G¨®gol en Espa?ist¨¢n

Tiene raz¨®n Nabokov cuando dice que G¨®gol no es un retratista de la Rusia decimon¨®nica: si fuera solo eso, El inspector no seguir¨ªa reponi¨¦ndose en todas las latitudes casi dos siglos despu¨¦s de su escritura. Nadie se explica c¨®mo el zar, censor absoluto, consinti¨® un estreno que pon¨ªa en evidencia que las ra¨ªces de la corrupci¨®n corren por doquier y llegan hasta la capa fre¨¢tica. Por debajo del color de ¨¦poca, el interesado proceder disfrazado de altruismo de los protagonistas de esta farsa, con el alcalde a la cabeza, nos resulta terriblemente familiar: cambian los reg¨ªmenes, pero la ambici¨®n y la humana falta de escr¨²pulos permanece.

En su adaptaci¨®n, Miguel del Arco se ha tra¨ªdo El inspector a la Espa?a del pelotazo inmobiliario y de la obra p¨²blica al servicio de intereses privados: ese pueblecito dilapidador al que est¨¢ a punto de llegar un inspector gubernamental est¨¢ en Levante y tiene alcalde de derechas, aunque a cada rato el texto vuelve a remitirnos a usos y costumbres pret¨¦ritos porque Del Arco no ha acabado de trasponer todos los detalles. Su montaje alterna momentos hilarantes con otros de factura imprecisa. Es buena idea y est¨¢ resuelta con mucho humor que los mismos actores sean ora amos ora criados, y tambi¨¦n funciona el inserto del tr¨ªo musical. La s¨¢tira es m¨¢s eficaz cuanto mejor acabados est¨¦n sus contornos: en El inspector, por su tema, el p¨²blico est¨¢ supliendo con grandes dosis de complicidad la falta de mayor afinaci¨®n de la propuesta.