Albaricoque, un apellido de la ensaimada
La fruta figurar¨¢ en el cap¨ªtulo de frutas esenciales, multiuso, en el cat¨¢logo para la supervivencia natural en el Mediterr¨¢neo
El albaricoque figurar¨¢ en el cap¨ªtulo de frutas esenciales, multiuso, en el cat¨¢logo para la supervivencia en el Mediterr¨¢neo. Existe una relaci¨®n estable, l¨®gica, de los nativos con esa fruta modesta, popular, que preludia y acompa?a el verano unos dos meses y que se deja querer todo el a?o, en sus versiones de conserva y transformaci¨®n.
Los medios soles de albaricoque acent¨²an con curiosidad notable la siempre exitosa ensaimada; son inevitables en el mosaico rosado sobre la mullida coca otro dulce insular por excelencia. Adem¨¢s su acidez liga o contrasta bien con la especiada sobrasada, asada, que alterna en un damero en la cara del pastel de tajadas de fruta y carne.
La cobriza y densa confitura de cocci¨®n lenta familiar ¡ªen nada semejante a la dorada y dulzona crema de los botes industriales¡ª rellena los blancos robiols, reposter¨ªa tradicional de sutilezas locales.
No se necesita el linaje para nombrar la rebanada que fue merienda infantil del pan con confitura, hasta la posmodernidad consumista. Los frutos medios o enteros sin hueso, en confitura, son ofrendas en invierno. Adem¨¢s una rara mermelada contiene m¨ªnimas tiras de las propias almendras escaldadas.
Nombre ¨¢rabe, se extendi¨® gracias a los romanos por sus colonias
Ahora, en la carrera para la prematura aparici¨®n comercial, a veces la fruta es solo una bola que no sabe a nada de nada. En general en su producci¨®n m¨¢s aut¨¦ntica ofrece una pulpa fresca, sabrosa, carnosa, tersa, tan dulce que omite en su jugosidad su acidez primitiva. El albaricoque protagoniza en solitario sorbetes y helados sin florituras, dom¨¦sticos, en sus variedades m¨¢s rojas y tard¨ªas.
Nombre ¨¢rabe, patria quiz¨¢s del Turquest¨¢n, se extendi¨® en compa?¨ªa de los romanos por sus colonias. Hasta su casi extinci¨®n por el ataque de los escarabajos que mata el ¨¢rbol por su ra¨ªz ¡ªcomo a los cerezos y almendros¡ª el cultivo en las islas fue masivo, f¨¢cil. Sin precio, a veces las cosechas mueren ca¨ªdas bajo los ¨¢rboles.
En Porreres y Felanitx nac¨ªa en veranos un mar rosado de ca?izos con frutos abiertos al sol que marcaba su mapa. All¨ª el aire ol¨ªa a azufre tres meses por los cientos de secaderos existentes dedicados a la exportaci¨®n, a lo largo de un siglo, de los orejones y la pulpa. Cientos de ni?os part¨ªan y extend¨ªan albaricoques, rodeados de madonas. Las explotaciones eran de matanceros de cerdos o contrabandistas en segunda actividad. Tanta fue la demanda que se import¨® fruta para secar desde Murcia.
La l¨®gica normativa sanitaria de Europa que vet¨® el azufrado para la conserva alimentaria ayud¨® a la extinci¨®n del cultivo que ya inici¨® la plaga de insectos. Alg¨²n secadero es curiosa ruina, arquitectura menor, aislada en la nada. En can Parr¨ª y la cooperativa de Porreres recuperan la versi¨®n agr¨ªcola de identidad. Comercian fruto fresco y un orej¨®n propio, no turco, tambi¨¦n con chocolate y en turr¨®n.
Contrasta bien con la sobrasada en la coca de verano
Algunos rellenos, guisos y asados, tambi¨¦n ciertas ensaladas agradecen el hallazgo del singular albaricoque seco. Existen licores y aguardientes de la fruta o de su semilla, a veces amarga, que se ha considerado perniciosa.
La c¨¢scara de la almendra (pinyol) se us¨®, carbonizada para fabricar una tinta china. La bola de goma que lloraba el ¨¢rbol, una enfermedad, serv¨ªa para fabricar cola de pegar.
La madera es roja y fue apreciada en la carpinter¨ªa de artesan¨ªa. Casi una caoba no tropical, con el cerezo. Es f¨¢cilmente manejable al torno. As¨ª el mobiliario de tradici¨®n en las islas es deudor de gruesos troncos de albaricoquero, derrotados por la edad, el mal o el viento.
Mesas, bufetes, sillas, cunas, tambi¨¦n ata¨²des de rango evocan al frutal. En el af¨¢n de resistencia ante las plagas y el tiempo se injertaron ciruelos sobre almendros y a esta nueva le?a se incorpor¨® el albaricoquero que fue ¨¢rbol con tres pies.
Las alianzas para crear otros ¨¢rboles por injerto se rigen por un principio popular: funciona el coraz¨®n contra coraz¨®n (perales y manzanos) o el hueso contra hueso (almendros, albaricoqueros, melocotonero). Peras y manzanas casan bien contra el dicho hom¨®fobo.
Se ha inventariado una treintena de variedades de albaricoques con tradici¨®n y dispersi¨®n en verano, distinta apariencia, tama?o y sabor. Ah¨ª algunos moscatel, galta roja, canino, morrut, paviot, taronjal, lluent¨®, bord capona, inquer, morro de bou. Bastantes payeses y los modernos de Fruiters d¡¯un Temps combaten al olvido, inevitable.
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