Como una ola, de arena
A los di¨¢logos de 'El ¨²ltimo jinete' les falta humor. Ray Loriga ha estado demasiado solo
Desde Ba-ta-clan, chinoiserie de Offenbach, decenas de libretistas y de m¨²sicos europeos se lo han pasado pipa recreando un oriente de opereta, nunca mejor dicho. Pablo Luna compuso seis, entre ellas El asombro de Damasco, cuyo ¨¦xito en el desaparecido teatro Apolo llev¨® a un avispado empresario a estrenarla en Londres, con otro t¨ªtulo: The First Kiss. Madrid, entonces epicentro del teatro musical de creaci¨®n propia, vive hoy de calcar producciones for¨¢neas, con provinciano orgullo.
Nueva de cabo a rabo, El ¨²ltimo jinete es la excepci¨®n a la regla: a falta de un productor nacional con posibles, bienvenidos sean sus hom¨®logos ¨¢rabes, aunque hayan impuesto, al parecer, el tema del espect¨¢culo. En la b¨²squeda que emprende su protagonista, el joven beduino Tiradh, el caballo blanco es un s¨ªmbolo del alma o del destino vital. Ray Loriga, libretista, y los compositores John Cameron, Albert Hammond y Barry Mason, cuentan la historia de Tiradh sin m¨ªstica alguna, como un viaje de aventuras, del Egipto ocupado por los brit¨¢nicos al Londres victoriano. En su curso, aparecen personajes hist¨®ricos como Abbas Pasha, el ¨²ltimo jedive, o Al-Jansa, poetisa coet¨¢nea de Mahoma (convertida aqu¨ª en hada protectora); y de fantas¨ªa, como Willy Fog.
La idea, buena, podr¨ªa dar m¨¢s de s¨ª: recu¨¦rdense los viajes de los protagonistas de El ni?o jud¨ªo, o de Los sobrinos del capit¨¢n Grant. En El ¨²ltimo jinete, Tiradh afronta demasiado solo su peripecia, que abarca tres duelos a espada (magn¨ªfico el tercero) y un combate de boxeo. El Capit¨¢n Trueno ten¨ªa a Crisp¨ªn y Goliath, y el Subteniente Mochila, a Sir Clyron, su sobrina Ketty y el despistado doctor Mirabel. Tiradh no tiene perrito que le ladre. El camello parlanch¨ªn (m¨¢s bien dromedario, por su sola joroba) y la langosta, con los que se topa en el desierto, pod¨ªan haber sido el necesario contrapunto c¨®mico de sus aventuras. A los di¨¢logos les falta humor. Tambi¨¦n Loriga ha estado demasiado solo: en el teatro musical escribir a dos manos es tradici¨®n. Una, para tejer la trama; la otra, para hilar r¨¦plicas ingeniosas...
En el contexto de la calidad de las canciones de Hammond, Mason y Cameron (hay dos o tres sumamente pegadizas), y de la m¨²sica que acompa?a los di¨¢logos, certeramente dirigidas, resulta chocante que el leit motiv de la funci¨®n se parezca tant¨ªsimo al estribillo de Como una ola, canci¨®n de Jos¨¦ Luis Armenteros y Pablo Herrero. Se echa de menos alg¨²n tema con sabor oriental. Sin ser espectacular, la producci¨®n es eficaz: las l¨ªneas generales del vestuario de fantas¨ªa de Ivonne Blake, la soluci¨®n del escenario giratorio, las proyecciones oportunamente dosificadas, el holograma del caballo blanco¡ Resolutivo, Miquel Fern¨¢ndez, en el papel protagonista; encantadora, Julia M?ller, en el de su amada; graciosa, Elena Medina, como langosta en jefe de la plaga, y espl¨¦ndida, Marta Ribera, en cada una de sus mutaciones y, especialmente, en el n¨²mero del cinemat¨®grafo, resuelto con temperamento latino y precisi¨®n suiza.
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