Aniversario de una extravagancia
La breve experiencia del tripartito de Maragall no le priva del m¨¦rito de haber detectado con anticipaci¨®n cu¨¢les eran los retos esenciales
En el alud de conmemoraciones que nos abruma, ha tenido escas¨ªsima resonancia el d¨¦cimo aniversario del inicio de la presidencia de Pasqual Maragall en la Generalitat. En las semanas del tr¨¢nsito de 2003 a 2004, arranc¨® el primer Gobierno catal¨¢n de izquierdas de la Generalitat restaurada. Sigue pendiente un an¨¢lisis imparcial y detallado de su actuaci¨®n. Creo que no concluir¨ªa con la sesgada descalificaci¨®n con la que la ha juzgado el discurso pol¨ªtica y medi¨¢ticamente correcto. No estoy legitimado para hacer este an¨¢lisis pormenorizado por razones personales. Pero no me parece ¨²til ni sano para la memoria colectiva del pa¨ªs ignorar esta etapa y borrarla de sus anales hist¨®ricos.
En esta desmemoria han colaborado quienes desde su inicio acogieron aquel Gobierno con hostilidad declarada, junto con otros que lo acompa?aron con d¨¦bil convicci¨®n y limitado compromiso. Para compensar dicha amnesia, recordar¨¦ tres objetivos b¨¢sicos del programa de Maragall. Se planteaba corregir pol¨ªticas sociales y econ¨®micas inadecuadas para satisfacer exigencias irrenunciables de igualdad, justicia y sostenibilidad en un mundo en el que las reglas de juego pactadas tras la Segunda Guerra Mundial estaban siendo vulneradas por un rampante neoliberalismo. Se propon¨ªa adem¨¢s sanear las formas degradadas de hacer pol¨ªtica para contrarrestar la creciente desconfianza ciudadana hacia a las instituciones y en primer t¨¦rmino hacia a los partidos. Finalmente, se compromet¨ªa a remodelar las relaciones entre Catalu?a, Espa?a y Europa, al constatar que su formato no respond¨ªa ya a la complejidad de nuevos desaf¨ªos econ¨®micos, sociales y simb¨®licos.
Los tres objetivos constitu¨ªan el cat¨¢logo b¨¢sico de la agenda Maragall, esbozada desde mediados de los 90 del siglo pasado. Hubo quienes la estimaron como extravagante y desmesurada. Otros la tem¨ªan como demasiado arriesgada para la pol¨ªtica profesional al uso. Pero hubo tambi¨¦n quienes la percibieron como ajustada a necesidades apremiantes que pod¨ªan convertirse en graves conflictos si no recib¨ªan atenci¨®n prioritaria. Lo asumieron as¨ª maragallistas de diverso origen que apoyaron el proyecto m¨¢s all¨¢ de sectarismos partidistas o de otro tipo.
Lo breve y lo accidentado de la experiencia? de Maragall y? su tripartito no le privan del m¨¦rito de haber detectado con anticipaci¨®n d¨®nde se situaban los retos esenciales
Diez a?os despu¨¦s, y a la vista de lo que nos rodea, ?qui¨¦n se atrever¨ªa a negar la pertinencia de la agenda maragalliana? Los hechos han confirmado su relevancia. Ninguna de sus prioridades ha dejado de serlo. Los desequilibrios socioecon¨®micos se han agudizado hasta extremos intolerables. Las relaciones que implican como sujetos pol¨ªticos a Catalu?a, Espa?a y Europa han embarrancado en la incertidumbre y en la confrontaci¨®n. La desafecci¨®n ciudadana hacia la pol¨ªtica institucional y sus actores ha alcanzado intensidades sin precedentes en los tres ¨¢mbitos: catal¨¢n, espa?ol, europeo.
Lo breve y lo accidentado de la experiencia gubernamental de Maragall y de su tripartito no le privan del m¨¦rito de haber detectado con anticipaci¨®n d¨®nde se situaban los retos esenciales. Supo identificarlos, aunque la magnitud de la tarea era quiz¨¢s superior a sus fuerzas. Unas fuerzas de las que no obtuvo tampoco todo el rendimiento posible porque los propios socios de Gobierno entendieron en ocasiones que dispon¨ªan de una oportunidad para reforzar el particular perfil partidista de cada uno. En realidad, se trataba de un proyecto de aliento hist¨®rico ¡ªsi se me permite la grandilocuencia¡ª que no fue plenamente asumido por una parte de quienes deb¨ªan hacerlo progresar.
Le perjudic¨® tambi¨¦n la incesante hostilidad de quienes no quer¨ªan resituar las coordenadas de la din¨¢mica pol¨ªtica catalana en su dimensi¨®n social en lugar de reducirla exclusivamente a la dimensi¨®n nacional. Para ellos, la ¨²nica coalici¨®n ¡°natural¡± de gobierno era la que deb¨ªan constituir CiU y ERC y as¨ª lo proclamaron de forma directa o indirecta. Desde instancias pol¨ªticas y medi¨¢ticas, tanto desde las p¨²blicas como desde las mercantiles m¨¢s influyentes. Digamos que el Gobierno de Maragall naci¨® con mala prensa, en sentido figurado y en sentido literal.
A la hostilidad sin cuartel de sus adversarios, en Catalu?a y en Espa?a y a algunas resistencias internas, m¨¢s o menos organizadas, hay que sumar errores propios, algunos de bulto. Se cometieron por insuficiente conocimiento del terreno que se pisaba, por medir mal las fuerzas propias o por minusvalorar las contrarias. La obra de gobierno fue desigual: m¨¢s que notable en algunos ¨¢mbitos, escasa en otros, pero no totalmente despreciable como se ha pretendido. En todo caso, me parece claro que lo que Maragall anot¨® en su agenda como principales asuntos a resolver sigue dominando la agenda pol¨ªtica de hoy. El hecho es que tampoco los gobiernos posteriores ¡ªmonocolores o en coalici¨®n abierta o encubierta¡ª han dado pruebas palpables de mayor efectividad cuando han afrontado los mismos retos que Maragall identific¨® ya hace diez a?os. En un comentario m¨¢s detallado (Una agenda imperfecta. Barcelona, 2006), compar¨¦ la trayectoria de Maragall con la de otros l¨ªderes pol¨ªticos ¡ªAza?a, Mend¨¨s-France, Brandt¡ª cuyo breve paso por el poder no resta valor ni a la clarividencia de su proyecto ni al ejemplo del coraje empleado en el intento de ejecutarlo. Tanto lo uno como lo otro forman parte de un activo indiscutible que dejaron a sus conciudadanos y que merece ser recordado.
Josep M. Vall¨¨s es catedr¨¢tico em¨¦rito de Ciencia Pol¨ªtica (UAB).
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