El desnudo y la Edad de Oro

De todas las criaturas, la ¨²nica que se averg¨¹enza de su cuerpo es el hombre: si el pudor que siente al mostrarse como vino al mundo lo sintiera al obrar mal, y si el esc¨¢ndalo que a veces le provoca el desnudo ajeno se lo provocaran los eufemismos con que viste la corrupci¨®n y la estafa, estar¨ªa poniendo la piedra angular de una nueva Edad de Oro.

Desnudando a los cl¨¢sicos da qu¨¦ pensar. Se anuncia como un ¡°acto ¨ªntimo¡±, pero a la puerta del Lara hay un mont¨®n de gente que se qued¨® sin entrada, a pesar de que en el teatro no hay un cartel que lo anuncie, quiz¨¢ por temor a que la imagen de un hombre y una mujer entrelazados sin ropa pueda perturbar a alguien. Dentro, Santi Senso e In¨¦s Blanco, torbellinos desnudos, toman al p¨²blico de la mano y juegan con ¨¦l a la gallina ciega. ?Una vuelta a los happenings del Living Theatre? No, una manera de romper la barrera entre vestidos y desnudos, de poner a todos en id¨¦ntico plano de naturalidad y de abordar en caliente, con el pulso acelerado, la escena de amor, inspirada en Romeo y Julieta, que abre este espect¨¢culo escrito por Jos¨¦ J. Serrano con libertad total a partir de escenas de amor de obras de Shakespeare, del Tenorio y de La divina comedia.

Romeo se transforma en un Don Juan que evoca el rapto de Europa mientras su In¨¦s yace sobre el fr¨ªo m¨¢rmol del hall del Lara, en pict¨®rico escorzo. Nunca son¨® tan ir¨®nico el: ¡°No es verdad, ¨¢ngel de amor¡­¡± como ahora que el gran seductor la levanta de un tir¨®n de sus cabellos, ni nunca tan org¨¢nico el: ¡°¡­O arr¨¢ncame el coraz¨®n, o ¨¢mame, porque te adoro¡± como en boca de esta actriz corita de toda afectaci¨®n. Los contrarios se compensan: sin vestuario barroco, el verso rom¨¢ntico parece prosa.

Desde el Orlando, de Virginia Woolf, dirigido en 1992 por Bia Lessa, donde Fernanda Torres interpretaba a la protagonista a pelo durante media funci¨®n y sal¨ªa a saludar feliz sin ponerse nada encima, no hab¨ªa visto en el teatro dram¨¢tico (s¨ª en la danza, en la escena conceptual o en el autobiogr¨¢fico ProtAgonizo) un desnudo tan felizmente desprovisto de intenci¨®n er¨®tica. Durante su actuaci¨®n, Senso y Blanco nos devuelven a la edad de la inocencia, al para¨ªso del cuerpo liberado de su encierro textil.

A Senso le hab¨ªamos visto en empe?os no menos comprometidos, pero nunca deja de sorprendernos, y Blanco, su partenaire, es una explosi¨®n de trinitrotolueno: m¨¢s que el c¨®mo dicen el texto, a¨²n dici¨¦ndolo bien, importa la alegr¨ªa y la intensidad que transmiten, y la cercan¨ªa que crean. Saben a poco los brev¨ªsimos solos que la violonchelista cubana Cary Rosa Varona pone sobre un fondo sonoro de textura contempor¨¢nea. Y, metidos en harina, para armonizar con su propuesta despojada y tel¨²rica (teatro sin escenograf¨ªa, vestuario, luces, trampa ni cart¨®n), Senso deber¨ªa imprimirle otro car¨¢cter (menos pr¨®ximo al musical estadounidense) al par de canciones que interpreta, enton¨¢ndolas tal vez a la manera de la m¨²sica de tradici¨®n oral.