Vivaldi despidi¨® al S¨®nar del 20? aniversario
La reinterpretaci¨®n de ¡®Las cuatro estaciones¡¯ y la deconstrucci¨®n de la m¨²sica ¡®rave¡¯ clausuraron ayer el festival de m¨²sica electr¨®nica de Barcelona
Se hac¨ªa muy extra?o. Caminar por la calle de Tallers con destino al S¨®nar y apenas escuchar otra cosa que las conversaciones de los peatones. Al girar por Valldonzella nada, todo igual, la misma quietud, apenas rota por la m¨²sica que sal¨ªa de un bar, y al llegar a Montalegre lo mismo, algo parecido al silencio solo roto por el eco de los monopatines aterrizando en el pavimento. S¨ª, por primera vez en 19 a?os el latir r¨ªtmico del Village no recib¨ªa a los asistentes al S¨®nar al acercarse al Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB), donde, probablemente por nostalgia, el festival programaba ayer su despedida, concretamente en el teatro del CCCB y en el Macba.
Era el S¨®nar despidiendo su vig¨¦sima edici¨®n; era el S¨®nar, pero era domingo y no parec¨ªa el S¨®nar. No sonaba. Ya en la plaza donde durante 19 a?os se ha desplegado la algarab¨ªa multicolor del Village, algo recordaba al viejo S¨®nar.
Un disc-jockey pon¨ªa electr¨®nica ambiental y relajada para hacer pensar u olvidar el cansancio, vaya usted a saber, a unos aficionados desparramados en unas tumbonas ubicadas a tal efecto. Parec¨ªa la inm¨®vil cubierta de un barco de pasaje. Justo al lado, la cola de acceso al teatro del CCCB, abandonado a su soledad el Hall, olvidado como un amante al que ya no se quiere, se formaba con orden para acceder al espacio donde tendr¨ªa lugar el concierto de Max Ritcher junto a BCN216 en el que Vivaldi y sus Las cuatro estaciones iban a iniciar la despedida del S¨®nar. S¨ª, si alguien lo cuenta hace 19 a?os le hubiesen tachado de insensato.
Nostalgia de las ediciones que ya nunca volver¨¢n al CCCB y al Macba
Pero as¨ª era. El director ingl¨¦s de origen alem¨¢n y la formaci¨®n barcelonesa de m¨²sica contempor¨¢nea, deshojaron durante 50 minutos las estaciones de Vivaldi, quien de haberlas escuchado en el S¨®nar no hubiese visto encanecido su cabello pelirrojo. Sin duda Il Prete Rosso hubiese reconocido casi todos los pasajes por ¨¦l compuestos. De hecho la obra era perfectamente detectable en sus movimientos m¨¢s populares, ya que el trabajo de Ritcher ha consistido en podar las estaciones hasta restarles la pompa y circunstancia barroca y dejarlas reducidas a su expresi¨®n m¨ªnima significativa. No, no se piense en sonidos minimalistas, ya que la formaci¨®n de c¨¢mara, fundamentada en cuerda y con apoyo de un clavicordio son¨® densa y compacta. Pi¨¦nsese, por el contrario, en unas piezas en las que solo se interpretaba lo que el director hab¨ªa considerado esencial. Ritcher, sentado tras un teclado, imprim¨ªa algunos fondos y a?ad¨ªa algunos acordes en bajo para sustentar una interpretaci¨®n que el p¨²blico recibi¨® con expectaci¨®n y respeto. Decidido que se hab¨ªa de aplaudir tras cada movimiento, los aplausos pautaron la noche.
M¨¢s tarde se abr¨ªa un comp¨¢s de espera, ya que Lorenzo Senni ten¨ªa previsto iniciar el ¨²ltimo acto del festival a partir de las 22.00. Tiempo para evocar un S¨®nar nacido en el entorno muse¨ªstico del que ahora se desped¨ªa. Sin bajos que retumben fueron de nuevo los patinadores quienes pautaron la espera. La asistencia, por cierto ya sin pulseras del festival, algo que la distingue de los usuarios de otros cert¨¢menes que las mantienen hasta que se deshilachan, se reparti¨® entre la plaza y las escasas tumbonas libres que segu¨ªan ambientadas con electr¨®nica para cerrar los ojos.
Ya en el atrio del Macba, un montaje de l¨¢ser y humo dar¨ªa la pauta visual a una especie de deconstrucci¨®n de los sonidos propia de la m¨²sica rave, el hard-techno y el trance. El autor italiano ha sustanciado esta deconstrucci¨®n en su obra Quantum Jelly, que ayer estaba en la base de un despliegue visual muy conseguido, en el que el humo que oscurec¨ªa el atrio se ve¨ªa lacerado por los rayos de l¨¢ser que se multiplicaban hasta evocar esos ambientes de rave que tanto furor causaron a partir de los noventa. Pero no era una rave, como Vivaldi tampoco hab¨ªa sido estrictamente Vivaldi de la mano de Ritcher, era el S¨®nar, un festival que todo lo muta, a todo le da su p¨¢tina y a todo le da un nuevo sentido. A todo menos a la nostalgia. La nostalgia de las ediciones que ya nunca volver¨¢n al CCCB y al Macba fue, por fortuna, igual a cualquier otra nostalgia. La m¨²sica avanzada y la tecnolog¨ªa nada pueden hacer al respecto.
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