¡®Tres enigmas para la Organizaci¨®n¡¯: vuelve el Eduardo Mendoza m¨¢s descacharrante
El escritor regresa con una novela situada en la Barcelona de 2022, donde una organizaci¨®n gubernamental secreta creada durante el franquismo debe resolver un misterio triple. ¡®Babelia¡¯ publica el primer cap¨ªtulo del libro, que sale este mi¨¦rcoles 24
Barcelona, primavera del a?o 2022.
En la calle Valencia, a escasos metros del Paseo de Gracia, refulgente de hoteles suntuosos y tiendas lujosas de grandes marcas internacionales, casi enfrente del peque?o pero simp¨¢tico museo de antig¨¹edades egipcias, donde no faltan momias, sarc¨®fagos y tablillas, as¨ª como un n¨²mero indeterminado de figuritas, se levanta un edificio estrecho, de estilo decimon¨®nico, fachada de piedra gris con algunos relieves florales, balcones alargados con barandas de herraje y zagu¨¢n oscuro. No hay portero y es in¨²til pulsar el interfono. En las gruesas jambas de la puerta de entrada, una docena de placas de lat¨®n indican que el edificio, destinado en sus or¨ªgenes a vivienda de familias acomodadas, est¨¢ ocupado ahora por oficinas. Las placas que corresponden al segundo piso son cuatro. A?os atr¨¢s, las dos viviendas que lo integraban fueron divididas con objeto de sacarles mayor rentabilidad. Hoy son cuatro despachos distintos, cuyas actividades respectivas anuncian las cuatro placas, iguales en tama?o y letra.
2.? 1.? Arritmia. Obesidad. Demencia. Todo lo cura el doctor Baixet.
2.? 2.? Academia Zool¨®gica Neptuno: Se adiestran simios.
2.? 3.? Delitos fiscales, embargos, decomisos, expedientes. Borrachuelo & Associates.
2.? 4.? Dur¨® Durar¨¢. Reparaci¨®n de lavavajillas, aspiradoras, planchas, cafeteras y dem¨¢s efectos del hogar.
Un observador perspicaz podr¨ªa advertir que, pese a lo habitual de la oferta, a las cuatro oficinas apenas acude nadie, ni empleados ni clientes; y si alguien lo hace, hombre o mujer, procura pasar inadvertido, escudri?a a derecha e izquierda antes de entrar en el edificio, y repite la maniobra al salir a la calle. El mismo observador se sorprender¨ªa al comprobar que algunos de los que entran no salen; y que otros, que nunca entraron, salen con las mismas muestras de cautela; lo cual ser¨ªa imposible, salvo que en el ¨ªnterin se hubiese producido una asombrosa transformaci¨®n. Pero la posible existencia de tal observador es remota, porque en el edificio, como queda dicho, s¨®lo hay despachos y locales de negocios, con horario reducido, a los cuales cada uno va a lo suyo. En la calle el tr¨¢fico rodado es denso y los viandantes, en su mayor parte, son turistas apresurados o cuando menos forasteros, y para ellos la irregularidad de algunas costumbres no constituye motivo de extra?eza.
*
¡ªBuenos d¨ªas. Vengo por el anuncio. Soy Marrullero.
La chica que le atend¨ªa mir¨® con los p¨¢rpados entrecerrados al hombre que ten¨ªa delante. Deliberadamente dej¨® transcurrir unos segundos antes de preguntar.
¡ª?As¨ª te llaman? El hombre movi¨® la cabeza de lado a lado.
¡ªAs¨ª me llamo ¡ª respondi¨®¡ª. Me llaman cosas peores.
Quien as¨ª hablaba era un var¨®n de edad indefinida, quiz¨¢ cuarenta y pocos a?os, delgado de cuerpo, ancho de hombros, p¨¢lido de tez; vest¨ªa con discreci¨®n ropa gastada por el uso; miraba fijamente un punto en el vac¨ªo y hablaba con voz ronca, como de perro asm¨¢tico. Con gesto lento sac¨® del bolsillo interior de la chaqueta un papel mugriento, lo desdobl¨® y lo coloc¨® sobre la mesa.
¡ªVea la c¨¦dula de identidad ¡ª dijo se?alando la c¨¦dula¡ª. Aqu¨ª lo dice bien claro. Marrullero Vicente. Tengo otra a nombre de Buenaventura Adelantado. Y un pasaporte a nombre de Olaf Gustafsson, por si me conf¨ªan una misi¨®n en el extranjero.
La chica de la recepci¨®n cerr¨® los ojos y levant¨® la mano.
¡ªEst¨¢ bien ¡ª dijo secamente¡ª. Dejemos lo del nombre. Aqu¨ª le proporcionaremos otra identidad. Podr¨¢ seguir usando la suya, pero s¨®lo cuando no est¨¦ de servicio. ?Qu¨¦ sabe hacer?
¡ªBien, lo m¨ªo. Mal, lo que me manden ¡ª dijo ¨¦l.
¡ªNo le pregunto qu¨¦ hac¨ªa antes ¡ª ataj¨® ella¡ª, pero s¨ª el motivo del cambio.
¡ªYa tengo una edad ¡ª dijo ¨¦l bajando la voz¡ª. Conviene ir pensando en la jubilaci¨®n.
¡ªAqu¨ª el trabajo es peligroso ¡ª dijo ella¡ª. Pocos llegan a la edad de la jubilaci¨®n.
¡ªBueno ¡ª dijo ¨¦l¡ª, tampoco era cuesti¨®n de quedarme sentado toc¨¢ndome el pirindolo, ya me entiende.
¡ªEso es asunto suyo ¡ª dijo ella secamente.
El reci¨¦n llegado baj¨® los ojos y pas¨® una mirada distra¨ªda por los peculiares rasgos de la persona que le estaba interrogando: una joven delgada, morena, con una abundante cabellera rubia, piercings en la nariz y las cejas y abigarrados tatuajes que le cubr¨ªan los antebrazos y asomaban por el escote de la blusa. Aquella pinta estrafalaria no enga?¨® al reci¨¦n llegado, que adivin¨® sin esfuerzo que la joven llevaba peluca, que los tatuajes se disolv¨ªan en agua corriente y los piercings eran de quita y pon. Se preguntaba si otros detalles personales tambi¨¦n ser¨ªan ficticios, pero abandon¨® de inmediato las conjeturas: en su trato con las mujeres, dejarse llevar por la curiosidad le hab¨ªa reportado no pocos l¨ªos.
¡ª?Cu¨¢ndo empiezo a trabajar? ¡ª pregunt¨®.
¡ªSi le aceptan, ya ¡ª respondi¨® ella¡ª. El jefe nos ha convocado a todos dentro de un cuarto de hora. Antes le pasar¨¦ su solicitud. Si ¨¦l la aprueba, acuda a la reuni¨®n; all¨ª recibir¨¢ instrucciones y, de paso, conocer¨¢ a sus compa?eros.
*
Despu¨¦s de hacer pasillo, el nuevo entr¨® en la sala de reuniones, donde el jefe ya estaba presente, aunque el nuevo no le hab¨ªa visto entrar. La sala era rectangular; en un extremo hab¨ªa una mesa, un proyector de diapositivas y una pantalla enrollada. Frente a la mesa, una docena de sillas colocadas en dos filas separadas por un pasillo central. La chica que le hab¨ªa atendido le toc¨® discretamente el brazo y le indic¨® que se sentara y guardara silencio y compostura.
Detr¨¢s del reci¨¦n llegado y su acompa?ante, entraron dos hombres: uno, de avanzada edad, enjuto, mal afeitado, nariz afilada, ojos protuberantes y unas orejas grandes y alabeadas, como de divinidad hind¨², vestido con ropa vieja, arrugada y cubierta de lamparones; el otro era un jorobado de mirada esquiva. Los dos se sentaron sin saludarse ni mirarse siquiera a los ojos, ni tampoco al jefe. S¨®lo de cuando en cuando, una vez sentados, lanzaban una mirada furtiva al nuevo.
El jefe era un hombre de mediana edad, corta estatura, pelo cano, facciones regulares, aspecto atildado. Ni la entrada del nuevo ni la de los otros dos le hizo levantar la cabeza de unos papeles mecanografiados, en cuya lectura parec¨ªa absorto.
Al cabo de unos minutos entraron en la sala dos personas m¨¢s. Una de ellas era un hombre de piel rosada, mofletudo, con una expresi¨®n triste en unos ojos bovinos, que acentuaba una gruesa capa de r¨ªmel. La otra era una mujer de distinguida madurez, muy bien vestida, con un perrito repelado y canijo atado a una correa. Al entrar la mujer, la chica de la recepci¨®n cerr¨® la puerta de la sala y ocup¨® un asiento en la ¨²ltima fila. S¨®lo entonces el jefe levant¨® la vista y tom¨® la palabra.
¡ªAntes de pasar al tema objeto de la presente reuni¨®n ¡ª empez¨® diciendo con voz pausada¡ª, quiero dar la bienvenida a nuestro nuevo compa?ero. Oportunamente se informar¨¢ al resto del personal de su nombre, su domicilio, su profesi¨®n, su estado civil y su historial, todos ellos, naturalmente, falsos. Por el momento, tenemos un asunto de m¨¢s apremio. De modo que paso a enumerar los antecedentes. Como de costumbre, no est¨¢ permitido tomar notas. Ya s¨¦ que ustedes conocen el procedimiento, pero aprovecho la llegada de un novato para recordar algunas normas b¨¢sicas de esta organizaci¨®n. Nada de notas.
El jefe carraspe¨®, ech¨® una ojeada a sus notas e inici¨® la exposici¨®n.
¡ªHace dos d¨ªas un hombre fue hallado muerto en una habitaci¨®n del hotel El Indio Bravo, sito en la Rambla de San Jos¨¦. Para quien no lo sepa, la Rambla de San Jos¨¦ es simplemente la Rambla o, para los barceloneses, las Ramblas. En concreto, el trozo o sector donde se halla ubicado el mercado de la Boquer¨ªa. De hecho, el mercado de la Boquer¨ªa se llama mercado de San Jos¨¦, por su ubicaci¨®n. En alg¨²n momento cambi¨® su nombre por el de la Boquer¨ªa, todo lo cual, por ahora, no nos incumbe. S¨ª nos incumbe, en cambio, el interfecto hallado en el hotel. Seg¨²n el atestado de la polic¨ªa, fue hallado sin vida por el recepcionista de dicho hotel cuando acudi¨® a la habitaci¨®n de aqu¨¦l para indicarle que deb¨ªa abandonarla. Eso ocurr¨ªa exactamente a las doce del mediod¨ªa, hora fijada para el llamado check out, pues es a esa hora, seg¨²n el recepcionista del hotel, cuando se ha de adecentar la habitaci¨®n, y se daba la circunstancia de que el cliente a¨²n no hab¨ªa dejado la habitaci¨®n. Seg¨²n se deduce del atestado, la raz¨®n por la que el ya mencionado cliente no hab¨ªa dejado la habitaci¨®n era porque colgaba del techo, suspendido de una soga, la cual, a su vez, estaba atada a una viga de madera. En el atestado dice una higa, pero sin duda se trata de un error tipogr¨¢fico. El difunto se hab¨ªa registrado la v¨ªspera con un nombre falso y ostentaba la nacionalidad suiza, seg¨²n acredit¨® con un pasaporte expedido por dicho pa¨ªs o, m¨¢s probablemente, por alg¨²n falsificador. El pasaporte suizo es de color rojo y lleva en la tapa la conocida cruz blanca. El que present¨® nuestro sujeto era de color amarillo, y las letras dec¨ªan: Pasaporte Suizo, en castellano. El recepcionista del hotel no repar¨® en estos detalles, toda vez que el difunto, en vida, se hab¨ªa alojado a menudo en ese mismo hotel, El Indio Bravo, siempre con nombre y pasaporte falsos y siempre pagando en met¨¢lico por adelantado. El recepcionista dice recordar al individuo en cuesti¨®n, adem¨¢s de por lo dicho, porque en todas las ocasiones insist¨ªa en ocupar la misma habitaci¨®n, la 212, en el segundo piso, y tambi¨¦n porque all¨ª recib¨ªa compa?¨ªa femenina o, en palabras del propio recepcionista, putones. En la presente ocasi¨®n, la conducta del sujeto hab¨ªa seguido la misma pauta, a saber: check in y visita de una chica, la cual hab¨ªa abandonado la habitaci¨®n y el hotel transcurrida una hora, poco m¨¢s o menos. Preguntado si la chica era la misma en la presente ocasi¨®n y en las ocasiones anteriores, el recepcionista respondi¨® que no se hab¨ªa fijado, dado que por all¨ª pasaban muchas y muchos y qui¨¦nes eran o lo que iban a hacer no era asunto suyo, siempre que no alteraran el orden p¨²blico, cosa que ni el difunto ni la chica, fuera la misma o no, hab¨ªan hecho.
El jefe hizo una pausa. Los presentes esperaron en un respetuoso silencio.
¡ªEl segundo caso se produjo ayer. Por supuesto, del caso anterior hay m¨¢s informaci¨®n, pero prefiero d¨¢rsela luego y pasar al caso siguiente para que puedan formarse una visi¨®n de conjunto. Ayer, como digo, un funcionario del consulado del Reino Unido en Barcelona notific¨® a la polic¨ªa la desaparici¨®n de un s¨²bdito de dicha nacionalidad. La notificaci¨®n la hizo en la comisar¨ªa de Quatre Camins, de donde la polic¨ªa, o sea, los Mossos, la trasladaron a la Guardia Civil, por considerar a la Benem¨¦rita competente en incidencias ocurridas fuera del territorio catal¨¢n, como, a su entender, son las aguas portuarias. En el atestado de la Guardia Civil se hace constar que dicho ciudadano brit¨¢nico, de nombre Jenkins, fonde¨® su yate de recreo en el puerto de Barcelona el pasado jueves. No era la primera vez que visitaba nuestra ciudad, habi¨¦ndolo hecho con anterioridad por este mismo medio, es decir, mar¨ªtimo, en varias ocasiones. Nada m¨¢s atracar, el se?or Jenkins dio permiso a la tripulaci¨®n, permaneciendo ¨¦l solo en la embarcaci¨®n. Cuando la tripulaci¨®n regres¨®, entrada la noche, en el yate no hab¨ªa nadie. Tampoco hab¨ªa se?ales de violencia. A la tripulaci¨®n le extra?¨® que el patr¨®n estuviera ausente, pero como todos estaban borrachos, seg¨²n admitieron los propios interesados, no prestaron mayor atenci¨®n a dicha anomal¨ªa. S¨®lo al d¨ªa siguiente, al ver que su patr¨®n no regresaba y que les deb¨ªa la paga, decidieron poner el hecho en conocimiento de la Guardia Civil, la cual lo traslad¨® a la representaci¨®n consular, ¨¦sta a la polic¨ªa auton¨®mica y ¨¦sta, como queda dicho, a la Guardia Civil, que en estos momentos realiza pesquisas, por ahora infructuosas.
El nuevo levant¨® la mano. El resto de los asistentes dio muestras de consternaci¨®n y la chica de la recepci¨®n le susurr¨® que nunca se interrump¨ªa al jefe hasta que ¨¦ste no abr¨ªa el turno de preguntas, pero el propio jefe resolvi¨® la situaci¨®n con una sonrisa y un adem¨¢n ben¨¦volo, con el que daba la palabra al reci¨¦n llegado.
¡ª?Sugiere usted ¡ª dijo ¨¦ste, un tanto cohibido¡ª que el patr¨®n desaparecido y el muerto del hotel pueden ser la misma persona?
El jefe sonri¨® con mayor benevolencia.
¡ªNo sugiero nada ¡ª explic¨® pacientemente¡ª. Tal cosa ir¨ªa en contra de los m¨¦todos de la Organizaci¨®n. Ya se ir¨¢ adaptando a nuestro modo de funcionar. Me limito a exponer los datos del caso.
El reci¨¦n llegado agach¨® la cabeza y los dem¨¢s mostraron una cort¨¦s indiferencia. S¨®lo el perrito lanz¨® un ladrido agudo y tir¨® de la correa, en un intento de atacar al nuevo. El jefe torci¨® el gesto. Cuando el perrito se hubo calmado, prosigui¨®.
¡ªDesde hace un tiempo vengo observando, cada vez que voy al supermercado, que la marca Conservas Fern¨¢ndez no ha subido precios, a diferencia de otras marcas igualmente prestigiosas, como Ortiz, Cuca, Isabel, etc¨¦tera. En lo que va de a?o, estas tres marcas han subido el precio de sus productos entre un siete y un ocho y medio por ciento. No as¨ª Conservas Fern¨¢ndez. Eso es todo. ?Alguna pregunta?
En vista del silencio y como no ten¨ªa nada que perder, el nuevo pidi¨® otra vez la palabra.
¡ªHe cre¨ªdo entender ¡ª dijo cuando le hubo sido concedida¡ª que usted considera estos tres episodios parte de un solo caso.
¡ªEn efecto ¡ª respondi¨® el jefe¡ª, lo ha entendido usted bien. Y precisamente por eso los planteo. Como sabe, nuestra funci¨®n es encontrar una soluci¨®n global a sucesos que, por ser competencia de distintos cuerpos del orden, nunca llegar¨ªan a resolverse de un modo satisfactorio.
¡ª?Puedo preguntarle en qu¨¦ se basa para suponer que hay una conexi¨®n entre los tres supuestos que nos ha planteado? ¡ª insisti¨® el nuevo.
¡ªNo tengo pruebas, naturalmente ¡ª dijo el jefe con una sonrisa indulgente ante una pregunta tan obvia¡ª. Si las tuviera no estar¨ªamos trazando un plan. Sin embargo, todo me dice que los tres supuestos, como usted mismo los acaba de llamar, tienen mucho en com¨²n. Nuestro cometido es encontrar los puntos de uni¨®n. Por lo que a m¨ª respecta, s¨®lo puedo decirle que desconf¨ªo de las coincidencias, y aqu¨ª hay muchas.
¡®Tres enigmas para la organizaci¨®n¡¯, de Eduardo Mendoza. Seix Barral, 2024. 408 p¨¢ginas, 21,90 euros.
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