La dificultad y el hallazgo

Buena idea, que no novedosa, esta de crear una polifon¨ªa de acentos hisp¨¢nicos con actores de aqu¨ª y de las Am¨¦ricas y una obra tricotada con l¨¦xico de ambas orillas: va para tres a?os que la compa?¨ªa espa?ola The Cross Border Project hizo algo similar con cien veces menos medios (y resultados ¨®ptimos) en su emocionante opera prima De Fuenteovejuna a Ciudad Ju¨¢rez, que merecer¨ªa ser reprogramada por alguno de nuestros teatros p¨²blicos. En la ocasi¨®n que nos trae, el mexicano Flavio Gonz¨¢lez Mello, compresor del texto, y el director catal¨¢n Oriol Broggi saldr¨ªan mejor parados del ambicioso empe?o de escenificar Tirano Banderas si recondujeran esa primera parte tan impresionista, abocetada, escasamente dram¨¢tica y sin eje, pre¨¢mbulo largo en el cual sus int¨¦rpretes, entre tanto cambio de personaje (tocan a seis por barba, de media) no acaban de entonarse ni encuentran su sitio sino muy hacia el final, cuando, en la huida abracadabrante del coronel Domiciano de la G¨¢ndara y de Nachito Veguillas, con los sicarios del tirano pis¨¢ndoles los talones, confluyen con igual fuerza por fin el verbo de Valle-Incl¨¢n y la acci¨®n grangui?olesca.

La segunda parte es otro partido. En la tensa entrevista entre De la G¨¢ndara (Pedro Casablanc) y Filomeno, ranchero revolucionario (Mauricio Minetti), dejada sin poda por Gonz¨¢lez Melo, ambos actores encuentran por fin terreno para expresarse y dar la medida de su talento. A partir de aqu¨ª, adaptador y director alternan con eficacia escenas dialogadas y otras donde un actor asume sucesivamente la voz del narrador omnisciente y la del sujeto de su relato, que ¨¦l mismo protagoniza mientras sus compa?eros completan el cuadro sin decir palabra, como en un sue?o, recurso gracias al cual la relaci¨®n del periplo crepuscular del Bar¨®n de Benicarl¨¦s se resuelve con vigor esc¨¦nico y con una gracia no menor a la que tiene cuando la leemos, y el relato del final tr¨¢gico, durante el cual tres narradores se arrebatan la palabra, se traduce en un cuadro rotundamente teatral.

Falta mucha novela en esta segunda parte, pero poco importa: lo que se cuenta est¨¢ bien escogido y mejor resuelto. Cabe quiz¨¢ discutir a sus art¨ªfices si, habiendo tenido que sacrificar tanto material original sustancioso, val¨ªa la pena convertir al ciego lechuzo en un trasunto de Max Estrella e incorporar tanta cita de la obra teatral de Valle-Incl¨¢n, aunque pillarla pueda resultar un juego satisfactorio para conocedores.

El Tirano Banderas del mexicano Emilio Echevarr¨ªa tiene una altivez r¨ªgida, de ave disecada, y un adecuado prestigio cadav¨¦rico, y entre el coro de actores que, acordado con la puesta en escena, est¨¢ mucho mejor en la segunda parte, Casablanc, por su precisi¨®n, y Joaqu¨ªn Cos¨ªo, por la rotundidad con que se desenvuelve, se erigen como corifeos.