Y la ciudad fue un bosque
Ante 5.000 personas extasiadas, Bon Iver recre¨® una foresta imaginaria en el Poble Espanyol
![Justin Vernon, de Bon Iver, en el Poble Espanyol.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/U2LJHVF77QRTRT4V3YP2SRHTBA.jpg?auth=d4d83aa0971a04ec3dba5e6ba434e786e889359ce0b5a9e1931d8830396539c6&width=414)
No parec¨ªa una plaza kistch como la central del Poble Espanyol, sino m¨¢s bien un confesionario donde el silencio se ve¨ªa pespunteado por los susurros. Nadie, y hab¨ªa 5.000 personas, lleno total, primero y probablemente ¨²nico en la temporada estival del recinto, era capaz de romper el silencio impuesto por el falsete electr¨®nico de la voz de Justin Vernon. Solo los m¨¢s arrojados, imposibilitada la contenci¨®n de su pasi¨®n, se lanzaban a aplaudir antes de tiempo, dando con sus inoportunas palmas el toque expansivo a una m¨²sica nacida para la introspecci¨®n. S¨ª, era as¨ª, fue as¨ª; una celebraci¨®n casi m¨ªstica construida con una arquitectura sonora plena de sugerencias, sonidos, silencios y detalles dispuestos con el primor con el que se eleva un Taj Mahal de mondadientes.
Bon Iver es un nombre que cotiza al alza, y la sensaci¨®n de armon¨ªa y placer que provoc¨® en la multitud era perceptible con la simple contemplaci¨®n de sus caras. Cantaba Skynny love y todo el Poble Espanyol era una sonrisa; sonaba Holocene y la masa en pleno se sent¨ªa transportada a un bosque canadiense, arropada por arces y humedad; sus canciones trepaban en crescendo y el movimiento de la multitud se propagaba como un temblor de hojas. Comuni¨®n completa entre int¨¦rprete, m¨²sicos y p¨²blico en una noche pautada por la calma, por ese calmo folk de c¨¢mara con deje sinf¨®nico que ha personalizado Bon Iver en unos discos que como podr¨ªa decir Manfred Eicher, ¡°son lo m¨¢s bello tras el silencio¡±.
Comuni¨®n completa entre m¨²sicos y p¨²blico en una noche pautada por la calma
El inicio del concierto fue junto con la pieza m¨¢s desnuda lo m¨¢s impresionante de la actuaci¨®n. Comprobar, tras la introducci¨®n vocal de Lost in the World, la fidelidad con la que construy¨® la sensacional Perth, con su sonido de guitarra punteada, sus redobles de tambor, su celebrada irrupci¨®n de instrumentaci¨®n y esa voz en falsete que hace las veces de hilo de sutura entre tanto plano sonoro, fue simplemente hermoso. A partir de este punto, la m¨²sica de Bon Iver fluy¨® con ese paso calmado que evoca im¨¢genes espectrales en buena medida impulsadas por el uso de la voz, a la saz¨®n en los ant¨ªpodas del masculino y grave tono de Justin al natural, sin la microfon¨ªa, efectos, capas de sonido y falsete. Es cierto que en ocasiones el oropel, el arreglo, visten un cuerpo peque?o, l¨ªneas mel¨®dicas sencillas que sin el lujoso vestuario del arreglo se ver¨ªan pr¨®ximas al vac¨ªo; cierto que la f¨®rmula puede quemarse en pocos discos, acabando en un brindis barroco pr¨®ximo a un hipot¨¦tico sinfonismo campestre, una vuelta de tuerca con duendecillos y hongos al vac¨ªo absoluto y bonitista de Sigur Ros, un empacho de trascendencia propio del peor Peter Gabriel, pero eso entra en la especulaci¨®n. Y, adem¨¢s, hubo un argumento que ancl¨® el concierto al presente, apartando futuribles.
Fue, a pesar de que la m¨²sica de Bon Iver se destaca por su lujuria instrumental, una canci¨®n desnuda la que marc¨® el hito del concierto: la fascinante re:Stacks. Dedicada en directo a una pareja de amigos, interpretada en solitario en un escenario despoblado, acunada solo por acordes ac¨²sticos, la enormidad de esta sencilla canci¨®n brill¨® hasta deslumbrar con la ternura extra?a y fantasmal propia de la m¨²sica de Vernon. Solo por ese instante ya mereci¨® la pena todo el concierto. Porque se ha de creer que quien puede componer as¨ª no deber¨ªa dejarse enredar en la r¨²brica que camufle una caligraf¨ªa mediocre.
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