El siferendum
Una consulta sobre la secesi¨®n, que es de lo que se trata, incurre en ilegitimidad constitucional precisamente por lo que es y nadie la va a autorizar
Desde que Bonaparte invent¨® el plebiscito para legitimarse la decisi¨®n mediante votaci¨®n popular directa, depende estrechamente de la correcta formulaci¨®n de la pregunta para eludir el calificativo de tramposa. Para que no suceda as¨ª la o las preguntas deben satisfacer tres requisitos: estar formuladas de manera neutra, ofrecer alternativas definidas entre las que escoger, y presentarlas de modo claro. La doble pregunta de la hipot¨¦tica consulta catalana no satisface ninguno de esos tres requisitos. En efecto la primera pregunta, la que se refiere a si se desea un Estado catal¨¢n, no permite discriminar cual es la alternativa, de un lado porque no se puede saber si el Estado en cuesti¨®n es un Estado federado, un Estado miembro de una confederaci¨®n, un Estado asociado a otro o uno rigurosamente independiente, del otro porque nadie sabe que significa votar No, pues dicha opci¨®n carece de contenido definido. La pregunta sit¨²a al elector entre el vac¨ªo?(el No) y la indefinici¨®n (el S¨ª), por eso es necesaria una segunda pregunta, para resolver que cosa es el Estado Catal¨¢n. Pero esa indefinici¨®n no es total, de hecho lo que se pide al votante con la pregunta es que escoja entre la nada?(el No) y una opci¨®n positiva pero borrosa (el S¨ª), y cualquiera sabe que entre la nada y algo todos los electores se sentir¨¢n inclinado a escoger el algo. La pregunta est¨¢ sesgada y es por ello tramposa.
La segunda pregunta reproduce el mismo modelo, al elector se le presenta una alternativa borrosa (el S¨ª) y otra vac¨ªa (el No). La primera es borrosa porque no dice si el Estado en cuesti¨®n se asociar¨¢ con alguien o no, y omite la cuesti¨®n de la permanencia en la UE, la segunda sencillamente no existe, nadie sabe que significa exactamente votar No. De ah¨ª que la primera pregunta este orientada a la segunda, y a prejuzgar la respuesta mayoritaria a ambas .Bonaparte y dem¨¢s estar¨ªan satisfechos. Que el planteamiento se parezca tanto al empleado en 1947 ( ley de sucesi¨®n) y 1966 (ley org¨¢nica del Estado) no es casual, se sigue el mismo principio: hay que orientar al elector para que este vote bien. En eso consiste el "derecho a decidir", su ejercicio acaba siendo un siferendum.
Todo el mundo sabe que, en todo caso, lo dicho no tiene m¨¢s que un inter¨¦s acad¨¦mico: el plebiscito de marras s¨®lo ser¨ªa practicable en el Pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s, algo muy distante de la Catalu?a realmente existente. El argumento usual pasa por la afirmaci¨®n seg¨²n la cual la consulta s¨®lo es factible si es legal, y una consulta sobre la secesi¨®n, que es de lo que se trata, incurre en ilegitimidad constitucional precisamente por lo que es y nadie la va a autorizar. Las preguntas son una representaci¨®n en el sentido teatral de t¨¦rmino. Y hay dos preguntas porque la primera es necesaria para que no se bajen directamente del tren ni UDC ni ICV, siguiendo el camino abierto por el PSC, aunque cualquier observador sabe que a la postre si la operaci¨®n de ir a una consulta por la brava se materializara ni Uni¨® ni Iniciativa la respaldar¨ªan.
Cabe preguntarse cual es la raz¨®n por la que los impulsores de la consulta (CDC y ERC) montan esta representaci¨®n teatral. Me parece que lo que hay detr¨¢s son sencillamente intereses de partido. En el caso de CDC la actual dirigencia, mucho m¨¢s conservadora que la de la etapa pujolista, ha buscado conservar la centralidad en la vida pol¨ªtica catalana en la cuesti¨®n nacional, leyeron mal la Diada de 2012 y les sali¨® mal la apuesta de la disoluci¨®n, y aunque son conscientes de que el souffl¨¦ ha comenzado a bajar (la V¨ªa tuvo menos asistentes que la Diada), necesitan mantener la l¨ªnea escogida al efecto de que, imposibilitados por las Cortes para hacer una consulta que no quieren, puedan rentabilizar el victimismo en unas elecciones anticipadas que les permitan salvar los muebles, es decir, la condici¨®n de primer partido de Catalu?a. En el caso de ERC, dejando de lado la satisfacci¨®n simb¨®lica, porque la din¨¢mica favorable a la consulta secesionista les otorga una posici¨®n pol¨ªtica ventajosa, y les permite albergar la esperanza de convertirse en lo que fueron en los a?os treinta: la mayor fuerza del catalanismo. No est¨¢ de mas recordar aqu¨ª que desde 1993 CiU y ERC entablan un juego de suma cero: con una cuota nacionalista poco menos que constante (45/48 por ciento en elecciones al Parlament) cuando unos suben otros bajan, y al rev¨¦s. Los dem¨¢s son el acompa?amiento coreogr¨¢fico.
Por lo dem¨¢s ni CDC, ni ERC, ni la CUP, quieren realmente una consulta por una raz¨®n muy sencilla: esta ser¨ªa transversal y dividir¨ªa su electorado. Si uno va a ver los sondeos del ICPS podr¨¢ ver que en 2012, en lo m¨¢s alto de la ola, dec¨ªan no respaldar la independencia un cuarto de quienes recordaban haber votado CiU, un trece por ciento de quienes lo hab¨ªan hecho a favor de ERC y casi un 23 de los electores de la CUP, y que se sent¨ªan pr¨®ximos o muy pr¨®ximos a Espa?a el 66,2 de quienes recordaban haber votado CiU, el 66,7 de quienes lo hab¨ªan hecho a favor de ERC, el 65,6 de los electores de ICV y el 58,3 de los de la CUP. Y eso sin debate p¨²blico digno de ese nombre bajo una fuerte hegemon¨ªa nacionalista.
Es en ese car¨¢cter teatral de la representaci¨®n que vemos donde se halla la diferencia entre el nacionalismo catal¨¢n y Bonaparte: cuando se convocaba la consulta este ¨²ltimo iba en serio, aquellos no. Por eso han planteado un siferendum. Lo malo es que en el curso del proceso han creado y alimentado un genio: la ANC, y este, como todos los genios, quiere tener vida propia e independizarse, y no quiere volver a la botella de la que sali¨®. Y eso los condiciona.
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