¡®Le dedico mi silencio¡¯, de Mario Vargas Llosa: tras los pasos del Quijote americano
El premio Nobel regresa con la historia de un apasionado de la m¨²sica criolla en busca del libro perfecto para contarla. ¡®Babelia¡¯ adelanta un extracto del primer cap¨ªtulo de la novela, que Alfaguara publica el 26 de octubre

?Para qu¨¦ lo habr¨ªa llamado ese miembro de la ¨¦lite intelectual del Per¨², Jos¨¦ Durand Flores? Le hab¨ªan dado el recado en la pulper¨ªa de su amigo Collau, que era tambi¨¦n un quiosco de revistas y peri¨®dicos, y ¨¦l llam¨® a su vez pero nadie contest¨® el tel¨¦fono. Collau le dijo que el aviso lo hab¨ªa recibido su hija Mariquita, de pocos a?os, y que quiz¨¢s no hab¨ªa entendido los n¨²meros; ya volver¨ªan a telefonear. Entonces comenzaron a perturbar a To?o esos animalitos obscenos que, dec¨ªa ¨¦l, lo persegu¨ªan desde su m¨¢s tierna infancia.
?Para qu¨¦ lo hab¨ªa llamado? No lo conoc¨ªa personalmente, pero To?o Azpilcueta sab¨ªa qui¨¦n era Jos¨¦ Durand Flores. Un escritor reconocido, es decir, alguien a quien To?o admiraba y detestaba a la vez pues estaba all¨¢ arriba y era mencionado con los adjetivos de ?ilustre letrado? y ?c¨¦lebre cr¨ªtico?, los acostumbrados elogios que tan f¨¢cilmente se ganaban los intelectuales que en este pa¨ªs pertenec¨ªan a eso que To?o Azpilcueta denominaba ?la ¨¦lite?. ?Qu¨¦ hab¨ªa hecho hasta ahora ese personaje? Hab¨ªa vivido en M¨¦xico, por supuesto, y nada menos que Alfonso Reyes, ensayista, poeta, erudito, diplom¨¢tico y director del Colegio de M¨¦xico, le hab¨ªa prologado su c¨¦lebre antolog¨ªa Ocaso de sirenas, esplendor de manat¨ªes, que le editaron all¨¢. Se dec¨ªa que era un experto en el Inca Garcilaso de la Vega, cuya biblioteca hab¨ªa alcanzado a reproducir en su casa o en alg¨²n archivo universitario. Era bastante, por supuesto, pero tampoco mucho, y, a fin de cuentas, casi nada. Volvi¨® a llamar y tampoco le contestaron. Ahora, ellos, los roedores, estaban ah¨ª y segu¨ªan movi¨¦ndose por todo su cuerpo, como cada vez que se sent¨ªa excitado, nervioso o impaciente.
To?o Azpilcueta hab¨ªa pedido en la Biblioteca Nacional del centro de Lima que compraran los libros de Jos¨¦ Durand Flores, y aunque la se?orita que lo atendi¨® le dijo que s¨ª, que lo har¨ªan, nunca llegaron a adquirirlos, de modo que To?o sab¨ªa que se trataba de un acad¨¦mico importante, pero ignoraba por qu¨¦. Estaba familiarizado con su nombre por una rareza que traicionaba o desment¨ªa sus gustos for¨¢neos. Todos los s¨¢bados, en el diario La Prensa, sacaba un art¨ªculo en el que hablaba bien de la m¨²sica criolla y hasta de cantantes, guitarristas y cajoneadores como el Caitro Soto, acompa?ante de Chabuca Granda, lo que a To?o, por supuesto, le hac¨ªa sentir algo de simpat¨ªa por ¨¦l. En cambio, por los intelectuales exquisitos que despreciaban a los m¨²sicos criollos, a quienes nunca se refer¨ªan ni para elogiarlos ni para crucificarlos, sent¨ªa una enorme antipat¨ªa ¡ªque se fueran al infierno¡ª.
To?o Azpilcueta era un erudito en la m¨²sica criolla ¡ªtoda ella, la coste?a, la serrana y hasta la amaz¨®nica¡ª, a la que hab¨ªa dedicado su vida. El ¨²nico reconocimiento que hab¨ªa obtenido, dinero no, por descontado, era haberse convertido, sobre todo desde la muerte del profesor Morones, el gran pune?o, en el mejor conocedor de m¨²sica peruana que exist¨ªa en el pa¨ªs. A su maestro lo hab¨ªa conocido cuando estaba a¨²n en el colegio de La Salle, poco despu¨¦s de que su padre, un inmigrante italiano de apellido vasco, hubiera alquilado una casita en La Perla, donde To?o hab¨ªa vivido y crecido. Despu¨¦s de la muerte del profesor Morones, ¨¦l se convirti¨® en el ?intelectual? que m¨¢s sab¨ªa (y m¨¢s escrib¨ªa) sobre la m¨²sica y los bailes que compon¨ªan el folclore nacional. Estudi¨® en San Marcos y hab¨ªa obtenido su t¨ªtulo de bachiller con una tesis sobre el vals peruano que dirigi¨® el mismo Herm¨®genes A. Morones ¡ªTo?o hab¨ªa descubierto que esa ?A? con un puntito escond¨ªa el nombre de Artajerjes¡ª, de quien fue ayudante y disc¨ªpulo dilecto. En cierta forma, To?o tambi¨¦n hab¨ªa sido el continuador de sus estudios y averiguaciones sobre las m¨²sicas y los bailes regionales.
En el tercer a?o, el profesor Morones lo dej¨® dictar algunas clases y todo el mundo esperaba en San Marcos que, cuando su maestro se jubilara, To?o Azpilcueta heredara su c¨¢tedra. ?l tambi¨¦n lo cre¨ªa as¨ª. Por eso, cuando termin¨® los cinco a?os de estudios en la Facultad de Letras, sigui¨® investigando para escribir una tesis doctoral que se titular¨ªa Los pregones de Lima, y que, naturalmente, estar¨ªa dedicada a su maestro, el doctor Herm¨®genes A. Morones.
Leyendo a los cronistas de la colonia, To?o descubri¨® que los llamados ?pregoneros? sol¨ªan cantar en vez de decir las noticias y ¨®rdenes municipales, de modo que ¨¦stas llegaban a los ciudadanos acompa?adas con m¨²sica verbal. Y, con la ayuda de la se?ora Rosa Mercedes Ayarza, la gran especialista en m¨²sica peruana, supo que los ?pregones? eran los ruidos m¨¢s antiguos de la ciudad, pues as¨ª anunciaban los vendedores callejeros los ?rosquetes?, el ?bizcocho de Guatemala?, los ?reyes frescos?, el ?bonito?, la ?cojinova? y los ?pejerreyes?. ?sos eran los sonidos m¨¢s antiguos de las calles de Lima. Y no se diga los de la ?causera?, el ?frutero?, la ?picaronera?, la ?tamalera? y hasta la ?tisanera?.
Pensaba en eso y se inflamaba hasta las l¨¢grimas. Las vetas m¨¢s profundas de la nacionalidad peruana, ese sentimiento de pertenecer a una comunidad a la que un¨ªan unos mismos decretos y noticias, estaban impregnadas de m¨²sica y cantos populares. ?sa iba a ser la nota reveladora de una tesis que hab¨ªa avanzado en multitud de fichas y cuadernos, todos guardados con celo en una maletita, hasta el d¨ªa en que el profesor Morones se jubil¨® y con cara de duelo le inform¨® que San Marcos hab¨ªa decidido, en vez de nombrarlo a ¨¦l para sucederlo, clausurar la c¨¢tedra dedicada al folclore nacional peruano. Se trataba de un curso voluntario y cada a?o, de forma inexplicable, inaudita, ten¨ªa menos inscritos de la Facultad de Letras. La falta de alumnos sentenciaba su triste final.
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El coler¨®n que se llev¨® To?o Azpilcueta cuando supo que nunca ser¨ªa profesor en San Marcos fue de tal grado que estuvo a punto de romper en mil pedazos cada ficha y cada cuaderno que almacenaba en su maleta. Felizmente no lo hizo, pero s¨ª abandon¨® por completo su proyecto de tesis y la fantas¨ªa de una carrera acad¨¦mica. S¨®lo le qued¨® el consuelo de haberse convertido en un gran especialista en la m¨²sica y los bailes populares, o, como ¨¦l dec¨ªa, en el ?intelectual proletario? del folclore. ?Por qu¨¦ sab¨ªa tanto de m¨²sica peruana To?o Azpilcueta? No hab¨ªa nadie en sus ancestros que hubiera sido cantante, guitarrista ni mucho menos bailar¨ªn. Su padre, un emigrante de alg¨²n pueblecito italiano, estuvo empleado en los ferrocarriles de la sierra del centro, se hab¨ªa pasado la vida viajando, y su madre hab¨ªa sido una se?ora que entraba y sal¨ªa de los hospitales trat¨¢ndose de muchos males. Muri¨® en alg¨²n punto incierto de su infancia, y el recuerdo que de ella guardaba ven¨ªa m¨¢s de las fotograf¨ªas que su padre le hab¨ªa mostrado que de experiencias vividas. No, no hab¨ªa antecedentes en su familia. ?l comenz¨® solito, a los quince a?os, a escribir art¨ªculos sobre el folclore nacional cuando entendi¨® que deb¨ªa traducir en palabras las emociones que le produc¨ªan los acordes de Felipe Pinglo y los otros cantantes de m¨²sica criolla. Tuvo bastante ¨¦xito, por lo dem¨¢s. El primer art¨ªculo lo mand¨® a alguna de las revistas de vida ef¨ªmera que sal¨ªan en los a?os cincuenta. Lo titul¨® ?Mi Per¨²? porque trataba, precisamente, de la casita de Felipe Pinglo Alva, en Cinco Esquinas, que hab¨ªa visitado con un cuaderno en mano que llen¨® de notas. Por ese texto le pagaron diez soles, que le hicieron creer que se hab¨ªa convertido en el mejor conocedor y escritor sobre m¨²sica y bailes populares peruanos. El dinero se lo gast¨® de inmediato, sumado con otros ahorros, en discos. Era lo que hac¨ªa con cada solcito que llegaba a sus manos, invertirlo en m¨²sica, y as¨ª su discoteca no tard¨® en hacerse famosa en toda Lima. Las radios y los diarios empezaron a pedirle discos prestados, pero, como rara vez se los devolv¨ªan, tuvo que volverse un amarrete. Despu¨¦s dejaron de molestarlo cuando cambi¨® su valiosa colecci¨®n por materiales para hacerse una casita en Villa El Salvador. No importaba, se dijo, la m¨²sica la segu¨ªa llevando en la sangre y en la memoria, y eso era suficiente para escribir sus art¨ªculos y perpetuar el linaje intelectual del c¨¦lebre pune?o Herm¨®genes A. Morones, que en paz descanse.
Su pasi¨®n era intelectual, ¨²nica y exclusivamente. To?o no era guitarrista ni cantante, y ni siquiera bailar¨ªn. Pasaba muchos apuros de joven con eso de no saber bailar. A veces, sobre todo en las pe?as o tertulias a las que iba siempre con un cuadernito de notas en el bolsillo del terno, algunas se?oras lo sacaban y ¨¦l, mal que mal, daba unos pasitos con el vals, que era m¨¢s bien sencillo, pero nunca con las marineras, los huainitos o esos bailes norte?os, los tonderos piuranos o las polcas. No coordinaba, los pies se le enredaban; incluso se cay¨® alguna vez ¡ªun papel¨®n¡ª, y por eso prefiri¨® cultivar la mala fama de no saber bailar. Permanec¨ªa sentado, hundido en la m¨²sica, observando c¨®mo hombres y mujeres muy distintos, venidos de toda Lima, se fund¨ªan en un abrazo fraterno que, estaba seguro, confirmaba sus m¨¢s profundas intuiciones.
Aunque los intelectuales peruanos que ostentaban c¨¢tedras universitarias o publicaban en editoriales prestigiosas lo despreciaran o ni siquiera supieran de su existencia, To?o no se sent¨ªa menos que ellos. Puede que no supiera mucho de historia universal ni estuviera al tanto de las modas filos¨®ficas francesas, pero se sab¨ªa la m¨²sica y la letra de todas las marineras, pasillos y huainitos. Hab¨ªa escrito multitud de art¨ªculos en Mi Per¨², La M¨²sica Peruana, Folklore Nacional, ese repertorio de publicaciones que llegaban s¨®lo al segundo o tercer n¨²mero y que luego desaparec¨ªan, a menudo sin haberle pagado lo poco que le deb¨ªan. Un ?intelectual proletario?, qu¨¦ remedio. Puede que no despertara el respeto y ni siquiera el inter¨¦s de intelectuales como Jos¨¦ Durand Flores (?para qu¨¦ lo estar¨ªa buscando?), pero s¨ª el de los propios cantantes o guitarristas interesados en ser conocidos y promovidos, algo que To?o Azpilcueta se hab¨ªa pasado a?os haciendo, como testimoniaban los cientos de recortes que almacenaba en la misma maleta donde se enmohec¨ªan las notas de su tesis. En algunos de esos art¨ªculos quedaba la memoria de las pe?as criollas que, como La Palizada y La Tremenda Pe?a, dos locales que estaban en el puente del Ej¨¦rcito, all¨¢ en Miraflores, hab¨ªan desaparecido. Menos mal que To?o hab¨ªa sido testigo de esas tertulias. Frecuentaba todas las de Lima desde muy joven. Empez¨® con quince, cuando todav¨ªa era casi un ni?o, y las evocaba para que no se olvidara la importante funci¨®n que hab¨ªan cumplido. En ocasiones alg¨²n periodista que quer¨ªa escribir una cr¨®nica de Lima lo buscaba, y entonces ¨¦l lo citaba en el Bransa de la plaza de Armas para tomar desayuno. ?se era su ¨²nico vicio, los desayunos del Bransa, que a veces ten¨ªa que costear pidi¨¦ndole plata prestada a su esposa Matilde.
Sus ingresos reales los obten¨ªa dando clases de Dibujo y M¨²sica en el colegio del Pilar, de monjitas, en Jes¨²s Mar¨ªa. Le pagaban poco pero educaban gratis a sus dos hijas, Azucena y Mar¨ªa, de diez y doce a?os. Llevaba all¨ª ya varios a?os y, aunque no le gustaba ense?ar Dibujo, la mayor parte del tiempo lo dedicaba a la m¨²sica, y por supuesto a la m¨²sica criolla, con la que cumpl¨ªa esa labor pedag¨®gica fundamental que era inculcar el amor por las tradiciones peruanas. El ¨²nico problema eran las enormes distancias de Lima. El colegio del Pilar estaba muy lejos de su barrio, lo que significaba que ¨¦l y sus dos hijas ten¨ªan que tomar dos colectivos para llegar all¨ª cada d¨ªa; m¨¢s de una hora de viaje, si no hab¨ªa huelgas de por medio.
¡®Le dedico mi silencio¡¯. Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2023. 312 p¨¢ginas.
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