Conducidos a la luz

Iolanta, la princesa ciega de nacimiento pero que no sabe que lo es pues todo el mundo le ha ocultado su discapacidad, cree que los ojos solo sirven para llorar. Iolanta s¨®lo conseguir¨¢ ver, en opini¨®n del doctor Ibn-Hakia, eminente oftalm¨®logo de escuela freudiana, cuando sepa y acepte su realidad y desee ardientemente ver. El amor conducir¨¢ finalmente a Iolanta a la luz.

Sobre esta apasionante historia inici¨¢tica, Chaikovski, que s¨ª sab¨ªa su realidad pero no la aceptaba, construy¨® su ¨²ltima ¨®pera, una joya con m¨²sica de rara belleza que, inexplicablemente, nunca se hab¨ªa representado en el Liceo.

Iolanta, de hecho, sigue sin haberse representado en el Liceo pues se ofreci¨® en versi¨®n de concierto pero, por una vez, no echamos en falta la parafernalia esc¨¦nica pues cuatro gestos, tres miradas, dos caricias y un abrazo entre los int¨¦rpretes fueron suficientes para poner en pie y con fuerza sobre el escenario el drama y sus personajes.

Iolanta llegaba al Liceo con int¨¦rpretes de lujo, las huestes del Mariinski de San Petersburgo que son casi, como aquel que dice, los propietarios morales de la obra pues all¨ª se estren¨® en 1892 y, naturalmente, la conocen al dedillo.

Al frente de la tropa se situ¨® el incansable e invicto general Gergiev que con su curioso gesto de zar bondadoso (pero zar al fin y al cabo) obtuvo, en general, un rendimiento de buen nivel de la orquesta, con alg¨²n pasaje desajustado, pero sonando siempre intensa y apasionadamente a Chaikovski. El coro, que en esta ocasi¨®n ten¨ªa poco trabajo, se esmer¨®.

La celebre Anna Netrebko, que debutaba en el Liceo, capitaneaba los solistas. Con una voz complet¨ªsima, sensual, rica en arm¨®nicos, pero con brillo y poder arriba y un conocimiento cabal del estilo y del personaje, Netrebko cumpli¨® con todas las altas expectativas que hab¨ªa generado.

La sorpresa, agradable, vino con los otros solistas: esper¨¢bamos cantantes de compa?¨ªa con nivel suficiente y no m¨¢s y nos encontramos con solistas de altas prestaciones que en algunos momentos compitieron de tu a tu con la diva, especialmente el tenor Sergei Skorokhodov, que fue un Conde Vaud¨¦mont de agudos valientes, pero tambi¨¦n el bajo Sergei Aleksashkin, muy puesto en el papel del Rey Ren¨¦ o Alexander Gergalov, que cumpli¨® con voz un poco cansada, pero con absoluta entrega con el papel del Duque Robert. Absolutamente correctos y muy alto nivel todos los papeles menores.

El gancho de la representaci¨®n era la bella Netrebko, por ella se llen¨® el teatro. Como mansos corderitos acudimos al teatro a cumplir con el ancestral rito mit¨®mano de la adoraci¨®n de la estrella y acabamos descubriendo una gran ¨®pera y un consistente equipo art¨ªstico. Fuimos conducidos, nosotros tambi¨¦n, a la luz.