El (otro) derecho a decidir
Deber¨ªamos poder intervenir tambi¨¦n en c¨®mo debe ser nuestro entorno vital, las pautas que marcan nuestra vida diaria
![Joan Subirats](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F1148560e-0712-4909-b583-a6ac29fdbd16.png?auth=c3076bc11132b4c619ec6c2a96941fc17195ed5f168030721e42ff542b71a1ec&width=100&height=100&smart=true)
En el replanteamiento general sobre las relaciones pol¨ªticas entre Espa?a y Catalu?a, se ha ido imponiendo como idea-fuerza el t¨¦rmino ¡°derecho a decidir¡±. El gran atractivo de esta formulaci¨®n es que expresa un valor constitutivo fundamental de la democracia, es decir, que los ciudadanos son libres para decidir, individual y colectivamente, sobre las cuestiones fundamentales de la convivencia social. En el marco de la democracia representativa, ese mecanismo ha acostumbrado a vehicularse v¨ªa la selecci¨®n de aquellos que deciden por nosotros. Pero la legitimidad de esa delegaci¨®n queda siempre condicionada a la necesidad de reforzar esa legitimidad (reformas de los textos constitucionales b¨¢sicos) o a la capacidad de la ciudadan¨ªa para ejercer directamente el derecho a decidir (iniciativas para realizar refer¨¦ndums sobre temas considerados significativos). Parece claro que el debate soberanista en Catalu?a tiene la suficiente entidad como para que, sin prejuzgar el resultado de la consulta, ese derecho a decidir pueda ejercerse. Ese es el punto en el que estamos. Pero, lo que quiero aqu¨ª destacar es que una vez incorporada esa l¨®gica democr¨¢tica b¨¢sica en la cultura pol¨ªtica de una comunidad, no deber¨ªa extra?arnos que la gente reclame ese mismo derecho en otras situaciones y din¨¢micas.
El conocimiento se democratiza.
El contexto en el que estamos no es el mismo que ten¨ªamos en los a?os de la Transici¨®n. Sal¨ªamos de una dictadura. Pens¨¢bamos en los esquemas habituales de la democracia representativa, en los partidos o en las instituciones pol¨ªticas como elementos ben¨¦ficos, como herramientas que nos permitir¨ªan dejar de ser diferentes en esa Europa a la que a¨²n no pertenec¨ªamos. M¨¢s de treinta a?os despu¨¦s, los que vivimos esa Transici¨®n y los que han o¨ªdo nuestras historietas reales o imaginadas, hemos perdido del todo la ingenuidad a golpe de opacidad, incumplimientos, de abusos de autoridad, de decisiones que benefician solo a algunos, pero tomadas en nombre de todos. Y adem¨¢s, tenemos nuevos instrumentos para poder actuar sin intermediarios, para poder expresarnos sin pasar por los cedazos que marcan los medios de comunicaci¨®n convencionales. Podemos empezar a reclamar el derecho a decidir, no como algo excepcional, sino como una pr¨¢ctica a aplicar en el d¨ªa a d¨ªa. Una pr¨¢ctica cotidiana.
?Si tenemos derecho a decidir para determinar los v¨ªnculos que nos sigan uniendo a Espa?a, no podemos decidir c¨®mo debe ser nuestro entorno vital, c¨®mo deben ser las principales pautas que ordenan y organizan nuestras vicisitudes diarias? ?Tiene sentido que se decida por nosotros y en nuestro nombre sobre c¨®mo se conforman las ciudades, c¨®mo se alteran los ejes b¨¢sicos que constituyen nuestro paisaje de identidad y pertenencia? Vamos ganando espacios de decisi¨®n en nuestras vidas, en nuestras opciones personales m¨¢s decisivas. Pero, en cambio, seguimos teniendo espacios vedados en temas que muchas veces se rodean de complejidades t¨¦cnicas aparentemente solo accesibles a especialistas. El conocimiento se democratiza, el acceso es menos jer¨¢rquico y m¨¢s directo. Pero el poder se sigue rodeando de barreras legales, de restricciones econ¨®micas presentadas como naturales e indiscutibles. En Barcelona, por ejemplo, van tom¨¢ndose opciones que afectan el futuro de la ciudad, del conjunto metropolitano, sin que podamos ejercer nuestro derecho a decidir. Se habla de reformar el Plan General Metropolitano vigente desde 1976 y que constituye el esquema b¨¢sico de ordenaci¨®n urbana. ?Qui¨¦n participar¨¢ en ese proceso? Se act¨²a sobre el frente mar¨ªtimo, se amplia el puerto y se afectan lugares como el Port Vell, sin que la ciudad pueda decidir sobre un espacio que marca y caracteriza su identidad. No nos han preguntado, no han explicado esos proyectos en sus programas. Afirman actuar en nuestro nombre y en defensa de nuestros intereses, pero siguen decidiendo unilateralmente. Los contrarios al ejercicio del derecho a decidir del pueblo catal¨¢n afirman que cada vez que se vota en elecciones se est¨¢ decidiendo. Y les decimos que no confundan las cosas. A los que reclaman que la ciudad pueda decidir sobre esas grandes opciones urbanas, se les dice que ya decidieron cuando votaron en las municipales. Necesitamos ser consecuentes y reclamar el derecho a decidir como palanca b¨¢sica de regeneraci¨®n democr¨¢tica del pa¨ªs, de sus ciudades, pueblos y comunidades.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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