Vidas de Santos
El compositor invita a los espectadores a debatir sobre la cultura al t¨¦rmino de una de ¨²ltimas funciones de la Schubertnacles humits en el Lliure
Al final de la ¨²ltima de las representaciones, la semana pasada, de Schubertnacles humits, su creador, Carles Santos, tras haber correspondido con los dem¨¢s interpretes a los aplausos del p¨²blico saludando al modo espasm¨®dico que le caracteriza, tom¨® de manera imprevista la palabra e invit¨® a los presentes que hab¨ªamos llenado el Lliure de Gr¨¤cia a participar en un debate en el vest¨ªbulo. ¡°Hace a?os hab¨ªamos hecho mucho este tipo de actividades¡±, apostill¨®, con ¡ªcre¨ª intuir¡ª un punto de iron¨ªa, como si esas actividades pertenecieran a vidas anteriores, ya lejanas, del m¨²sico de Vinar¨®s.
Fue as¨ª como el vest¨ªbulo se convirti¨® en puro 15-M para hablar, sin planificaci¨®n previa, de los dineros de la cultura, la exclusiones de la cultura, las perversiones del poder con respecto de la cultura, etc¨¦tera. Salieron viejas expresiones que uno cre¨ªa arrumbadas en los archivos de los 70, como ¡°trabajadores de la cultura¡±, y tambi¨¦n, cuando ya llev¨¢bamos un buen rato de asamblea no autorizada ¡ªla direcci¨®n del Lliure advirti¨® de que carec¨ªa de permiso para ese tipo de actos espont¨¢neos¡ª, aquello siempre tan result¨®n de: ¡°Previamente, deber¨ªamos ponernos de acuerdo sobre qu¨¦ entendemos por cultura¡±. Ay, dios. Fue en ese punto cuando Santos volvi¨® a tomar la palabra: ¡°Cultura es una forma de vivir. As¨ª lo cre¨ªmos durante la Transici¨®n¡±.
Diana. Santos ha alumbrado una nueva vida ante Schubert. Una vida que poco tiene que ver con la que le enfrent¨® dolorosamente a Bach en La pantera imperial o bulliciosamente a Rossini en su versi¨®n de Il barbiere di Siviglia. En este caso el protagonista/antagonista de la sencilla fluidez del gran compositor vien¨¦s es un enorme altavoz en el centro de la escena: un altavoz que habla, grita, canta, se enternece, llora, mea y esclaviza a quienes se le ponga a tiro, que en este caso son una actriz (M¨°nica L¨®pez, espl¨¦ndida), una directora de orquesta (Dolors Ricart), una violinista (Cati Reus), un pianista (Carles Santos) y todos los que all¨ª nos encontr¨¢bamos.
Con estos mimbres teje Santos una gran par¨¢bola sobre el compositor vien¨¦s que parte de la Inacabada como s¨ªmbolo de su hondo esp¨ªritu rom¨¢ntico para regresar a ella, al final de la obra teatral, como encasillamiento, repetici¨®n, esclavitud, provocaci¨®n: enfrentada al altavoz, la directora dirige la coda de esa gran sinfon¨ªa como una veintena de veces, sin poder acabarla nunca ¡ªla inacabable¡ª, porque una y otra vez el altavoz la repite sin ton ni son, como si fuera la computadora Hal enloquecida, hasta que la directora deja de dirigir, baja los brazos rendida al fin y el altavoz se la traga en los interiores h¨²medos de su membrana can¨ªbal: Schubert en la era l¨ªquida de la reproducci¨®n discogr¨¢fica.
La actuaci¨®n de los personajes ocurre en los m¨¢rgenes de los dominios del altavoz omnipresente y todopoderoso. Es ah¨ª donde regresan las eternas vidas anteriores de Santos, su pasi¨®n por los fluidos ¡ªcorporales o no¡ª, por las palabras repetidas como disparos, por el piano como lugar de paso o elemento de percusi¨®n sin contemplaciones ¡ªel aporreo llega a crear angustia¡ª y, c¨®mo no, su m¨²sica martilleante hasta la tortura de sus dedos y de nuestros o¨ªdos, una inmolaci¨®n como cualquier otra. Y es, en medio de ese caos cada vez m¨¢s significativo y coherente, donde surge como un t¨®tem inalcanzable la gran imagen er¨®tica que nunca ha de faltar en sus espect¨¢culos: esa ingenua, infantil sonatina que el pianista interpreta con la violinista sobre sus hombros, ella con un vertiginoso escote de espalda que llega hasta d¨®nde se anuncian las nalgas.
O ese otro momento de pura poes¨ªa brossiana en el que M¨®nica L¨®pez, con una entonaci¨®n y una cadencia perfectas, cuenta hasta 31, los a?os exactos que vivi¨® Schubert, cuatro menos que el ni?o oficial de la m¨²sica cl¨¢sica que siempre ha sido Mozart, vayan ustedes a saber por qu¨¦. Y de golpe ese recuento, tan simple como desgarrador, dibuja con m¨¢gica intensidad la brevedad de una vida condenada por la s¨ªfilis, un suspiro apenas entre dos silencios insondables.
La vida, las vidas de Carles Santos. La cultura como forma de vida. No hay que darle muchas vueltas.
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