¨²nica realidad universal. Y de lo denominado, imprudentemente, conciencia c¨®smica¡±.
Termina con una referencia a la India. ¡°No es absurdo pensar que, en especial en la India, la experiencia metaf¨ªsica (por acci¨®n directa sobre el cuerpo) precedi¨® a los grandes sistemas metaf¨ªsicos, que primero se construyeron sobre su base, para darle un lugar¡±. Michaux reedita el empirismo radical de ?a?kara, Berkeley y William James. La materia como experiencia de la mente, la liberaci¨®n de la dualidad, el distanciamiento sabio de las propias acciones y conductas (tema de la Bhagavadg¨©t¨¡). Despojamiento y expansi¨®n ins¨®lita, inefable falta de dualidad.
Lo que la mescalina permite ver
Cada sustancia ofrece un paisaje. Pero ese paisaje no es s¨®lo de ella. Es un paisaje participativo, creado por la mente del psiconauta mientras navega en la mente del mundo. El hongo es astral, la liana fundamental, el cactus geom¨¦trico. No deber¨ªan llamarse drogas, sino sustancias psicoactivas. No son excitantes ni tranquilizantes. No crean adicci¨®n. El lugar natural del hongo, que carece de ra¨ªces, es el cielo estrellado. Su naturaleza es firmamental. La ayahuasca, como la liana, busca ra¨ªces y profundidades. Indaga en el pasado, en el mundo de los muertos. El cactus es una planta casta, antier¨®tica, que favorece el dominio de lo abstracto. ¡°La mescalina disminuye la imaginaci¨®n. Castra la imagen, la desensualiza. Tambi¨¦n es enemiga de la poes¨ªa, de la meditaci¨®n, y sobre todo del misterio¡ La mescalina es un desorden de la composici¨®n. Redacta por enumeraci¨®n. Dibuja por repetici¨®n. Es el terreno y el triunfo de lo abstracto, de lo r¨¢pido abstracto. Es imposible detenerse¡±.
Todo es vibrante y lleno de realidad en el estado psicoactivo. Uno se vuelve extraordinariamente receptivo. Se puede reconocer cualquier cosa en las muchedumbres. Hay, adem¨¢s, un estilo de la mescalina, que reconocer¨¢ de inmediato quien la haya probado. Rojos estridentes y verdes absolutos. Un drama ¨®ptico. Vibraciones m¨²ltiples. Al principio casi fulminantes. Alargamiento fant¨¢stico de las im¨¢genes. ¡°Cuando uno recibe un pu?etazo, ve estrellitas de plata, no un volquete de holl¨ªn o una escena de Shakespeare. Lo mismo ocurre con la mescalina¡±. Suscita ciertas visiones. Im¨¢genes enceguecedoras o hendidas por el rayo, zanjas de fuego, personas lejanas y diminutas, animadas por un movimiento r¨¢pido. Muchos cristales. Grandes campos de colores, puntos de color, muchedumbres agitadas como orugas en marcha, delgados minaretes, columnitas como agujas. Huicholes y tarahumaras se re¨²nen para ingerir peyote. Los dioses son invitados a la solemnidad del sacramento. Dioses del fuego y de la lluvia, de los volcanes y las cosechas. Basta con pronunciar su nombre para que aparezcan. Las artes mexicanas (zapotecas, toltecas, aztecas), se vuelven elocuentes y significativas. La mente que revela la mescalina no es s¨®lo fisiol¨®gica, es antropol¨®gica, cultural e hist¨®rica. Es la experiencia de un mundo compartido.
Diagnostica el fracaso del proyecto moderno. ¡°El occidental hace ya tiempo que ha dejado de creer en los dioses. Lo que percibe es la infinita relatividad, la cascada interminable de causas y efectos, de precedentes y consecuentes, donde todo es rueda que arrastra y rueda arrastrada. Estos pasajes de una rueda a otra son molestos para el esp¨ªritu, que aspira a unir. Como no les gusta esa velocidad, incapaces de volar, se ponen a dormir como lo har¨ªan en un tren.¡± Recuerda un domingo sensacional, en el que le fue dado cambiar de tiempo. Tiempo nuevo. Lo inconmensurable es lo natural. Nuevo acercamiento al empirismo radical, al mundo hecho de cualidades. Iron¨ªa sobre la cuantificaci¨®n y la autocomplaciente ceguera del dato.
La mescalina permite atisbar la tensi¨®n divina. ¡°Al salir de la mescalina sabemos mejor que cualquier budista que todo no es m¨¢s que apariencia. Lo anterior no era m¨¢s que ilusi¨®n de normalidad. Lo que fue durante el efecto era la ilusi¨®n de la sustancia. Estamos convertidos¡±. Y transforma tambi¨¦n su visi¨®n del arte. ¡°Las bellas p¨¢ginas de la literatura me parec¨ªan carentes de inter¨¦s, ciegas, avaras, mezquinas¡±. Abandona su natural reserva. Por primera vez en su vida, le parece m¨¢s atractivo divulgar un secreto que guardarlo. Como si el misterio del mundo fuera inagotable. Acude a los dem¨¢s abierto, complacido en abrirse y en ver a los otros abiertos (¡°enfadosa disposici¨®n que espero cambiar pronto¡±). Tres meses despu¨¦s de la experiencia, vuelve a reconocerse y a orientarse. ¡°me alejo de esa droga que no me conviene. Soy yo, mi droga, lo que ella me arrebata¡±. Un desconocerse. Hasta ese momento hab¨ªa sido injusto con la voluntad, ahora se alegra de haberla recuperado. ¡°Debe haber temperamentos m¨¢s mescalinianos que otros, quiz¨¢ razas y sociedades tambi¨¦n¡±. La mente en su vertiente colectiva y antropol¨®gica.
La sobredosis
Por un descuido, ingiere 600 miligramos de mescalina. El viaje es aterrador. Lucha sin descanso. No puede permitirse entrar en p¨¢nico. Ingiere terrones de az¨²car (para amortiguar el impacto). Llama por tel¨¦fono a un amigo m¨¦dico. Habla con clama. ¡°Dosis excesiva. Creo que me equivoqu¨¦. Es duro soportarlo. Me har¨ªa falta un contraveneno¡±. Ha encendido la luz para telefonear. La l¨¢mpara est¨¢ junto a un espejo. Ha visto una cabeza que nunca hab¨ªa visto, un loco furioso que aterrorizar¨ªa a un criminal. Extravertida, espantosamente fotog¨¦nica, una cabeza de energ¨²meno, de enloquecido furioso incapaz de escuchar a nadie. Cuando las trepidaciones y destrucciones internas se vuelven intolerables, el loco tiene que expresarlas destruyendo, quemando, hiriendo, matando. Siente de debe reclamar una camisa de fuerza, pero no quiere perder la poca independencia que le queda. Se incita a s¨ª mismo al coraje, a capear el temporal en soledad. Pide a un amigo que venga a su casa y se quede en la habitaci¨®n contigua. Piensa (ingenuamente) que en el hospital hay salvaci¨®n.
Advierte una verdad de la naturaleza. ¡°Sin fijeza, no hay m¨¢s certidumbres. La permanencia constituye la certidumbre. Certidumbre de un solo segundo no vale¡±. Ha descubierto la clave del pensamiento moderno. Newton y su ret¨ªcula fija del espacio tiempo. Un axioma que sostiene trescientos a?os de ingenier¨ªa, de visi¨®n ingenieril del mundo.
Se acuesta. Montones de ideas locas. No se atreve a abandonarse al sue?o. Formas como agujas, como piernas de comp¨¢s, de color violeta p¨¢lido. Suplica que el sue?o venga apaciguar su desgarramiento interior. No acude. Por otro lado, sospecha del sue?o y se mantiene en guardia. Encuentra los ant¨ªdotos. En la m¨²sica y en la monta?a. Semanas despu¨¦s de la sobredosis, cuando dibuja, traza incesantemente rasgos paralelos, r¨¢pidos, numerosos, maniacos. La noche de las seis ampollas no sab¨ªa a qu¨¦ aferrarse para zafarse de la fatiga de su cabeza. Le salv¨® marcar un ritmo con los dedos sobre la pared de madera. El tambor del cham¨¢n. Su ritmo lento, inesperado lo levant¨® de su miseria. Visualizaci¨®n del ritmo, revelaci¨®n sonora, v¨¦dica. La salud del esp¨ªritu consiste en conservar el dominio de la velocidad mental. Ahora entiende el viejo refr¨¢n chino: ¡°El objeto de la m¨²sica es moderar¡±.
La monta?a, su altitud, tambi¨¦n le protege de la mescalina. ¡°All¨ª es d¨®nde se aparecen los ¨¢ngeles, all¨ª es donde Dios habla a los suyos. La monta?a excluye al obeso, rechaza la adulaci¨®n y la blandura, el sentimiento bobo y uniforme de las capitales. La monta?a suscita una especie de coraje elemental. Forma no al hombre de las tripas sino al hombre de la pareja pulm¨®n-coraz¨®n, al hombre del coraje y del ¨ªmpetu (y del idealismo)¡±. La monta?a es una invitaci¨®n a caminar, a convertirse en buen piloto de s¨ª mismo.
Al d¨ªa siguiente decide salir al campo. Visitar a un amigo fiel. Cuatro d¨ªas m¨¢s tarde contin¨²an los efectos. Entra sin saberlo en el horror del sue?o. Desciende al submundo. En el noveno subterr¨¢neo empuja la puerta de una celda que se cierra a su paso. La llave cae por una rendija del enlosado, perdi¨¦ndose en el abismo. Vienen a buscarlo y lo conducen a una habitaci¨®n inferior, que tambi¨¦n es calabozo. Est¨¢ atrapado. El miedo se ha hecho intimidad. Y en lo ¨ªntimo el miedo se ha desbocado. La raz¨®n es impotente. Cuando intenta ponerle coto con argumentos de la l¨®gica, le invade cada vez m¨¢s deprisa. Juego vertiginoso. ¡°Usted est¨¢ encerrado, se ha hecho enteramente abstracto. La prisi¨®n donde est¨¢ encerrado es la esencia de la atadura. Puertas y llaves resultan superfluas. El loco tiende a la esencia, a la fascinaci¨®n por la esencia. Es peligroso indagar la esencia de Dios. La religi¨®n es el infierno de los escrupulosos. A ese ser infinito, que no llegan a concebir y que los moviliza y los arroja en las tendencias infinitizantes, responden con la conciencia de su falta infinita, de sus pecados. Viven infinitamente en falta¡±.
En una nota escribe: ¡°Tener una religi¨®n no es creer en una divinidad al contrario de los que no creen en ninguna. Es una donaci¨®n que deseamos irresistiblemente hacer a alguien que se encuentra muy por encima de nosotros. El amor no postula m¨¢s la existencia de una mujer de belleza perfecta. Es una donaci¨®n de s¨ª, es la necesidad de hacer esa donaci¨®n, y el m¨¢s eunuco puede desearlo de modo irrefrenable. El narcisismo s¨®lo es posible si uno se hace esa donaci¨®n a s¨ª mismo. Y en ello tambi¨¦n, es curioso, hay que creer (creer en s¨ª)¡±.
Muchos ateos y te¨®fobos de occidente manejan una visi¨®n sem¨ªtica de lo divino. Pero lo divino admite otros modelos, que no siguen la dial¨¦ctica pecado-redenci¨®n-juicio caracter¨ªstica de nuestra tradici¨®n. ¡°Hay un temperamento que quiere adorar a Dios, pero no puede y al que Dios enloquece. ?Cu¨¢ntas personas se han hecho ateas para reconquistar la paz del esp¨ªritu!¡±. Raimon Panikkar confirma la intuici¨®n de Michaux: la forma contempor¨¢nea de espiritualidad es el ate¨ªsmo.
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