Agust¨ªn Fern¨¢ndez Paz , a quien todo el mundo quiere

Entre los dibujos que ilustraban los viejos libros escolares de lectura hab¨ªa siempre uno en el que se ve¨ªa a un labrador que, con adem¨¢n resuelto y firme zancada, iba sembrando cereal al voleo en un terreno llano, arado en surcos paralelos que llegaban a confundirse con la l¨ªnea de un horizonte de sol naciente que el dibujante aprovechaba para jugar con los resultados del contraluz. No siempre serv¨ªa de apoyo a un tema determinado sino que ten¨ªa una funci¨®n aleg¨®rica nada dif¨ªcil de interpretar¡­ Pues bien, a m¨ª me pasa que cada vez que me encuentro con Agust¨ªn Fern¨¢ndez Paz, cuando hablo con ¨¦l por tel¨¦fono, mientras leo lo que escribe y siempre que alguien lo cita, algo hay que me lleva a evocar alguna de aquellas im¨¢genes de libro escolar, y Agust¨ªn es en ellas sembrador y simiente a la vez, y arado, y surco, y horizonte¡­, y la tierra que cultiva es, inevitablemente, ¡°A Terra¡±.

Cuento esto aqu¨ª porque no ser¨ªa bueno que, eclipsada por su excelente producci¨®n literaria, se perdiese de vista la substancial contribuci¨®n que Agust¨ªn Fern¨¢ndez Paz ha venido prestando al mundo de la educaci¨®n y la ense?anza. Entregado como pocos a una profesi¨®n que ¨¦l ayud¨® a ennoblecer m¨¢s y convencido de la enorme trascendencia de la tarea en la que estaba inmerso ¡ªen realidad todav¨ªa lo est¨¢¡ª, quiso, y supo, batallar en primera l¨ªnea en busca de las claves de una aut¨¦ntica pedagog¨ªa para un momento, un pa¨ªs, una lengua y unas gentes que llevaban demasiado tiempo necesitados de ellas. Referente casi obligado para todas aquellas compa?eras y todos aquellos compa?eros de oficio que busc¨¢bamos caminos por los que llegar una escuela que fuese de verdad la que sirviera para asentar una Galicia mejor en un mundo mejor, Agust¨ªn nunca pretendi¨® eludir el papel conductor con el que los dem¨¢s lo cargamos y as¨ª contribuy¨® a mantener viva la esperanza que todav¨ªa nos permite so?ar con el d¨ªa en que se demuestre que, como Novoneyra deseara, a forza do noso amor non pode ser in¨²til.

Y de la uni¨®n de esa inteligente generosidad y una extraordinaria capacidad de trabajo surge el Agust¨ªn ensayista, el Agust¨ªn conferenciante, el investigador, el cr¨ªtico sagaz y, en su faceta tal vez m¨¢s reconocida, tambi¨¦n el Agust¨ªn narrador magistral, el escritor que nos conduce, cuidadoso, por los caminos interiores de gentes y mundos con los que aprenderemos a sentir de nuevo mucho de lo antes sentido, a so?ar mucho de lo todav¨ªa no so?ado, a reconocernos en cada p¨¢gina y a encontrarnos con ¨¦l en cada pelda?o de esa escalera por la que tambi¨¦n nos ayuda a ascender.

?l tiene a gala ¡ªy por eso yo no puedo callarlo aqu¨ª¡ª su condici¨®n de chairego, de nativo de ese espacio geogr¨¢fico al que llaman Terra Cha y al que nadie nunca supo poner l¨ªmites concretos porque, en realidad, s¨®lo es una porci¨®n de mundo que sus abor¨ªgenes est¨¢n dispuestos a inventarse cada d¨ªa y que lo hacen vali¨¦ndose del juego feliz de la literatura y aprovechando el ampl¨ªsimo censo de buenos escritores con que all¨ª cuentan, del que tan orgullosos est¨¢n y del que Agust¨ªn es ejemplo evidente, como hombre de letras y como persona¡­ No hace mucho que, para referirme a ¨¦l, utilizaba yo las palabras con las que los hermanos Grimm describen a la protagonista de su Caperucita Roja: alguien a quien todo el mundo quiere aunque s¨®lo lo hayan visto una vez. Pues eso.