La parturienta da una lecci¨®n de anatom¨ªa
La fecunda uni¨®n entre el arte y la ciencia del XVIII tiene en la Complutense un tesoro semienterrado
La parturienta no tiene nombre. Alguna vez lo tendr¨ªa, pero su mala suerte dispuso que muriera atropellada por un carro cuando pasaba por delante del Real Colegio de Cirug¨ªa de San Carlos, en el Madrid del siglo XVIII. Nadie reclam¨® aquel cuerpo hinchado por una criatura a punto de nacer. Menudo regalo para los cirujanos que se formaban en el colegio, tan escasos de cad¨¢veres con los que aprender anatom¨ªa. Se procedi¨® seg¨²n las pr¨¢cticas de la ¨¦poca: le aplicaron barro, sacaron un molde, lo rellenaron de cera y hoy es la escultura m¨¢s impactante entre las que atesora la Facultad de Medicina de la Complutense: una Piedad recostada sobre una silla con la tripa abierta como una granada y el feto expuesto cabecita abajo. Una estatua de cera a tama?o natural: La parturienta.
Museos como este, de esculturas realistas donde el arte y la pedagog¨ªa se dan la mano los hay en Florencia, por ejemplo, el de La Specola, o en el King¡¯s College de Londres, pero hay piezas en el de Madrid que lo hacen ¨²nico en Europa. Las descubri¨® el profesor Javier Puerta, ya fallecido, arrumbadas en uno de los s¨®tanos de la facultad de Medicina en los a?os ochenta y hoy conforman una espectacular colecci¨®n con figuras de cera, escayola, plastinadas, esqueletos humanos y 2.000 cr¨¢neos. Todo ello sirvi¨® durante siglos y a¨²n hoy para el aprendizaje de la anatom¨ªa humana. Hay representaciones de cuerpos desollados para el estudio de m¨²sculos y articulaciones, momias con el coraz¨®n a la derecha, cuerpos abiertos de par en par para apreciar tumores, hernias, conductos linf¨¢ticos y ciertas malformaciones, como una pelvis con dos penes, que se inmortalizaban as¨ª para curar de sorpresas a futuros m¨¦dicos y cirujanos.
¡°Cuando no hab¨ªa ordenadores, ni c¨¢maras fotogr¨¢ficas, ni grabadoras, era la ¨²nica forma que ten¨ªan los aprendices de cirujanos de formarse. Los departamentos de anatom¨ªa de aquellas ¨¦pocas contrataban pintores, escultores y dibujantes y su trabajo ten¨ªa un importante valor pedag¨®gico, pero tambi¨¦n art¨ªstico¡±, explica el profesor Ferm¨ªn Viejo en un paseo por este museo. La simbiosis entre el arte y la did¨¢ctica era completa: Miguel ?ngel hac¨ªa disecciones humanas para aprender y quiz¨¢ sus fabulosas esculturas tienen un origen cadav¨¦rico.
La sala complutense cuenta con algunas curiosidades, como el esqueleto de un soldado de Napole¨®n que se curaba las ven¨¦reas con mercurio, como delata la negrura que ti?e sus huesos. Pero es la serie de fetos de cera, y en general todas las figuras en este material, lo m¨¢s valioso y antiguo de la colecci¨®n.
Sobre ellas trabaja Alicia S¨¢nchez Ortiz, profesora titular de Bellas Artes: ¡°El modelado en cera viene del antiguo Egipto, pero en los talleres del Renacimiento los artistas lo usaban para sus estudios previos¡±, explica. Era material barato que sirvi¨® para dar el salto de las l¨¢minas anat¨®micas del XVI a las esculturas, cuando la medicina buscaba las tres dimensiones.
Son extraordinarios los trabajos de aquellos artistas para reproducir sobre un cuerpo de cera la intrincada telara?a de vasos sangu¨ªneos, que consegu¨ªan con hilos de seda jalonados de nodulitos. A la cera no le afecta la humedad, pero s¨ª la temperatura y en esa aula de la facultad hay cambios bruscos en el term¨®metro. Los techos est¨¢n desconchados de antiguas goteras, las persianas atascadas. Nadie que quiera ser preciso podr¨¢ llamar museo a esto, dadas esas condiciones. Entrar all¨ª es como descubrir un sal¨®n de arte macabro que ha estado tiempo cerrado con llave: algo de magia hay tambi¨¦n en ello. Pero qu¨¦ poca gracia le hace a la profesora de Anatom¨ªa Teresa V¨¢zquez, que se afana, como Ferm¨ªn Viejo, en que esta colecci¨®n se rescate del abandono y salga al gran p¨²blico, como ocurre en Europa. Ellos la muestran a colegios y grupos, con la afluencia que dicta el boca a boca.
Hubo un tiempo en que los cad¨¢veres se diseccionaban en p¨²blico, en la calle, como los autos sacramentales. En invierno, claro. El arte vino en ayuda de los estudiantes y fue Carlos III el que trajo de Italia aquellas costumbres: los cirujanos nunca m¨¢s volvieron a ser barberos. Ahora se formaban en los reales colegios, como el de C¨¢diz o el de Barcelona, que tambi¨¦n tuvieron sus figuras anat¨®micas: la religi¨®n arrebat¨® a la ciencia sus tesoros; las procesiones necesitaban cera. En Madrid, milagrosamente, se conservaron y a¨²n hoy puede admirarse el embarazo congelado de aquella infortunada mujer an¨®nima a la que el imaginero Juan Ch¨¢ez concedi¨® la inmortalidad.
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