El bardo que se qued¨® af¨®nico
El problema no radica en que nuestro juglar escoc¨¦s haya perdido elasticidad muscular y cuero cabelludo desde 1972. El verdadero inconveniente es que est¨¢ perdiendo la voz
En el mundo real existen bancos malos, burbujas inmobiliarias, mentirosos compulsivos, estrangulamientos que se ovacionan o prebostes que contratan publicidad para pedir perd¨®n. Solo en el mundo de las ideas nos quedan asideros como Thick as a brick, uno de los m¨¢s sonoros golpetazos a las conciencias pacatas que el rock supo propinar durante la d¨¦cada de los setenta.
En un mundo ideal existen los mitos. En la realidad, por desgracia, las leyendas se desvanecen. Y eso nos pas¨® anoche con Ian Anderson y sus Jethro Tull, que hoy m¨¢s parecen una banda de homenaje.
El problema no radica en que nuestro juglar escoc¨¦s haya perdido elasticidad muscular y cuero cabelludo desde 1972. El verdadero inconveniente es que est¨¢ perdiendo la voz. El hombre que anoche se desga?itaba angustiosamente ante un repleto Circo Price conserva media octava menos de tesitura que 40 a?os atr¨¢s. Y para intentar disimularlo delega en un joven estiloso y teatrero, Ryan O'Donnell, que parece un cantante de musical¡ y lo es.
Aquellos Jethro Tull primigenios encarnaban un modelo irrepetible: hoy no se estilan las epopeyas, los vinilos con una sola canci¨®n por cara ni las portadas en forma de peri¨®dico. El propio Anderson ha moderado su perfil de histri¨®n con ojos desorbitados: aquel maravilloso hooligan sarc¨¢stico y anticlerical hoy es un simp¨¢tico bucanero que irrumpe en escena disfrazado con gabardina y visera. Pero sus dificultades para dar cuenta del Thick as a brick original son desoladoras. A veces cambia las melod¨ªas originales hasta lo irreconocible. Y otras, en su empe?o por alcanzar las notas agudas, ralentiza las frases y termina despistando a sus m¨²sicos.
El reciente Thick as a brick 2, que tambi¨¦n son¨® en su integridad, tiene bastante menos sustancia que su hermano mayor, pero se disfruta sin la sensaci¨®n de estar asistiendo a un desaguisado, a un sacrilegio. El repertorio, m¨¢s all¨¢ de alg¨²n gui?o al original, presenta menos elementos pastorales y, parad¨®jicamente, suena m¨¢s antiguo. Pero algunos pasajes (Give till it hurts, A change of horses) recuerdan el genio inmenso de Anderson, ese bardo sensacional que, por desgracia, se nos est¨¢ quedando af¨®nico.
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