Una visita guiada por Brasil
El m¨²sico paulista repasa el ¨²ltimo siglo de m¨²sica carioca a ritmo de guitarra
Como las grandes estrellas, Toquinho se hace de rogar. No parece encajar mucho con su car¨¢cter, pero Antonio Bondeolli Pecci Filho deja que sus m¨²sicos se fogueen con un par de instrumentales antes de que ¨¦l asome por las tablas del Circo Price. Hay algo ¡ªo bastante ¡ª de anodino en estos calentamientos de manos en los que cada componente del tr¨ªo se concede peque?os solos y apura sus minutos de gloria, pero no deja de resultar entra?able la figura de Silvia Goes, que toca de pie y bailotea mientras desliza sus dedos por el teclado.
La guitarra de Toquinho emerge, con su inconfundible sonido met¨¢lico y virtuosista, a partir de Samba de Orly. Comienza ah¨ª un recorrido por el ¨²ltimo medio siglo de la m¨²sica brasile?a, en el que el m¨²sico paulista es voz autorizada: por algo ha estado en primera l¨ªnea desde que con 14 a?os aprendiese los acordes primordiales a la vera del gran Paulinho Nogueira. Ahora, reci¨¦n soplada la vela n¨²mero 66, atesora toda la legitimidad para confiarnos su relato.
?Ganarse la vida pellizcando seis cuerdas? Toquinho se convenci¨® de que aquella era una opci¨®n honrada el d¨ªa que Marcelo Mastroianni le confi¨® su leitmotiv: ¡°Ser actor supone un gran sacrificio¡ pero es mejor que trabajar¡±. Antonio siempre tuvo algo de subalterno, de brazo derecho a la sombra de Chico Buarque o Vin¨ªcius de Moraes, pero hoy puede permitirse un magisterio humilde, risue?o, sin sacralizar. Cualquier otro habr¨ªa repasado su reciente Quem viver, ver¨¢, primer disco en ocho a?os, pero ¨¦l no se tom¨® la molestia de rescatar ni un solo corte. Entendi¨® que los cerca de mil espectadores esperaban contenidos m¨¢s sustanciales y se aplic¨® en ofrecer una visita guiada por ese Brasil que cambi¨® las reglas de la armon¨ªa mientras el resto del mundo miraba hacia los Beatles.
¡°?C¨®mo le explicar¨ªa a un extraterrestre que es el samba o la bossa nova?¡±, le preguntaron en cierta ocasi¨®n a nuestro personaje. Y ¨¦l respondi¨®: ¡°Le tocar¨ªa unos cuantos compases y comprobar¨ªa si mueve las antenas¡±. Toquinho sabe que la m¨²sica no se explica: se comunica. Pero ¨¦l, orador ameno con bagaje para d¨ªas enteros de charla, aprovecha para ejercer la did¨¢ctica.
Record¨® que su primera pieza para Vin¨ªcius (la excelente Tarde em Itapu?) la escribi¨® tras haberle birlado el poema en un descuido, honr¨® en varias ocasiones la memoria de Tom Jobim (hay pocos arranques m¨¢s desoladoramente l¨²cidos que ¡°La tristeza no tiene fin / la felicidad s¨ª¡±) y alab¨® a los precursores de la primera mitad de siglo; en particular, el negro Pixinguinha. Pocas canciones rom¨¢nticas alcanzan, sin abusar de alm¨ªbar, la intensidad de ese Carinhoso, tratado sobre esos amores demorados pero ineludibles.
Fue uno de los grandes momentos de la velada, igual que el solo de guitarra de Bach a la manera de Nogueira o algunas de las interpretaciones (Chega de saudade, can¨®nica bossa nova de Jo?o Gilberto) junto a la inesperada Anna Setton, joven de garganta clara y tan radiante como su vestido multicolor. Y el repaso finaliz¨® necesariamente con la afortunada Aquarela¡¯ la canci¨®n que adelant¨® con creces en popularidad a su propio autor. Y bien orgulloso est¨¢ de que as¨ª sea.
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