¡®La paradoja del verdadero dem¨®crata¡¯, un texto in¨¦dito de Juan Benet
Esta brillante reflexi¨®n sobre el ejercicio del poder apareci¨® sin datar en una carpeta de borradores para la novela ¡®En el estado¡¯, publicada en 1977
Te voy a revelar un secreto, le dice. Esa clase de secreto que m¨¢s respeto merece pues con ¨¦l no se oculta ni una falta ni un provecho. M¨¢s bien un recurso que protege una actitud y que al ser descubierto al tiempo que lo sublima la desmiente. Y por eso ha sido tan celosamente guardado.
Habr¨¢s o¨ªdo decir que el verdadero dem¨®crata no ans¨ªa el poder sino que m¨¢s bien le repugna y que consider¨¢ndolo como un mal menor y necesario no tiene otra opci¨®n que tratar no ya de hacerlo desaparecer sino de fragmentarlo lo m¨¢s posible a fin de que sean muchas manos las que lo ostentan y por consiguiente resulte poco menos que imposible hacerse con ¨¦l de manera absoluta. Tal fue, seg¨²n he o¨ªdo decir, el camino que siguieron las democracias ateniense, veneciana e inglesa, aquellas que buscaron y encontraron en el mar la fuente de su hegemon¨ªa. Seg¨²n eso muchos han interpretado al dem¨®crata como aquel que se propone la fragmentaci¨®n del poder y la administraci¨®n del mismo a cargo de un n¨²mero de personas que en ning¨²n caso se reducir¨¢ a una. Y el dem¨®crata exige para s¨ª una de esas clavijas del poder de la misma manera que permite que otras sean detentadas por otros siempre que respeten las reglas del juego. Tal es el supuesto ardid del dem¨®crata pero aquel que lo es en verdad dista mucho de desear una fracci¨®n del poder, por muy exigua que sea.
El verdadero dem¨®crata interviene en el juego competitivo del poder no tanto para ganarlo sino que para que lo ganen otros. Con el ardid del n¨²mero y del sufragio, no intenta sino ser apartado del poder, puesto que siendo un hombre culto y respetuoso no puede aspirar a que sus opiniones sean compartidas por una gran mayor¨ªa. A fin de hacer posible el juego tiene que ocultar sus opiniones y ostentar otras que sean compatibles. Semejante comedia te lleva muchas veces al triunfo que en su fuero interno recusar¨¢ y tratar¨¢ pronto de que se vea interrumpido por un nuevo fracaso que le deparar¨¢ la exposici¨®n de sus opiniones sinceras. El verdadero dem¨®crata debe de estar en la oposici¨®n; debe de estar ejercitando la cr¨ªtica, juzgando, censurando y a veces aplaudiendo. Pero le repugnar¨¢ actuar porque siendo un hombre exigentemente educado nunca podr¨¢ estar seguro de sus convicciones si es que ha llegado a tener alguna firme. Entre las pocas que cree tener firmemente, es que las reglas del juego de la democracia deben de ser respetadas. Y ¨¦l se presta al juego de la pol¨ªtica no tanto para ganar el poder cuanto para que lo ganen aquellos que respetando tambi¨¦n las reglas cuentan con opiniones y convicciones firmes. Sin embargo no es f¨¢cil para una misma persona tener esas opiniones firmes y respetar las reglas del juego; las opiniones cuanto m¨¢s firmes son, m¨¢s invasoras; y o bien se resquebrajan de una vez o bien la fuerza de convicci¨®n salta por encima de las reglas del juego; no es f¨¢cil contemplar c¨®mo esas opiniones son derrotadas y mantener el talante sereno cuando la sociedad se extrav¨ªa. Este es el momento que espera el verdadero dem¨®crata. Repito, su presencia en el juego no es para ganarlo sino para moderarlo, para que mir¨¢ndose en ¨¦l los otros jugadores lo lleven a cabo correctamente. Y cuando uno se desmanda y aprovech¨¢ndose del respeto de los dem¨¢s gana el poder el verdadero dem¨®crata prevalece. Dir¨¦ m¨¢s: su verdadero puesto es el exilio, all¨¢ donde sin posibilidad alguna de avanzar el poder arroja tal sombra sobre el tirano que ¨¦ste poco a poco se democratiza. Semejante actitud no puede ser m¨¢s atractiva ni m¨¢s hip¨®crita; aureolado de esa elegante y desinteresada actitud de vez en cuando el verdadero dem¨®crata gana algunos adeptos que contra su voluntad le obligan a triunfar. Ya se cuidar¨¢ ¨¦l de rectificar un error que el verdadero dem¨®crata por s¨ª mismo no cometer¨ªa nunca. Porque con el tiempo de lo que se cuidar¨¢ el verdadero dem¨®crata es que ni siquiera sea atractivo; ha de ser un hombre feo, acre, desabrido y lo que puede perder por tosquedad lo ganar¨¢ en altivez. Un hombre que se da muy pocas veces; que asoma incidentalmente en los libros de historia y de cuyo paso pocos autores dan noticia. Es un ave rara que se da en climas bastante fr¨ªos; y tambi¨¦n por contraste en algunos muy secos. En Espa?a yo no he conocido ninguno.
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