Negro, blanco, negro

Con una redacci¨®n sobria y de hondura, Maryluz Arcas compromete el tiempo y el espacio en una s¨ªntesis que dura lo justo. La m¨²sica en directo interpretada por la voz a capela de una soprano, concede un car¨¢cter ritual a las escenas y aporta una distancia elegante. Trabajar sobre el concepto del solo de danza ha llevado a esta artista hasta el enfrentamiento con un imaginario y enorme espejo referencial. El p¨²blico figura como testigo.

La idea del psicopompo como dios-gu¨ªa hacia una plenitud, quiz¨¢s oscura, domina la pieza, una epifan¨ªa en sordina dividida sobre el papel en siete partes, pero en la pr¨¢ctica, tres grandes bloques: primero de negro; luego de blanco (y un breve desnudo) y de nuevo el negro. Puede interpretarse como un ciclo. Eros va representado como un est¨ªmulo m¨¢s que como figura, y el sentimiento de la bailarina es de derrota, de abandono a unas circunstancias tr¨¢gicas.

Arcas navega en su dibujo, que es preciso y su l¨ªnea f¨ªsica, clara y evidenciando parte de su g¨¦nesis formativa, de su escuela. Con mucho aplomo, percute el suelo r¨ªtmicamente, tensiona el soporte, usa brazos y pernas como arbotantes de una nave. Su baile es serio y concentrado, dir¨ªase que lineal hasta que por propia voluntad hace de las l¨ªneas una especie de voluta o espiral. El uso de los brazos es poderoso y elocuente.

Sed erosiona no deja de ser sombr¨ªa en ning¨²n momento, hasta hay un cierto regusto tenebrista en c¨®mo se presentan los componentes pl¨¢sticos que desembocan todos en esa experiencia de ¨¦xtasis girovago, de asunci¨®n tan¨¢tica.