Editores contra el libro
El caso de Jean-Claude Brisville (Bois Colombes, 1922) guarda cierto parecido con el de Michel Vinaver (Paris, 1927): de j¨®venes, con un futuro literario prometedor por delante, prefirieron agarrarse a un empleo seguro y bien pagado. Vinaver lleg¨® a ser director general de Gillette Francia; Brisville, director del Livre de Poche. Cuando frisaban la edad de jubilaci¨®n, en los a?os ochenta, ambos retomaron su carrera teatral con ¨¦xito sorprendente. Uno, al abandonar Gillette; el otro, tras un despido.
La mecedora (1982), es un ajuste de cuentas de Brisville con su antiguo empleador, un duelo ret¨®rico en el que la raz¨®n de las letras, representada por Jer¨®nimo, director literario cincuent¨®n a qui¨¦n acaban de poner de patitas en la calle, se enfrenta a la l¨®gica de las cifras, encarnada por Osvaldo, editor en cuyo lujoso apartamento no hay un solo libro. La estructura de La mecedora, del tipo comedia-debate, es casi id¨¦ntica a las de El encuentro de Descartes con Pascal joven, La cena (estrenadas aqu¨ª por Josep Maria Flotats), La antec¨¢mara y La ¨²ltima salva (en Espa?a esc¨¦nicamente in¨¦ditas): una vez tomado el rumbo m¨¢s seguro del ¨¦xito comercial, Brisville no se desvi¨® un ¨¢pice.
En La mecedora est¨¢n todas las claves del ¨¦xito comercial de su autor: el humor con el que reflexiona sobre temas relacionados con la cultura o la historia, su defensa de posiciones humanistas frente a otras oscurantistas o tecn¨®cratas, su ingeniosidad, su clasicismo formal y su econom¨ªa dram¨¢tica. Flotats le tiene tomado el pulso a su teatro. A este montaje no le faltan acentos ni le sobran comas. Una vez creado el clima necesario con la preciosa ayuda escenogr¨¢fica de Alejandro And¨²jar y la luz c¨¢lida de Albert Faura, el actor catal¨¢n, esta vez desde fuera de la escena, puede concentrarse plenamente en la direcci¨®n de actores. Eleazar Ortiz da una lecci¨®n de escucha activa y de econom¨ªa expresiva en el papel de director editorial callado, hedonista, pagado de s¨ª mismo y m¨¢s listo que el hambre, pero profundamente ajeno a cualquier raz¨®n literaria: su Osvaldo exhala una autocomplacencia discreta, elegante y profundamente amoral.
Helio Pedregal lleva la voz cantante de la comedia: es el directivo que, buscando el porqu¨¦ de su despido, vuelve a la carga una y otra vez hasta poner a su antagonista contra las cuerdas. Sobre sus anchas espaldas sostiene, como un Atlas, la mayor parte del texto: quiz¨¢ por eso, y para crear un contraste con la sobriedad de Osvaldo, su Jer¨®nimo rezuma actividad y enfatiza gestualmente cuanto dice. Tambi¨¦n a la chaqueta que viste le han puesto unas coderas que subrayan sin que haya necesidad de ello su escaso apego al lujo y a la apariencia. Daniel Muriel interpreta con naturalidad seductora al amante de Osvaldo. En su versi¨®n castellana, Mauro Armi?o acerca la comedia atinadamente a la era de los libros digitales.
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