Un tango a la cara B de la Gran V¨ªa
El porte?o Acho Estol, uno de los grandes referentes de la m¨²sica argentina, dedica su nuevo disco a la calle del Desenga?o
A la espalda misma de la Gran V¨ªa, entre Valverde y la plaza de los antiguos Cines Luna, transcurre una calle que jam¨¢s aparece en las gu¨ªas tur¨ªsticas. Apenas medio centenar de metros la separan de la opulenta arteria principal, pero la pompa, los neones y el trasiego de aquella encuentran aqu¨ª su env¨¦s, una cara B de mugre, puter¨ªo barato, desesperanzas en busca de alguna d¨¢diva con forma de moneda, miradas que se cruzan apresuradas y torvas. Un lugar poco inspirador para cualquier poeta, salvo si este domina las coordenadas del tango y el lumpen. La calle del Desenga?o ha titulado Acho Estol, uno de los m¨¢s reputados hacedores de canciones junto al Mar de la Plata, su m¨¢s reciente criatura discogr¨¢fica. Y s¨ª, hablamos del mismo lugar: la v¨ªa turbia y destartalada del centro madrile?o hace fortuna estos d¨ªas en los anaqueles de las tiendas bonaerenses.
Horacio Estol tiene 49 a?os, es porte?o en ejercicio y sus prodigiosos tangos son objeto de estudio literario en las escuelas de psicoan¨¢lisis, pero dos d¨¦cadas atr¨¢s estuvo asentado en Madrid. Y no puede decirse que le fuera mal: aqu¨ª conoci¨® a la que hoy es su pareja sentimental y art¨ªstica, la tambi¨¦n argentina Dolores Sol¨¢, que decidi¨® abandonar a un actor de apellido ilustre para abrazar su estampa afilada, hirsuta y de mirada intrigante. De chicos, en Buenos Aires, Lola y Acho viv¨ªan a dos cuadras de distancia, pero tuvieron que esperar a conocerse 10.000 kil¨®metros m¨¢s all¨¢; tanto ese detalle como que el actor de apellido ilustre popularizara despu¨¦s un c¨®ctel bautizado ?D¨®nde est¨¢ Lola? servir¨ªan como argumento, seguramente, para un par de canciones con deje arrabalero.
Las 18 que integran La calle del Desenga?o lo tienen, y basta solo con leer algunos de sus t¨ªtulos (Es o fue mi amigo, Bailando a ciegas, Vals de los pobres, Los Le Mans del polic¨ªa, Beibi) para comprenderlo. En todas ellas, la c¨¦ntrica v¨ªa capitalina ejerce una especie de ascendencia, a modo de hilo conductor. ¡°Tal vez el madrile?o no lo note¡±, apunta Estol en conversaci¨®n trasatl¨¢ntica, ¡°pero que una calle angosta, mugrienta, llena de prostitutas viejas y locutorios oscuros donde los africanos hacen promesas a sus familias distantes se llame Calle del Desenga?o es algo que sobrepasa la iron¨ªa. Eso entra en el terreno de la tragedia po¨¦tica¡±. Y esa caminata dram¨¢tica por las turbulentas historias del ¨¢lbum desemboca, inevitablemente, en Ese bar, ¨²ltima pieza de la obra y acaso la m¨¢s deslumbrante a nivel literario: ¡°Si no les gusta tu pinta, la atenci¨®n se pone lenta / te envenenan la polenta, te fusilan por si acaso / y el importe del balazo te lo ponen en la cuenta¡±.
No son los bares, con todo, lo que m¨¢s extra?a Estol de sus a?os en la meseta ib¨¦rica. ¡°Claro que me gustar¨ªa ciertas noches bajar al Candela de principios de los noventa y escuchar a Sorderita, o tomar un fino en Los Gabrieles¡±, rememora, ¡°pero, como pasa en todas las ciudades, algunas de las cosas que uno m¨¢s a?ora ya no est¨¢n¡±. Desde la distancia oce¨¢nica se apuntar¨ªa ahora mismo ¡°a un picnic en el Parque del Retiro, cerca de unos macarras que tocan desafinado temas de Estopa¡±, o a un repaso por sus salas favoritas del Prado y el Reina Sof¨ªa. Pero la visita, por ahora, habr¨¢ de aguardar. Y las esperas bien merecen un suspiro: ¡°L¨¢stima que no sea posible enfilar un callej¨®n de Buenos Aires que desemboque en Malasa?a, como en el cuento de Cort¨¢zar sucede con Par¨ªs¡±.
Lola y Acho, Sol¨¢ y Estol, se han hecho hueco en la historia de la m¨²sica popular con La Chicana, una banda de tango posmoderno que ha dejado algunos discos inexcusables (Lejos, Revoluci¨®n o picnic y, sobre todo, Tango agazapado) para quienes no confunden la actualizaci¨®n del g¨¦nero con la inclusi¨®n de farfolla electr¨®nica. Los dos, sin embargo, se conceden par¨¦ntesis solistas para dar rienda suelta a las facetas m¨¢s divergentes de sus personalidades. En Estol anida, por ejemplo, todo un Tom Waits de San Telmo. ¡°La Chicana siempre tiene propiedad¡±, aclara, ¡°pero cuando Lola encuentra un tema muy masculino, oscuro o rockero, queda en el caj¨®n para mi pr¨®ximo solista¡±. Es una pena que, por ahora, los quebrantos econ¨®micos de este viejo y achacoso continente dificulten una pr¨®xima visita de Acho, en formato chicanero o propio: La Chicana frecuent¨® nuestros escenarios el anterior lustro, pero ahora enfoca sus mejores esfuerzos hacia Sudam¨¦rica y el mercado asi¨¢tico. ¡°Ese modelo neoliberal, conservador, paranoico e injusto que por inercia predomina en Europa ya no sirve, o solo sirve a unos pocos. Y lo malo¡±, resume Estol, ¡°es que les puede llevar unos a?os quit¨¢rselo de encima¡¡±.
Al menos nos quedan los discos, en formato tangible o de inaprensible volatilidad digital, aunque ni siquiera sobre la vigencia del soporte fonogr¨¢fico las tiene Acho todas consigo. ¡°La violaci¨®n de los derechos de autor por el avance de las tecnolog¨ªas tiene un impacto cuyas consecuencias todav¨ªa no podemos evaluar¡±, avisa. ¡°Creo que tiende a dejarnos sin creadores, nos condena al eterno cover, a la eterna banda tributo. Y hemos perdido ilusi¨®n: era lindo no tener un disco y buscarlo hasta conseguirlo; no poder ver una pel¨ªcula y finalmente encontrar que la reponen en un s¨¢bado trasnoche¡±.
Ya ven: el autor de La calle del Desenga?o y padre putativo de tantos personajes grotescos, pat¨¦ticos o desamparados es, en el fondo, un sentimental. ¡°Por supuesto¡±, concede, ¡°pero lo reprimo muy bien. Soy un rom¨¢ntico perdido. Pero un final feliz no puede serlo si no hay impurezas qu¨ªmicas, arideces y desencantos¡±.
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