El banco de la crisis
Cuarenta voluntarios se re¨²nen en Tirso de Molina, tres dias a la semana, para repartir comida La idea naci¨® en Portugal, tuvo su eco en Barcelona y desde hace nueve meses, Madrid
Ah¨ª est¨¢. Dos horas antes. Conversando y gesticulando como solo las abuelas saben hacerlo. Otro mi¨¦rcoles m¨¢s, otra espera en el banco. El de piedra. El de la plaza de Tirso de Molina. ¡°Yo vengo la primera para coger la vez¡±, susurra la extreme?a Prado, de 79 a?os. ¡°Me enter¨¦ de esto porque me dijo un se?or que si quer¨ªa cenar caliente, aqu¨ª hay voluntarios que la reparten de manera gratuita los martes, mi¨¦rcoles y jueves. Yo antes com¨ªa buscando en la basura y dorm¨ªa en la calle, hasta que me recogi¨® un familiar. Uno puede pasar hambre pero dormir al aire libre es lo peor¡±.
Un mi¨¦rcoles cualquiera del pasado mes de octubre se acercaron a esta c¨¦ntrica plaza madrile?a, Jaime, de 26 a?os, Pilar, de 57, y otra compa?era que prefiere mantener su anonimato. ¡°Recuerdo que ese d¨ªa hice macarrones con salsa bolo?esa vegana¡±, evoca este joven fot¨®grafo freelance. Aquella tarde, rese?an, hab¨ªa poca gente en la plazoleta. Los tres portaban un total de 12 raciones, compuestas de bocadillos y frutas, para doce sintecho. Y no sobr¨® ninguna. Ni una. Nueve meses despu¨¦s, la Asociaci¨®n Casa Solidaria de Madrid, con origen en Barcelona, tiene m¨¢s de cuarenta voluntarios. Y de un d¨ªa a la semana se pas¨® a tres. Y de 12 de raciones a m¨¢s de 120. Con la misma condici¨®n: cocinar con recursos propios comida vegetariana, porque acude gente de diferentes religiones, y acudir al mismo lugar y a la misma hora, las ocho y media de la tarde. El objetivo: abastecer de comida a los golpeados por la crisis.
La historia es simple. Los tres se conocen porque van juntos a clases de meditaci¨®n, hablaron y se lanzaron a la calle. Sin pensarlo mucho. As¨ª, de golpe. De sopet¨®n. La idea, no paran de decirlo, no es suya. ¡°Naci¨® en Portugal¡±, remarcan. Luego, tuvo su eco en Barcelona y, de su mano, lleg¨® a Madrid. ?Por qu¨¦ en la Plaza Tirso de Molina y no en la de Jacinto Benavente o en la Puerta del Sol? Muy simple: es el punto medio entre la casa de Jaime y la casa de Pilar.
Se acerca la hora del reparto y en la plaza luce el sol incluso bajo la sombra de su tremenda arboleda. La imagen impacta. Te encoge la garganta. La cola comienza a formarse, de manera natural, como una rutina, como cuando uno va a la pescader¨ªa y no pregunta. Llega el ¨²ltimo y espera su turno. Sin hablar mucho. Solo paciencia. Este d¨ªa, han venido unos 120, en su mayor¨ªa? espa?oles, ecuatorianos y peruanos. La edad media roza los 45 a?os. Afuera, est¨¢n las terrazas de los bares repletas y la estaci¨®n de Metro. Y adentro, en el punto medio: los olvidados, los arrastrados por la vor¨¢gine de los tiempos que corren.
¡°Ellos me llaman el controlador, porque se me ocurri¨® la idea de imprimir unos n¨²meros en papel para organizar la fila. A veces se colaban y algunos quer¨ªan repetir¡±. ?l es Fernando, el marido de Pilar, que, como cada mi¨¦rcoles, trae sus 70 piezas de fruta y los 18 litros de sopa que dona el restaurante liban¨¦s Marrush (Gran V¨ªa, 67). Se coloca delante del banco, controlando, saludando y dando conversaci¨®n. ¡°No se puede empatizar mucho porque esto te llega a afectar personalmente¡±.
La sopa la reparte Luisa y su hijo Am¨ªn, de 14 a?os. ¡°Nos enteramos por internet, en la p¨¢gina www.casasolidaria.com, me puse en contacto con Jaime y aqu¨ª estamos". Confiesa que se encargar¨¢ de hacer la sopa en agosto. ¡°Y tambi¨¦n el gazpacho¡±, remarca.
Con la pieza de fruta y el s¨¢ndwich, est¨¢ sentado Fernando de 44 a?os, el primero que recibi¨® aquella tarde de octubre, seg¨²n los voluntarios, el primer bocadillo. ¡°Yo duermo aqu¨ª, en la plaza. Me vieron, me trajeron cositas y se lo coment¨¦ a m¨¢s gente. Si todo el mundo fuese como ellos estar¨ªa todo de puta madre¡±.
El reparto dura alrededor de una hora. Despu¨¦s, todo desaparece. Como si no hubiese pasado nada. Mientras tanto, se acercan curiosos an¨®nimos: ¡°Perdona ?esto qu¨¦ es?¡±. Y entonces, se aproxima ?ngela, otra voluntaria: ¡°Aqu¨ª cada uno trae su comida y la repartimos. ?Quiere apuntarse? Son tres d¨ªas, si quiere le mando un correo electr¨®nico con toda la informaci¨®n¡±. Y entonces, Ana Mart¨ªn, jubliada madrile?a, se compromete: ¡°Yo no voy a estar este verano, pero ap¨²ntame para septiembre. Aqu¨ª nadie hace nada y tenemos que hacerlo los ciudadanos¡±.
En los alrededores de la plaza hay un quiosco de flores. Su due?a, Nancy, es peruana y mientras prepara un ramo de margaritas y claveles de cinco euros cuenta que hay turistas que no entran, durante la entrega de comida, porque tienen miedo. Y a?ade: ¡°La idea es muy bonita y cada d¨ªa veo m¨¢s gente, ya se sabe, la crisis¡±. Lo mismo piensa Luis, uno de los empleados del local Hot Dog y churros: ¡°No se meten con nadie y est¨¢ claro que hay gente que lo necesita¡±.
La distribuci¨®n de la cena ha terminado. Todos los voluntarios se van con un simple hasta luego. ?ste es el grupo del mi¨¦rcoles. Y luego est¨¢ el de los martes y el de los jueves. La idea sigue, como una aut¨¦ntica cadena de favores. ¡°Hemos pensado en expandirnos por m¨¢s zonas, pero primero queremos cubrir los lunes y viernes, y, para eso, necesitamos m¨¢s voluntarios¡±, concluye Jaime.
La ra¨ªz que germin¨® en Portugal
La idea de Casa Solidaria naci¨® en Portugal. All¨ª, se llaman Centro de Apoio ao Sem abrigo y el proyecto est¨¢ mucho m¨¢s consolidado. Naci¨® en 2007. Su vicepresidente, Nuno Jardim, afirma que ya hay sedes repartidas por todo el pa¨ªs. "El primer d¨ªa dimos 15 comidas. Ahora, damos siete d¨ªas y centenares de platos porque contamos con m¨¢s de 500 voluntarios que abastecen a m¨¢s de 2.000 ciudadanos afectados por la crisis".
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