Harold Lloyd contra el vampiro de Dusseldorf

Un espect¨¢culo magn¨¦tico, de los que crean afici¨®n. Si trajeran a los escolares a verlo, tendr¨ªamos una generaci¨®n ganada para el teatro. Y si lo vieran los ministros Wert y Montoro, se les activar¨ªa la empat¨ªa, que deben de tener a buen recaudo, al fondo a la derecha. The Animals and Children took the Street (Los animales y los ni?os tomaron las calles) describe con humor la vida dura y sin salida en un ca¨®tico barrio de clase baja inspirado en las Mansiones Chungking, de Hong Kong, cinco bloques enormes de 17 plantas repletas de habit¨¢culos insalubres, tiendas min¨²sculas, escaleras bloqueadas y pasillos laber¨ªnticos, donde malviven, trabajan y trapichean miles de inmigrantes y de nativos.

Suzanne Andrade, directora; Paul Barritt, dibujante genial; la m¨²sico Lillian Henley y el resto del inspirado equipo de la compa?¨ªa 1927 (a?o del estreno de El cantor de Jazz, Napole¨®n y Metr¨®polis), fusionan la pantomima cl¨¢sica con el cine de animaci¨®n, el onirismo de Lewis Carroll con la est¨¦tica de las vanguardias sovi¨¦ticas y del expresionismo alem¨¢n, en un espect¨¢culo ferozmente antirrealista, que no da tregua al espectador.

Sobre una pantalla grande central y dos m¨¢s peque?as sitas en los flancos (dispositivo inspirado en el que utiliz¨® Abel Gance en su monumental Napole¨®n), Barritt proyecta un universo animado sobre el que evolucionan hombres y mujeres de carne y hueso reci¨¦n salidos de Londres despu¨¦s de la medianoche o del Doctor Mabuse (interpretados por las excelentes actrices cantantes Sue Appleby, Eleanor Buchan y Lewis Barfoot), y tambi¨¦n una pl¨¦yade de ni?os, animales e h¨ªbridos de hombre y fiera fugados del Punch & Judy Show o de aquellos fant¨¢sticos dibujos animados checoeslovacos de autores ignotos que Televisi¨®n Espa?ola ofrec¨ªa durante el franquismo.

The Animals and Children¡­ abre la puerta de un t¨²nel del tiempo que nos traslada a la ¨¦poca en la que cine y teatro estaban unidos por el cord¨®n umbilical y se ofrec¨ªan en los mismos locales, sin soluci¨®n de continuidad, y los genios de la pantomima arrasaban en la pantalla grande. En una hora y diez minutos, las chicas de 1927 aluden sin citarlos el universo surreal de El paseo de Buster Keaton, las baladas callejeras de La ¨®pera del mendigo, la criminal sonrisa de Sweeney Todd, las penurias de Oliver Twist, los pasos de baile que Dick van Dike se marc¨® en Mary Poppins con los ping¨¹inos animados de Disney, etc¨¦tera, etc¨¦tera.

La m¨²sica es sencilla pero expresiva, el ensamblaje entre lo real y lo virtual, perfecto, y los hallazgos, muchos y felic¨ªsimos, en este espect¨¢culo ¨²nico en el que los seres de carne y hueso parecen bidimensionales, la escenograf¨ªa es puramente ¨®ptica, y la luz, la que proporcionan los propios proyectores. Si queda alguna localidad libre, ag¨¢rrenla.