El fantasma de Howard Carter recibe
El descubridor de la tumba de Tutankam¨®n se aparece a las visitas en su vieja casa de L¨²xor
El fantasma del descubridor de la tumba de Tutankam¨®n se sacudi¨® unas motas de polvo de su traje blanco y pareci¨® mirarme con severidad. Howard Carter nunca fue en vida un hombre f¨¢cil, y detestaba a la Prensa, as¨ª que tragu¨¦ involuntariamente saliva. Me ergu¨ª en mi asiento y puse cara de renovada atenci¨®n mientras ¨¦l continuaba hablando de sus excavaciones...
Una de las cosas m¨¢s raras que me han ocurrido en la vida fue encontrarme el mi¨¦rcoles de la semana pasada con Carter en su casa de Elwat el Diwan (una colinita a la entrada del wadi que conduce al Valle de los Reyes, en L¨²xor), lo que no tendr¨ªa mayor trascendencia de no ser porque el egipt¨®logo muri¨®, de un Hodgkin, en marzo de 1939.
La vieja casa (1910), de una planta y rodeada de un verdor que contrasta con el resto del ¨¢rido paisaje, ha sido convertida en museo y hace tiempo que quer¨ªa visitarla. Me pareci¨® una buena oportunidad aprovechar el aniversario del hallazgo de la tumba de Tutankam¨®n y felicitar a Carter, aunque fuera con 90 a?os de retraso. La visita no me decepcion¨®.
La casa se encuentra cerca de Dra Abu el Naga y desde su veranda tienes vistas al templo funerario de Seti I y el moderno cementerio isl¨¢mico de El Tarif, que ya son vistas estimulantes. Llegu¨¦ temprano (L¨²xor es madrugador) y pinturero, con un papel ¡ªestoy por denominarlo firman, como los documentos turcos¡ª que me acreditaba espuriamente como miembro de la misi¨®n espa?ola en el templo de Tutmosis<TH>III y que me report¨® no tener que pasar por taquilla (20 libras egipcias) y que los vigilantes se dirigieran a m¨ª llam¨¢ndome de manera obsequiosa ¡°doctor¡±, con lo que en la casa m¨¢s que un fantasma ¨¦ramos dos.
La vivienda, un bonito edificio dise?ado por el propio Carter con un aire local y con el nombre de Castle Carter II ¡ªsu casa anterior estaba frente a Medinet Habu¡ª, es amplia y fresca, con varias alas que se extienden desde un vest¨ªbulo central abovedado de estilo ¨¢rabe. En buena medida se la financi¨® Lord Carnarvon ¡ªcon dinero y medios¡ª a su buscador de momias. Carter, englishman abroad, se pudo permitir as¨ª el lujo de usar s¨®lidos ladrillos de importaci¨®n procedentes de Bretby, Derbyshire, localidad en la que los Carnarvon ten¨ªan una finca y en las cercan¨ªas una f¨¢brica de ladrillos. A la entrada, puede verse uno en una vitrina, con el sello de la manufactura y el nombre de Carter. Me sorprendi¨® un cartelito que informaba de que Carter ¡°itself¡± iba a recibir al visitante (yo) en su sala de estar. Imagin¨¦ que era un decir.
Deambul¨¦ por la casa seguido de cerca por el vigilante Ahmed, inicialmente receloso de mi entusiasmo (y eso que desconoc¨ªa mi naturaleza fetichista). La vivienda fue restaurada por iniciativa de Zahi Hawass y abri¨® como museo en 2009 para recordar y celebrar la vida y trabajos de Carter en la ¨¦poca de su gran descubrimiento, en 1922. La verdad es que una gran parte del material que se exhibe es filfa, porque cuando el arque¨®logo muri¨® (en Londres) la casa, que leg¨® al Metropolitan Museum, tuvo distintos empleos y finalmente cay¨® en el abandono. Fotograf¨ªas de la excavaci¨®n de la tumba y de su contenido y paneles informativos, se codean con objetos ¡ªun proyector Path¨¦, una l¨¢mpara de petr¨®leo, viejos sombreros (un Homburg)¡ª y mobiliario antiguo que tratan de dar la impresi¨®n de que est¨¢s en los tiempos de Carter. Unos dibujos de aves recuerdan el inter¨¦s del arque¨®logo por ellas (en el jard¨ªn vi unos bonitos bulbules cabecinegros). En la habitaci¨®n de invitados hay una tumbona igual a la de la famosa fotograf¨ªa de Carnarvon leyendo. En el despacho, destaca la m¨¢quina de escribir Royal, una caja fuerte Parry &Co ¡ªque abrimos con Ahmed: estaba vac¨ªa¡ª y un gram¨®fono. En una estanter¨ªa puede verse en su funda Aida (!) pero el disco puesto es el del segundo movimiento de la Segunda sinfon¨ªa, de Beethoven.
La selecci¨®n de libros en las estanter¨ªas es curiosa, algunos son pertinentes (los tomos de los anales del Museo Egipcio de El Cairo, la historia de los egipcios de Breasted o el Handbook of Egyptian Religion de Erman en edici¨®n de 1907), pero otros resultan extravagantes. ?Tendr¨ªa Carter un libro sobre la naturaleza de la risa?, ?y otro sobre el amor y los amantes? Dif¨ªcilmente. Hombre solitario y reservado, de irascible timidez, a veces pomposo, incapaz de amistades profundas, no se le conoce liaison alguna. Se ha hablado mucho de su sexualidad y se ha sugerido que tuvo un affaire con la hija de Carnarvon (lady Evelyn) o una amante francesa. Pero no hay pruebas de nada. Trat¨¦ de explicarle eso a Ahmed con m¨ªmica, aunque ces¨¦ al ver su expresi¨®n: a ver si me confund¨ªa con T. E. Lawrence... De hecho tir¨® de mi manga para llevarme al ¡°darrrk rrroom, doctor¡±, que result¨® ser, Al¨¢ es grande, el cuarto de revelado.
Entr¨¦ luego en la habitaci¨®n del arque¨®logo y aprovechando un descuido de Ahmed me tend¨ª en la cama a ver si so?aba con tumbas perdidas. No hab¨ªa hecho nada tan emocionante desde que me prob¨¦ la chaqueta de vuelo del conde Alm¨¢sy en su cuarto en el castillo de Bernstein. Sobre el armario hab¨ªa unas maletas viejas y en un rinc¨®n en el suelo, una b¨¢scula. Recostado, me acometi¨® una tristeza terrible. Carter vivi¨® en esta casa los grandes momentos del descubrimiento de Tutankam¨®n, s¨ª, pero tambi¨¦n, finalmente, las horas bajas del olvido y de su declive f¨ªsico. Cuando la aventura de la tumba era ya historia, ¨¦l sab¨ªa que la vida no volver¨ªa jam¨¢s a ofrecerle un regalo semejante y pasaba las tardes en la terraza del Winter Palace hablando a los pocos que quer¨ªan ya o¨ªrle de futuras expediciones que nunca realizar¨ªa. ¡°Indigente de esp¨ªritu¡±, resume su bi¨®grafo T. G. H. James.
Cuando ya me marchaba, pensando en que mi cupo de emociones estaba completo, la chica en burka que controlaba los tickets me hizo pasar a una habitaci¨®n amplia y acomodarme en un banco. Y entonces apareci¨® Carter.
Tard¨¦ unos instantes escalofriantes en caer en la cuenta de que era una proyecci¨®n reflejada por un espejo y que arrojaba una imagen tridimensional de gran realismo. El actor que interpretaba a Carter lo hac¨ªa extraordinariamente bien. Era como estar ante un espectro. El fantasma del descubridor de la tumba de Tutankam¨®n. Fascinado, le escuch¨¦ desgranar el relato del hallazgo, hablar de su carrera y, para mi gran sorpresa, hasta de Zahi Hawass. Resultaba tan cre¨ªble que empec¨¦ a meterme en situaci¨®n y al cabo de un rato ya estaba esperando impaciente a que la conferencia acabara. En el turno de preguntas, le interrogar¨ªa sobre los aspectos oscuros del hallazgo, la entrada esp¨²rea en la c¨¢mara funeraria, los objetos que se embolsillaron ¨¦l y Carnarvon... Pero sobre todo, le preguntar¨ªa acerca de la soledad y la muerte. Sobre c¨®mo se puede vivir sin la amistad y el amor, y si en el desierto, enfrascado en las tumbas y las momias, puedes hallar algo a¨²n m¨¢s extra?o que un sepulcro relleno de oro: una suerte de felicidad.
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