Limpieza y precisi¨®n
La presentaci¨®n en Valencia de Guillermo Garc¨ªa Calvo, dirigiendo a la orquesta del Palau de les Arts, ha dejado una notable impresi¨®n de limpieza
La presentaci¨®n en Valencia de Guillermo Garc¨ªa Calvo, dirigiendo a la orquesta del Palau de les Arts, ha dejado una notable impresi¨®n de limpieza, precisi¨®n con la batuta y claridad de conceptos. Contaba, ciertamente, con esa joyita que es la Orquesta de la Comunidad. Pero el programa no era f¨¢cil: la Leonora III (Beethoven) y el Concierto para flauta, arpa y orquesta (Mozart), son obras muy conocidas que no permiten errores ni dudas. A la Segunda Sinfon¨ªa de Schumann le sucede, justamente, todo lo contrario: a pesar de su inter¨¦s, no es partitura que sea de comprensi¨®n f¨¢cil ni que entusiasme a cualquier p¨²blico.
La obertura con que se abri¨® Fidelio en 1806 y que hoy se coloca entre los dos cuadros del ¨²ltimo acto, fue le¨ªda con notable ajuste y calibrados contrastes de atm¨®sferas, misteriosas a veces y en¨¦rgicas cuando conviene. Pudo percibirse ya la capacidad para ejecutar con transparencia que el director madrile?o ha adquirido, sin duda, en contacto con la tradici¨®n vienesa (dirige all¨ª con frecuencia la Staatsoper), transparencia que tambi¨¦n fue su mejor arma al enfrentarse con Mozart.
El Concierto para flauta y arpa es una obra desenfadada, ligera y bonita como ella sola, aunque no tenga las cargas de profundidad, el dramatismo y la depuraci¨®n estil¨ªstica de alguno de sus conciertos para piano. La versi¨®n de Garc¨ªa Calvo fue impecable al respecto. Cont¨® con la ayuda de magn¨ªficos solistas pertenecientes a la Orquesta de la Comunidad: ?lvaro Octavio, cuya flauta son¨® siempre afinada y casi retando en velocidad a la orquesta, y Cristina Montes, ¨¢gil y delicada en el tratamiento de su instrumento. Regalaron luego una pieza de Ibert: Entracte, de perfume espa?ol.
Vino luego la Segunda sinfon¨ªa de Schumann, que tiene algo de siniestro, con ese extra?o tema que presentado por los metales, esas afiladas maderas desliz¨¢ndose sobre figuras descendentes de las cuerdas, los desconcertantes cu-c¨²s de las flautas en el Scherzo o la solemnidad casi angustiosa del Adagio. El contrapunto fue llevado con ajuste y estilo y, si bien la lectura no tuvo el calibre de la ofrecida por Rattle en el Palau de la M¨²sica (2008), no puede neg¨¢rsele a ¨¦sta dosis importantes de claridad y sentido.
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