¡®Juan¡¯ y ¡®Salvador¡¯, gaviotas
La presencia de dos pollos de gaviota y sus sol¨ªcitos progenitores nos ha animado durante dos meses el cambio de sede de EL PA?S
¡°?Corred, que le ha arrancado la cabeza!¡±. Me precipit¨¦ a la ventana y, efectivamente, le hab¨ªa arrancado la cabeza y enterraba la suya con fruici¨®n en el pecho de su v¨ªctima, deleit¨¢ndose con los sangrientos despojos. No era una escena muy edificante pero resultaba instructiva. Adem¨¢s, aquella matanza era para alimentar a los ni?os.
La presencia de dos pollos de gaviota y sus sol¨ªcitos ¡ªy asesinos convictos de palomas¡ª progenitores nos ha animado durante dos meses el cambio de sede de EL PA?S a las nuevas instalaciones en el edificio de R¨¤dio Barcelona en la calle de Casp. Reacio como soy a cualquier modificaci¨®n de mi rutina, sobre todo si incluye trasladar mis lares y penates, en forma de mil recuerdos, libros y cachivaches, incluido un modelo de Tiranosaurio Rex, la mudanza me supuso un trauma que me han ayudado a superar las aladas criaturas. Aparte de que aqu¨ª tenemos m¨¢s luz y hemos duplicado las m¨¢quinas de refrescos, ha sido como desembarcar en un reportaje de National Geographic.
He observado durante todo este tiempo a la pareja de gaviotas urbanas y su progenie y ver la manera en que la vida sale adelante me ha dado muchos ¨¢nimos.
No s¨¦ qui¨¦n fue exactamente el primero que, mientras desembal¨¢bamos libros y deshac¨ªamos cajas, avis¨® de la presencia de la familia de aves. Incluso puede que fuera yo. El caso es que la sucesi¨®n de amplios ventanales que asoman al patio interior y que compartimos la secci¨®n de cultura, la de opini¨®n, los alegres compa?eros del diario As y el ombudsman ¡ªtoda una tropa¡ª arrojan unas vistas interesantes. En buena parte dan al tejado de uralita de un edificio anexo coronado por una casucha para el aire acondicionado rematada por un dep¨®sito de agua y unas chimeneas. Un paisaje de primera. La pareja de gaviotas adultas se turnaban en el nido que hab¨ªan construido sobre la casucha. Supongo que no encontrar¨ªan nada mejor, la vivienda est¨¢ como est¨¢.
Un pollo desapareci¨®. Quiz¨¢ resbal¨®, o lo atrap¨® un gato, o un comando de palomas como represalia
Nadie ¡ªy mira que somos un mont¨®n de periodistas¡ª parec¨ªa haberse apercibido de que las cr¨ªas hab¨ªan nacido hasta que un d¨ªa que miraba por la ventana descubr¨ª lo que parec¨ªa una imitaci¨®n en miniatura y en feo de un p¨¢jaro dodo (a la saz¨®n extinto). ?Un pollo de gaviota!, exclam¨¦ temblando de entusiasmo. A mis gritos acudieron hasta los de la secci¨®n de local, creyendo que en cultura por fin ten¨ªamos una noticia. Result¨® que eran dos, los pollos, tan desgarbados, regordetes y cenicientos el uno como el otro. Deambulaban alrededor de la casucha, pensando en sus cosas de pollos, mientras sus padres los vigilaban, y se refugiaban bajo el dep¨®sito cuando estos sal¨ªan de correr¨ªas. Bautic¨¦ inmediatamente a las cr¨ªas como Juan y Salvador en homenaje a la gaviota de referencia, la conspicua, aunque algo pelmaza en su obsesi¨®n perfeccionista por el vuelo, criatura de la novela de Richard Bach, aquel best seller de nuestros a?os mozos, Jonathan Livingstone Seagull, hecho pel¨ªcula (1973) con m¨²sica meliflua de Neil Diamond. Perm¨ªtanme un inciso para explicarles que el escritor, expiloto de combate estadounidense y profesor de Filosof¨ªa del vuelo (?), al que para ser sinceros yo cre¨ªa ya muerto, sufri¨® el a?o pasado un tremendo accidente de aviaci¨®n en su peque?o Easton SeaRey anfibio, del que actualmente se recupera. No se ha confirmado que chocara con una gaviota (responsables en el 30% de las colisiones a¨¦reas con aves en EE UU).
Juan y Salvador, a los que los compa?eros del As se refer¨ªan mucho m¨¢s prosaicamente y con retranca como Marian¨ªn y Sorayita, se convirtieron en mi atracci¨®n diaria. Me pasaba mucho rato contempl¨¢ndolos en sus idas y venidas por la azotea vecina. Me miraban con una aprensi¨®n que no consegu¨ª que deviniera afecto pese a mis mohines cari?osos y mis saludos en su parloteo gaviotil (ge-ge-ge, gui¨¢o). Un d¨ªa trat¨¦ de llegar hasta ellos, pensando que quiz¨¢ podr¨ªa sexarlos, encaram¨¢ndome a la mesa del ombudsman e intentando salir por su ventana de guillotina (!). Los pollos parecieron palidecer ¡ªo estaban ya cambiando el plumaje¡ª y los vigilantes progenitores comenzaron a agitar las alas y chillar estridentemente como si me hubieran confundido con Tippi Hedren. Retroced¨ª r¨¢pidamente y me limit¨¦ a arrojarles un Bollycao en son de paz.
La observaci¨®n pormenoriza de los pollos, plasmada en un diario de campo que no descarto publicar en Nature (¡°30 de abril, 11.00 h, pollo da una vuelta, defeca, actitud pensativa, regurgita¡±), ten¨ªa sus momentos de intensidad cuando los padres capturaban alguna paloma despistada procediendo a desmembrarla atrozmente. No por habitual la escena era seguida con menos entusiasmo en la redacci¨®n, pues supon¨ªa una novedad en nuestra rutina. Acodados en la ventana, coment¨¢bamos la jugada (¡°uh, eso son las entra?as¡±), las chicas pon¨ªan cara de asco e indefectiblemente alguien soltaba lo de que las gaviotas son las ratas del cielo (por no hablar de que transmiten la salmonella, v¨¦ase Gulls in urban environmeents: landscape-level management to reduce conflict, US Departament of Agriculture, 1997).
Hasta los del As, gente de deportes, de natural ruda y estridente, han ca¨ªdo en un silencio apesadumbrado
Un d¨ªa uno de los pollos desapareci¨®. Simplemente ya no estaba all¨ª. Quiz¨¢ resbal¨® y cay¨®, o lo atrap¨® un gato, o un comando de palomas enviado en represalia. Cosas m¨¢s raras se han visto: al gran Audubon, pionero de la ornitolog¨ªa, le mat¨® a su loro, llamado Pretty Polly, un mono celoso. Como no ten¨ªa ni idea de cu¨¢l de los dos era el finado ¡ªlos pollos de gaviota se parecen mucho¡ª pas¨¦ simplemente a denominar al superviviente Juan Salvador. M¨¢s dif¨ªcil lo tuvieron para renombrarlo los del As.
Finalmente, tambi¨¦n hemos dejado de ver al otro pollo. Este sin duda se ha marchado ya volando. Los ¨²ltimos d¨ªas ejercitaba las alas. De hecho, los padres tambi¨¦n se han ido. As¨ª es la naturaleza. Imagino a Juan Salvador convertido ya en un as de la acrobacia a¨¦rea al que acaso pueda dedicar Bach una continuaci¨®n de su libro, incluso, porqu¨¦ no, un remake de la pel¨ªcula protagonizada ahora por nuestro independizado pollo. La verdad es que me sent¨ªa muy triste sin la familia de gaviotas. Hasta los del As, gente de deportes, de natural ruda y estridente, han ca¨ªdo en un silencio apesadumbrado.
Y entonces, lleg¨® la llamada de Paco Llonch para decirme lo del nido con polluelos en la terraza del hotel Alma. Corr¨ª a verlos. Estaban en un nido escondido bajo la hiedra en un macetero. Paco apart¨® con delicadeza las hojas y pude ver los pajaritos, cinco, que piaban con los picos abiertos. Eran cr¨ªas de lavandera blanca (Motacilla alba). La madre nos vigilaba inquieta desde el muro de la terraza, agitando la cola. Mudos ante aquella tierna explosi¨®n de vida en miniatura, Paco y yo nos miramos, embargados de una extra?a emoci¨®n. Carraspeamos a la vez, embarazados. El futuro de la nidada de lavanderas blancas no est¨¢ claro. La semana que viene la terraza del hotel se abre al p¨²blico y habr¨¢ copas y disc-jockeys, lo que no parece compatible con la tranquilidad que requiere sacar adelante una familia. Ya he avisado de que si hay desahucio, conozco una vivienda con vistas que han dejado otras aladas amigas...
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