La gran aventura europea de Jorge Sempr¨²n
Vida y obra se entrecruzan en este mapa del escritor y pol¨ªtico. Desde el Madrid republicano hasta la Grecia de la dictadura, pasando por la Francia de la resistencia o el campo de concentraci¨®n de Buchenwald, en sus libros y guiones dej¨® constancia de su intenso recorrido por el Viejo Continente y la historia del siglo XX
El 10 de diciembre se cumplen cien a?os del nacimiento de Jorge Sempr¨²n (Madrid, 1923-Par¨ªs, 2011). Su vida, marcada por el exilio de su familia en julio de 1936, tuvo dos ejes centrales: la pol¨ªtica y la escritura, que le llevaron a trazar un extenso mapa por la Europa del siglo XX. En sus libros y guiones ¡ªescritos casi en su totalidad en franc¨¦s¡ª Sempr¨²n emple¨® como material literario su experiencia en la Resistencia contra los nazis y en el campo de concentraci¨®n de Buchenwald, sus casi diez a?os en la clandestinidad como dirigente del Partido Comunista en la Espa?a franquista, su expulsi¨®n del PCE y tambi¨¦n sus a?os como ministro de Cultura en el gobierno de Felipe Gonz¨¢lez. Este recorrido por lugares clave en su biograf¨ªa permite, a trav¨¦s de una selecci¨®n de citas tomadas de sus trabajos literarios y cinematogr¨¢ficos, recordar su historia y su obra.
Madrid
Nacido el 10 de diciembre de 1923, en julio de 1936 abandon¨® la ciudad con su familia. No regres¨® hasta 1953, cuando vivi¨® como clandestino, bajo el alias Federico S¨¢nchez, entre otros nombres, y trabaj¨® para el Partido Comunista Espa?ol desde Madrid hasta 1962. Su siguiente estancia en la ciudad fue como ministro de Cultura entre 1988 y 1991.
M¨¢s informaci¨®nBiriatou
A finales de agosto de 1939 vio Espa?a como exiliado por primera vez desde esta peque?a localidad en la frontera. Aqu¨ª se encuentra una l¨¢pida de homenaje al escritor.
M¨¢s informaci¨®nLa Haya
La familia Sempr¨²n se instal¨® en la capital holandesa a fines de 1936, donde su padre, Jos¨¦ Mar¨ªa Sempr¨²n fue agregado de negocios de la embajada de la Rep¨²blica espa?ola hasta el final de la Guerra Civil
M¨¢s informaci¨®nPar¨ªs
Se traslada como estudiante en febrero de 1939 y en 1945 regresa. Ser¨¢ en esta ciudad donde mayormente viva hasta su muerte en 2011.
M¨¢s informaci¨®nBorgo?a
Como miembro de la Resistencia a la ocupaci¨®n nazi de Francia, form¨® parte del grupo Jean-Marie Action, hasta ser detenido en 1943.
M¨¢s informaci¨®nDe Compi¨¨gne a Buchenwald
El tren de deportados parti¨® el 27 de enero de 1944 con 1583 hombres. La mayor¨ªa, como Sempr¨²n, eran resistentes contra la ocupaci¨®n nazi que hab¨ªan sido detenidos. El tren lleg¨® al campo de concentraci¨®n el d¨ªa 29. A los presos les correspondi¨® la numeraci¨®n que iba del 43870 al 45048. Sobrevivieron 867.
M¨¢s informaci¨®nBuchenwald
Apresado e interrogado por la Gestapo, lleg¨® al campo de concentraci¨®n pr¨®ximo a Weimar en 1944.
M¨¢s informaci¨®nSuiza
En las inmediaciones de Locarno pas¨® los ¨²ltimos meses de 1945, y trat¨® por primera vez de escribir sobre su experiencia en Buchenwald.
M¨¢s informaci¨®nPraga
Visit¨® la ciudad durante sus a?os en el Partido Comunista de Espa?a. En un castillo de la ciudad fue expulsado del PCE en 1964.
M¨¢s informaci¨®nBucarest
A Bucarest viaj¨® con La Pasionaria en enero de 1956 en tren desde Praga.
M¨¢s informaci¨®nSalzburgo
En 1964 recibe el Premio Formentor en esta ciudad por su primer libro 'El largo viaje', que escribi¨® en sus a?os de clandestinidad.
M¨¢s informaci¨®nGrecia
Guionista de 'Z' (1969), la pel¨ªcula que le vali¨® una nominaci¨®n a los Oscar presenta de una forma ficticia los hechos que rodearon el asesinato del pol¨ªtico dem¨®crata griego Grigoris Lambrakis en 1963 y est¨¢ basada en la novela de Vasilis Vasilic¨®s.
M¨¢s informaci¨®nMadrid
Calle Alfonso XI, n¨²mero 12
¡°Hab¨ªa abandonado esta calle una ma?ana de julio de 1936, para las vacaciones de verano. Hab¨ªa vuelto en 1953, paseante inquieto, a finales del mes de junio, en el curso de mi primer viaje clandestino a Espa?a: primera salida de Federico S¨¢nchez¡±
(¡.)
¡°As¨ª medio siglo despu¨¦s de haber abandonado el barrio del Retiro ¡ªel parque, el museo, el jard¨ªn bot¨¢nico, la iglesia de San Jer¨®nimo, las calles residenciales la tienda de Santiago Cuenllas, el hotel Gaylord¡¯s¡ª despu¨¦s de dos guerras, el exilio, Buchenwald, el comunismo, algunas mujeres, unos cuantos libros, resulta que he regresado al punto de partida¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Calle Serrano, n¨²mero 8. La Gloria de las Medias
¡°El escaparate de esta mercer¨ªa totalmente olvidada, emerg¨ªa en la noche, y sus luces proclamaban el nombre irrisorio: La Gloria de las Medias. En el cataclismo de los a?os, de las guerras, de los exilios, del universo entero, la permanencia ins¨®lita, probablemente ir¨®nica, de esta mecer¨ªa de barrio, con su nombre grandilocuente, era el ¨²nico lazo con un pasado remoto, tal vez inasequible. Tanto m¨¢s remoto cuanto que esta tienda, este nombre tan s¨®lo hab¨ªa conservado la esencia inalterable y fugitiva de los d¨ªas de anta?o. Como si en el momento en que iba a perderme de nuevo, seguir siendo un extra?o en mi propio pa¨ªs ¡ª?y por qu¨¦ no serlo, por otra parte?, ?no se es por definici¨®n extra?o en el mundo?, ?no es esta extra?eza al mundo la condici¨®n misma de la emergencia de lo humano?¡ª, como si en aquel momento mismo, la aparici¨®n de esta mercer¨ªa su permanencia humilde y testaruda me permitieran no solo recuperar mi memoria, sino tambi¨¦n, parad¨®jicamente a primera vista, reencontrar las ra¨ªces de mi extra?eza fundamental que me constituyera como personaje de mi propia vida¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Museo del Prado
¡°En este periplo imaginario, sin embargo, todo empieza y concluye ante Las meninas de Vel¨¢zquez. Mi vida est¨¢ ligada a esta obra fascinante, se aparta de ella y vuelve a ella sin cesar, encontr¨¢ndola siempre en su camino¡±.
(¡)
¡°Desde 1953, a?o de mi primer retorno clandestino a Madrid, me he plantado muy a menudo ante el cuadro de Vel¨¢zquez, le he consagrado horas de meditaci¨®n contemplativa. Diversas circunstancias han concurrido en esta predilecci¨®n. Los recuerdos de infancia, sin duda. Razones menos ¨ªntimas, tambi¨¦n, impuestas en realidad por las condiciones de la vida clandestina¡±.
¡°En los primeros tiempos, el Prado era un lugar ideal para matar el tiempo, para hacer vivir los tiempos muertos. Y en el Prado el emplazamiento de Las meninas era privilegiado.
En aquella ¨¦poca, la tela de Vel¨¢zquez se expon¨ªa en una sala del museo que le estaba reservada. All¨ª se encontraba, en su sombr¨ªo fulgor, suntuosamente aislada, entenebrecida por la p¨¢tina de los siglos. La sala de Las meninas ten¨ªa una particularidad: un gran espejo a la derecha del cuadro, si se miraba de frente. Aquella superficie reflectante ¡ªy tal vez reflexiva¡ª permit¨ªa reproducir el juego de puntos de vista que el cuadro propone de manera tan evidente como enigm¨¢tica. Pero aquel espejo de la sala de Las meninas ten¨ªa otra virtud: permit¨ªa vigilar f¨¢cilmente el entorno. Sin que se hiciera nada ¡ªo mejor dicho, como si se estuviera observando el cuadro en aquel espejo, para recomponer los efectos sutiles de inversi¨®n de situaciones que aquel induce insidiosamente¡ª pod¨ªa comprobarse si alguien te hab¨ªa seguido¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Calle de Vicente Aleixandre n¨²mero 3-5
¡°En 1953, durante mi primer viaje clandestino a Madrid, hab¨ªa visitado a Aleixandre, gran poeta, gran personaje del exilio interior. Lo hab¨ªa visitado con el nombre de Grador. Hab¨ªa fingido ser un hispanista franc¨¦s que trabajaba en una tesis sobre la poes¨ªa espa?ola del siglo XX. Buen tema de tesis, por otra parte. Vicente Aleixandre viv¨ªa en una casita de un barrio residencial de la periferia, al norte de la ciudad. Las calles llevaban nombres de ¨¢rboles y flores. La suya se llamaba ¡®Velintonia¡¯ que es otro nombre, como se sabe, para la sequoya. La conversaci¨®n hab¨ªa sido apasionante, al menos para m¨ª¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Calle Concepci¨®n Bahamonde, n¨²mero 5
¡°Siempre te ha hecho gracia?eso de vivir en Concepci¨®n Bahamonde: la c¨¢rcel de?Ventas est¨¢ ah¨ª, a la vuelta de la esquina.?Bueno, tambi¨¦n te hac¨ªa gracia, unos a?os antes, vivir en la Traves¨ªa del Reloj.?Bajabas a veces a la peluquer¨ªa y estaba el barbero afeitando a los soldaditos de?guardia en el Tribunal Especial del coronel Eymar, de la calle del Reloj. Si te llegan a?coger en esa ¨¦poca, treinta metros escasos separaban tu diminuto ¨¢tico ¡ªcon azotea y?vista panor¨¢mica sobre el paisaje del norte de Madrid, pero por su reverso?velazque?o, o sea, por el reverso del perfil que a Vel¨¢zquez se le ha ocurrido pintar?¡ª, treinta metros separaban ese domicilio clandestino del tribunal que habr¨ªa de?juzgarte. Luego, en Concepci¨®n Bahamonde, a finales de los a?os?50, lo que ten¨ªas a?mano era la c¨¢rcel de Ventas¡±.
¡°Pero es la noche del?17?de junio de?1959?y has entrado en Marqu¨¦s de Mond¨¦jar,?hacia Concepci¨®n Bahamonde.?De pronto, al acercarte al portal del n¨²mero 5 de Concepci¨®n Bahamonde,?comprendes con toda claridad por qu¨¦ has decidido venir a dormir aqu¨ª, a pesar de?que Sim¨®n conozca este domicilio clandestino. Hab¨ªas vuelto, por tanto, a esta casa de Concepci¨®n Bahamonde, n¨²mero cinco,?para no dejarle solo a Sim¨®n, para no abandonarle. Para que entre Sim¨®n y t¨² siguiese habiendo, como un secreto compartido, este lazo, este v¨ªnculo, esta relaci¨®n. Y es que Sim¨®n sabe d¨®nde est¨¢s. Conoce esta habitaci¨®n, con su cama de hierro,?su armario, su mesilla de noche. Conoce la habitaci¨®n contigua, en la que trabajas:?una mesa, una silla, la m¨¢quina de escribir, algunos libros. Conoce estas dos habitaciones diminutas, desnudas. ?l ha vivido en esta casa de Concepci¨®n Bahamonde antes de que t¨² vivas en esta casa. Y cuando t¨² dejes de vivir en esta casa, Juli¨¢n Grimau vivir¨¢ en esta casa¡±.
[Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez. Planeta, 1977].
Plaza del Rey, n¨²mero 1
¡°?Azar simb¨®lico o gui?o del destino? Como quiera que sea, el edificio en el cual estaban instalados los servicios de mi ministerio hab¨ªa sido construido en el solar de un antiguo circo. Durante mi infancia, all¨ª se alzaban las instalaciones permanentes del Circo Price, que tan a menudo hab¨ªa frecuentado con mis hermanos. M¨¢s tarde cuando el circo fue derribado, se construy¨® un edificio de una modernidad relativamente sobria, no demasiado ins¨®lita en le paisaje urbano circundante. Albergaba los servicios del Banco Urquijo.
Aunque fuera objetivamente inocente, este emplazamiento no dejaba de tener su ir¨®nica significaci¨®n. Pod¨ªa servir de advertencia. Porque los juegos de circo y los imperativos de rentabilidad constituyen dos l¨ªmites, dos obst¨¢culos en los que pueden quebrarse las pol¨ªticas culturales¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Palacio de La Moncloa
¡°Eran las 12 de la noche en la entrada de la La Moncloa y yo me preguntaba en el silencio de mi fuero ¨ªntimo si Jaime Gil de Biedma, gran poeta, compa?ero de largos paseos e interminables conversaciones nocturnas, no se hab¨ªa equivocado por una vez. Hab¨ªa vaticinado, al final de uno de sus Poemas morales escritos bajo el franquismo, que ¡®de todas las historias de la Historia / la m¨¢s triste sin duda es la de Espa?a / porque termina mal¡'
?Y si la historia de Espa?a, por una vez, no terminara mal?¡±
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
Calle Pr¨ªncipe de Vergara 204, Restaurante La Ancha
¡°Por la noche, sin embargo, a veces en el frescor parsimonioso y provisional de una brisa del norte, volv¨ªa a encontrar el ambiente de anta?o. Gracias a los amigos de anta?o, claro est¨¢. Volv¨ªa a encontrarme con algunos de ellos para cenar, en la terraza de un restaurante que frecuent¨¢bamos desde hac¨ªa a?os, La Ancha. Volv¨ªa a encontrarme all¨ª en el ambiente caracter¨ªstico de las interminables conversaciones nocturnas: el esp¨ªritu de Madrid¡±.
¡°En La Ancha, una vida m¨¢s tarde, varias muertes m¨¢s tarde, alguien murmur¨® que s¨®lo nos faltaba Domingo. Nos miramos y era verdad. Hab¨ªa sido nuestro amigo, a veces incluso el v¨ªnculo entre nosotros, la amistosa conciencia de nuestra amistad¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
¡®Federico S¨¢nchez se despide de ustedes¡¯
Biriatou
¡°Pedir¨ªa que me enterraran en el peque?o cementerio de Biriatou. En este lugar frontera, posible patria de ap¨¢tridas, entre una y otra pertenencia ¡ªla espa?ola, que es de nacimiento, con toda la imperiosidad, arrolladora por momentos, de lo que es evidente; la francesa, que es de elecci¨®n, con toda la incertidumbre, a veces angustiosa, y el apasionamiento¡ª, en esta antigua tierra de Euskal Herria. Un lugar para que mi ausencia se perpet¨²e¡±
[Adi¨®s, luz de veranos... Tusquets, 1998].
¡®Adi¨®s, luz de veranos...¡¯
La Haya
Iglesia de Parkstraat
¡°Ocurri¨®, en efecto, que el sacerdote de la Parkstraat que pronunci¨® el serm¨®n de la misa mayor se despach¨® con una diatriba de inusitada violencia contra los rojos espa?oles, llamando a la guerra santa contra ellos, a la cruzada de la fe contra los enemigos de la Iglesia.
Mi padre no conoc¨ªa lo suficiente la lengua holandesa como para entender aquella pr¨¦dica guerrera en sus detalles y matices. As¨ª y todo, capt¨® que el cura hab¨ªa hablado de Espa?a y de los rojos espa?oles. Al concluir la misa, mientras sal¨ªamos de la iglesia, me pidi¨® que le resumiera la encendida soflama de cura, cosa que hice con la mayor precisi¨®n posible.
Cuando conclu¨ª mi detallado resumen, mi padre se detuvo ante la reja que dejaba a la Parkstraat. Estaba l¨ªvido; su mirada trasluc¨ªa desesperada ira¡±.
[Adi¨®s, luz de veranos... Tusquets, 1988]
Par¨ªs
Boulevard Saint-Michel
¡°La panadera del bulevar Saint-Michel, mujer de lengua larga e ideas cortas ¡ªcurvas, m¨¢s bien: torcidas, quiero decir¡ª, me hab¨ªa expulsado, con una frase que pretend¨ªa ser hiriente (¡¯espa?ol del ej¨¦rcito derrotado¡¯) de la comunidad de los elegidos. Mi detestable acento no s¨®lo me hab¨ªa impedido obtener el panecillo o el croissant que deseaba, sino que tambi¨¦n me hab¨ªa desgajado de la comunidad ling¨¹¨ªstica, que es uno de los elementos fundamentales de un v¨ªnculo social, colectivo. Tom¨¦ una decisi¨®n de inmediato. En circunstancias como ¨¦sas, no es recomendable remolonear. Disimular, darle largas al asunto con la esperanza que todo se arregle: no se arregla nunca. As¨ª pues, acept¨¦ ser rechazado. Soy un extranjero, muy bien; seguir¨¦ si¨¦ndolo, pens¨¦. Con todo, para que esa decisi¨®n ¨ªntima, repentina, tan apremiante como la chispa de la gracia ¡ªsi me f¨ªo de los que experimentaron dicha chispa o, al menos, la convirtieron en un gratificante tema literario¡ª, fuese realmente eficaz, mi condici¨®n de extranjero no deb¨ªa ser ostensible, perceptible para cualquiera. Deb¨ªa ser una virtud secreta, y para ello ten¨ªa yo que dominar la lengua francesa como un aut¨®ctono¡±.
[Adi¨®s, luz de los veranos... Tusquets, 1998].
Liceo Henri IV
¡°Hab¨ªa en el Liceo Henri IV dos cursos de filosof¨ªa. El profesor de uno de los cursos era Maublanc, un marxista. El otro era Bertrand, un racionalista cr¨ªtico¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Rue Balise-Desgoffe
¡°Con El hombre sin atributos, de Musil, hab¨ªa encontrado, en efecto, Los son¨¢mbulos, de Hermann Broch, en la biblioteca de ?douard-Auguste Frick de la Rue Balise-Desgoffe, en Par¨ªs. Frick era un ginebrino erudito, rico y generoso, amigo del grupo Esprit, que nos hab¨ªa alojado durante varios meses a mi hermano ?lvaro y a m¨ª. Dispon¨ªa de una biblioteca extraordinaria, de la cual una buena parte era en lengua alemana. Yo hab¨ªa ido engullendo los vol¨²menes por decenas¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Caf¨¦ de Flore, 172 de Boulevard Saint-Germain
¡°En 1942, en el Caf¨¦ de Flore, lo que me llam¨® la atenci¨®n fueron la silueta y el andar de Simone Kaminker. Tambi¨¦n ella se mov¨ªa entre las mesas, y aquel d¨ªa yo no pod¨ªa distinguir su rostro. No vi realmente su rostro hasta tres a?os m¨¢s tarde, en 1945, el verano de mi regreso, en la terraza de ese mismo caf¨¦. La peque?a Kaminker hab¨ªa cambiado de nombre, pero su mirada no desment¨ªa su andar altivo, danzante que creaba alrededor de su silueta espacio m¨®viles de luz y de silencio, y que ya me hab¨ªan llamado la atenci¨®n la primera vez¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Rue de Vaugirard
¡°Es la antev¨ªspera del 1 de mayo: el 29 de abril, por lo tanto. Por la tarde, para ser del todo exactos. Llegu¨¦ en el transcurso de la tarde del 29 de abril a Par¨ªs, a la Rue de Vaugirard, en un convoy de la misi¨®n de repatriaci¨®n del padre Rodhain¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Place de la Nation
¡°Una breve borrasca de nieve se abati¨® sobre las banderas del 1 de mayo.
Yo estaba en la esquina de la Avenue Bel-Air y la Place de la Nation. Iba solo, ve¨ªa desfilar la marea de manifestantes, rematada por las pancartas, las banderas rojas. O¨ªa el rumor de los cantos antiguos.
Hab¨ªa vuelto. Estaba vivo¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Boulevard Montparnasse
¡°Fue en el Petit Schubert del Boulevard Montparnasse donde bail¨¦ con Odile por primera vez, unos d¨ªas despu¨¦s de mi regreso. Despu¨¦s de la noche en vela de Eisenach.
Estaba otra vez la trompeta de Armstrong, todas las trompetas del para¨ªso. Estaba la noche en vela, el alcohol, la insensata esperanza de una vida reiniciada. Estaba Odile M., que era la prima de uno de mis amigos de adolescencia. Tras una cena conversaciones, risas, una discusi¨®n confusa en casa de unos desconocidos, en la Avenue de Saxe, en torno a Albert Camus, acabamos junt¨¢ndonos una pandilla en le Petit Schubert, pasada la medianoche¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
42 Rue Fontaine
¡°Lees tu direcci¨®n de entonces y te pones a re¨ªr silenciosamente. Aquel apartamento en el que viviste fugazmente hab¨ªa sido el de Andr¨¦ Breton. Y ¨¦ste te lo traspas¨®, cuando se mud¨® a otro piso m¨¢s grande en la misma casa. Era un apartamento-taller de pintor, con la amplia vidriera del estudio orientada a la luz del norte que era la luz de Montmartre, por cierto. Llegaste un d¨ªa con 250.000 francos de entonces, c¨¦ntimos de hoy, que era el precio del traspaso. Te abri¨® la puerta Andr¨¦ Breton ue era parecid¨ªsimo al poeta Andr¨¦ Breton, tal y como sale en las fotos, de las historias ilustradas del surrealismo. Bueno casi todos los poetas que has conocido ten¨ªan aires de poeta¡±.
[Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez. Planeta, 1977].
Avenue Kl¨¦ber
¡°Te acordar¨ªas de tu primer encuentro con Pasionaria.
Fue en Par¨ªs, en 1947
?En primavera? Tal vez, no es imposible. Crees recordar que fue uno de esos d¨ªas de Par¨ªs, con aguacero, de que hablara C¨¦sar Vallejo. En todo caso, fue en el local de que dispon¨ªa la direcci¨®n del partido en la avenida Kl¨¦ber. El local fue clausurado en septiembre de 1950, cuando el gobierno franc¨¦s prohibi¨® las actividades del partido espa?ol en Francia y puso fuera de la ley vuestras organizaciones. Pero incluso antes de la ilegalidad, antes de que las citas con los camaradas se hicieran en un parque, a la salida de un metro, en un apartamento discreto ¡ªo en la acera de la plaza de la Rep¨²blica, delante de los escaparates de La Toile d¡¯Avio, cuando se tratara de los dirigentes del PSUC, que no parec¨ªan conocer en Par¨ªs otro lugar para encontrarse, y, de hecho, sabes de camaradas llegados de Catalu?a, de forma imprevista, y con alg¨²n recado urgente, a los cuales les bastar¨ªa tomar contacto con situarse estrat¨¦gicamente frente a aquel trozo de acera de la plaza de la Rep¨²blica, a esperar que pasara, inexorablemente, acudiendo a alguna cita, alguno de los dirigentes del PSUC¡ª incluso, dec¨ªas, antes de la ilegalidad del a?o 50, ese nombre de Kl¨¦ber ira aureolado de algo de misterio¡±.
[Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez. Planeta, 1977].
¡°A nadie le agrada lo que yo pienso sobre Espa?a. Creo que ni a m¨ª mismo me agrada. ?La desgraciada Espa?a, la Espa?a heroica, la Espa?a del coraz¨®n sobre la raz¨®n! Se ha convertido en la conciencia l¨ªrica de la izquierda. Un mito de viejos combatientes. 14 millones de turistas viajan a Espa?a. Espa?a meca del turismo o leyenda de la guerra civil. Todo mezclado con Lorca. Yo ya estoy harto de Lorca. ?Mujeres est¨¦riles, dramas rurales, ya estoy harto de la leyenda de Espa?a!¡±
[Discurso que pronuncia en su piso parisino Diego Mora, personaje protagonista de la pel¨ªcula La guerra ha terminado (1966), dirigida por Alain Resnais con guion de Jorge Sempr¨²n].
¡®La guerra ha terminado¡¯ (1966)
Borgo?a
Semur-en-Auxois
¡°Fue en 1943. En oto?o, en la comarca de Semur-en-Auxois. En un recodo del r¨ªo hab¨ªa una especie de presa natural que reten¨ªa el agua¡±.
(...)
¡°El alem¨¢n estaba solo, ten¨ªamos nuestras Smith and Wesson. La distancia que nos separaba de ¨¦l era la correcta, lo ten¨ªamos perfectamente al alcance de nuestras armas. Se pod¨ªa recuperar una moto, una metralleta.
El joven alem¨¢n se ha vuelto de espaldas, se dirige a pasos cortos hacia su motocicleta, inm¨®vil en el caballete.
Entonces empu?o el arma con ambas manos. Apunto a la espalda del alem¨¢n, aprieto el gatillo de la Smith and Wesson. Oigo a mi lado las detonaciones del rev¨®lver de Julien, que ha disparado varias veces, ¨¦l tambi¨¦n¡±.
[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].
¡°Julien era mi compa?ero de rondas en el maquis de la comarca, donde repart¨ªamos las armas que nos hab¨ªan lanzado en paraca¨ªdas por cuenta de ¡®Jean-Marie Action¡¯, la red de Henri Frager para la cual yo trabajaba. Julien conduc¨ªa los coches Citro?n y las motocicletas a toda velocidad por las carreteras de los departamentos de Yonne y de C?te-d¡¯Or, y compartir con ¨¦l la emoci¨®n de las carreras nocturnas era una maravilla. Con Julien les tom¨¢bamos el pelo a las patrullas de Feld. Pero Julien cay¨® en una trampa, se defendi¨® como un demonio. Su ¨²ltima bala de la Smith and Wesson fue para s¨ª mismo: se la dispar¨® en la cabeza¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
¡°Yo hab¨ªa ido al Tabou con Julien. Les llev¨¢bamos a los resistentes del Tabou un suministro de explosivos pl¨¢sticos con vistas a no recuerdo qu¨¦ operaci¨®n de sabotaje. Est¨¢bamos en el calvero del Tabou, anochec¨ªa. Yo me hab¨ªa sentido un poco apartado, rele¨ªa un cap¨ªtulo de La esperanza. Era un libro que siempre llevaba metido en la bolsa. Hab¨ªa acabado impregn¨¢ndose del olor nauseabundo y persistente del explosivo pl¨¢stico¡±.
[Aquel domingo. Tusquets, 1999]
?piazy
¡°La casa de Ir¨¨ne Chiot era una antigua granja, con varias dependencias rodeando un corral herboso. Eran las doce, m¨¢s o menos. La antev¨ªspera hab¨ªamos volado un tren de municiones de la Wehrmacht, en Pointigny, y uno de los miembros de nuestro equipo desapareci¨®. Yo fui a Laroche-Migennes, donde ten¨ªamos apoyos: escondites, buzones, un grupo de choque bien armado. Pero Georges V. segu¨ªa desaparecido. No hubo modo de restablecer el contacto con ¨¦l. Algunos indicios hac¨ªan temer que lo hubieran detenido. De regreso en ?piazy, al alba, tras una noche en blanco, dormit¨¦ unas horas en el cuarto que ocupaba habitualmente.
Eran las doce, m¨¢s o menos; me despert¨¦ con la boca pastosa. Pens¨¦ en Georges V., desaparecido. Me encamin¨¦ a trav¨¦s del patio hacia el edificio que albergaba la cocina: necesitaba que Ir¨¨ne me preparara un caf¨¦.
Pero, claro, nos hab¨ªa visitado la Gestapo¡±.
[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].
¡®Ejercicios de supervivencia¡¯
Auxerre
¡°Hab¨ªa descubierto mi cuerpo de nuevo, su realidad por s¨ª misma, su opacidad, tambi¨¦n su autonom¨ªa en la sublevaci¨®n, a los diecinueve a?os, en Auxerre, en un chalet de la Gestapo, en el transcurso de los interrogatorios.
De repente mi cuerpo se volv¨ªa problem¨¢tico, se despegaba de m¨ª, viv¨ªa de esta separaci¨®n, para s¨ª, contra m¨ª, en la agon¨ªa del dolor. Los esbirros de Haas, el jefe de la Gestapo local, me colgaban en el aire, con los brazos estirados hacia atr¨¢s y las manos sujetas en la espalda por unas esposas. Me sumerg¨ªan la cabeza en el agua de la ba?era, que ensuciaban deliberadamente con desperdicios y excrementos.¡±
[Ejercicios de supervivencia. Tusquets, 2016].
Campo de Compi¨¦gne
¡°Fue pocas horas despu¨¦s de la salida. Apenas comenz¨¢bamos a darnos cuenta de que no se trataba de una broma pesada, de que iba a ser preciso, en realidad, permanecer as¨ª d¨ªas y noches, apretados, prensados, ahogados. Algunos viejos empezar¨ªan ya a gritar, enloquecidos. No lo aguantar¨ªan, se iban a morir. En verdad, ten¨ªan raz¨®n, en realidad algunos iban a morir¡±.
(...)
¡°Hay gente en el and¨¦n de la estaci¨®n, y acaban de comprender que no somos un tren como cualquiera. Han debido de ver agitarse las siluetas a trav¨¦s de las aberturas cubiertas con alambre de espino. Hablan entre s¨ª, se?alan el tren con el dedo, parecen excitados. Hay un chaval de unos diez a?os, con sus padres, justo ante nuestro vag¨®n. Escucha a sus padres, mira hacia nosotros, agacha la cabeza. Luego se va corriendo. Luego vuelve tambi¨¦n corriendo, con una piedra enorme en la mano. Al poco se acerca a nosotros y arroja la piedra, con todas sus fuerzas, hacia la abertura cerca de donde estamos. Nos echamos hacia atr¨¢s, deprisa, la piedra rebota en los alambres, pero por poco le da en la cara al chico de Semur¡±.
[El largo viaje. Seix Barral, 1965 / Tusquets, 2004].
Campo de Buchenwald
¡°Pues el prisionero que fui yo, el n¨²mero 44.904, era un joven comunista de veinte a?os que tuvo sus experiencias en Buchenwald durante diecis¨¦is meses como militante de la organizaci¨®n secreta. Que, una vez finalizado el periodo de cuarentena en el barrac¨®n 62 del campo peque?o, trabaj¨® en la oficina de estad¨ªstica del trabajo, es decir en uno de centro de poder neur¨¢lgicos de aquella organizaci¨®n interna. Por supuesto yo no pertenec¨ªa a la troika dirigente del Partido Comunista de Espa?a en Buchenwald, pero como yo era el ¨²nico de todos mis camaradas que dominaba el alem¨¢n, se me encomend¨® esa tarea de gran responsabilidad. As¨ª conoc¨ª algunos problemas, algunas actividades y tambi¨¦n algunos secretos de la resistencia antifascista en Buchenwald¡±.
[¡¯Weimar-Buchenwald¡¯, dicurso pronunciado en el Teatro Nacional de Weimar el 9 de abril de 1995, recogido en el volumen Pensar Europa. Tusquets, 2006].
Bloque 56, Campo peque?o
¡°Doblemente enclaustrada, esta parte del recinto interior estaba reservada al periodo de cuarentena de los reci¨¦n llegados. Reservada a los inv¨¢lidos ¡ªel bloque 56 en particular¡ª y a todos los deportados que todav¨ªa no hab¨ªan sido integrados en le sistema productivo de Buchenwald.
Me acercaba los domingos por la tarde, todas las tardes de domingo de aquel oto?o, en 1944, tras la lista del mediod¨ªa, tras la sopa de fideos de los domingos. Saludaba a Nicolai, mi compa?ero ruso, el joven b¨¢rbaro. Charl¨¢bamos un poco. M¨¢s val¨ªa estar a buenas con ¨¦l. Que ¨¦l me considerara a buenas con ¨¦l, mejor dicho. Era el jefe del Stubendienst, el servicio de intendencia del bloque 56. Era tambi¨¦n uno de los cabecillas de las pandillas de adolescentes rusos, salvajes, que controlaban los tr¨¢ficos y los repartos de poder en el Campo Peque?o.
Nicolai me consideraba de confianza. Me acompa?aba hasta los camastros en los que se pudr¨ªan Halbwachs y Maspero¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Semis¨®tano sala de los contagiosos
¡°Solo en la voz se desplegaban esas emociones demasiado fuertes, como olas de un mar de fondo que removieran la superficie de aguas aparentemente tranquilas. Era el miedo de no ser cre¨ªdo, sin duda. De, ni siquiera, ser o¨ªdo. Pero resultaba del todo cre¨ªble. A ese superviviente del Sonderkomando de Auschwitz le o¨ªamos perfectamente¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Plaza
¡°Est¨¢bamos concentrados, treinta mil hombres inm¨®viles, en la plaza mayor donde pasaban lista, y los de la SS hab¨ªan levantado en medio los andamios para la horca. Estaba prohibido mover la cabeza, bajar la vista. Era preciso que vi¨¦ramos morir a aquel compa?ero. Le ve¨ªamos morir¡±.
[El largo viaje. Seix Barral, 1965 / Tusquets, 2004].
Crematorio
¡°Las hice entrar por la puertecita del crematorio, que llevaba al s¨®tano. Acaban de comprender que no era una cocina y, de repente, enmudecieron. Les ense?¨¦ los ganchos donde colgaban a los deportados, pues el s¨®tano del crematorio tambi¨¦n serv¨ªa de sala de tortura. Les ense?¨¦ los l¨¢tigos y las porras. Les ense?¨¦ los montacargas que sub¨ªan los cad¨¢veres a la planta baja, directamente delante de la hilera de hornos. Subimos a la planta baja y les ense?¨¦ los hornos. Ya no ten¨ªan nada que decir. No m¨¢s risas, ni conversaciones, ruidosa pajarera: silencio. Suficientemente pesado, suficientemente espeso como para desvelar su presencia detr¨¢s de m¨ª. Me segu¨ªan, como una masa de silencio angustiado, de repente. Sent¨ªa el peso de su silencio a mis espaldas.
Les ense?¨¦ la hilera de hornos, los cad¨¢veres medio calcinados que hab¨ªan quedado en su interior. Casi no les hablaba. Les nombraba sencillamente las cosas, sin comentarios. Despu¨¦s las hice salir del crematorio, al patio interior rodeado de una alta empalizada. Una vez ah¨ª, ya no dije nada, nada en absoluto. Les dej¨¦ que vieran. Hab¨ªa en medio del patio, un amasijo de cad¨¢veres que superaba con mucho los tres metros de altura. Un amasijo de esqueletos macilentos, torsionados, con ojos de espanto¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Letrinas del Campo Peque?o
¡°Sin embargo, pese al vaho mef¨ªtico y al olor pestilente que envolv¨ªan constantemente el edificio, las letrinas del Campo Peque?o era un lugar convivencial, una especie de refugio donde encontrarse con compatriotas, con compa?eros de barrio o de maquis; un lugar donde intercambiar noticias, briznas de tabaco, recuerdos, risas, un poco de esperanza; algo de vida en suma. Las letrinas inmundas del Campo Peque?o eran un espacio de libertad: por su propia naturaleza, por los olores nauseabundos que desprend¨ªan, a los S.S. y a los Kapos les repel¨ªa acudir al edificio, que se convert¨ªa as¨ª en el sitio de Buchenwald donde el despotismo inherente al funcionamiento mismo del conjunto concentracionario se hac¨ªa sentir menos¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Casa de Goethe
¡°Contemplo el sol de abril sobre el c¨¦sped que baja hasta el Ilm. Contemplo la casita de campo de Goethe. Oigo el susurro profuso de los p¨¢jaros a mi alrededor: la vida reiniciada, en suma. Sin embargo un sentimiento inexplicable se podera de m¨ª: estoy contento de volver, como acaba de decir Rosenfeld. Tengo ganas de volver a Buchenwald, entre los m¨ªos, entre mis compa?eros, los aparecidos que regresan de una larga ausencia mortal ¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
¡®La escritura o la vida¡¯
Suiza
¡°Yo viv¨ªa en Solduno, aquel invierno, en las inmediaciones de Locarno. Mi hermana Maribel hab¨ªa alquilado una casa en el valle de la Maggia, al sol de Tesino, para que yo pudiera descansar. Y escribir tambi¨¦n¡± (...)
¡°En Ascona, en el Tesino, un d¨ªa soleado de invierno en diciembre de 1945, me encontr¨¦ ante la tesitura de tener que escoger entre la escritura o la vida¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Praga
¡°Me gustar¨ªa recordar brevemente a Rescheke, Busse y Bartel. Los conoc¨ª en la oficina de estad¨ªstica del trabajo de Buchenwald, adonde acud¨ªan con frecuencia para discutir con el capo Willi Seifert y tambi¨¦n con Josef Frank, uno de sus colaboradores. A Frank se lo conden¨® a muerte en Praga en el proceso contra Rudolf Slansky. Se le ahorc¨® y sus cenizas se esparcieron en una carretera abandonada y cubierta de nieve. Josef Frank, Pepikou, como le llamaban su compatriotas checos, confes¨® haber trabajado en Buchenwald para las SS y la Gestapo. Una declaraci¨®n falsa, por supuesto, enga?osa obtenida mediante tortura¡±.
[¡¯Una tumba en las nubes¡¯, discurso por la recepci¨®n del premio de los libreros alemanes en Frankfurt en 1994, recogido en Pensar Europa. Tusquets, 2006].
Castillo Zbraslav
¡°En 1964 regres¨¦ a Praga con un pasaporte franc¨¦s a nombre de Camille Salagnac¡. Era mi ¨²ltimo viaje con pasaporte falso. En las cercan¨ªas de Praga, en un antiguo castillo de los reyes de Bohemia, durante una larga reuni¨®n del Ejecutivo ¡ªapelaci¨®n perfectamente merecida por una vez, puesto que realmente me ejecutaron¡ª acababan de expulsarme del Partido Comunista de Espa?a¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
¡°En el momento mismo en que Pasionaria pide la palabra, en que, alis¨¢ndose un mech¨®n de pelo blanco, rebelde, colocaba en la mesa la cuartilla que iba a leeros, en ese mismo momento, se han abierto de par en par las puertas del gran sal¨®n y han entrado varios camareros de chaquetilla blanca y guante inmaculado.
Silenciosos y diligentes, se acercan a la mesa y comienzan a retirar los ceniceros llenos de colillas, las botellas de agua mineral y de zumo de naranja medio vac¨ªas. Diligentes y silenciosos, colocan en la larga mesa ceniceros limpios, vasos limpios, botellas frescas de agua mineral, grandes garrafas de zumo de naranja.
Con un aire de desagrado y de impaciencia, Pasionaria espera que terminen para hacer uso de la palabra.
Te quedan, pues, unos instantes de respiro ¡
Pero Pasionaria est¨¢ hablando.
Mientras andabas perdido en tu memoria, mientras evocabas una imposible conversaci¨®n ver¨ªdica con ella, Pasionaria ha tomado la palabra. Est¨¢ leyendo la cuartilla que ten¨ªa preparada, con su espl¨¦ndida voz met¨¢lica, rugosa y armoniosa. Est¨¢ fulminando contra vosotros los rayos de la c¨®lera. Est¨¢ hablando en nombre del Esp¨ªritu-de-Partido, el sacrosanto Esp¨ªritu-de-Partido. Est¨¢ diciendo que sois, Fernando y t¨², ¡®intelectuales con cabeza de chorlito¡±.
[Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez. Planeta, 1977].
¡°En Praga, el ¨²ltimo d¨ªa, anduve recorriendo, con el temor angustiado de no volver a verlos nunca m¨¢s, los lugares privilegiados de mi memoria de la ciudad. As¨ª, fui a la tumba de Franz Kafka, en el nuevo cementerio jud¨ªo de Strasnice. Fui a ver el cuadro de Renoir, expuesto en la Galer¨ªa Nacional, en el recinto del Castillo¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
¡°En enero de 1968 los conservadores hab¨ªan sido descartados de la direcci¨®n del partido comunista checoeslovaco. Empezaba una nueva era. El pueblo pod¨ªa hablar una vez m¨¢s despu¨¦s de a?os de silencio, de pasividad, de indiferencia y de desprecio. Se hab¨ªa hecho la prueba. El socialismo vive en la libertad de las masas como el pez vive en el agua. Pero el mismo d¨ªa que llegu¨¦ a Praga fui testigo de la invasi¨®n del pa¨ªs por 600.00 mil hombres y 6.000 tanques de los ej¨¦rcitos del Pacto de Varsovia¡±.
[Guion de La confesi¨®n (1970)].
¡®La confesi¨®n¡¯ (1970)
Bucarest
Tren Praga-Bucarest
¡°Dolores Ib¨¢rruri, que regresaba de no s¨¦ qu¨¦ congreso en Berl¨ªn Este en el tren especial de la delegaci¨®n rumana ¡ªaquel a?o, Dolores hab¨ªa instalado sus cuarteles de invierno en Bucarest¡ª, iba a pasar por la estaci¨®n de Praga el d¨ªa siguiente mismo. Acordamos en consecuencia que yo tambi¨¦n tomar¨ªa ese tren oficial, si los rumanos no ten¨ªan nada que objetar, para acompa?ar a la Pasionaria a Bucarest, exponerle durante el viaje las cr¨ªticas del grupo de Carrillo y esperar su veredicto, que yo comunicar¨ªa a la vuelta al n¨²cleo parisino del Bur¨® Pol¨ªtico del PCE.
Sea como fuere en el interminable viaje del tren especial de Praga a Bucarest me pas¨¦ una buena parte del tiempo con Kafka y Milena, aquel mes de enero de 1956, pocas semanas antes del que el XX Congreso del Partido Comunista Ruso empezara a desvelar, parcialmente todav¨ªa, con una prudencia dial¨¦ctica extrema, la realidad kafkiana del universo estalinista¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993].
¡®Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez¡¯
Salzburgo
¡°Algunas semanas m¨¢s tarde, en otro castillo, esta vez en Salzburgo, que no hab¨ªa pertenecido a los reyes de Bohemia sino a la familia de los pr¨ªncipes de Hohenlohe, se me iba a entregar el Premio Formentor de Literatura por El largo viaje. Otra vida comenzaba sin documentaci¨®n falsa. Y a¨²n no estaba seguro de no sentir nostalgia de la antigua, nostalgia al menos de la aventura y de la fraternidad de aquella otra vida¡±.
[Federico S¨¢nchez se despide de ustedes. Tusquets, 1993]
¡°Cuando Barral me haya entregado el ejemplar espa?ol de El largo viaje, cuando sostenga el volumen en mi mano, mi vida habr¨¢ cambiado. Y uno no cambia de vida impunemente, sobre todo cuando el cambio se hace a sabiendas, con una conciencia aguda y clara del acontecimiento, del advenimiento de un porvenir distinto, en ruptura radical con el pasado, cualquiera que le sea el curso que le est¨¢ reservado¡±
(...)
¡°Carlos Barral me explica la singularidad del libro que sostiene en la mano y que va a entregarme.
Resulta, en efecto, que la censura franquista ha prohibido la publicaci¨®n de El largo viaje en Espa?a. (¡) Barral ha encargado la realizaci¨®n de un ejemplar ¨²nico de mi novela. El formato, la encuadernaci¨®n, el n¨²mero de p¨¢ginas, la sobrecubierta ilustrada: todo es conforme al modelo de la futura edici¨®n mexicana. Salvo un detalle: las p¨¢ginas de mi ejemplar de hoy est¨¢n en blanco, v¨ªrgenes de cualquier car¨¢cter de imprenta¡±.
[La escritura o la vida. Tusquets, 1995].
Grecia
¡°Hab¨ªamos conversado mucho sobre los problemas pol¨ªticos e hist¨®ricos de Grecia, que en cierto modo, enlazaban con los de Espa?a. Costa-Gavras era un emigrado griego, Montand un emigrado italiano; hab¨ªa una complicidad que hizo que los proyectos se encadenaran¡±.
[Vivir es resistir. Tusquets, 2014].
¡°Cualquier coincidencia con los hechos, los muertos y los supervivientes con la realidad no es casualidad. ES VOLUNTARIA. Jorge Sempr¨²n / Costa-Gavras¡±.
[Nota en los cr¨¦ditos de Z, (1969)].
¡°El se?or subsecretario de agricultura acaba de recordarles que para el mildiu son necesarios tres sulfatados preventivos. Al igual que el mildiu, las enfermedades ideol¨®gicas deben combatirse en forma preventiva. Estas, como el mildiu, son debidas a la acci¨®n de g¨¦rmenes m¨®rbidos y par¨¢sitos de diversas especies. Por tanto, la pulverizaci¨®n de los hombres, por los medios m¨¢s apropiados, es indispensable. Las escuelas, en este caso, son nuestro primer objetivo. Es all¨ª, si ustedes me permiten la met¨¢fora, donde los brotes j¨®venes no han alcanzado los 12 o 15 cent¨ªmetros. La segunda pulverizaci¨®n debe hacerse poco antes o poco despu¨¦s de la floraci¨®n. Se trata, evidentemente, de la universidad, de la juventud obrera y la ¨¦poca del servicio militar es el mejor momento para aplicarla y salvar el ¨¢rbol sagrado de la libertad nacional de la infecci¨®n de este mildiu ideol¨®gico. Este a?o los panfletos lanzados desde aviones, hablan a nuestros campesinos de otra clase de enfermedad ideol¨®gica que comienza a hacer estragos en nuestro pa¨ªs¡±.
[Di¨¢logo del gendarme en el gui¨®n de Z (1969)].
¡°Tres a?os de c¨¢rcel por haber retenido y difundido documentos oficiales. Al mismo tiempo los militares prohib¨ªan el pelo largo, las minifaldas, S¨®focles, Tolstoi, Eur¨ªpides, romper los pasos a la rusa, hacer huelgas, Arist¨®fanes, Ionesco, Sartre, Albee, Pinter, la libertad de prensa, la sociolog¨ªa, Beckett, Dostoievski, la m¨²sica moderna, la m¨²sica popular, las matem¨¢ticas modernas y la letra Z que en griego antiguo quiere decir est¨¢ vivo¡±.
[Discurso final de la pel¨ªcula Z (1969)].
¡®Z¡¯ (1969)
Cr¨¦ditos
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