La (im)posible v¨ªa del federalismo plurinacional
"Hoy, como ayer, aflora nuestra incapacidad para alcanzar un marco aceptable de convivencia"
Espa?a inauguraba el segundo periodo democr¨¢tico de todo el siglo XX con una nueva Constituci¨®n. En afirmaci¨®n de Alain G. Gagnon, Espa?a pasaba de ser una forma de ¡°Estado impuesto¡± a otra forma de ¡°Estado negociado¡±. Una Constituci¨®n que se quiso abierta, inacabada, para que el proceso democr¨¢tico fuera eligiendo los posibles caminos y de la que luego se ha hecho una de las posibles interpretaciones que de ella cab¨ªan. El camino seguido, entre los muchos posibles, ha sido el de ir construyendo un Estado Auton¨®mico sobre la base de acuerdos que casi siempre han obedecido a la composici¨®n de las Cortes Generales. Sin embargo, parece que el desarrollo de la Constituci¨®n de 1978 nos ha devuelto a la estaci¨®n de salida.
El Estado Auton¨®mico est¨¢ muy lejos de ser un aut¨¦ntico Estado federal y no existe cultura federal. Coincido con Miquel Caminal cuando afirma que el Estado Auton¨®mico, pese a que es un ¨¦xito, no deja de ser un ¡°semimodelo¡± que responde a la voluntad de actores pol¨ªticos que sab¨ªan de d¨®nde quer¨ªan salir pero que no saben bien d¨®nde quieren ir, dando como resultado un ¡°hibrido¡± procedente de un cruce entre sujetos gen¨¦ticamente diferentes. Pero m¨¢s all¨¢ de la discusi¨®n acerca de la naturaleza del Estado Auton¨®mico, este modelo est¨¢ agotado, el pacto constitucional del 78 tambi¨¦n y no hay consensos b¨¢sicos acerca del camino a seguir.
Para unos, la Constituci¨®n no es reformable y el modelo de Estado ya no requiere modificaci¨®n sustancial. Sugieren incluso la idea de recuperar competencias invocando la eficiencia y se resisten a reconocer aspectos esenciales de las naciones minoritarias en el plano simb¨®lico. Desde Catalu?a, Euskadi, y no s¨®lo desde los partidos nacionalistas, se expresa una profunda insatisfacci¨®n con la situaci¨®n actual por entender que los grandes partidos espa?oles han desvirtuado el proceso y probablemente el actual modelo de Estado se aleja del esp¨ªritu inicial. Argumentan que la v¨ªa federal, sobre la que siempre exhibieron clara prevenci¨®n, ha quedado bloqueada y ¨²nicamente resta iniciar un debate democr¨¢tico en favor de escenarios de corte m¨¢s confederal o claramente independentista. Una tercera v¨ªa argumenta que es posible avanzar en una fase de reformas del bloque de constitucionalidad que permita profundizar en el autogobierno y ampliar la posibilidad de mejorar el reconocimiento de la plurinacionalidad en clave federal.
El mal llamado ¡°problema territorial¡± remite en Espa?a a una larga historia de desencuentros: entre unidades de una monarqu¨ªa compuesta, entre las Espa?as ¡°uniforme¡± y ¡°asimilada¡±, entre las visiones ¡°jacobinas¡± y ¡°girondinas¡±, entre el nacionalismo espa?ol y los nacionalismos vasco y catal¨¢n, entre identidades regionales (m¨¢s o menos d¨¦biles) e identidades nacionales. Hoy, como ayer, aflora nuestra ya hist¨®rica incapacidad para alcanzar un marco aceptable de convivencia en un Estado que alberga varias naciones. Otras democracias maduras como B¨¦lgica, Reino Unido o Canad¨¢ se enfrentan a situaciones similares y en todos los casos el reto colectivo es muy parecido: c¨®mo conciliar diversidad y unidad, c¨®mo integrar o gestionar lo que Charles Taylor definiera como la ¡°diversidad profunda¡± de identidades diferentes en el seno de sociedades cada vez m¨¢s complejas y plurales. C¨®mo conciliar formas de estar entre pueblos que se sienten diferentes y que han demostrado una decidida voluntad de ser. Y esta tozuda realidad hist¨®rica (la historia es muy importante) nada tiene que ver con la eficiencia.
Las identidades nacionales existen. Desconocer o negar la evidencia es contraproducente, adem¨¢s de in¨²til. El nacionalismo espa?ol nunca ha entendido esta cuesti¨®n. Se niegan a reconocer que Espa?a es un Estado plurinacional. Como lo es B¨¦lgica o el Reino Unido, y desde su nacionalismo banal hablan de ¡°cerrar¡± el modelo de Estado. Entienden la Constituci¨®n de 1978 como estaci¨®n t¨¦rmino, creen sobrepasado el proceso de descentralizaci¨®n, impulsan procesos recentralizadores y siguen a?orando un Estado-naci¨®n que ya no existe m¨¢s que en su imaginaci¨®n. Con sus discursos, actitudes y actuaciones separadoras, el nacionalismo espa?ol y sus excelentes altavoces proporcionan argumentos a los partidarios de la separaci¨®n. Algunos de los que ahora abrazan la soluci¨®n federal como mal menor, creen que con una f¨®rmula de federalismo cooperativo ¡°a la alemana¡± bastar¨ªa. Ignoran la diferencia existente entre identidades nacionales y regionales.
Los nacionalismos catal¨¢n y vasco, emocional y pol¨ªticamente ya han marcado un punto y aparte en la historia. Ven factible convertirse en un Estado dentro de una Uni¨®n Europea. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catal¨¢n marc¨® un punto de inflexi¨®n decisivo. El tiempo y la pol¨ªtica dir¨¢n el recorrido que ha de tener esta nueva estrategia. Sus dirigentes son conscientes de que sus discursos ofrecen lecturas muy sencillas a procesos muy complejos. No ignoran la creciente pluralidad de la propia sociedad a la que convocan. Saben muy bien la diferencia que muchos ciudadanos hacen entre mayor grado de autonom¨ªa pol¨ªtica, hoy mayoritario, con la aspiraci¨®n, ya no tan mayoritaria, de convertirse en un nuevo Estado. Incluso saben que el sentimiento de mayor autonom¨ªa pol¨ªtica no necesariamente se traduce en la existencia de una voluntad mayoritaria de separarse, como ha puesto de relieve acertadamente Michael Keating en su excelente estudio sobre la independencia de Escocia que ahora publica la Universitat de Val¨¨ncia.
Apenas si existe oxigeno pol¨ªtico entre los nacionalismos. Un recurso pol¨ªtico y una sentencia pol¨ªtica del Tribunal Constitucional han bloqueado, por ahora, la v¨ªa del federalismo plurinacional. Sin embargo, sigo pensando que es el camino m¨¢s transitable para Espa?a. El federalismo plurinacional, que se asienta en concepciones no nacionalistas pero que no desconoce nuestra historia, se defiende aqu¨ª como la mejor forma para organizar la distribuci¨®n territorial del poder en un Estado compuesto, para gobernar la complejidad y gestionar la interdependencia y para dar sentido a los principios de solidaridad interterritorial y de ciudadan¨ªa y respeto a la diversidad nacional.
Corresponde a la pol¨ªtica enmendar sus errores y gestionar el nuevo y confuso escenario. Los esfuerzos debieran encaminarse a argumentar que el respeto a las reglas de juego constitucionales es uno de nuestros mejores activos como comunidad pol¨ªtica plurinacional y debiera ser uno de nuestros mejores legados; a convencer a la mayor¨ªa de que el mantenimiento de la identidad propia no necesariamente debe adentrarse por la v¨ªa arriesgada de la secesi¨®n, sino que formar parte de un Estado plurinacional es mejor que verse obligado a decidir, aunque fuera posible, entre nacionalismos o entre una de las identidades posibles; a defender los valores positivos de una comunidad pol¨ªtica multinacional, multicultural y multiling¨¹e; a exigir a los poderes p¨²blicos avances sustanciales en el terreno del reconocimiento simb¨®lico de la diversidad; a superar el Estado Auton¨®mico en clave federal y a dar contenido al hecho plurinacional. En definitiva, frente a los intentos de desfederalizaci¨®n y resimetrizaci¨®n, se propone un nuevo pacto pol¨ªtico, un nuevo pacto constitucional en favor del federalismo plurinacional que aborde estas cuestiones con claridad y normalidad. En caso contrario, la desafecci¨®n aumentar¨¢, a¨²n m¨¢s, y las fracturas sociales y las tensiones se trasladar¨¢n a la estabilidad de un sistema que descansa en la provisionalidad y el pacto permanente.
Joan Romero es catedr¨¢tico de Geograf¨ªa Humana en la Universitat de Val¨¨ncia y autor de Espa?a inacabada.
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