?Me voy, que pierdo afici¨®n!
Una mansa y descastada corrida de Alcurruc¨¦n y una terna con pocas ideas dieron al traste con el segundo festejo de San Miguel
Acababa de doblar el quinto de la tarde, con el que Sebasti¨¢n Castella hab¨ªa coprotagonizado un tostonazo de aqu¨ª te espero. Un sabio aficionado sevillano, abonado de toda la vida en la delantera de palco, se levanta, guarda la almohadilla debajo del brazo, y, con cara circunspecta, se dirige a los que le rodean y suelta la sentencia de la tarde: ¡°Me voy, que estoy perdiendo afici¨®n¡!¡± Y enfil¨® escalera abajo camino de su casa con la sana intenci¨®n de olvidar lo vivido en las ¨²ltimas dos horas. Una huida a tiempo puede ser una victoria. Mejor irse en el quinto que no volver.
No cabe m¨¢xima m¨¢s exacta para resumir lo ocurrido ayer en la plaza de la Maestranza. Pero un vecino cierra el c¨ªrculo: ¡°Estas corridas habr¨ªa que prohibirlas¡±.
El de este s¨¢bado fue uno de esos festejos que se celebran para perder la afici¨®n. Toros de sangre desechable, mansos a rabiar, sin una gota de casta y bravura en las venas, borrachos de soser¨ªa y sin conocimiento de la codicia, la acometividad, la clase¡ La ganader¨ªa de Alcurruc¨¦n ha hecho m¨¦ritos suficientes para no volver a pisar esta plaza en unos a?os. Y ojal¨¢ as¨ª sea, aunque no fuera m¨¢s que para velar por la afici¨®n de los que pocos que van quedando. Toros de desecho y toreros sopor¨ªferos, aburridos, n¨¢ufragos de una espantosa vulgaridad, pegapases inmundos, escasos de t¨¦cnica, sin repajolera gracia en sus mu?ecas, pesados y siempre ventajistas.
La ganader¨ªa de Alcurruc¨¦n ha hecho m¨¦ritos para no volver a la Maestranza en a?os
A pesar de todo, y aunque parezca incomprensible, el p¨²blico aplaude de vez en cuando. Y da la impresi¨®n de que lo hace por no llorar; o, tal vez, para espantar el sopor. Pero son todas palmas de puro compromiso, sin ganas, porque el torero termina una tanda de horrendos mantazos y mira a los tendidos pidiendo ¨¢rnica. Y la gente, bondadosa ella, piensa ¡°bueno, vale¡±, y da cuatro palmas que suenan lejanas. As¨ª, para ahuyentar el aburrimiento, se entiende, adem¨¢s, que se aplauda un par de banderillas en los costillares, un picotazo trasero, un mantazo que quiso ser ver¨®nica¡ En fin¡
A pesar de todo, los toreros no parecen perder la ilusi¨®n. De otra manera no se entender¨ªa, por ejemplo, que los tres matadores brindaran uno de sus toros al respetable. ?Qu¨¦ habr¨ªan visto? ?Qu¨¦ es lo que brindaban? He aqu¨ª un misterio. Castella, por ejemplo, brind¨® la muerte del quinto, al que cit¨® en la boca de riego con un pase cambiado por la espalda, pero el toro sigui¨® trotando al modo cochinero y se refugi¨® en las tablas del otro extremo del di¨¢metro. Y ah¨ª comenz¨® un espejismo de faena ante un toro sos¨ªsimo, y el diestro explic¨® con todo lujo de detalles lo que es un tostonazo. Se entiende, pues, que el buen aficionado decidiera marcharse antes de que le diera un arrechucho. ¡°?Qu¨¦ emoci¨®n¡¡±, grit¨® una voz del tendido cuando el mismo torero trataba de meter en la muleta al segundo, que pasaba por all¨ª como de paseo, pero sin intenci¨®n alguna de obedecer al cite. La porf¨ªa fue in¨²til e insulsa.
Tambi¨¦n brind¨® El Cid el cuarto de la tarde al p¨²blico. ?Qu¨¦ le ver¨ªa? Por lo que hizo a continuaci¨®n, nada. El diestro de Salteras ha sufrido una preocupante metamorfosis. Es una sombra de lo que fue. Ha perdido seguridad, elegancia, serenidad, mando e inspiraci¨®n. El Cid se ha convertido en un torero del mont¨®n. Se lo comen las prisas, las tandas son tan cortas que parecen invisibles, los pases los traza excesivamente despegados, y todo resulta deslavazado y sin orden. Nada dijo en este cuarto, y se libr¨® de una cornada en el primero, ¡ªotra vez acelerado y vulgar¡ª, que lo avis¨® por el lado izquierdo hasta que se lo ech¨® a los lomos, lo volte¨® de fea manera y le lanz¨® un par de derrotes que, afortunadamente, no hicieron blanco en la carne.
Tambi¨¦n brind¨® Daniel Luque su primero, y en los dos se mostr¨® decidido y entregado, pero, entre la soser¨ªa de sus oponentes y sus formas heterodoxas, tampoco dijo nada.
Lo dicho: hay corridas que merecen ser prohibidas; aunque no sea m¨¢s que para no se pierdan m¨¢s aficionados¡
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