¡®14 juillet¡¯
Julio. Tour: nadie ocupa las cunetas con la dignidad nuestra: 'roulottes¡¯, sillas, fiambreras...
Durante muchos a?os he sido juilletiste.
?En Francia, juilletistes somos las familias que tomamos las vacaciones en julio, gente juvenil y avanzada a nuestro tiempo que poco tenemos que ver con los severos ao?tiens, cl¨¢sicos veraneantes del mes de agosto. A los juilletistes dos cosas principales nos imprimen car¨¢cter: el Tour y el 14 de julio.
Confesar¨¦ que no soy aficionado al ciclismo. Soy aficionado a Francia, un pa¨ªs que siempre me parece que tiene raz¨®n, a¨²n cuando no la tiene. Ese sentimiento proviene sin duda de la dependencia del Tour: lo sigo apasionadamente por televisi¨®n y siempre me digo que no hay reportaje mejor sobre el pa¨ªs vecino que el que cada a?o se nos ofrece con la excusa de esta prueba. ?Ah, le jardin de la France! Nada hay m¨¢s ordenado y cabal que esos paisajes: los r¨ªos, las vi?as, los chateaux, las iglesias, los ayuntamientos, las escuelas: todo est¨¢ en su lugar, a mayor gloria de la sensatez. Cierto, las periferias urbanas, con sus excesivas concentraciones de bricomarch¨¦s, t¨²neles de lavado y s¨®rdidos hoteles de paso, suelen ser de las m¨¢s feas de Europa, pero eso las c¨¢maras del Tour lo esconden pudorosamente.
Si uno veranea con asiduidad en Francia durante el mes de julio ¡ªyo lo hago por la zona del Canal du Midi, entre Toulouse y S¨¨te¡ª, antes o despu¨¦s se da de bruces con el Tour, en vivo y en directo. No es lo mismo que por la tele, pero es el momento glorioso en que los juilletistes nos reconocemos como grupo identitario. Para empezar, nadie ocupa las cunetas de las carreteras con la dignidad con que lo hacemos nosotros. Tenemos de todo: roulottes ¡ªhoy motorhomes: hay que reconocer que la francofon¨ªa declina¡ª, mesas y sillas plegables, fiambreras, neveras port¨¢tiles y todos los complementos para picniquer a placer. Nunca ha de faltarnos un buen juego de petanca para matar el rato. La espera, en efecto, puede hacerse larga. La cosa empieza como un par de horas antes, con un desfile de coches y motos con las sirenas deplegadas que van lanzando todo tipo de productos publicitarios para solaz de los ni?os: caramelos, bol¨ªgrafos, llaveros y preciad¨ªsimas figuritas de ciclistas con maillots variopintos. Al cabo llegan unos cuantos corredores adelantados que pasan a la velocidad del rayo y pocos minutos despu¨¦s, anunciado por un estr¨¦pito de megafon¨ªa, el pelot¨®n, en el que el l¨ªder es apenas una mancha amarilla entrevista en un mar de esforzados lomos. Visto y no visto.
La de hoy es una etapa larga (217 kil¨®metros), de transici¨®n entre los Alpes y los Pirineos. Partir¨¢ de Saint-Paul-Trois-Ch?teaux, junto al R¨®dano, cerca del Pont-St-Esprit, lugar de c¨¦lebres naufragios fluviales donde Fr¨¦d¨¦ric Mistral coloc¨® el l¨ªmite septentrional de la lengua occitana. De all¨ª los corredores se dirigir¨¢n hacia la preciosa poblaci¨®n medieval de Uz¨¨s para ir a buscar el valle del H¨¦rault, el r¨ªo de aguas briosas que desciende desde el macizo de C¨¦vennes, junto al monte Aigoual, y da nombre a la regi¨®n. En proximidad del mar, el itinerario se desviar¨¢ hacia el este para pasar por Fonserannes y S¨¨te, con escalada incluida al modesto Mont Saint-Clair, en cuyo cementerio marino se hallan enterrados Paul Val¨¦ry y Jean Vilar y donde, por el contrario, no descansan ¡ª?el guarda se mosquea cuando se lo preguntas!¡ª los restos de Georges Brassens, que habr¨¢ que ir a visitar a otro cementerio, el de Le Py, en la ladera del monte que dal al estanque de Thau, c¨¦lebre por la cr¨ªa de ostras.
Culminada la cima, los corredores seguir¨¢n en paralelo a la playa de la Corniche (¡°C'est une plage o¨´ m¨ºme ¨¤ ses moments furieux / Neptune ne se prend jamais trop au s¨¦rieux¡±, Supplique pour ¨ºtre enterr¨¦ ¨¤ la plage de S¨¨te) para alcanzar unos kil¨®metros m¨¢s all¨¢ el fin de etapa, que probablemente se resolver¨¢ al sprint, en Le Cap d'Agde, poblaci¨®n de veraneo sin mayor atractivo que el Museo del Efebo, as¨ª llamado por la pieza m¨¢s importante que conserva, la figura en bronce de un efebo griego encontrada en 1964 en el lecho del H¨¦rault a su paso por la capital, Agde, y durante tiempo expuesta en el Louvre, hasta que fue devuelta a su lugar de origen hacia mediados de la d¨¦cada de los ochenta.
He pasado en Agde varios 14 juillet. A primera hora de la tarde, en el r¨ªo, frente a la catedral de Saint-?tienne, de negra piedra volc¨¢nica, suele haber un espect¨¢culo de joutes, torneo entre dos embarcaciones ¡ªla roja y la azul¡ª impulsadas cada una por ocho remeros y con un trampol¨ªn en popa donde se coloca el jouteur, armado con una lanza y un escudo de madera con los que intentar¨¢ desequilibrar a su oponente hasta conseguir que se d¨¦ un buen chapuz¨®n, tradici¨®n antiqu¨ªsima que se encuentra por toda la zona del bajo R¨®dano. Por la noche, siempre con el imponente r¨ªo como tel¨®n de fondo, habr¨¢ un espect¨¢culo de sons et lumi¨¨res, rematado por el imprescindible castillo de fuegos artificiales, y m¨¢s tarde un baile popular que se abrir¨¢ por supuesto con La marsellesa.
Cuando me encuentro all¨ª suelo cantar el himno a pleno pulm¨®n, como Buffon berreaba el Fratelli d'Italia en la pasada Eurocopa. De las antiguas soberan¨ªas nacionales ya no va quedando mucho m¨¢s que una canci¨®n, una fiesta, unos deportistas. Habr¨ªa que preservar este delicado ecosistema, tocado de muerte tanto por descerebrados vocingleros que no saben en qu¨¦ mundo viven como por unos hombres de negro que parecen no estar para muchas fiestas. La edad Moderna, con todos sus estropicios, es lo mejor que ha dado Europa. Conmemorarla es un deber c¨ªvico.
Vive la France!
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