A granel
Mi vida de urbanita adulto me lleva cada vez m¨¢s a mi infancia de pueblo, con su econom¨ªa autosuficiente
El d¨ªa que part¨ª de casa para ser periodista me llev¨¦ un pu?ado de tierra para recordar siempre mi condici¨®n de pay¨¦s. No se me olvida cuando voy de visita al pueblo, ya sea por un rato o por unos d¨ªas, ni tampoco en mis paseos por la ciudad. Alguna de las calles de Barcelona me evoca hoy mi adolescencia en Perafita. Hasta el pan y las cocas del Forn Franquesa llega a la Sagrada Familia y los quesos de Betara se comercializan en la plaza del Pi, de manera que para sentirme agricultor ya no necesito regresar al campo ni me hace falta militar en Uni¨® de Pagesos, aquel sindicato que pleiteaba con los propietarios de las mas¨ªas que en tiempos de bonanza echaban como pordioseros a los arrendatarios para convertir los cobertizos en salas de estar y los campos de esti¨¦rcol en piscinas.
Ahora se cultivan huertos en las escuelas para que los ni?os sepan por boca de los maestros lo que los hijos aprend¨ªamos de los padres: ¡°Quien sabe cuidar de un huerto, siempre sabr¨¢ cuidar de s¨ª mismo¡±. Ya no alcanza con mirar la maceta del balc¨®n para ver el tiempo pasar y aprender a esperar como el abuelo. Hay que renovar la pedagog¨ªa para afrontar una vida tan cambiante como el tiempo, cada vez m¨¢s extremista, mitad sol y mitad lluvia, invierno o verano, nunca oto?o ni primavera. A los ni?os se les ense?a mientras algunos padres faenan en parcelas alquiladas a propietarios que trocean su finca porque comercializan mejor con la tierra que con sus frutos. Hay un inter¨¦s compartido que no siempre tiene que ver con la necesidad, como ocurre en muchos municipios que ya disponen huertos urbanos en suelo sin uso.
No es lo mismo tener hambre que cambiar la manera de comer, de manera que se mezclan dos realidades opuestas con el huerto de por medio, cada vez m¨¢s presente en la ciudad. Las tiendas, los bares, las ferias, el mismo d¨ªa a d¨ªa, mi vida de urbanita adulto me lleva cada vez m¨¢s a mi infancia de pueblo cuando se impon¨ªa una econom¨ªa de autosuficiencia a partir de exprimir un pedazo de tierra y untar una rebanada de pan con vino, con aceite, con la grasa de la leche de la vaca que orde?aba pap¨¢ y alguna vez con el chocolate de mam¨¢, ventajas que ten¨ªa uno por ser hijo de una tendera que siempre so?¨® con tener plaza de venda en Vic. Hoy, ya jubilada, me la imagino m¨¢s que nunca al frente de uno de estos establecimientos que venden a granel, muy de moda en barrios como Gr¨¤cia.
Hubo un tiempo en que casi todo se vend¨ªa a granel. Hasta el vino, el aceite y, por supuesto, el caf¨¦ molido, los caramelos y la colonia, como pasaba en los colmados de pueblo, que funcionaban como hoy el Corte Ingl¨¦s, en una definici¨®n acu?ada por mi amigo Ricard Mampel.
Admir¨¦ siempre la capacidad de la gente para manejarse en aquel desorden sorprendentemente tan bien alineado que formaban las cajas y los sacos. Me sorprend¨ªa la diligencia de cada cliente para encontrar lo que buscaba y la de los regentes para saber d¨®nde hab¨ªa puesto cada cosa en aquel espacio tan barroco. Yo sospechaba tanto de las compradoras que tem¨ªan que se manipulara la b¨¢scula como las compradoras cuchicheaban de las vendedoras despu¨¦s de manosear la fruta sin comprar m¨¢s que un paquete de sal.
Mam¨¢ me quit¨® de ah¨ª en cuanto vio que en un momento acabar¨ªa con la clientela que se hab¨ªa ganado con los a?os. Jam¨¢s entend¨ª c¨®mo se puede tener tanta paciencia detr¨¢s de un mostrador hasta que he conocido las tiendas a granel, alguna regentada incluso por nutricionistas dispuestos a contarte las ventajas del consumo responsable, sostenible, ecol¨®gico y transversal. Hoy todo lo bueno debe ser responsable, sostenible, ecol¨®gico y transversal. Los comercios resultan tan aseados, luminosos y ordenados, tan bonitos, que uno ya no se atreve a tocar nada, ni con guantes de pl¨¢stico o de seda, sin antes preguntar. Hay legumbres, frutos secos, cereales, especias, pastas, arroces, tambi¨¦n harina y pan, y hasta sofritos, hierbas, vino, cava y cerveza.
Todo muy a la vista, repartido en dispensadores colgados de las paredes, cajas transparentes, recipientes de madera, nada de pl¨¢stico sino que los envases son biodegradables y las bolsas de papel reciclado o f¨¦cula de patata. Ahora se recomienda controlar los residuos y no tirar comida, se compra lo imprescindible y de forma segura y paciente, priman la proximidad y la producci¨®n natural frente a la compra industrial y r¨¢pida en los supermercados. La vida sana del pay¨¦s de siempre contada por los ciudadanos de las nuevas profesiones liberales. A veces puede dar incluso la sensaci¨®n de que se confunden la necesidad con el esnobismo. La apuesta es recuperar el sabor original a buen precio, sin especulaci¨®n ni subvenciones de por medio, todos pendientes del huerto en el pueblo y en la capital.
Hoy paseo por Barcelona y contemplo las tiendas a granel, las bodegas que sirven vermut, las ferias y paradas con pan y queso, y me siento como en Perafita. Ya solo me falta entrar a misa de 12 cuando paso por la iglesia parroquial en lugar de recalar en el diario. Ahora releo justamente un art¨ªculo de la admirada Milagros P¨¦rez Oliva en que recuerda la similitud que hay entre un productor de tomates y el de noticias despu¨¦s que ambos hayan perdido el control del fruto de su trabajo y su valor se haya desplazado al distribuidor y a los intermediarios. Todav¨ªa recuerdo cuando part¨ª de casa: pap¨¢ me tiraba de un brazo para retenerme como heredero de su tierra y mam¨¢ me cog¨ªa del otro para que pudiera escapar y ser periodista. Puede que el momento de regresar al huerto del pueblo con mi pu?ado de tierra llegue antes de lo que preve¨ªa.
Los payeses tienen m¨¢s futuro que los periodistas y, adem¨¢s, reniegan como nadie a granel.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.