As¨ª era entonces
"Pero yo entend¨ª que el alcohol reci¨¦n amanecido hace estragos incluso en los falleros m¨¢s enardecidos. Y que la plant¨¤ de las fallas es lo m¨¢s parecido al ensayo general de una obra de teatro"
Es posible que el presunto lector no lo crea, pero le aseguro que mi primer trabajo remunerado, a los nueve a?os, lo consegu¨ª en un taller de fallas. Por entonces era monaguillo en una parroquia pobre del barrio por aquello de tener la merienda asegurada, y el cura p¨¢rroco me dijo un buen d¨ªa que deseaba hablar con mi madre para hablarle de mi futuro, un futuro que seg¨²n ¨¦l hab¨ªa planeado pasaba por ingresar en un seminario para hacerme curita en cosa de pocos a?os. Mi madre, que cuidaba como pod¨ªa de una recua de ocho hijos, vino a decirle, con ese retint¨ªn alegre de las mallorquinas, algo parecido a un pero vost¨¦ ensomnia?, de modo que me qued¨¦ sin parroquia, sin seminario y, lo que es peor, sin merienda. Mi trabajo en el taller consist¨ªa en el lijado de los ninots de las fallas que all¨ª se iban construyendo, de ocho de la ma?ana a ocho de la tarde, de modo que cuando volv¨ªa a casa llegaba tan blanco como una paloma, agotado y con ganas de irme a dormir. Pero el cansancio no ten¨ªa que ver solo con las horas de trabajo. Rodeado de adultos por todas partes, abundaban all¨ª las conversaciones rijosas, acompa?adas muchas veces de sus actividades consecuentes, de manera que no era raro, a ¨²ltima hora de la tarde, ver al encargado de pintura, y a tantos otros de dedicaci¨®n diversa (salvo el escultor del barro, que no dispon¨ªa de espacio en su obra modelada para penetrar la materia) simulando el acto de amor con una de las figuras de cart¨®n que yo hab¨ªa acabado de lijar, lo que me parec¨ªa ofensivo para mis cuidados de buen aprendiz del lijado completo y un tanto abusivo dada la inercia cadav¨¦rica de los ninots. Me sirvi¨®, no obstante, para conocer las man¨ªas de los adultos y para desarrollar un simulacro de autoerotismo temprano y no muy duradero.
Ahora que otra vez vuelven las Fallas, como una maldici¨®n a fecha fija, quiero recordar la locura de entonces de los que las hac¨ªan en ¨¦poca de miseria, como si los mu?ecos de cart¨®n mudo en sus atiborrados almacenes poseyeran el sortilegio oculto de resolver incandescencias secretas y otros misterios de la desordenada conducta humana. Como en la noche de la plant¨¤ de una falla con cierto pedigr¨ª, en la que las tareas urgentes de ¨²ltima hora iban ya cargadas de una acumulaci¨®n insensata de carajillos, y cuando todo parec¨ªa estar listo, de madrugada, para la revisi¨®n final de la comisi¨®n guiada por el artista, uno de los pintores ya enloquecidos comenz¨® a embadurnar de un verde viscoso toda la falla, unos metros por delante de la comitiva, mientras otro pintor trataba desesperadamente de borrar con los faldones de su camisa el rayo verde que su compa?ero iba plasmando en el monumento concluido como ¨²ltimo regalo de su arte. Creo que perdi¨® su empleo. Pero yo entend¨ª que el alcohol reci¨¦n amanecido hace estragos incluso en los falleros m¨¢s enardecidos. Y que la plant¨¤ de las fallas es lo m¨¢s parecido al ensayo general de una obra de teatro.
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