Una muralla llamada Europa

Hay un silencio religioso al comienzo de La vida cr¨®nica. El Odin Teatret plantea sus espect¨¢culos como una Iglesia sus rituales festivos: al p¨²blico, que se agolpa fuera (un m¨¢ximo de 120 personas entre devotos y novatos), no se le permite el acceso al templo hasta que ¨¦ste est¨¦ perfumado y sus sacerdotes listos, para crear la tensi¨®n justa. Dice el programa de mano que La vida cr¨®nica habla de la Europa de dentro de dos d¨¦cadas, despu¨¦s de una hipot¨¦tica guerra civil desatada para resolver la crisis, pero lo que vemos nos recuerda todo el tiempo a la Europa de ahora mismo.

El campo de juego es esta vez un rect¨¢ngulo ¨¢ureo donde hay una zona de arriba a la que una mujer musulmana del C¨¢ucaso intenta acceder, huyendo de una guerra peor: ¡°He atravesado 20 fronteras para llegar al pa¨ªs de las maravillas, donde se come sin hambre y se bebe sin sed¡±, exclama a las puertas de nuestras ciudades de c¨²pulas doradas. Como siempre con el Odin, el espect¨¢culo avanza a golpe de met¨¢fora: Eugenio Barba, su director, prefiere expresarse mediante alusiones y alegor¨ªas antes que con di¨¢logos y argumentos. M¨¢s que por lo que dicen (unas pocas frases clave) sus personajes se definen por su certera caracterizaci¨®n creativa, por la partitura gestual expresionista que utilizan y por su generoso repertorio de canciones (pop y de la tradici¨®n oral de medio mundo), que, puestas en un contexto dram¨¢tico diferente nos hablan con nueva elocuencia.

En La vida cr¨®nica hay puertas que dan a un catafalco, una lluvia constante de monedas a la luz del d¨ªa que sirve apenas para camuflar las miserias de la oscura trastienda, r¨ªos de iron¨ªa, una amalgama de lenguas que nos sugiere la posibilidad de otra Europa, en lugar de esta construida en torno al idioma de su principal antagonista econ¨®mico, y unos actores espl¨¦ndidos que deparar¨¢n momentos emocionantes a un p¨²blico no necesitado de que le expliquen demasiado las cosas.