Miedo, tengo miedo
Miedo. Mucho miedo. Tengo miedo. Lo reconozco, aunque es la hora de los valientes, que dir¨ªa el admirado Antonio Mercero. Miedo a la sanidad semip¨²blica, medio privada, nacional y no universal. Miedo a que muchos dirigentes teman m¨¢s el contagio racial que el contagio sanitario infeccioso. Miedo a que expresiones como ¡°los de casa¡± inventen la nueva generaci¨®n de maketos y no pase nada. Miedo a que el contagio de Marine Le Pen sea m¨¢s da?ino de lo que pudiera parecer. Miedo a que haya barra libre contra inmigrantes, viejos, j¨®venes, mujeres, deudores, parados, enfermos, artistas ¡ªTVE censur¨® la gala de los premios Max de teatro por las criticas a la situacion del pa¨ªs¡ª, librepensadores, periodistas, etc¨¦tera, etc¨¦tera,etc¨¦tera. Miedo a que los perros de los ricos se atiborren y rechacen las tortitas que no tengan chocolate y se cierren comedores sociales. Miedo a que el aumento del paro sea una consecuencia presente de la tierra prometida en el futuro. Miedo a que el Sahel no exista. A que Sarkozy sea m¨¢s duro que Le Pen y a que Rajoy sea m¨¢s duro que Merkel. A que vuelva Berlusconi para llenar de oro a sus amigas menores de edad, seg¨²n confiesan ellas mismas.
Miedo a que se instale la insensibilidad colectiva, uno a uno, miedo a miedo. A que los pobres se vean obligados a enfrentarse a los pobres mientras los ricos lo vean al minuto por sus canales de Internet, mientras descansan de los gr¨¢ficos de evoluci¨®n de los mercados. Miedo a que no se pueda hablar ni criticar ni protestar. Miedo a que nuestros gobernantes, algunos de ellos, pasen de las palabras a los hechos cuando llaman algaradas a las protestas ciudadanas y se sigan refugiando del diluvio universal bajo el paraguas plegable de la herencia recibida. Miedo a que las banderas a las que alude Esperanza Aguirre nos hagan recordar aquellos infectos retratos que presid¨ªan las aulas escolares de los que ya peinamos canas (muchas o pocas).
Miedo a que nos digan que roguemos a Dios y a la Virgen de la Esperanza en vez de poner tantas trabas a la lucha contra el d¨¦ficit y criticar tanto a las buenas gentes que nos rebajan la sanidad, la educaci¨®n, la cultura pensando en nuestro bien. Miedo a que un parado que sufre y llora tenga que sentirse un desagradecido por sufrir y llorar en vez de pensar en el futuro de Espa?a. Miedo a que se proh¨ªba el humor y solo haya un sentido ¨²nico del humor: el de los Consejos de Ministros de los viernes. Humor negro. Miedo a la subida ponderada del IVA en t¨¦rminos hacend¨ªsticos, en un ejercicio de lenguaje solo imaginable en Antonio Ozores. Miedo a tener miedo de los que meten miedo. Miedo al silencio. Miedo a que nos roben el Estado, si es que no nos lo han robado ya. Al menos Luis XIV tuvo la valent¨ªa de decirlo. De anunciarlo.
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