Pues, ?que viva la fiesta de los muertos!

Una mesa larga pintada con coloridas calaveras mexicanas, veinte comensales sentados alrededor y tres cantineras, celebrando todos la fiesta de difuntos. Bailando tus huesos, de la compa?¨ªa madrile?a Teatro en el Aire, revive con libertad po¨¦tica la tradici¨®n pagana de los convites f¨²nebres, que tan viva se mantiene en buena parte de la Norteam¨¦rica hispana, pero que forma parte tambi¨¦n de nuestras ra¨ªces anegadas por una ola de Alzheimer inducido. Si Don Juan Tenorio invita a comer a la estatua del comendador, su v¨ªctima, en El convidado de piedra, es para desafiar la creencia, a¨²n entonces vigente, de que los muertos sal¨ªan el 2 de noviembre a tomar los manjares que sus familiares les serv¨ªan sobre sus propias l¨¢pidas, en los altares de las iglesias donde fueron enterrados o en los comedores de sus casas, donde se a?ad¨ªa un juego de cubiertos por finado.

Esa tradici¨®n de origen precristiano (griegos, escandinavos, bretones, eslavos y ¨¢rabes la celebraban en campas, fiordos, bosques y playas) se manten¨ªa a finales del XIX en los cementerios de Lisboa, en Breta?a y en el departamento franc¨¦s de La Manche, y, desle¨ªda, en lugares de Galicia y Asturias, seg¨²n documenta V¨ªctor Said Armesto en su olvidado ensayo La leyenda de Don Juan. Las hogueras del magosto en origen se prend¨ªan para calentar a las ¨¢nimas, y parte de las casta?as que en ellas se asaban eran para ofrec¨¦rselas.

As¨ª pues, burla burlando y sin pretenderlo, la chilena Lidia Rodr¨ªguez, la hispanoargentina Laura de Casas y la espa?ola Roc¨ªo Herrera, tres de corazones del Teatro en el Aire, vuelven sobre una tradici¨®n sincr¨¦tica europea a trav¨¦s del ritual festero mexicano, adaptado y reinterpretado.

Bailando tus huesos es un espect¨¢culo que engulle al p¨²blico y lo hace participar de cuanto sucede, cena incluida (nachos con guacamole y sendos burritos que cada cual se prepara al gusto). Aunque el tr¨ªo de cantineras mantiene limpiamente el control de los acontecimientos, deja tambi¨¦n cierto margen para que el espectador los comente con sus compa?eros de mesa, los apostille en voz alta e interprete a su manera la parte que le toca en juego tan singular. Lidia Rodr¨ªguez, directora de espect¨¢culos donde la sugesti¨®n y la participaci¨®n del p¨²blico desempe?an un papel decisivo, articulados en torno a un eje tem¨¢tico (la intimidad de un hamman femenino en La piel del agua, el ciclo de la vida en La cama) o en torno a un libro de poes¨ªa (Plagio a m¨ª misma), calza esta vez en su ritual textos de Pepe Henr¨ªquez y canciones de Roc¨ªo Herrera y de Mauricio Correjt¨¦, e invita, en el elocuente tramo final, a que cada espectador reflexione sobre la presencia de sus ausentes, la finitud de la vida y la futilidad de las humanas vanidades.