En contra del sistema
Las declaraciones de Breivik, el asesino de casi ochenta personas en Noruega, demuestra que la maldad se fundamenta, ante todo, en una percepci¨®n de la realidad extravagante. El asesino ha expuesto ante el tribunal que le juzga reflexiones tan absurdas como ¡°quer¨ªa luchar contra los extremistas¡±. Parece dif¨ªcil encontrar un extremista m¨¢s extremista que aquel que pone bombas en la calle y luego se dirige a una isla para asesinar met¨®dicamente a decenas y decenas de chicos, a lo largo de un d¨ªa infernal. As¨ª como hay gente que asegura buscar la paz activando explosivos, tambi¨¦n hay resistentes al extremismo tan resueltos que llevan su resistencia hasta el extremo.
Es curioso que este fan¨¢tico de extrema derecha se refugie en las mismas f¨®rmulas verbales de la extrema izquierda, revelando que unos y otros mantienen la misma estructura mental. Dos expresiones utilizadas frente al tribunal que le juzga llaman la atenci¨®n y certifican que lo importante en el fanatismo no es tanto la ideolog¨ªa que lo anima como una predisposici¨®n antecedente a salvar el mundo de s¨ª mismo. Breivik asegura obrar ¡°en leg¨ªtima defensa¡±. Con esas o parecidas palabras, todas las ideolog¨ªas que derivan en el terror parten del mismo presupuesto: hay una violencia impl¨ªcita, una tiran¨ªa abstracta, una opresi¨®n filos¨®fica, metaf¨ªsica, inaprehensible, a la que ellos deben responder con su violencia clara y concreta. Opinan que la violencia realmente condenable surge de entes fantasmag¨®ricos: el sistema, la sociedad, los mercados, el multiculturalismo... All¨¢ donde otros vemos fiestas de cumplea?os, viajes de fin de estudios, sorteos de loter¨ªa o picnics laboristas, ellos perciben la opresi¨®n del sistema, la disoluci¨®n de los valores, la tortura sistem¨¢tica, la alienaci¨®n. Una vez teorizada esa violencia imaginaria, producto de cierta literatura alucin¨®gena, el ejercicio de la violencia real (el tiro, la bomba, el hacha) se explica y se justifica.
Claro que la otra expresi¨®n tambi¨¦n resulta apasionante: Breivik ha declarado, con orgullo, que no reconoce la autoridad del tribunal. ?D¨®nde habr¨¦ o¨ªdo yo eso? La pose de no reconocer autoridades guarda un prurito de independencia intelectual, de resoluci¨®n largamente meditada, incluso de ostentaci¨®n moral. Hay gente que no reconoce la autoridad de un tribunal y se imagina el sobrino de Gandhi, aunque lleve sobre su conciencia una pila de cad¨¢veres, como si por no reconocer a un tribunal todas las leyes morales quedaran en suspenso. Las causas son distintas, pero la empanada mental siempre es la misma: la violencia para defenderse de los extremistas (de otros extremistas) o sacudirse la opresi¨®n del multiculturalismo (o las multinacionales, o el zumo multifrutas) y siempre el teatral estrambote de no reconocer la autoridad de un tribunal. No solo cometen los mismos delitos: es que son exactamente iguales.
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