A vueltas con los evangelios
?La traici¨®n de Judas es perdonable? ?Por qu¨¦ entreg¨® el ap¨®stol a Jes¨²s? ?Se merece el terrible castigo al que Dios lo somete en esta obra? Pero¡ ?Dios no es amor? Tales preguntas se plantea el autor estadounidense de padre egipcio Stephen Adly Guirgis en Los ¨²ltimos d¨ªas de Judas Iscariote, drama teol¨®gico que cosech¨® un ¨¦xito notable en el off-Broadway, en un montaje de Philip Seymour Hoffman: autor, director y actores fueron asesorados por el jesuita James Martin, quien hace una completa ex¨¦gesis del texto en A jesuit off-Broadway, libro prologado por Guirgis.
De las representaciones primigenias del montaje madrile?o, en una microsala, he o¨ªdo que pon¨ªan el dedo en la yaga del espectador, por la proximidad de los int¨¦rpretes y lo directo de sus interpelaciones. El tema dar¨ªa para un auto sacramental y el arranque de la funci¨®n, ahora en el cicl¨®peo Matadero, tiene por momentos (el discurso de la madre de Judas, el vuelo del ¨¢ngel), altura calderoniana. Pero Guirgis apunta hacia otro lado: los vecinos del barrio del Purgatorio donde sucede la acci¨®n est¨¢n m¨¢s familiarizados con el monje poeta estadounidense Thomas Merton que con Dante, y con el humor gamberro de los Monty Python antes que con las corrosivas cosmovisiones de Brueghel; dicen ser jud¨ªos o romanos, pero usan expresiones genuinamente anglosajonas (en sus bocas todo es ¡°puto¡± o ¡°puta¡±: la mentira, la verdad, la noche, la seda de Capadocia y la madre de sus interlocutores).
Si en su Mes¨ªas, Steven Berkoff desarrollaba la tesis de que los jud¨ªos, visto que el Mes¨ªas no llegaba, se inventaron uno y trucaron el cumplimiento de las profec¨ªas, Guirgis contrapone la teor¨ªa de que muchos jud¨ªos se decepcionaron al no ser Cristo el esperado caudillo contra el yugo romano (y de ah¨ª la traici¨®n de Judas) con la idea, animista en su esencia, de que Dios est¨¢ en todos y en todo, y que, por tanto, el odio no cabe en un coraz¨®n cristiano ni puede llamarse cristiano quien odie a su pr¨®jimo, aunque lleve un cintur¨®n explosivo. Dice el Jes¨²s de Guirgis: ¡°Estuve en aquella cueva con Osama y en aquel avi¨®n con Mohamed Atta¡±.
Al texto, ambicioso y prolijo, le sentar¨ªa bien un ce?idor, y a algunas locuciones y tiempos verbales de la traducci¨®n castellana de Ad¨¢n Black, les vendr¨ªa al pelo un afeitado hecho por alg¨²n barberillo de Lavapi¨¦s. El director estadounidense afincado en Madrid y Ruiz de Alegr¨ªa, su escen¨®grafo, emplean con muy buen ojo el enorme espacio del Matadero, desnudo y desaforado. Su montaje le arranca al texto im¨¢genes bellas de veras, pero no consigue tensar la controversia ni la acci¨®n dram¨¢tica, salvo en momentos contados, ni que una mayor¨ªa de escenas alcance su justa temperatura.
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