Los incendios son para el verano
"Parece inexcusable pedir cuentas a cuantas autoridades pudieron prever el desastre y no lo hicieron"
Y se apagan en invierno. Al menos, algo parecido es lo que ha manifestado un alcalde de los pueblos afectados por las llamas en estos ¨²ltimos d¨ªas, mientras que otro afectado, ignoro si con cargo o no, dice que es imposible proteger los montes del fuego cuando la sequ¨ªa y el poniente se confabulan para incendiarlo todo. En todo caso, cabe decir que esas condiciones meteorol¨®gicas no son las m¨¢s favorables para andar laborando por las sierras con una radial y sus innumerables chispas incandescentes, si es que hay que atribuir a esa circunstancia el origen del fuego, y seguro que hay que a?adir que el recorte en la prevenci¨®n de estos desastres (quince millones de euros y el trabajo de unas doscientas personas) no ayuda precisamente a la necesidad de mantener los incendios a raya. Es posible que condiciones clim¨¢ticas y otros factores de incierta previsi¨®n se confabulen para llevar la ruina a una parte considerable de nuestros bosques (arrasar en unos d¨ªas cincuenta mil hect¨¢reas de monta?a no es cosa de broma), pero no hay duda de que el verano se presentaba duro incluso antes de su proclamaci¨®n oficial, por lo que acaso parecer¨ªa conveniente haber adoptado las medidas oportunas antes de que se consumara el desastre. Un desastre anunciado que, como a menudo ocurre en estos casos, se llev¨® por delante el siempre esforzado trabajo de los bomberos y que ha estado descontrolado demasiado tiempo en relaci¨®n con las consecuencias que ha provocado. As¨ª las cosas, parece inexcusable pedir cuentas a cuantas autoridades pudieron prever el desastre y no lo hicieron, as¨ª como a los responsables que una vez metidos en tan ardua tarea demostraron una cierta descoordinaci¨®n inicial. Finalmente, el cambio de orientaci¨®n de los vientos y una t¨ªmida ayuda del agua ca¨ªda del cielo parecen haber facilitado los trabajos de los heroicos luchadores contra el fuego. Menos mal que no ha habido que esperar hasta el invierno para despejar las llamas, sobre todo si se considera que el temible verano no ha hecho m¨¢s que empezar.
Por otra parte, en el incendio patri¨®tico de la victoria futbolera de Espa?a contra Italia, cuatro roscos como cuatro soles, las llamas no han llegado a los montes, pero sigue causando perplejidad el grado de inflamaci¨®n ilusoria de los millones de seguidores de la as¨ª llamada La Roja, un entusiasmo desaforado que, al parecer, solo ese deporte depara entre sus frecuentadores, hasta el punto de que en ocasiones se dir¨ªa que lo celebran m¨¢s, o m¨¢s ruidosamente, los aficionados que los protagonistas de la haza?a. Bien est¨¢ la alegr¨ªa colectiva en tiempos de penuria ante un ¨¦xito deportivo de este calibre, pero el desfile a medianoche de veh¨ªculos de todas clases con el claxon enfurecido en d¨ªa festivo poco tiene que ver con la penosa rutina diaria de los d¨ªas laborables. Ser¨¢ por eso.
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