Un acontecimiento en familia
A Curva da Cintura lleva los sones brasile?os hasta el Circo Price en los Veranos de la Villa
Es A Curva da Cintura uno de esos felices acontecimientos llamados a acaparar las estanter¨ªas de world music en las tiendas de discos londinenses. No aqu¨ª, claro, donde ni perduran tan estrafalarios comercios ni la informaci¨®n fluye a la misma velocidad. Menos de 400 personas fueron anoche testigos en el Circo Price del proyecto que comparten el poeta y heterodoxo rockero brasile?o Arnaldo Antunes, su guitarrista y compatriota Edgard Scandurra y el maestro maliense de la kora Toumani Diabat¨¦. Puede que muchos, cuando A Curva se confirme inevitablemente como uno de los m¨¢s gozosos episodios ¨¦tnicos del a?o, proclamen con leg¨ªtimo orgullo lo que corresponde decir en estos casos: yo estuve all¨ª.
Diabat¨¦ es, desde sus devaneos con Ketama en Songhai, un entra?able conocido de la afici¨®n peninsular. Encorvado en un extremo del escenario sobre su kora -esa especie de arpa con panza de calabaza- podr¨ªa parecer ausente, pero le delata la sonrisa. Ese gesto de placidez oscila entre la travesura y el orgullo de que su ancestral y tintineante instrumento vuelva a eludir millas y fronteras para hermanarse con m¨²sicos a los que les importan un r¨¢bano las divisiones administrativas.
El repertorio es en su gran mayor¨ªa brasile?o, pero no hay aqu¨ª rastro del pastiche que sugieren otras fusiones. El repiqueteo de Diabat¨¦ encaja con pasmoso sentido mel¨®dico en piezas como Que me continua, una balada de belleza abrumadora. Antunes -inenarrable americana roja estampada, tobillos girados hasta el l¨ªmite del esguince- se apodera del foco central con una voz honda como un karma y el mismo magnetismo esc¨¦nico de David Byrne. Y Scandurra, cuyo mono multicolor excede los l¨ªmites de la adjetivaci¨®n, encandila con una guitarra a menudo l¨ªrica, otras veces (Cara) ce?ida al manual de Robert Fripp y acompa?ada en ocasiones por unas onomatopeyas vocales asombrosas.
El sexteto lo completan los v¨¢stagos de Diabat¨¦ (Sidiki) y Scandurra (Daniel, sencillamente delicioso en las l¨ªneas de bajo) y una poderosa bater¨ªa de hombro tatuado. Llevan muy poco tiempo juntos, pero no se les adivina una miserable fisura. Con Meu cabelo, su adaptaci¨®n de Elisa (Serge Gainsbourg), arrancan las primeras palmas de un auditorio al que se le intuye progresivamente fascinado por tanta belleza plural. Se voc¨º es un samba sosegado que deriva en delirio punk carioca, Muito al¨¦m arranca con un aire buc¨®lico a lo Canterbury y Um senhor apuesta por el rock descoyuntado, machac¨®n, delicioso en su burlona marcialidad. Para entonces, la sonrisa de Toumani ya ha derivado en franca risotada.
El final es una fiesta (Bamako?s blues, Yacine) que solo puede contenerse con una balada final, Cora??o de m?e. ¡°Es nuestro somn¨ªfero para que volv¨¢is a casa¡±, bromea el viejo Diabat¨¦. Y s¨ª, reconforta contarle a la almohada una experiencia que deja tan dulce sabor de boca.
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