Desdemocratizaci¨®n
Es un vocablo malsonante para designar una realidad amenazadora. Describe el retroceso democr¨¢tico que puede afectar a los sistemas pol¨ªticos. Lo us¨® el historiador y polit¨®logo Charles Tilly (Democracy, 2007) cuando advirti¨® que la democracia no es una situaci¨®n est¨¢tica. Es un fen¨®meno din¨¢mico que avanza o retrocede, pero que no tiene momentos estacionarios o de punto muerto. Es una perspectiva iluminadora para examinar sin complacencia nuestra actualidad pol¨ªtica.
A m¨¢s de treinta a?os de la transici¨®n y en plena crisis constitucional, es tentador suscribir la opini¨®n de que ni la transici¨®n fue mod¨¦lica, ni el r¨¦gimen que produjo constituy¨® una democracia efectiva. Con todo, desde una perspectiva como la que Tilly recomendaba cuesta negar avances claros en l¨ªnea democratizadora: basta comparar su resultado con el punto de partida, el franquismo. Lo conseguido entonces nunca pudo ser plenamente satisfactorio porque el ideal democr¨¢tico ser¨¢ siempre inasequible en sociedades donde persistan desigualdades b¨¢sicas. Pero se movi¨® hacia adelante.
Esta misma perspectiva din¨¢mica permite afirmar que nuestro sistema pol¨ªtico atraviesa una fase de desdemocratizaci¨®n. Presenta indicios de retroceso en dimensiones centrales del proyecto democr¨¢tico. Ser¨ªa inadecuado asignar a nuestro sistema la etiqueta de autoritario o dictatorial. Porque clasificaciones de este tipo sugieren una secuencia de ¡°fotos fijas¡± que no corresponden a una realidad en movimiento constante. Lo importante es juzgar la direcci¨®n de tal movimiento en relaci¨®n al horizonte democr¨¢tico ideal. Y entiendo que se dan ahora elementos suficientes para identificar un claro reflujo democr¨¢tico. Se inici¨® hace unos a?os y se ha acelerado desde que la crisis social y econ¨®mica provocada por un exacerbado capitalismo financiero que no solo ha llevado a la ruina de estructuras productivas del ¨¢mbito econ¨®mico, sino que ha conducido al desgaste de su entramado social y a la corrosi¨®n de su arquitectura pol¨ªtica. Esta corrosi¨®n afecta a las cuatro columnas que sostienen un sistema democr¨¢tico de calidad.
Asistimos a un claro reflujo democr¨¢tico que se inici¨® hace unos a?os y ahora se acelera por la crisis social y econ¨®mica
La columna liberal se corresponde con el reconocimiento y protecci¨®n de derechos y libertades civiles, procurando el indispensable equilibrio entre libertad y seguridad reclamado por la convivencia social. En este momento, la balanza se inclina peligrosamente en favor de una versi¨®n raqu¨ªtica de la seguridad, tanto en lo normativo ¡ªv¨¦anse las reformas penales o el amenazador proyecto ley de seguridad¡ª como en actitudes y opiniones ¡ªobs¨¦rvese el obsceno griter¨ªo pol¨ªtico y medi¨¢tico en torno a la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la insostenible "doctrina Parot".
La columna integrada por las instituciones de mediaci¨®n y representaci¨®n est¨¢ tambi¨¦n profundamente deteriorada. Porque no son ni bastante inclusivas ni razonablemente eficientes. Es manifiesta la obsolescencia y la disfuncionalidad de los mecanismos de intermediaci¨®n, de comunicaci¨®n y de participaci¨®n, lo que deslegitima muchas decisiones pol¨ªticas. Con excesiva frecuencia, la acci¨®n de los partidos, el ritual de los parlamentos o la intervenci¨®n medi¨¢tica impiden la calidad democr¨¢tica en lugar de favorecerla.
La columna integrada por las instituciones de mediaci¨®n y representaci¨®n est¨¢ tambi¨¦n profundamente deteriorada
Grav¨ªsimamente da?ada est¨¢ la dimensi¨®n social del sistema. Las pol¨ªticas neoliberales agudizan desde hace a?os la desigualdad econ¨®mica con efectos altamente destructivos para el compromiso c¨ªvico de amplios sectores de la poblaci¨®n. ?C¨®mo exigir tal compromiso a parados de larga duraci¨®n sin subsidio, a trabajadores precarios sin protecci¨®n laboral, a jubilados con pensiones menguantes o inciertas? Organismos internacionales de lo m¨¢s ortodoxo se?alan lo pernicioso de la desigualdad, no solo para el crecimiento econ¨®mico, sino para la estabilidad de la democracia.
Y, finalmente, en la dimensi¨®n de integraci¨®n nacional se hace patente la dificultad ¡ªsi no la imposibilidad¡ª de construir una identidad colectiva suficientemente atractiva o al menos no impugnada por un sector no desde?able de la ciudadan¨ªa. Una sociedad agriamente dividida en sus lealtades simb¨®licas y nacionales ofrece perspectivas poco favorables para el tratamiento democr¨¢tico de sus diferencias.
Todo ello permite afirmar que no solo se ha detenido el relativo progreso democr¨¢tico iniciado hace casi cuatro d¨¦cadas, sino que se perfila una manifiesta involuci¨®n, con abandono de conquistas democr¨¢ticas trabajosamente conseguidas. Para el dem¨®crata militante, esta visi¨®n evolutiva exige una actitud vigilante porque el mayor riesgo de un sistema democr¨¢tico reside en no captar a tiempo los avisos de que la marea ha cambiado de signo y de que el territorio siempre inseguro de la democracia est¨¢ siendo invadido por una creciente corriente autoritaria que puede confinarlo a reductos m¨ªnimos o sumergirlo totalmente. Se dijo hace tiempo que lo m¨¢s peligroso para la democracia no viene de los ataques de sus enemigos declarados, sino de la pasividad de sus partidarios. Esta pasividad procede a menudo de la insensibilidad para valorar las amenazas que la acosan. Se impone, pues, recuperar la iniciativa e invertir la tendencia. En la historia de los pueblos ¡ªha afirmado una historiadora¡ª hay pocos hechos inevitables. Es una afirmaci¨®n que se convierte hoy en un potente acicate y que al mismo tiempo nos encomienda una exigente responsabilidad.
Josep M. Vall¨¨s es profesor em¨¦rito de ciencia pol¨ªtica (UAB).
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