El ¨²nico hombre desnudo
Los pocos varones que se ven en las obras del pintor tienen un peso monumental
Cuando muri¨®, en mayo de 1930, Julio Romero de Torres disfrutaba de toda la fama que puede alcanzar un artista. Hace tres d¨ªas fui a M¨¢laga y entr¨¦ a ver la breve exposici¨®n que le dedica el Museo Carmen Thyssen. Hab¨ªa mucha gente. Romero sigue gustando y atrayendo, causando efecto en el p¨²blico. Popular y selecto, fue retratista de buenas familias espa?olas y americanas. Pint¨® en 1905 al joven Alfonso XIII en uniforme militar y no s¨¦ si esa figura es menos terrible que la del m¨¦dico de C¨®rdoba Torrellas y Gallego, en un cuadro de diez a?os antes, con la mano en el pecho de un cad¨¢ver desnudo, verdoso y con bigote. Pint¨® una galer¨ªa de mujeres, aunque no pintaba mujeres: pintaba a la Mujer, santa o pecadora, siempre la misma, pague o cobre por posar para el gran Romero de Torres. Sus mujeres son un estereotipo, es decir, ¡°una imagen o idea simplificada, estable y ritualizada, de amplia aceptaci¨®n social¡±, seg¨²n la definici¨®n de Luis Gasca y Rom¨¢n Gubern en El discurso del c¨®mic. Son mujeres decorativas, envueltas en los tonos bituminosos de los retratos oficiales que adornaban en aquel tiempo las paredes de los ministerios.
Viviendo por casualidad en Roma, descubr¨ª dos libros italianos con pinturas de Romero de Torres en la portada. 1912+1, de Leonardo Sciascia, hab¨ªa elegido Viva el pelo, ¨®leo y temple sobre lienzo, de 20 por 25 cent¨ªmetros. No est¨¢ en la exposici¨®n de M¨¢laga; hay que ir a C¨®rdoba a verlo. Sciascia reconstruye un caso judicial hist¨®rico: el crimen de la condesa Tiepolo, en San Remo, el mismo a?o, 1913, en que liberales y cat¨®licos italianos firmaban el Pacto Gentilani, comprometi¨¦ndose a mantener la ense?anza cat¨®lica en los colegios del Estado, defender la unidad familiar y oponerse absolutamente al divorcio. Pero la condesa cometi¨® su crimen al calor de la familia: mat¨® al asistente de su marido, capit¨¢n del ej¨¦rcito, acus¨¢ndolo de haber querido violentarla, y todo suger¨ªa que la v¨ªctima era amante de la homicida. En Espa?a el mismo cuadro ilustr¨® en 1965 un sello de correos de diez pesetas.
Unas mujeres bilba¨ªnas
Specchio delle mie brame (Espejo de mis ansias), un relato de Alberto Arbasino, de 1995, sit¨²a en la Belle Epoque y en un verano siciliano las andanzas de una baronesa, madre libertina en un mundo de sexo y honor: ¡°imaginaciones bestiales, simbolismos rurales, visiones catequ¨ªsticas y fantas¨ªas paleol¨ªticas¡± seg¨²n palabras del propio Arbasino. En la portada aparece el ¨®leo San Rafael, encargado al pintor en 1925 por el alcalde de C¨®rdoba.
Romero de Torres pintaba mujeres parecidas a estampas publicitarias. Alguna vez se ofrecen como las frutas de un bodeg¨®n, y son al mismo tiempo los limones y la fuente para las naranjas, lo que se come y lo que se usa. Los pocos hombres que se ven en las obras de Romero tienen un peso monumental: un rey, se?ores cordobeses (incluido el propio pintor), cabezas de familia, sacerdotes, caballistas como lejanas esculturas ecuestres vivientes, guitarristas de traje negro, toreros, estatuas del Gran Capit¨¢n, de G¨®ngora, de Maim¨®nides, de S¨¦neca, de Cristo, de Lagartijo, del Guerra. Las mujeres pueden ser monjas o enlutadas de mantilla, doncellas o madres, pero se desnudan. Los hombres van muy vestidos, uniformados, aunque sea de burgu¨¦s o de matador. El uniforme de la mujer es la carne, tapada o desnuda. El ¨²nico desnudo masculino que he visto en una obra de Romero de Torres es el cad¨¢ver verde del cuadro del doctor Torrellas, un hombre reducido a cuerpo, s¨®lo cuerpo, cuerpo-cosa.
Romero de Torres fue un buen ilustrador, un buen cartelista publicitario para bodegas y f¨¢bricas de municiones. Hizo, al inicio de su etapa triunfal, varios carteles para las ferias cordobesas, empezando por el cartel para la feria de ganado de 1897. Especialista en mujeres, fue jurado de premios de belleza. Lily Litvak cuenta que en 1925 las mujeres bilba¨ªnas lo homenajearon regal¨¢ndole una almohada rellena de rizos de sus cabelleras. Pero, amante de la fiesta, sus pinturas tienen un aura religiosa: sus desnudos yacentes pueden presentarse como resucitadas en un altar del Santo Sepulcro. En los cuadros de Romero de Torres las mujeres interpretan el papel de Mujer, monjas, amas de casa o prostitutas, y los hombres el de Hombre. Son hombres y mujeres que alguna vez abren la navaja, pero sus cr¨ªmenes pasionales se nublan en un aire de sacrificio religioso que los vuelve a¨²n m¨¢s repelentes. En el mundo del espect¨¢culo que pintaba Romero, la religi¨®n forma parte del entretenimiento de masas.
Justo Navarro es escritor.
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